San León IX, papa.
Trabajó por la salvación del pueblo de Dios.
Nació el 21 de junio de 1002, en Alsacia, en una noble familia emparentada con el emperador Conrado, y fue bautizado con el nombre de Bruno. A los pocos días de nacer, cuenta una leyenda, se vio aparecer en su cuerpo numerosas cruces rojas, lo cual fue tomado como signo de predestinación. Su madre le dio una piadosa educación hasta los 5 años, cuando fue confiado al obispo Bertoldo de Toul, para que le instruyera en las letras y la piedad, con vistas a dedicarle a la carrera eclesiástica.
Fue un niño aplicado en el estudio, y de notable inteligencia. Piadoso y amigo de sus compañeros, a los que siempre indicaba el camino de la virtud, con su ejemplo y sabias palabras. Sobre los 15 años enfermó gravemente, y fue sanado milagrosamente por el Patriarca San Benito (21 de marzo y 11 de julio, la Traslación), por lo cual nuestro santo pensó abandonar el mundo y tomar el hábito benedictino, en agradecimiento al Santo. Pero su obispo, Hermann le concedió una canonjía en la catedral, la cual no pudo rechazar. Era la época en que seglares accedían a estos beneficios eclesiásticos que reportaban un salario. En ocasiones ni siquiera iban a los Oficios Litúrgicos, sino se limitaban a tomar decisiones y cobrar. Sabido es de algunos casos en los que "alquilaban" la canonjía, o sea, pagaban una parte a un clérigo para que dijera misa o participara en su nombre en la liturgia. Un escándalo que, ya veremos, nuestro santo pondrá remedio.
Bruno, a pesar de ser seglar, aventajó a los demás canónigos clérigos, mostrando más piedad y respeto por el cargo que algunos de ellos. A los 20 años, habiendo completado su formación, el emperador Conrado II le llamó junto a sí como consejero, pues había oído maravillas de él. La corte y el mundo no distrajeron a Bruno de su vida espiritual, manteniéndose aparte de fiestas, devaneos e intrigas. En 1026, con solo 24 años, fue elegido obispo de Toul, luego de la muerte de Hermann, siendo ordenado presbítero y obispo el 9 de septiembre de 1027 por el arzobispo de Tréveris en una solemne ceremonia, contada en diversas crónicas.
Con el báculo en la mano y la autoridad episcopal, el joven prelado se lanzó a lo que hacía tiempo era su deseo: la reforma eclesiástica. Comenzó con los monasterios, sabiendo la importancia que estos tenían en la espiritualidad y la influencia que ejercían en el pueblo. Ordenó el culto, suprimió canonjías ocupadas por seglares, formó a los presbíteros, reorganizó la caridad, etc. Fue solícito con los pobres, a quienes recibía frecuentemente y a quienes socorría con largueza. En ocasiones les servía a la mesa, les lavaba los pies o les atendía en sus enfermedades. Era parco en su mesa, ayunaba seguidamente y se disciplinaba por sus fieles. Era muy devoto de la Pasión del Señor y de la Santísima Virgen, y de ambas predicaba con frecuencia, contrario al uso de la época, en la cual los obispos reservaban su predicación para grandes solemnidades.
En 1040 fue legado del emperador para negociar la paz entre Francia y el Imperio. Agradó tanto a Roberto de Francia nuestro santo, que solo por él habría accedido a la paz. Esto le hizo conocido en Francia, donde poco a poco se le comenzó a admirar también. En 1046 participó en la Dieta de Worms, convocada para tratar el asunto del cisma Benedicto XI, que después de la muerte del papa Dámaso II traía a la Iglesia y al Imperio revueltos. Entre los legados romanos y los imperiales se pusieron de acuerdo para elegir al obispo de Toul, prudente, sabio y santo como pocos, para acceder al trono de San Pedro. Bruno se negó todo lo que pudo, pero su resistencia y la elocuencia que demostró negándose, solo hicieron que los prelados lo aclamaran más aún como papa. Así que, Bruno puso como condición que su elección no solo fuera por parte del imperio, sino validada por el clero romano. Una vez confirmada la elección por el clero y nobles romanos, a nuestro santo no le quedó más remedio que aceptar. Llegó a Roma a pie y descalzo, entrando con gran humildad y besando el suelo regado por la sangre de los mártires. Fue entronizado en la Cátedra de San Pedro el 12 de febrero de 1049, primer domingo de Cuaresma, tomando el nombre de León IX.
Si como obispo León había sido un buen reformador, como papa no lo sería menos. Dícese que tenía la costumbre de tres veces a la semana caminar descalzo desde San Juan de Letrán hasta San Pedro. Una de esas noches halló a un leproso tiritando de frío. A pesar del hedor que expelía, el santo papa se le acercó, le cubrió y lo echó sobre sus hombros, acostándole en su propia cama del palacio laterano. Convocó los concilios de Roma y de Pavía para tratar el asunto de la simonía, deponiendo sin reserva a aquellos obispos de los que se comprobó habían comprado la consagración episcopal, o la habían ofrecido a otros a cambio de dinero, tierras o beneficios. Declaró nulos todos los matrimonios incestuosos, forzados o los habidos con algún clérigo, reforzando la disciplina celibataria de la Iglesia. Convocó León otro concilio romano en 1049, dedicado a refutar y condenar la herejía de Berengario sobre la Eucaristía, que negaba la transubstanciación. De su mano salió un tratado para refutar los errores del heresiarca. Hay que decir que, ciertamente, la transubstanciación no sería dogma de fe sino hasta mucho más tarde, si bien era creída por toda la Iglesia.
