Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

San Gregorio VII, papa.

De un valiente y reformador.

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San Gregorio VII, papa. 25 de mayo.

Es este uno de los papas más grandes de la historia civil y eclesiástica. Reformador y gran apástol. Nació sobre 1020 en la Toscana, en una familia humilde, y se llamaba Hildebrando Aldobrandeschi. Fue educado por su tío, abad de Santa María del Aventino, y desde niño mostró una admirable capacidad de estudio, gran inteligencia y sólida piedad. Tomó el hábito monástico en el mismo monasterio y pronto fue conocido fuera de los claustros por su rectitud y valía. En 1045 el papa Gregorio VI le mandó llamar junto a sí como secretario. Al año siguiente, siendo desterrado el papa a causa de su deposición (el Concilio de Sutri determinó que había sido elegido simoníacamente), Hildebrando lo siguió a Colonia y le asistió en su muerte ese mismo año.

Luego, Hildebrando se fue al más célebre monasterio del momento: Cluny, donde era abad San Odilón (1 de enero y 11 de mayo, Todos los Santos Abades de Cluny). El espíritu reformador de Cluny inundaría a Hildebrando, quien se convertiría en la mano derecha del nuevo abad, San Hugo "el Grande", (29 de abril; 11 de mayo, Todos los Santos Abades de Cluny, y 13 de mayo, traslación de las reliquias). Este abad le promocionaría aún más y lograría que en 1049 el papa San León IX (19 de abril) nombrara al joven Hildebrando, de 29 años de edad, abad de San Pablo Extramuros y su Legado Pontificio ante el emperador del Sacro Imperio Germánico y los reyes europeos. También de este papa fue gran apoyo en toda la labor reformadora de la Iglesia. Fue igualmente Legado del papa Víctor II y de Esteban IX. Se opuso enérgicamente a la elección simoníaca de Benedicto X, al que se consideró antipapa, e influyó en la elección de Nicolás II.

Este último pontífice le nombró Archidiácono de Roma, un puesto codiciadísimo por los prelados, pues quien lo ostentaba tenía a su cargo el administrar los bienes materiales de la Iglesia. Era un puesto que se prestaba a todo tipo de corruptelas, vicios y pecados, pero Hildebrando lo ejerció con gran temor de Dios, honestidad y transparencia, llegando incluso a recortar gastos poco que le parecieron poco lícitos del mismo papa. Separó el dinero de la caridad exclusivamente para eso y no permitió ni que una sola moneda fuera usada para sobornos o compra de beneficios espirituales.

Junto a su antiguo amigo San Pedro Damiani (21 de febrero) y el futuro papa Alejandro II, en 1059 estuvo presente en el Sínodo de Milán, para deponer al arzobispo Guido de Velate, quien había comprado el nombramiento, siendo denunciado por el diácono San Arialdo (27 de junio), y a quien el obispo había excomulgado. Hildebrando y sus compañeros pusieron las cosas en su sitio, deponiendo al obispo y llevando el levantamiento de la excomunión. Lo que sí no lograron fue preveer el atroz martirio que padecería Arialdo por órdenes del obispo, siendo castrado, mutilado y ahogado.

Todas estas acciones enérgicas, reformadoras y su vida austera y piadosa, hicieron que a la muerte de Alejandro II, Hildebrando fue elegido papa por aclamación popular el 22 de abril de 1073. Aunque Esteban II había prescrito que solo los cardenales podrían elegir al papa, esa norma se saltó por alto, sabiendo del gran bien que suponía tener a Hildebrando en el trono de San Pedro. Fue consagrado obispo y coronado papa el 30 de junio de 1073, tomando el nombre de Gregorio VII.

