Benedicto XVI, en el Angelus
Cuando San Francisco de Asís abrazó al leproso, fueron sus pecados los que desaparecieron
El Papa encuentra en la vida del «pobrecito» el mejor ejemplo de lo que Jesucristo quería decir cuando decía «curar»... y curaba.
El 11 de febrero la Iglesia celebró la jornada mundial del enfermo, y este domingo el Papa glosó antes del Angelus el pasaje evangélico de la curación del leproso.
Se trataba de ilustrar lo que Jesucristo enseñaba al purificar a aquellos enfermos cuyo mal físico les atraía además un terrible estigma social.
Y Jesús "no rechazó el contacto con aquel hombre" que se le acercó pidiéndole "¡Si quieres, puedes limpiarme!", sino que, "superando la prohibición legal" de tocarle, "le tocó y le dijo: ´¡Quiero! ¡Sé limpio!´ En ese gesto y en esas palabras está toda la historia de la salvación".
Se trata, continuó Benedicto XVI, "de la voluntad de Dios de curarnos, de purificarnos del mal que nos desfigura y que arruina nuestras relaciones. En ese contacto entre la mano de Jesús y el leproso cae toda barrera entre Dios y la impureza humana, para demostrar que Dios es más fuerte que cualquier mal, incluso del más contagioso y horrible".
La vida de San Francisco de Asís
Como ejemplo, el Papa recordó un momento de la vida de "el pobrecito de Asís", de San Francisco, quien vivió en sí mismo esa relación entre el amor a los demás, personificados en los enfermos de lepra, y la propia curación de los males morales.
"El Señor me dijo", cuenta el mismo San Francisco de Asís en su Testamento, "que comenzase a hacer penitencia de la siguiente forma. Cuando era pecador, me parecía demasiado amargo ver a los leprosos; y el Señor mismo me condujo entre ellos y practiqué con ellos misericordia. Y al alejarme de ellos, lo que antes me parecía amargo se transformó en dulzura de cuerpo y alma. Y luego abandoné el mundo".
"En aquellos leprosos que Francisco encontró cuando aún era pecador", explica Benedicto XVI, "estaba Jesús. Y cuando Francisco se acercó a uno de ellos y, venciendo su propia repulsión, lo abrazó, Jesús le curó de su lepra, es decir, de su orgullo, y lo convirtió al amor de Dios".
"¡He ahí la victoria de Cristo: nuestra curación profunda y nuestra resurrección a la vida nueva!", concluyó el Papa.