Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Una reflexión sobre la pérdida y el reencuentro

Tras sufrir un aborto espontáneo, encontró en los misterios del rosario una verdad consoladora

Tras los misterios gozosos vienen los dolorosos, pero luego los gloriosos: ésa es también la fuente de nuestra esperanza.
Tras los misterios gozosos vienen los dolorosos, pero luego los gloriosos: ésa es también la fuente de nuestra esperanza.

ReL

En el rosario encuentran consuelo todos los que lo rezan con confianza, porque es un lugar privilegiado de manifestación del amor de la Virgen por sus hijos. Un ejemplo es el de una madre que perdió a su primer hijo antes de nacer, Grace Emily Stark, escritora freelance especializada en métodos naturales de planificación familiar y colaboradora en distintas publicaciones norteamericanas como expertas en cuestiones de bioética. Recientemente sufrió un aborto espontáneo y ofreció en Aleteia el testimonio (traducido por Cari Filii) de lo que realmente fue consolador para ella en ese duro trance y alivió su dolor:



Para los católicos, octubre es conocido como el mes del Santo Rosario. En el mundo secular, es conocido como el mes nacional de concienciación ante la pérdida de bebés durante el embarazo y la lactancia. Meditando los misterios del Rosario tras mi reciente aborto, la coincidencia de ambas causas se me presentó como no totalmente casual. A través de la promesa de la vida eterna y de la resurrección del cuerpo en los Misterios Gloriosos, encontré una esperanza especial no solo como alguien que  ha perdido un hijo, sino también como alguien que lleva ahora una nueva vida dentro: una vida que ansío con todas las fibras de mi ser sostener en mis brazos algún día.

Como seres humanos, todos anhelamos tocar y abrazar a aquellos a quienes amamos. La experiencia de la maternidad es de una intimidad física particularmente profunda. Desde el momento de la Anunciación hasta el primer momento en el que sintiera a Cristo moverse dentro de ella, la Santísima Virgen María comprendió sin duda muy bien esta conexión; también la comprendió su prima Isabel cuando sintió que el niño que llevaba dentro saltaba de alegría en la Visitación. Como madres, gozamos de la alegría de saber que nuestros cuerpos alimentan y protegen a nuestros hijos desde el primer instante de su existencia, y desde el momento del nacimiento queremos seguir protegiéndoles con el calor de nuestro abrazo.

Pero en ocasiones no es así, y los Misterios Gozosos dejan paso a los Dolorosos: los abortos espontáneos suceden, los partos de niños muertos suceden y hay quien decide abortar. A veces nuestros cuerpos no son capaces de alimentar adecuadamente y proteger a nuestros hijos mientras todavía están dentro de nosotras, y a veces nuestro corazón no está dispuesto a hacerlo.

Tras mi aborto espontáneo, sentí el dolor de sostener al pequeño que habíamos perdido. Puedo imaginar cómo le dolerían los brazos a Nuestra Madre cuando vió a su hijo golpeado, humillado y finalmente crucificado. Meditando sobre los Misterios Dolorosos, me imaginé a misma sosteniendo a Nuestra Madre en su sufrimiento, e imaginé a María sosteniendo el cuerpo sin vida de Cristo –la imagen célebre captada por Miguel Ángel en la Piedad-, que es obsesiva para cualquier mujer que haya acunado a su querido hijo sin vida. Incluso en la agonía de nuestro dolor, seguimos experimentando ese ardiente deseo de mantener la íntima conexión física entre madre e hijo.



Para muchos, la pérdida de esta conexión se siente como definitiva, permanente y cruel; o peor, a veces sentimos la necesidad de ocultar nuestra aflicción. Pero centrarnos durante ese mes en la pérdida de bebés antes y después de nacer y en el Santo Rosario nos recuerda que este dolor no tiene por qué ser permanente; un día nos volveremos a reunir, junto con nuestros cuerpos cuando Jesucristo venga de  nuevo a juzgar a los vivos y a los muertos. Es la promesa de la resurrección del cuerpo, una promesa que vemos cumplida en los Misterios Gloriosos de la Resurrección y de la Ascensión de Cristo, y en la Asunción de Nuestra Señora.

Concebida sin la mancha del pecado original, Nuestra Madre fue asunta en cuerpo y alma al cielo tras su muerte, siguiendo a Cristo en la Ascensión. Meditando en estos Misterios, recordé que el desgarro de la Piedad había sido vencido. Me imaginé vivamente con qué exultante alegría Nuestra Madre abrazó a su Hijo de nuevo cuando Él le dio la bienvenida al Cielo. Sentí que el dolor de sus brazos desaparecía, y todo su ser, cuerpo y alma, resplandeciendo en la presencia física del Hijo a quien nunca dejó de amar ni de desear abrazar, incluso tras su muerte.

Esto fue quizás la mayor recompensa a María por aceptar convertirse en el sagrado recipiente en el que Dios se convertiría en Hombre, y es un gran alivio comprender que también nosotros lo obtendremos. Porque aunque hayamos sido concebidos con la mancha del pecado original, si nos salvamos también podemos experimentar la reunificación de nuestros cuerpos y almas en el Cielo. También nosotros podremos experimentar un día que desaparece el dolor de nuestros brazos, que mengua la ansiedad de nuestros corazones, y que el dolor de nuestra alma desaparece cuando podamos finalmente abrazar a quienes hemos amado, ya sea de nuevo o por primera vez, a la luz del reino eterno.

Estos son algunos de los consuelos que recibí meditando los Misterios del Rosario a la luz de mi aborto espontáneo, tan apropiados para esas dos causas de octubre. No hay un día en el que no eche de menos a nuestro querido bebé Francis, ni que no sienta en mis huesos el deseo de arrullarle. Mi cuerpo no pudo proteger físicamente a nuestro primer hijo, por mucho que yo lo deseara, y no siempre podrá proteger a nuestro nuevo hijo. Pero la promesa de la vida eterna y de la resurrección del cuerpo en los Misterios Gloriosos me recuerda que el dolor de los Misterios Dolorosos no es permanente, que el gozo de los Misterios Gozosos no hará sino crecer, y que por escasas que sea nuestra conexión física, sólo será un momento en la extensión de la eternidad. Y así como Jesús saludó a su Madre con los brazos abiertos en el reino eterno, así también los hijos que nos precedieron nos abrazarán un día, en cuerpo y alma, a la luz de Su rostro.

Traducción de Cari Filii.

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