Una periodista y un sacerdote dedicados a salvar migrantes, premios Mundo Negro a la Fraternidad
Una periodista española, Helena Maleno, y un sacerdote eritreo, Mussie Zerai, han sido galardonados con el Premio MUNDO NEGRO a la Fraternidad 2017 por su trabajo con las comunidades migrantes que pretenden llegar a Europa a través del Mediterráneo, explica Javier Sánchez Salcedo, en la revista Mundo Negro. Recibirán el galardón en el transcurso del 30 Encuentro África, que se celebrará en Madrid del 2 al 4 de febrero de 2018 con el lema “Migrante. Persona”.
Helena Maleno nació en agosto de 1970 en El Ejido (Almería), un pueblo al que llegaron grandes multinacionales que reutilizaron los cultivos tradicionales y crearon la huerta de Europa. Después llegaron los migrantes y la explotación. En este contexto, Helena se preguntó por lo que estaba ocurriendo en la frontera. Estudió Periodismo pensando que la información podía cambiar la sociedad, pero se decepcionó al ver que la capacidad del reportero estaba limitada frente a las grandes empresas periodísticas y sus intereses políticos. Ahora trabaja como investigadora especialista en migraciones y trata de seres humanos y elabora informes para administraciones y organizaciones como el Defensor del Pueblo, el Consejo General del Poder Judicial o el Servicio Jesuita a Migrantes, un trabajo que le deja tiempo para dedicarse al activismo, “a ejercer más de ciudadana”.
En un viaje a Marruecos conoció cómo vivían, en un bosque próximo a Ceuta, más de 1.000 personas migrantes que querían cruzar a Europa. Estaban organizados por zonas de procedencia y tenían normas de convivencia escritas y respetadas, lo opuesto a la imagen que se da de ellos en los medios de comunicación. Fue testigo de la represión, las persecuciones de la policía, las devoluciones en caliente, el trato inhumano. Había que documentar lo que pasaba y, aprovechando la estructura de las comunidades migrantes, nació Caminando Fronteras, una red formada por los propios migrantes, personal sanitario, trabajadoras sociales, educadores, abogadas.
Maleno vive en Tánger y está en contacto permanente con personas en tránsito que han sido víctimas de violencia desde sus países de origen –“la pobreza ya es una violencia”–, en el camino migratorio, en la frontera y también en Europa. “Son personas terriblemente resilientes que sonríen mucho, con el deseo de desarrollar sus comunidades, de que sus hijos tengan una vida plena”. Utiliza a diario las redes sociales para alertar a Salvamento Marítimo cuando recibe llamadas de auxilio desde pateras. Lamenta cada naufragio porque conoce a las personas o a sus familias. Le enfada cómo lo tratan los medios y se indigna cuando ve que podrían haberse salvado.
En Caminando Fronteras investigan, hablan con los supervivientes, identifican a los muertos, se comunican con las familias, abren procesos judiciales, documentan otros casos de violencia, protegen a las víctimas de trata. Una labor que le ha costado la intimidación y las amenazas de las redes de tráfico de personas, y de instituciones acusadas de malas prácticas con los migrantes. La más reciente ha sido una citación ante un juzgado marroquí en relación a una investigación sobre tráfico de seres humanos que ha sido aplazada dos veces y que en principio tendrá lugar el próximo 10 de enero. Pero Maleno tiene el reconocimiento de las comunidades migrantes como figura de referencia y amiga, y ha sido premiada por el Consejo General de la Abogacía Española (2015) y por la Unión Progresista de Fiscales (2014).
