Ni violencia ni sobreprotección: el ejemplo da autoridad
Los educadores católicos rescatan la correcta autoridad en la familia: pautas para corregir bien
El 12 de marzo se celebró en el colegio Juan Pablo II de Alcorcón, Madrid el VII Congreso Nacional de Educadores Católicos organizado por la Fundación Educatio Servanda para guiar a los padres de familia y a los educadores sobre cómo corregir bien a niños y adolescentes usando la autoridad correctamente. Fue una ocasión para la Revista Misión para recoger opiniones de expertos de ambientes educativos católicos sobre cómo educar en la generación actual.
Sentimiento de amor
No existe educación sin autoridad ni autoridad sin amor. Tanto padres como educadores necesitan aprender a ejercer su autoridad para desarrollar plenamente su labor educativa.
En ocasiones, la frustración, la dejadez y el ritmo vertiginoso al que padres y profesores se ven sometidos provoca que bajen la guardia y “pierdan” la autoridad que les otorga su condición de educadores. Llegados a ese punto, pasan a convertirse en meros espectadores del desarrollo desbocado de los jóvenes. En el marco de esta problemática, se celebró en Madrid el VII Congreso Nacional de Educadores Católicos bajo el lema “Educar con autoridad: en busca de la referencia perdida”. Los ponentes, indicaron cuáles son las claves de un buen uso de la autoridad y contestaron, entre otras muchas, a estas cuestiones: ¿se está perdiendo la autoridad?, ¿es necesario retomar las riendas de la educación?
La autoridad para educar
Hoy en día, la idea de que autoridad es lo mismo que autoritarismo está muy extendida: “El autoritarismo tiene que ver con la imposición de algo sin buscar el bien del educando, mientras que la autoridad tiene que ver con la libertad, con la búsqueda del bien de quien recibe la educación. No se ejecuta ni se impone, sino que ‘se gana’”, explicó Elda María Millán, doctora en Educación.
“La raíz del ejercicio de la autoridad se fundamenta en el amor por el hijo o el alumno”, sentencia Millán. Sin embargo, muchos padres y profesores han renunciado en gran parte a su autoridad sobre sus hijos y alumnos, y esto se debe, entre otras razones, a que ellos mismos no tienen claro cómo deben ejercerla. A esto hay que sumarle la sobreprotección a la que se somete, en muchas ocasiones, a los más pequeños. Un niño sobreprotegido y que apenas conoce los límites es un niño que, con seguridad, no se podrá desarrollar plenamente como persona.
Juan José Javaloyes, doctor en Pedagogía, afirma que “la permisividad es una consecuencia negativa de la falta de autoridad”, e insiste en que “debemos enseñar a los hijos a discernir entre lo que está bien y lo que está mal, y entre lo que es cierto y lo que es falso”. El error de los padres radica, en muchos casos, en buscar la paz familiar por encima de todo. Esta actitud puede reportar beneficios en el momento, pero, a largo plazo, trae consecuencias muy negativas.
Según Javaloyes, “el resultado de esto son niños caprichosos e inmaduros, sin ideas morales claras, sin capacidad de esforzarse de una forma continuada y sin tolerancia a la frustración”. Para superar este escollo, “la clave está en ser autoridad”, afirma Javaloyes. “Los padres no tienen autoridad, sino que, por ser padres, son una autoridad para sus hijos. La autoridad es una manifestación del amor y una forma de servicio. Sin el ejercicio de esta no se puede educar”.
La violencia no da la autoridad
En palabras de José María Carrera, director del VII Congreso Nacional de Educadores Católicos, “las normas, los límites, los premios y los castigos son indispensables para educar con amor”. Sin embargo, al fijar normas y límites, hay que evitar caer en una tendencia que se observa hoy en día: la confusión entre autoridad y violencia. La violencia está muy presente en la sociedad, y, a menudo, se relacionan ambos conceptos cuando en ningún caso han de ir unidos. “Muchas de las actitudes violentas que encontramos tienen su principal causa en la falta de autoridad”, asegura Millán.
El objeto de la educación es ayudar al niño a crecer, así como el de acompañarlo y guiarlo en ese crecimiento. Por eso, ejercer la autoridad debe ser un acto de amor. Millán asegura que “el niño necesita personas que lo quieran y que le digan lo que está bien y lo que está mal”, siempre con cariño. Y añade que, “para sentirse seguro y para poder hacer buen uso de su libertad, necesita disponer de unos límites claros”.
Crisis de autoridad
La educación de los hijos es una labor que padres y formadores realizan de la mano. Aunque son los primeros quienes capitanean el barco, ambos juegan un papel fundamental, además de los abuelos, los monitores y, en definitiva, de todas aquellas personas que ejercen su autoridad sobre los más pequeños.
