"Lo que caracteriza nuestra época es que ya no creemos en el progreso humano y moral, sino solo en la posibilidad de una mutación tecnológica. Esto crea una confusión enorme en todo el mundo, no solo en los cristianos. Si me apuras, los cristianos tendrían que ser los menos desconcertados, porque saben que el tiempo está contado", advierte.
"Hay algo profundamente apocalíptico en esta época. Cuando se oye esta palabra pensamos en catástrofe y destrucción, pero apocalipsis quiere decir revelación. La catástrofe puede ser también reveladora. Hay un concepto interesante en francés: el despojo (dépouillement), por el que se te quitan las cosas, pero hace que aparezca el cuerpo desnudo. Hemos llegado a una época de tal desnudez de lo humano que nos hace ver la necesidad de creer en el Dios hecho hombre para seguir existiendo. Cada vez va a hacer más falta creer en ese Dios que ha creado y salvado lo humano a pesar de sus miserias. La urgencia de la fe se hace patente. Ya no se trata de tener fe para acercarse a Dios, sino para seguir siendo humanos", profetiza.
La sexualidad es un misterio sagrado, no carne para manosear
Isabel Molina comenta al filósofo, autor de La mística de los sexos, que "hoy la sexualidad es manoseada…"
"La sexualidad es un misterio y, por tanto, está en el lado de las cosas que hay que respetar como misterio, como don original. Si manipulamos la sexualidad, si pretendemos entrar en un mundo postsexual, iremos hacia la pérdida de la transcendencia. Entramos en un paradigma tecnocrático", advierte.
"La llamada liberación sexual no ha liberado en nada a la sexualidad: ha querido liberarse de la sexualidad, pero, en realidad, se ha sometido a la tecnocracia: ya no hay más que un cuerpo que se convierte en medio de placer o en inversión a rentabilizar", añade.
"Al tocar el sexo, se toca la imagen de Dios. Hay un misterio trinitario en la sexualidad: varón y mujer son creados a imagen de la Trinidad. Pero ha habido una espiritualidad cristiana angelista que no consideraba la carne como algo espiritual; era clerical o monástica, y perdía de vista la espiritualidad laical y conyugal. El sexo es un lugar dramático que no llegamos a controlar. El problema es que los cristianos han olvidado esto y han caído en el moralismo, que es una cultura de la muerte por sí mismo".
Así, por ejemplo, en la antigua sociedad burguesa bienpensante, que quería un control absoluto, "la idea de rechazar a las madres solteras es parte de la cultura de la muerte. En lugar de maravillarnos por un nacimiento, nos ponemos en el lado de las convenciones mundanas".
La familia es bella, pero no un oasis de paz: tiene lucha
"Hablamos de la familia como de un oasis en la sociedad. Y no es un oasis. La familia es también un ruedo, un lugar de tensión y conflicto. El mismo Cristo dice que habrá división en el seno de la familia. Y en la vida familiar en la Biblia se descubre la miseria y, por tanto, es un lugar que exige la misericordia. Es el lugar del don y del perdón. Si los cristianos quieren defender la familia presentándola como refugio sentimental, están debilitándola. Y esto es un problema. Cuando decimos que la familia es el lugar del amor, que la relación del hombre y la mujer y de los padres con los hijos es maravillosa, la familia se debilita, porque también es un lugar de disputas fuertes entre hermanos, padres e hijos. En la familia somos capaces de gritarnos como nunca haríamos con un desconocido. Y hay que reconocer que es normal que haya conflictos en la familia".
Frente a la tecnología, hacer cosas juntos en familia
"En los 50, Günther Anders decía que la televisión había destruido la mesa familiar. Antes se hablaba alrededor de la mesa, y a veces no se hablaba, pero estábamos a su alrededor. Tampoco hay que idealizar la situación anterior, porque si la televisión fue capaz de suplantarla es que no era ideal. El diálogo en familia es siempre difícil. Pero antes había que contar lo que se había hecho en el día. Ya no sabemos hablar entre nosotros y ni siquiera estamos frente a la misma pantalla. Vivimos bajo el mismo techo en un divorcio familiar. No hacemos nada juntos".
