Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Santa Filomena, virgen y mártir.

Santa Filomena, virgen y mártir.

De la leyenda filoménica (diseccionada).

Ramón Rabre

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Santa Filomena.
Santa Filomena.

Santa Filomena, virgen y mártir. 11 de agosto.

Hace algunos años una persona, gran conocedora de mártires cristianas, se dio a la tarea de desmenuzar la leyenda decimonónica de Santa Filomena, para publicarla en mi blog. Hoy rescato esos textos, resumiendo o actualizando algunos datos y redactando con mi propio estilo, pero aún agradeciendo el trabajo.

De Santa Filomena mucho se ha escrito y dicho, el auge, declive y resurgimiento de su devoción aún dará para mucho que escribir. Ciertamente, fue un verdadero fenómeno digno de estudio desde varios puntos de vista. Hoy en día vemos casi normal que una devoción se extienda, pero es que hoy todo se extiende pronto, se “hace viral” en unas horas, para luego esfumarse y ser olvidado. Pero el siglo XIX, cuando comenzó y se extendió la devoción a Santa Filomena era otra cosa, las comunicaciones eran más lentas, no había la vorágine de información que hay hoy y había otras (sólidas o no) devociones que le hacían competencia. Ya me gustaría tener tiempo para estudiar más a fondo este asunto. Por hoy analicemos la leyenda, transcribiéndola por tramos y examinándola. Primero, un breve recuerdo de los hechos: El cuerpo de “filomena” fue hallado en 1802 en las catacumbas de Priscila. Su leyenda fue redactada en 1832, a partir de las supuestas revelaciones de la Venerable Sor María de Jesús. Y comienza así:

"Yo soy la hija de un rey de un pequeño Estado de Grecia. Mi madre también era de sangre real."

Sin embargo, en el tiempo en que habría padecido Filomena, a finales del mandato de Diocleciano, ya no existía ningún "pequeño Estado de Grecia", pues todos los pequeños "reinos" griegos habían desaparecido. Primero por la conquista de Alejandro Magno, luego por la descomposición de Grecia en otros territorios y finalmente, por la anexión paulatina de estos reinos al Imperio romano. En tiempos de César gran parte de Grecia eran solo provincias imperiales, por lo que 400 años después, en tiempos de Diocleciano, no existía rey griego alguno.

"No pudiendo tener hijos, mis padres continuamente ofrecían sacrificios y oraciones a los falsos dioses para obtener un niño. Nosotros teníamos en nuestra familia a un doctor de Roma llamado Publius, que era cristiano. Él se compadeció de la ceguera de mis padres, y especialmente tuvo compasión de mi madre por su infertilidad. Inspirado por el Espíritu Santo, habló a mis padres de nuestra Fe, y les hizo esta promesa: 'Si queréis un niño, bautizaos y abrazad la religión de Jesucristo'. La gracia acompañó sus palabras, sus mentes fueron iluminadas y sus corazones ablandados. Aceptaron y siguieron el consejo de Publius. Fueron instruidos durante un tiempo y bautizados junto con varios de sus cortesanos. Al año siguiente -el 10 de enero para ser exacta- yo nací y fui llamada 'Lumina', porque había sido concebida y nací a la luz de la Fe, de la cual mis padres eran ahora verdaderos devotos. Cariñosamente me llamaban 'Filomena', o sea, 'Hija de la Luz', de esa luz de Cristo que habita en mi alma por la gracia que recibí en el bautismo."

Aquí la cosa tiene miga. Pasemos por alto el conocido recurso de los padres sin hijos, que conciben al convertirse o hacer alguna promesa. Es muy recurrido en las leyendas medievales, de donde, claramente, lo toma la de Filomena. Vayamos a lo importante: el nombre. Aquí, o "filomena" no sabía nada de su nombre (cosa imposible, pues está en el cielo), o el que escribió la leyenda no tenía ni idea de lo que decía: si era griega su nombre sería griego y no latino, por lo tanto, no tiene nada que ver con "filia luminis". En realidad, el nombre griego Filomena significa "que ama el canto" ("filo", amor, "menas", canto), incluso es el nombre antiguo del pajarito que mayormente conocemos por ruiseñor, pero que hasta los siglos XVI o XVII fue llamado así: filomena. No deja de tener gracia que, teniendo realmente la muchacha un nombre griego, se lo hayan latinizado. La explicación es sencilla, la leyenda recoge la teoría de los que compusieron la lápida rota, para crear el nombre "filumena". Pero el asunto de la lápida es aparte y ya lo trataré en la fiesta de la Invención de la santa. Sigue la leyenda:

