Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

El testimonio de Sangeetha Bonaiti, criada en Europa

Nació en la India, fue adoptada con amor, pero avisa sobre el vientre de alquiler: deja una herida

Una joven embarazada espera en una clínica de Nueva Delhi dedicada al negocio de los vientres de alquiler
Una joven embarazada espera en una clínica de Nueva Delhi dedicada al negocio de los vientres de alquiler

Sangeetha Bonaiti / Tempi.it

Carta de una hija adoptiva: «Ni siquiera el amor de una madre y un padre adoptivos pueden colmar ese sentido de abandono que tienes dentro». Pues imaginaos si se trata del «vientre de alquiler»

Publicamos la carta escrita por Sangeetha Bonaiti, nacida en la India hace 31 años y adoptada por una familia italiana.

***

Había una vez, hace 31 años, una mujer doblada por el dolor. ¡Ese dolor inexplicable que siente sólo la mujer que sabe que el hijo que lleva en su seno está a punto de nacer! Esa mujer era mi madre… nací en un hospital y ella después murió. En la India en esos años aún se moría de parto.

Érase una vez (casi un año y medio después), una mujer italiana a la que una llamada telefónica desde la India le cambió la vida. Era mi madre, mi maravillosa y única madre.

Érase una vez, casi treinta años después, ¡una mujer, una madre de tres niños maravillosos! Todos ellos habían pasado nueves meses en su seno, donde había acontecido el milagro. ¡Y también ella había sentido ese dolor de la mujer que sabe que esos hijos custodiados y cuidados dentro de ella nacerán en breve!

Ahora hay una mujer, esposa y madre, que aún piensa en cómo hubiera sido conocer a su madre india. Esa mujer que la llevó en su seno y de la que nació. A ella le estaré siempre agradecida.

Y también a su madre adoptiva. La vida, a esta gran mujer, le ha pedido paciencia y fe. Se casa. Desean hijos y seis años después los hijos aún no llegan. Nada de nada. Dolor, frustración, soledad.

Antes de adoptar, aprender a dar
Una luz, un amigo común que los apoya y les propone un camino. “No se adopta un hijo por algo que os falta, que no vivís, sino por una sobreabundancia”. “¡Aún no ha llegado el momento justo para vosotros! Abrid la puerta y aprended a acoger a quien lo necesita”.

Los dos, tristes pero confiando en su amigo, se implican en la vida que hay a su alrededor, ayudan a chicos a estudiar, acogen en su casa a personas que tienen a familiares ingresados en el hospital. Abren su corazón.

Ya no se repliegan sobre su dolor, sino que viven y experimentan que existe un modo de ser madre y padre de todos los que encuentran en su camino. Y vuelven a su amigo, le cuentan lo que han vivido y ¡él les dice que están preparados para adoptar a un niño!

Y ahora la mujer que está escribiendo y esa niña que está en ella piensan en la cantidad de veces (desde que tengo conciencia) que le ha preguntado al Cielo por qué la abandonaron, en ese hospital, cuando nació…

Preguntas que permanecen 
Y piensa en lo bella que tal vez era su madre y en qué le gustaba hacer. Y en qué sentía cuando esa niña le daba patadas dentro de su vientre. Porque esa sensación que tienes cuando, después de nacer, por los motivos que sea, no has podido estar en los brazos de tu madre y tu padre elige dejarte en las manos de las matronas (¡tal vez para salvarte la vida!), nadie, y digo nadie, puede quitártela de encima.

Permanece; y aunque pienses que la has superado, vuelve cuando menos te lo esperas y te hace compañía.

Y tampoco el amor de una madre y de un padre adoptivos maravillosos pueden colmar ese pequeño, frágil sentido de abandono que tienes dentro.



¡La adopción no es es el juego de ver quién salva a un niño pobre! Es algo serio. La hija adoptiva que está dentro de mí se pregunta: pero si para mí la historia tal como ha ido es una herida, esos niños que vienen de madres que han prestado su vientre para que crezcan y después los han tenido que dejar en los brazos de otros padres (sobre cuya capacidad de amar o su orientación sexual ahora no quiero expresar un juicio), ¿cómo se sentirán?

Hay una herida, incluso cuando hay amor
Porque queridos padres adoptivos o casi, se puede no decir la verdad a un hijo adoptivo; y si además es de tu mismo color de piel pues puedes salir más airoso porque incluso se parece a ti, pero en ese hijo habrá siempre, y repito, siempre, algo extraño. Algo que carcome, una pieza que no encajará nunca… y esa herida volverá siempre a la superficie.

La herida de no poder haber estado ni siquiera cinco minutos en los brazos de la mujer que te ha tenido en su seno, de no haber podido oír el latido de su corazón, que te ha marcado el tiempo durante nueve meses.

Lo llaman vientre de alquiler porque tal vez madre de alquiler les parecía feo; o tal vez porque quieren crear una cierta y surrealista distancia entre madre e hijo.

Obviamente, esto son sólo palabras, porque en la realidad de los hechos ¡este vínculo determinará para siempre la vida y la historia de cada uno de nosotros!

(Traducción de Helena Faccia Serrano, diócesis de Alcalá de Henares, del original en italiano en Tempi.it) 
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