Un sacerdote migrante
El eritreo Mussie Zerai (Asmara, 1975) creció bajo una dictadura en medio de una guerra por la independencia que duró 30 años. A los 16 marchó a Roma para vivir en un lugar “donde se respira libertad, sin los sonidos de la guerra y sin ver constantemente a hombres con uniforme militar”. Sufrió las dificultades que encuentra el migrante que llega a Europa y empezó a ayudar a otros como él. En 2010 se ordenó con el deseo de ser un sacerdote migrante para los migrantes. Su número de teléfono fue compartiéndose entre personas en tránsito, en paredes de cárceles libias y en embarcaciones que cruzan el Mediterráneo. Como Maleno, Zerai recibe llamadas de gente perdida pidiendo socorro. Él transmite las coordenadas de las embarcaciones a los guardacostas italianos y malteses, y a organizaciones como ACNUR o Médicos Sin Fronteras, llamadas que han salvado miles de vidas.
En 2006 fundó la Agencia Habeshia, una asociación que ayuda, defiende los derechos y da formación profesional a los refugiados. Zerai reside ahora en Suiza, donde desarrolla su trabajo pastoral con comunidades católicas eritreas y mantiene su compromiso de dar voz a los migrantes en conferencias y entrevistas, mientras sigue recibiendo llamadas desde altamar. “Queremos que la comunidad internacional entienda que cuando hablamos de refugiados, de gente que intenta alcanzar Europa, estamos hablando de seres humanos, no de números ni de objetos. Seres humanos como tú o como yo, con la misma dignidad, los mismos derechos y el mismo sueño de tener una vida mejor y en paz. Tú puedes ir a cualquier parte con tu pasaporte, pero mi gente no. Ellos están obligados a venir a través del desierto y del Mediterráneo y poner en riesgo sus vidas, muchas veces cayendo en las manos de traficantes de personas y de órganos. ¿Por qué?”.
Zerai pide a la UE una solución enfocada en las causas del éxodo de los pueblos, medidas que protejan a los refugiados y garanticen su dignidad, acceso a educación, salud y trabajo, y que abra canales para los solicitantes de asilo y trabajadores migrantes. La inmigración bien gestionada es una oportunidad y un recurso precioso para el país que acoge.
Mussie Zerai también ha recibido amenazas y ha sido intimidado. La Fiscalía italiana le investiga por supuestos vínculos con las mafias y la promoción de la inmigración irregular. Él se defiende diciendo que siempre ha actuado con fines humanitarios y de forma transparente. Por su trabajo y su mensaje fue candidato al Premio Nobel de la Paz en 2015 y en febrero recibirá, junto a Maleno, el Premio Mundo Negro a la Fraternidad.
Helena Maleno nació en agosto de 1970 en El Ejido (Almería), un pueblo al que llegaron grandes multinacionales que reutilizaron los cultivos tradicionales y crearon la huerta de Europa. Después llegaron los migrantes y la explotación. En este contexto, Helena se preguntó por lo que estaba ocurriendo en la frontera. Estudió Periodismo pensando que la información podía cambiar la sociedad, pero se decepcionó al ver que la capacidad del reportero estaba limitada frente a las grandes empresas periodísticas y sus intereses políticos. Ahora trabaja como investigadora especialista en migraciones y trata de seres humanos y elabora informes para administraciones y organizaciones como el Defensor del Pueblo, el Consejo General del Poder Judicial o el Servicio Jesuita a Migrantes, un trabajo que le deja tiempo para dedicarse al activismo, “a ejercer más de ciudadana”.
En un viaje a Marruecos conoció cómo vivían, en un bosque próximo a Ceuta, más de 1.000 personas migrantes que querían cruzar a Europa. Estaban organizados por zonas de procedencia y tenían normas de convivencia escritas y respetadas, lo opuesto a la imagen que se da de ellos en los medios de comunicación. Fue testigo de la represión, las persecuciones de la policía, las devoluciones en caliente, el trato inhumano. Había que documentar lo que pasaba y, aprovechando la estructura de las comunidades migrantes, nació Caminando Fronteras, una red formada por los propios migrantes, personal sanitario, trabajadoras sociales, educadores, abogadas.