La crisis de autoridad también está patente hoy en las escuelas y el resto de instituciones educativas. En ocasiones, los maestros no buscan educar, sino lograr resultados. Es preciso que el maestro quiera a sus alumnos para poder ejercer la autoridad desde el amor, así como para conseguir sacar lo mejor de cada uno. En este sentido, Javaloyes sentencia que “el educador debe influir en los alumnos y las familias para que sean mejores, no para que sean como él”.
A la vez, cuando la familia no cuenta con las herramientas necesarias para desarrollar plenamente la acción educativa, recurre a los educadores esperando encontrar en ellos un apoyo para complementar su labor. Los maestros tienen una autoridad que supone una continuación con respecto a la de los padres; por ello, el ejercicio correcto de la autoridad de ambos debe ir en la misma dirección. La autoridad de los padres se fundamenta en lo que son, por lo que la mejor manera de educar a los niños consiste en dar ejemplo.
La profesora Millán afirma que “los hijos no buscan en sus padres que tengan muchos estudios, sino que sean un modelo de vida plena”. Por otro lado, la autoridad de los maestros se fundamenta en lo que son, pero también en lo que saben. Deben demostrar sus conocimientos y saber transmitirlos: “No es suficiente con que el educador tenga una formación de diez; también debe ser buena persona y tener una serie de virtudes”, asegura Millán. Ya lo decía el Papa san Juan Pablo II: “La escuela debe formar al hombre y no informarle simplemente”.
Ejerces bien la autoridad si…
- Defines las reglas que deben cumplirse.
- Dejas claro a tus hijos las consecuencias de no cumplir las normas.
- Avisas antes de castigar.
- Compruebas que los castigos se cumplan.
- Das razones positivas para que los educandos mejoren.
- Mandas con cariño.
- Corriges en privado.
- Ordenas cosas que es posible cumplir.
La autoridad en la adolescencia
La adolescencia es un periodo difícil en el que muchos padres y educadores tiran la toalla y deciden esperar de brazos cruzados a que pase el temporal. Sobre este tema, que preocupa, y mucho, a padres y formadores, Santiago Sastre, doctor en Educación, destaca el cariz positivo de esta etapa e insiste en que no debemos dejar que nuestros adolescentes pasen por ella sin aprovechar este tiempo “tan lleno de posibilidades”.
Como guía para padres y educadores, Sastre habla de las cinco "E" necesarias para el correcto ejercicio de la autoridad en esta etapa:
- Entender: conocer lo que sucede en el interior de un adolescente.
- Exigir: algo clave para sacar lo mejor de los jóvenes.
- Encauzar: orientarlos para que puedan creer en sí mismos.
- Esperar: es preciso recordar que la adolescencia no dura eternamente.
- Entregarse: adaptarse al mundo y a los tiempos de los adolescentes.
Sentimiento de amor
No existe educación sin autoridad ni autoridad sin amor. Tanto padres como educadores necesitan aprender a ejercer su autoridad para desarrollar plenamente su labor educativa.
En ocasiones, la frustración, la dejadez y el ritmo vertiginoso al que padres y profesores se ven sometidos provoca que bajen la guardia y “pierdan” la autoridad que les otorga su condición de educadores. Llegados a ese punto, pasan a convertirse en meros espectadores del desarrollo desbocado de los jóvenes. En el marco de esta problemática, se celebró en Madrid el VII Congreso Nacional de Educadores Católicos bajo el lema “Educar con autoridad: en busca de la referencia perdida”. Los ponentes, indicaron cuáles son las claves de un buen uso de la autoridad y contestaron, entre otras muchas, a estas cuestiones: ¿se está perdiendo la autoridad?, ¿es necesario retomar las riendas de la educación?
La autoridad para educar
Hoy en día, la idea de que autoridad es lo mismo que autoritarismo está muy extendida: “El autoritarismo tiene que ver con la imposición de algo sin buscar el bien del educando, mientras que la autoridad tiene que ver con la libertad, con la búsqueda del bien de quien recibe la educación. No se ejecuta ni se impone, sino que ‘se gana’”, explicó Elda María Millán, doctora en Educación.
“La raíz del ejercicio de la autoridad se fundamenta en el amor por el hijo o el alumno”, sentencia Millán. Sin embargo, muchos padres y profesores han renunciado en gran parte a su autoridad sobre sus hijos y alumnos, y esto se debe, entre otras razones, a que ellos mismos no tienen claro cómo deben ejercerla. A esto hay que sumarle la sobreprotección a la que se somete, en muchas ocasiones, a los más pequeños. Un niño sobreprotegido y que apenas conoce los límites es un niño que, con seguridad, no se podrá desarrollar plenamente como persona.