La respuesta del filósofo es, precisamente, el hacer cosas juntos, en familia. "Jugar, cocinar, leer, cultivar un huerto, fabricar cosas… La pregunta entonces es qué hacemos para estar juntos. [...] Escuchamos música, cocinamos juntos, pero es también un combate. Tengo una hija a la que no hemos dado móvil, pero una amiga se lo ha regalado. En casa no tenemos wifi y, sin embargo, el iPhone ha terminado entrando. Incluso en los colegios hace falta estar en un grupo de WhatsApp, y hasta los profesores lo exigen…"
"Mis hijas me piden el móvil para hacer trabajos con sus compañeros y solo se comunican por WhatsApp, no llegan a llamarse. Es un combate real, pero hay que hablarlo con los hijos, porque los jóvenes son cada vez más conscientes del problema; saben que son dependientes. Mi hija de 15 años me escribió una carta por mi cumpleaños donde me decía: “Gracias, papá, porque sé que sin ti sería una geek y tú me llevas hacia las cosas buenas”.
¡San José trabajaba en casa, no desaparecía en la oficina!
"La vida de Nazaret es una vida ejemplar, pero es una vida de trabajo en común. José no se va a la oficina", explica el filósofo cuando le preguntan por la Navidad y la familia de Nazaret. "El problema hoy en casa no es que la mujer no esté, sino que el hombre está en la oficina, como si fuera normal que siempre trabajemos fuera de casa. En la Sagrada Familia vemos que Jesús trabaja con su padre. Por tanto, la Sagrada Familia no es solo un lugar de afecto. Cuando vamos al exterior a combatir, volvemos a casa, a nuestro refugio, y de nuevo encontramos conflictos. Entonces pensamos: “Madre mía, esto no es posible; tengo que irme de casa”. No se trata solo de trabajar desde casa, se trata también de trabajar juntos para la casa. Cuando decimos que trabajamos desde casa es porque la oficina ha invadido el hogar, y la situación típica que encontramos es al empleado que responde a sus correos de trabajo en el lecho conyugal y consume pornografía en su oficina. Y hace las dos cosas con el mismo aparato. Esto es lo realmente sorprendente".
"Virilidad es capacidad de dominar las pasiones"
"¿A qué se refiere usted cuando dice que los cristianos se han afeminado?", le preguntan.
"Tal vez he querido decir que han perdido virilidad, pero que también han perdido feminidad. Si lo femenino excluye a lo masculino, ya no es femenino, es histérico. Y si lo masculino excluye lo femenino, se vuelve fálico. Existen dimensiones que se han perdido. Uno de los signos es la crisis en el clero. Hay una pérdida de la virilidad sacerdotal, no solo para no caer en la homosexualidad o en la pedofilia. Virilidad es también capacidad de dominar las pasiones. Casanova no es viril porque ve una mujer y se le echa encima, no deja de ceder a su sensualidad, no tiene combate interior. La virilidad supone tener ese sentido de combate espiritual".
"Hoy pensamos que la Iglesia es una mamá que nos va a consolar siempre, que vamos con nuestras heridas y nos pone tiritas, que estamos exentos de responsabilidad porque mamá nos va a tomar en brazos, que la salvación es terapéutica. Por el contrario, un padre diría: “¿Tienes una herida? Venga, va, sigue adelante”. Dios viene a curarnos de nuestras heridas para que seamos capaces de ser mártires para Él. La fe no es terapéutica. Siempre habrá cosas que van mal, porque siempre hay movimiento, drama, cruz. Todas las curaciones del Evangelio llevan a la cruz. Lázaro es resucitado para volver a morir y ser perseguido como cristiano. Jesús cura a los ciegos, pero después ya no pueden vivir como mendigos. Tenemos salud para entrar en un combate. La salud no es el fin; la salud es para la santidad".
(Fotos de Lupe de la Vallina en Revista Misión. Para leer más cosas de Revista Misión puedes suscrirbirte aquí gratis y recibirás la revista cada tres meses en casa)
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