Maleno vive en Tánger y está en contacto permanente con personas en tránsito que han sido víctimas de violencia desde sus países de origen –“la pobreza ya es una violencia”–, en el camino migratorio, en la frontera y también en Europa. “Son personas terriblemente resilientes que sonríen mucho, con el deseo de desarrollar sus comunidades, de que sus hijos tengan una vida plena”. Utiliza a diario las redes sociales para alertar a Salvamento Marítimo cuando recibe llamadas de auxilio desde pateras. Lamenta cada naufragio porque conoce a las personas o a sus familias. Le enfada cómo lo tratan los medios y se indigna cuando ve que podrían haberse salvado.
En Caminando Fronteras investigan, hablan con los supervivientes, identifican a los muertos, se comunican con las familias, abren procesos judiciales, documentan otros casos de violencia, protegen a las víctimas de trata. Una labor que le ha costado la intimidación y las amenazas de las redes de tráfico de personas, y de instituciones acusadas de malas prácticas con los migrantes. La más reciente ha sido una citación ante un juzgado marroquí en relación a una investigación sobre tráfico de seres humanos que ha sido aplazada dos veces y que en principio tendrá lugar el próximo 10 de enero. Pero Maleno tiene el reconocimiento de las comunidades migrantes como figura de referencia y amiga, y ha sido premiada por el Consejo General de la Abogacía Española (2015) y por la Unión Progresista de Fiscales (2014).
Un sacerdote migrante
El eritreo Mussie Zerai (Asmara, 1975) creció bajo una dictadura en medio de una guerra por la independencia que duró 30 años. A los 16 marchó a Roma para vivir en un lugar “donde se respira libertad, sin los sonidos de la guerra y sin ver constantemente a hombres con uniforme militar”. Sufrió las dificultades que encuentra el migrante que llega a Europa y empezó a ayudar a otros como él. En 2010 se ordenó con el deseo de ser un sacerdote migrante para los migrantes. Su número de teléfono fue compartiéndose entre personas en tránsito, en paredes de cárceles libias y en embarcaciones que cruzan el Mediterráneo. Como Maleno, Zerai recibe llamadas de gente perdida pidiendo socorro. Él transmite las coordenadas de las embarcaciones a los guardacostas italianos y malteses, y a organizaciones como ACNUR o Médicos Sin Fronteras, llamadas que han salvado miles de vidas.
En 2006 fundó la Agencia Habeshia, una asociación que ayuda, defiende los derechos y da formación profesional a los refugiados. Zerai reside ahora en Suiza, donde desarrolla su trabajo pastoral con comunidades católicas eritreas y mantiene su compromiso de dar voz a los migrantes en conferencias y entrevistas, mientras sigue recibiendo llamadas desde altamar. “Queremos que la comunidad internacional entienda que cuando hablamos de refugiados, de gente que intenta alcanzar Europa, estamos hablando de seres humanos, no de números ni de objetos. Seres humanos como tú o como yo, con la misma dignidad, los mismos derechos y el mismo sueño de tener una vida mejor y en paz. Tú puedes ir a cualquier parte con tu pasaporte, pero mi gente no. Ellos están obligados a venir a través del desierto y del Mediterráneo y poner en riesgo sus vidas, muchas veces cayendo en las manos de traficantes de personas y de órganos. ¿Por qué?”.
Zerai pide a la UE una solución enfocada en las causas del éxodo de los pueblos, medidas que protejan a los refugiados y garanticen su dignidad, acceso a educación, salud y trabajo, y que abra canales para los solicitantes de asilo y trabajadores migrantes. La inmigración bien gestionada es una oportunidad y un recurso precioso para el país que acoge.
Mussie Zerai también ha recibido amenazas y ha sido intimidado. La Fiscalía italiana le investiga por supuestos vínculos con las mafias y la promoción de la inmigración irregular. Él se defiende diciendo que siempre ha actuado con fines humanitarios y de forma transparente. Por su trabajo y su mensaje fue candidato al Premio Nobel de la Paz en 2015 y en febrero recibirá, junto a Maleno, el Premio Mundo Negro a la Fraternidad.
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