Juan José Javaloyes, doctor en Pedagogía, afirma que “la permisividad es una consecuencia negativa de la falta de autoridad”, e insiste en que “debemos enseñar a los hijos a discernir entre lo que está bien y lo que está mal, y entre lo que es cierto y lo que es falso”. El error de los padres radica, en muchos casos, en buscar la paz familiar por encima de todo. Esta actitud puede reportar beneficios en el momento, pero, a largo plazo, trae consecuencias muy negativas.
Según Javaloyes, “el resultado de esto son niños caprichosos e inmaduros, sin ideas morales claras, sin capacidad de esforzarse de una forma continuada y sin tolerancia a la frustración”. Para superar este escollo, “la clave está en ser autoridad”, afirma Javaloyes. “Los padres no tienen autoridad, sino que, por ser padres, son una autoridad para sus hijos. La autoridad es una manifestación del amor y una forma de servicio. Sin el ejercicio de esta no se puede educar”.
La violencia no da la autoridad
En palabras de José María Carrera, director del VII Congreso Nacional de Educadores Católicos, “las normas, los límites, los premios y los castigos son indispensables para educar con amor”. Sin embargo, al fijar normas y límites, hay que evitar caer en una tendencia que se observa hoy en día: la confusión entre autoridad y violencia. La violencia está muy presente en la sociedad, y, a menudo, se relacionan ambos conceptos cuando en ningún caso han de ir unidos. “Muchas de las actitudes violentas que encontramos tienen su principal causa en la falta de autoridad”, asegura Millán.
El objeto de la educación es ayudar al niño a crecer, así como el de acompañarlo y guiarlo en ese crecimiento. Por eso, ejercer la autoridad debe ser un acto de amor. Millán asegura que “el niño necesita personas que lo quieran y que le digan lo que está bien y lo que está mal”, siempre con cariño. Y añade que, “para sentirse seguro y para poder hacer buen uso de su libertad, necesita disponer de unos límites claros”.
Crisis de autoridad
La educación de los hijos es una labor que padres y formadores realizan de la mano. Aunque son los primeros quienes capitanean el barco, ambos juegan un papel fundamental, además de los abuelos, los monitores y, en definitiva, de todas aquellas personas que ejercen su autoridad sobre los más pequeños.
La crisis de autoridad también está patente hoy en las escuelas y el resto de instituciones educativas. En ocasiones, los maestros no buscan educar, sino lograr resultados. Es preciso que el maestro quiera a sus alumnos para poder ejercer la autoridad desde el amor, así como para conseguir sacar lo mejor de cada uno. En este sentido, Javaloyes sentencia que “el educador debe influir en los alumnos y las familias para que sean mejores, no para que sean como él”.
A la vez, cuando la familia no cuenta con las herramientas necesarias para desarrollar plenamente la acción educativa, recurre a los educadores esperando encontrar en ellos un apoyo para complementar su labor. Los maestros tienen una autoridad que supone una continuación con respecto a la de los padres; por ello, el ejercicio correcto de la autoridad de ambos debe ir en la misma dirección. La autoridad de los padres se fundamenta en lo que son, por lo que la mejor manera de educar a los niños consiste en dar ejemplo.
La profesora Millán afirma que “los hijos no buscan en sus padres que tengan muchos estudios, sino que sean un modelo de vida plena”. Por otro lado, la autoridad de los maestros se fundamenta en lo que son, pero también en lo que saben. Deben demostrar sus conocimientos y saber transmitirlos: “No es suficiente con que el educador tenga una formación de diez; también debe ser buena persona y tener una serie de virtudes”, asegura Millán. Ya lo decía el Papa san Juan Pablo II: “La escuela debe formar al hombre y no informarle simplemente”.
Ejerces bien la autoridad si…
- Defines las reglas que deben cumplirse.
- Dejas claro a tus hijos las consecuencias de no cumplir las normas.
- Avisas antes de castigar.
- Compruebas que los castigos se cumplan.
- Das razones positivas para que los educandos mejoren.
- Mandas con cariño.
- Corriges en privado.
- Ordenas cosas que es posible cumplir.
La autoridad en la adolescencia
La adolescencia es un periodo difícil en el que muchos padres y educadores tiran la toalla y deciden esperar de brazos cruzados a que pase el temporal. Sobre este tema, que preocupa, y mucho, a padres y formadores, Santiago Sastre, doctor en Educación, destaca el cariz positivo de esta etapa e insiste en que no debemos dejar que nuestros adolescentes pasen por ella sin aprovechar este tiempo “tan lleno de posibilidades”.
Como guía para padres y educadores, Sastre habla de las cinco "E" necesarias para el correcto ejercicio de la autoridad en esta etapa:
- Entender: conocer lo que sucede en el interior de un adolescente.
- Exigir: algo clave para sacar lo mejor de los jóvenes.
- Encauzar: orientarlos para que puedan creer en sí mismos.
- Esperar: es preciso recordar que la adolescencia no dura eternamente.
- Entregarse: adaptarse al mundo y a los tiempos de los adolescentes.
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