Rose Busingye
El milagro de Uganda: reducen el contagio del sida del 21 al 7% en 10 años... y sin preservativos
Rose Busingye lleva 20 años como enfermera en Uganda y explica qué hoja de ruta han aplicado en ese país de África para bajar la infección del sida.
Rose Busingye es la fundadora y directora de la ONG Meeting Point International en Kampala, Uganda, donde lleva más de 20 años trabajando como enfermera en los barrios más pobres, pero de manera especial con “sus” doscientas mujeres seropositivas.
Más de 1.500 enfermos de sida
Hoy, lo único que se contagia en Meeting Point es la esperanza de la fe católica de Rose, para quien las siglas VIH no son algo ajeno e indeseable, sino su labor cotidiana: más de mil enfermos de sida bajo su cuidado; mil quinientos huérfanos escolarizados, medio centenar de personas cuidando a los enfermos, una casa con un centenar de niños con varias “mamás”, dos médicos, cuatro enfermeras y veinte voluntarios.
Viven de la de la venta de artesanía, de las donaciones y del apoyo público. Pero para ella lo más importante es que detrás de cada número hay una persona con un valor infinito.
El preservativo, último recurso
“El preservativo no sirve para nada si no se cambia antes el método, la vida”, afirma Busingye en una reciente entrevista en el diario Avvenire.
“Aplicar un instrumento sin cambiar de vida no lleva a ningún sitio, sería como decirte que eres un animal, y que por tanto actúas solo siguiendo tu instinto, que no eres un hombre que pueda controlarse. Por eso hoy, entre nosotros, en África, el uso del preservativo se contempla solo como último recurso. Antes debemos preguntarnos qué sentido tiene el sexo y comprender cuál es el valor de cada persona. Porque hoy parece que es lo más importante del mundo, es la exaltación de un ídolo. Pero lo cierto es que si realmente amo al otro, busco su bien, y si sé que el método que estoy utilizando conlleva un peligro, aunque sea mínimo, entonces intento que no corra ese riesgo. El verdadero problema es educar a la persona en comprender que tiene un valor más grande, del cual es responsable”, asegura.
“Yo no impongo nada, simplemente lo vivo”
Rose es muy consciente de que un cambio de vida como este no se puede imponer, sino que solo se puede acoger voluntariamente a través del ejemplo: “Yo no propongo este modo de pensar. Simplemente lo vivo, y ellos lo ven en mí. Educar significa llevar a la persona al conocimiento de sí mismo. Lo mío no es un sermón, es algo que se ve viviéndolo. Cuando se hace este camino, uno se da cuenta de que responder únicamente a una necesidad (como puede ser el sexo), olvidándose de la totalidad de la propia persona, te deja insatisfecho. Porque el corazón es deseo de infinito. Por ejemplo: es increíble lo que ocurre en Kampala. Nosotros jugamos con los niños, les damos clase, le enseñamos a cantar, bailamos juntos... Y cuando sus padres lo ven, les dicen: «¡Enseñadnos! ¡Nosotros también queremos aprender!». Es una felicidad contagiosa. Todas las organizaciones de lucha contra el sida que ven el Meeting Point creen que nuestra alegría se debe a que recibimos medicamentos especiales, cosa que no es verdad. A veces la gente duda de que estén realmente enfermos. Pero lo cierto es que cuando uno vive así, se siente mejor, y entonces empieza a cuidar de los otros. De ahí nace algo muy hermoso. Todos se empeñan en prevenir más infecciones, y luchan por proteger la vida porque saben que la vida tiene un valor. A eso me refiero con lo de vivir y dar ejemplo. Este es un efecto que no puede obtener el preservativo”, sostiene.