San Gregorio continuó la reforma de la Iglesia que tanto había impulsado León IX. Afianzó el poder papal por encima de todos los obispos, centralizando aún más el poder. Esto, sinceramente, le alejó de la Iglesia Oriental, más sinodal, e hizo más difícil la posible unión luego del cisma de Oriente. Además, propuso al papado como el supremo gobernante del mundo, al cual el mismo emperador debía sumisión, aun suponiendo la diferencia entre los dos poderes, civil y eclesiástico. Todo esto no fue de balde, por supuesto, sino a causa de una batalla que hubieron de librar Iglesia e Imperio a causa de "las Investiduras". A grandes rasgos, el problema, que se arrastraba desde el siglo IX y duró casi 100 años, se trató acerca de la prohibición por parte de la Iglesia, de que los monarcas invistieran obispos por su cuenta, como si de un cargo civil se tratara. El emperador y los príncipes elegían obispos solo por conveniencia política, para premiar a sus parientes o simplemente vendían el obispado a quien lo comprara mejor.

Un ejemplo de todo esto lo vemos en la historia de San Federico de Lieja (27 de mayo), quien era Deán de la catedral de Lieja cuando murió el obispo, en 1119. Antes que pudieran elegir un nuevo obispo, Alejandro, uno de los canónigos de la catedral y su tesorero, apoyado por Godofredo, conde de Lovaina, compró al emperador Enrique V su nombramiento como obispo de la sede vacante. Enrique V le entregó el anillo y el báculo y le envió a Lieja. Pero Federico reunió al Capítulo catedralicio y a todo el clero de la ciudad para hacer frente al obispo simoníaco e impedirle tomar la sede. A tal punto llegó la cosa que hubo hasta una batalla. También el caso del Beato Odo de Cambrai (19 de junio), a quien no le dejaron tomar posesión de su sede por haber sido elegido obispo por el papa Pascual II. También padeció por ello San Anselmo de Canterbury (21 de abril) allá en Inglaterra, pues el problema no solo era con el Sacro Imperio Germánico. Los prelados estaban divididos entre lo que mandaba la Iglesia y la obediencia al emperador. Así, por ejemplo, en el siglo X veremos a San Lantpert de Freising (18 de septiembre) del lado de Otón II frente al papa.

En el Sínodo de Roma de 1075 Gregorio renovó la absoluta prohibición por parte de los laicos de nombrar obispos en sus territorios. Esa prerrogativa pasaría a ser exclusiva del papa, en detrimento de los capítulos canonicales y presbíteros locales, los cuales, hasta entonces habían tenido voz y voto para elegir a sus obispos. Es por ello que, cuando el emperador Enrique IV se negó a aceptar la prohibición no pocos clérigos le apoyaron aún contra el papa: porque eso era contrario a la costumbre de muchas sedes donde los abades y los presbíteros elegían a sus obispos. El santo papa fue apoyado por otros prelados, como el obispo San Altmann de Passau (8 de agosto), y los abades San Guillermo de Hirsau (5 de julio) y San Erminold de Prüfening (6 de enero), quien llegaría a impedir el acceso a Enrique, a la sazón excomulgado, a su monasterio. Y no solo a este, sino a los obispos Ratisbona y Bamberg que le acompañaban y que apoyaban al monarca.

Enrique IV, lo dicho, continuó nombrando obispos en sus territorios, de tal modo que las sedes aledañas a los Estados Pontificios, como Milán y otras, tenían obispos más fieles al Imperio que a la Iglesia. Gregorio amenazó al emperador con excomulgarle y además, deponerle del trono imperial. Esta amenaza logró que Enrique depusiera a algunos de sus obispos, pero solo para tomar tiempo. En 1075 se expuso a la excomunión, celebrando una Dieta en Worms, en la cual depuso al papa Gregorio. La excomunión papal se hizo efectiva, lo cual fue aprovechado por algunos príncipes para, bajo supuesto celo por la fe católica, no prestar vasallaje al emperador. Al mismo tiempo, se planeó una reunión de los príncipes con el papa en Ausburg, en la cual nada bueno Sus consejeros pronto le advirtieron del desastre que esto podía suponer para el Imperio mientras Gregorio mantuviera la excomunión, por lo cual decidió fingir, que eso fue, un fingimiento, una reconciliación.