León llamó a San Pedro Damiani (21 de febrero) junto a sí, sacándole de su soledad por el bien de la Iglesia. Pedro Damiani fue un gran apoyo de nuestro santo, y de papas posteriores, contra los abusos del clero, porque los combatió firmemente. Y fue aliado de León en su lucha contra la injerencia del poder político en los asuntos eclesiásticos. También se hizo ayudar León del monje Hildebrando, el célebre futuro San Gregorio VII (25 de mayo). Toda la reforma de este último papa, llamada "gregoriana", tendría sus bases en la reforma impulsada por nuestro León.
León viajó por el Imperio poniendo orden, reformando, exhortando y castigando a los rebeldes. En Reims participó en la Traslación de San Remigio (1 de octubre), y dedicando la iglesia abacial. También dedicó la iglesia de San Arnoldo (18 de julio), en Metz. Sólo a Alemania viajó tres veces, la última en 1052 para reconciliar de una vez al rey Andrés de Hungría con el emperador Enrique. En uno de esos viajes fue apresado por los normandos, quienes habían sido expulsados de Apulia por el emperador y a petición de León. Esperaba el santo lo peor, pero los normandos vieron que era hombre bueno, y solo le retuvieron un año en un monasterio Benevento. Este tiempo León lo tomó como un tiempo de meditación y oración. De regreso a Roma, León siguió su vida piadosa, caritativa y reformadora.
A inicios de marzo de 1054 su salud se debilitó mucho, y los normandos le dejaron partir hacia Roma, escoltándole hasta Capua. Llegado a Roma, convocó junto a su lecho a los prelados, e hizo le condujeran con gran pompa a la basílica de San Pedro, donde recibió la Extremaunción y oró así: "Señor lleno de misericordia y redentor de todos los hombres, tú eres toda mi confianza y mi salvación. Si quieres que todavía trabaje por la salud de tu pueblo, no rehúso el trabajo; pero si quieres llamar a Ti a tu Siervo, dígnate abreviar el tiempo de mi destierro". Después recibió la comunión y fue devuelto a sus aposentos, donde falleció en paz, el 19 de abril de 1054, a los 52 años de edad. Está sepultado en la actual basílica de San Pedro y fue canonizado en 1087 por el Beato Víctor III (16 de septiembre).
A pesar de toda su reforma y sus aciertos, el hecho más relevante del pontificado de San León es, sin duda, el doloroso cisma de la Iglesia Oriental, que venía efectuándose tiempo atrás, por cierto. La embajada de León en 1053, en busca de apoyos bizantinos para protegerse a los normandos devino en una serie de malentendidos y respuestas desafortunadas. Por la parte Oriental tenemos a Miguel Cerulario, patriarca de Constantinopla, quien impulsaba la "deslatinización" de las iglesias, intentando imponerles el rito bizantino. Los legados de León negaron la legitimidad de Cerulario, quien se negó a recibirles en nombre del papa de Roma, los latinos respondieron criticando y descalificando los ritos griegos. Y en un alarde de autoridad, excomulgaron al Patriarca Cerulario. La reacción no fue otra que la esperada: el 24 de julio de 1054, estando la sede romana vacante aún, los bizantinos decretaron la excomunión de los legados y consumaron la ruptura de la Iglesia de Cristo hasta hoy.
Fuentes:
- "Nuevo Año Cristiano". Tomo 4. Editorial Edibesa, 2001.
-"Diccionario de los Santos" C. LEONARDI, A. RICCARDI Y G. ZIARRI. Ed. San Pablo. Madrid, 2000.
-"Vidas de los Santos". Tomo IV. Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD. 1916.
Otros santos papas son:
San Esteban I. 2 y 30 de agosto.
San Telesforo. 5 y 30 de enero (carmelitas), y 22 de febrero.
San Dionisio. 19 de enero (carmelitas) y 26 de diciembre.
San Celestino V. 19 de mayo.
San Cleto. 26 de abril.
San Ceferino. 26 de agosto.
San Inocencio I. 28 de julio.
San Sergio I. 8 y 9 de septiembre.
San Melquíades. 10 de diciembre.
San Agapito I. 22 de abril y 20 de septiembre, la traslación.
San Lino. 23 de septiembre.
San Urbano I. 25 de mayo.
San Silvestre I. 31 de diciembre.
San Eugenio I. 2 de junio.
San Hormisdas. 6 de agosto.
Beato Gregorio X. 10 de enero.
San Julio I. 12 de julio.
San Zacarías. 3, 15 y 22 de marzo.
San Marcos. 7 de octubre.
San Calixto I. 14 de octubre.
San Gregorio III. 28 de noviembre.
San Gelasio I. 21 de noviembre.
San Agatón. 10 de enero.
San Lucio I. 4 de marzo.
A 19 de abril además se celebra a:
San Werner, niño mártir.
San Alphege, obispo y mártir.
San Expedito, mártir.