El ejemplo de un Presidente no católico
“En Uganda tenemos la suerte de tener un presidente, Yoweri Museveni, que lo ha comprendido desde el principio, y estoy muy orgullosa. Él no es católico, y sin embargo, se encuentra entre las personas que hace tres años, en la tormenta que se levantó tras aquellas declaraciones del Papa con ocasión de su visita a África, se puso enseguida de su parte. Porque nuestra salvación no está dentro de un trozo de plástico. No nos vamos a salvar gracias a un preservativo. Debemos volver a ser verdaderamente hombres, con una gran dignidad y un gran valor. Y este no es un discurso católico, porque este valor no nos lo da la religión, ni siquiera el Papa. El Papa solo nos lo da a conocer, nos educa para comprender que somos hombres que tienen un valor infinito. Responder solo a nuestros instintos, a nuestras necesidades inmediatas, es demasiado poco para la grandeza de nuestro corazón”, afirma Rose, que de grandezas sabe bastante: “Aquí, en Kampala, un grupo de mujeres pobres y enfermas de sida van a diario a partir piedras para después venderlas a los constructores, y comen una sola vez al día. Cuando supieron del tsunami y del huracán Katrina en Estados Unidos, les pedimos que vinieran a rezar por las víctimas y nos dijeron: “Sabemos lo que quiere decir vivir sin una casa, sin comer. Si pertenecen a Dios, también nos pertenecen a nosotros”.
Se organizaron formando grupos para partir piedras y al final recogieron dos mil dólares que fueron enviados a la embajada de Estados Unidos. Y después del terremoto de L’Aquila en Italia dijeron “Son italianos, el país del Papa; son nuestros amigos, es más, son nuestra tribu” y recogieron y enviaron dos mil euros. Los periodistas se escandalizaron: vinieron a ver si esta gente era verdaderamente pobre. En su opinión no era justo: cuando uno hace un acto de caridad da lo que le sobra, no lo que necesita. Pero una mujer enferma les dijo: “El corazón del hombre es internacional, no conoce razas, ni colores, y se conmueve siempre”.
En 2009, Rose participó como ponente en el Sínodo para África en Roma, y cada año es invitada para dar a conocer por todo el mundo lo que ya se conoce como “el milagro de Uganda. Si el número de enfermos de sida ha disminuido drásticamente ha sido gracias a la intensa labor de personas como Rose, que saben que el secreto no está en poner un parche, sino en enseñar la alta costura de la dignidad.
Más de 1.500 enfermos de sida
Hoy, lo único que se contagia en Meeting Point es la esperanza de la fe católica de Rose, para quien las siglas VIH no son algo ajeno e indeseable, sino su labor cotidiana: más de mil enfermos de sida bajo su cuidado; mil quinientos huérfanos escolarizados, medio centenar de personas cuidando a los enfermos, una casa con un centenar de niños con varias “mamás”, dos médicos, cuatro enfermeras y veinte voluntarios.
Viven de la de la venta de artesanía, de las donaciones y del apoyo público. Pero para ella lo más importante es que detrás de cada número hay una persona con un valor infinito.
El preservativo, último recurso
“El preservativo no sirve para nada si no se cambia antes el método, la vida”, afirma Busingye en una reciente entrevista en el diario Avvenire.
“Aplicar un instrumento sin cambiar de vida no lleva a ningún sitio, sería como decirte que eres un animal, y que por tanto actúas solo siguiendo tu instinto, que no eres un hombre que pueda controlarse. Por eso hoy, entre nosotros, en África, el uso del preservativo se contempla solo como último recurso. Antes debemos preguntarnos qué sentido tiene el sexo y comprender cuál es el valor de cada persona. Porque hoy parece que es lo más importante del mundo, es la exaltación de un ídolo. Pero lo cierto es que si realmente amo al otro, busco su bien, y si sé que el método que estoy utilizando conlleva un peligro, aunque sea mínimo, entonces intento que no corra ese riesgo. El verdadero problema es educar a la persona en comprender que tiene un valor más grande, del cual es responsable”, asegura.