Se reunieron en el castillo de Matilde de Canossa. Enrique se presentó como un penitente, descalzo y suplicando el perdón del papa. Gregorio lo absolvió, abrazándole como un padre a su hijo. Enrique obtuvo a cambio el compromiso de celebrar una Dieta en la que se debatiría con más calma el asunto de las Investiduras. Enrique comenzó a dilatar la Dieta, por lo cual Gregorio lanzó una la excomunión y proclamó su deposición, al tiempo que proponía a Rodolfo, duque de Suabia, como emperador, en una alianza con San Ladislao I de Hungría (30 de junio y 29 de julio) y San Leopoldo III de Austria (15 de noviembre). Como agradecimiento a este apoyo, el papa concedió a los húngaros en 1083 la canonización de San Esteban de Hungría (16 de agosto y 2 de septiembre) la de su hijo San Emeric (4 de noviembre) y la del obispo mártir San Gerardo Sagredo (24 de septiembre), y ordenó la traslación de las reliquias del ermitaño San Andrés Zoerard (17 de julio).

Pero, aún con esas alianzas, Gregorio no logró su objetivo. No tuvo en cuenta que los prelados de Alemania y Lombardía se rebelaron y reclamaron a Enrique como verdadero emperador, apoyando la elección del antipapa Clemente III en 1080. Enrique tomó sin dificultad la ciudad de Roma en 1084, celebrando un forzado sínodo que depuso y excomulgó al santo papa Gregorio. Para rematar el acto sacrílego, el antipapa Clemente III coronó emperadores a Enrique y a su mujer.

Gregorio hubo de huir a Salerno, donde vivió pobremente. Para colmo, los normandos, protestando fidelidad a Gregorio (más bien por oposición a Enrique) tomaron Roma y la saquearon, dejando numerosos muertos y edificios destruidos. Enrique hubo de abandonar Roma y Gregorio tuvo que huir a Salerno, pues los romanos lo culparon del saqueo y muertes, injustamente. En esta ciudad Gregorio moriría, abandonado de todos, el 25 de mayo de 1085.

El problema de las Investiduras no se solucionaría finalmente hasta 1122, imperando Enrique V y siendo papa Calixto II. Gregorio VII fue canonizado en 1726 por el papa Benedicto XIII. Sus reliquias se veneran en la catedral de Salerno.

Fuente:
-"Vidas de los Santos". Tomo V. Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD.

A 25 de mayo además se celebra a:
San Urbano I, papa y mártir.
Santa María M. de Pazzi, virgen carmelita.
La Tercera Invención de la Cabeza de San Juan Bautista.
San Dunchladh de Iona, abad.

Otros santos papas son:

San Esteban I. 2 y 30 de agosto.
San Telesforo. 5 y 30 de enero (carmelitas), y 22 de febrero.
San Dionisio. 19 de enero (carmelitas) y 26 de diciembre.
San Celestino V. 19 de mayo.
San Cleto. 26 de abril.
San Ceferino. 26 de agosto.
San Inocencio I. 28 de julio.
San Gregorio III. 28 de noviembre.
San Sergio I. 8 y 9 de septiembre.
San Melquíades. 10 de diciembre.
San Agapito I. 22 de abril y 20 de septiembre, la traslación.
San Lino. 23 de septiembre.
San Urbano I. 25 de mayo.
San Silvestre I. 31 de diciembre.
San Eugenio I. 2 de junio.
San Hormisdas. 6 de agosto.
Beato Gregorio X. 10 de enero. 
San Zacarías. 3, 15 y 22 de marzo. 
San Marcos. 7 de octubre. 
San Calixto I. 14 de octubre. 
San Gelasio I. 21 de noviembre.
San Agatón. 10 de enero. 
San Lucio I. 4 de marzo.
San León IX. 19 de abril.
San Aniceto. 17 de abril.
San Julio I. 12 de abril.
San Alejandro I. 3 de mayo.

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