“Yo no impongo nada, simplemente lo vivo”
Rose es muy consciente de que un cambio de vida como este no se puede imponer, sino que solo se puede acoger voluntariamente a través del ejemplo: “Yo no propongo este modo de pensar. Simplemente lo vivo, y ellos lo ven en mí. Educar significa llevar a la persona al conocimiento de sí mismo. Lo mío no es un sermón, es algo que se ve viviéndolo. Cuando se hace este camino, uno se da cuenta de que responder únicamente a una necesidad (como puede ser el sexo), olvidándose de la totalidad de la propia persona, te deja insatisfecho. Porque el corazón es deseo de infinito. Por ejemplo: es increíble lo que ocurre en Kampala. Nosotros jugamos con los niños, les damos clase, le enseñamos a cantar, bailamos juntos... Y cuando sus padres lo ven, les dicen: «¡Enseñadnos! ¡Nosotros también queremos aprender!». Es una felicidad contagiosa. Todas las organizaciones de lucha contra el sida que ven el Meeting Point creen que nuestra alegría se debe a que recibimos medicamentos especiales, cosa que no es verdad. A veces la gente duda de que estén realmente enfermos. Pero lo cierto es que cuando uno vive así, se siente mejor, y entonces empieza a cuidar de los otros. De ahí nace algo muy hermoso. Todos se empeñan en prevenir más infecciones, y luchan por proteger la vida porque saben que la vida tiene un valor. A eso me refiero con lo de vivir y dar ejemplo. Este es un efecto que no puede obtener el preservativo”, sostiene.
El ejemplo de un Presidente no católico
“En Uganda tenemos la suerte de tener un presidente, Yoweri Museveni, que lo ha comprendido desde el principio, y estoy muy orgullosa. Él no es católico, y sin embargo, se encuentra entre las personas que hace tres años, en la tormenta que se levantó tras aquellas declaraciones del Papa con ocasión de su visita a África, se puso enseguida de su parte. Porque nuestra salvación no está dentro de un trozo de plástico. No nos vamos a salvar gracias a un preservativo. Debemos volver a ser verdaderamente hombres, con una gran dignidad y un gran valor. Y este no es un discurso católico, porque este valor no nos lo da la religión, ni siquiera el Papa. El Papa solo nos lo da a conocer, nos educa para comprender que somos hombres que tienen un valor infinito. Responder solo a nuestros instintos, a nuestras necesidades inmediatas, es demasiado poco para la grandeza de nuestro corazón”, afirma Rose, que de grandezas sabe bastante: “Aquí, en Kampala, un grupo de mujeres pobres y enfermas de sida van a diario a partir piedras para después venderlas a los constructores, y comen una sola vez al día. Cuando supieron del tsunami y del huracán Katrina en Estados Unidos, les pedimos que vinieran a rezar por las víctimas y nos dijeron: “Sabemos lo que quiere decir vivir sin una casa, sin comer. Si pertenecen a Dios, también nos pertenecen a nosotros”.
Se organizaron formando grupos para partir piedras y al final recogieron dos mil dólares que fueron enviados a la embajada de Estados Unidos. Y después del terremoto de L’Aquila en Italia dijeron “Son italianos, el país del Papa; son nuestros amigos, es más, son nuestra tribu” y recogieron y enviaron dos mil euros. Los periodistas se escandalizaron: vinieron a ver si esta gente era verdaderamente pobre. En su opinión no era justo: cuando uno hace un acto de caridad da lo que le sobra, no lo que necesita. Pero una mujer enferma les dijo: “El corazón del hombre es internacional, no conoce razas, ni colores, y se conmueve siempre”.
En 2009, Rose participó como ponente en el Sínodo para África en Roma, y cada año es invitada para dar a conocer por todo el mundo lo que ya se conoce como “el milagro de Uganda. Si el número de enfermos de sida ha disminuido drásticamente ha sido gracias a la intensa labor de personas como Rose, que saben que el secreto no está en poner un parche, sino en enseñar la alta costura de la dignidad.
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