"Debido a mi nacimiento muchas familias en el Reino llegaron a ser cristianas. Yo crecí en la enseñanza del Evangelio, que se grababa profundamente en mi corazón. Cuando tenía sólo cinco años, recibí por primera vez a Jesucristo en la Santa Eucaristía; y ese día, fue sembrado en mi corazón el deseo de estar unida para siempre a mi Redentor, Esposo de las vírgenes. A los once años me consagré a Él por voto solemne. Llegó el año trece de mi vida. La paz de Cristo que, hasta ese día, había reinado en la casa y en el reino de mi padre, fue perturbada por el orgulloso y poderoso emperador Diocleciano, quien, injustamente, nos declaró la guerra. Mi padre, comprendiendo que no podía enfrentarse a Diocleciano, decidió ir a Roma a hacer un pacto de paz con él. Era grande la tierna afección que mi padre tenía por mí, que no podía vivir sin tenerme a su lado. Es así que me llevó con él a Roma. Y mi madre, que no quiso dejarnos ir solos, nos acompañó.
Habiendo llegado a Roma, mi padre pidió audiencia con el Emperador, y el día señalado, quiso que mi madre y yo lo acompañaramos al palacio de los Césares. Introducidos en presencia del Emperador, mientras mi padre defendía su causa y denunciaba la injusticia de la guerra con que lo estaba amenazando, el Emperador no dejaba de mirarme. Finalmente Diocleciano, interrumpió a mi padre, y le dijo con benevolencia: 'No te angusties más. Tu ansiedad está por terminarse... consuélate. Tu tendrás toda la fuerza Imperial para tu protección y la de tu Estado, si aceptas una sola condición: darme a tu hija Filomena como esposa'. Enseguida, mis padres aceptaron su condición. Yo no dije nada, pues no convenía oponerme a mi padre frente al Emperador... pero en mi interior, dialogando con mi Esposo Jesús, estaba firmemente decidida en permanecerle fiel, a cualquier precio."

Bueno, aquí los errores son para llorar. Primero, ya vimos que Grecia era parte del Imperio hacía muchos siglos, así que Diocleciano no necesitaba declararse la guerra a sí mismo. Pero no solo eso, sino que Diocleciano ni siquiera gobernaba desde Roma, sino desde Rávena. El imperio estaba dividido en dos, y en Oriente reinaba Maximino, que residía en Constantinopla. Pero no es todo, sino que Diocleciano se había casado con la emperatriz Prisca, y era anciano en el tiempo de "filomena". Y no, no quedó viudo y quiso casarse, puesto que él murió antes que su mujer. Si Docleciano hubiera querido poseer a "filomena", lo habría hecho sin necesidad de casarse con ella. No era aceptable moralmente, pero vamos, de que pasaba, pasaba.

Y si hablamos de que "la comunión a los cinco años"… podríamos decir mucho, pues ni siquiera habría sido bautizada, menos aún aceptada a la mesa del altar. El bautismo de infantes comenzará en la iglesia posteriormente. El hecho de que San Policarpo, discípulo de Juan Evangelista fuera bautizado de niño es una excepción (por ello mismo es tan relevante, si hubiera sido común, no sería llamativo). Y continúa la leyenda:

"Muy contentos mis padres pensaron que todo estaba solucionado, pero al salir del Palacio de los Césares, con respeto, dije a mis padres que no aceptaba la proposición de Diocleciano, por más grandioso que se presentara mi futuro. Ellos trataron de convencerme de mil maneras, insistiendo sobre la suerte que tenía de llegar a ser Emperatriz de Roma. Sin vacilar ni un solo momento, yo rechacé la tentadora propuesta, diciéndoles que estaba comprometida con Jesucristo y que me había desposado con El, haciendo un voto solemne de virginidad, cuando tenía once años.
Mi padre trató de persuadirme, diciéndome que como niña e hija, yo no tenía derecho de disponer de mí misma, y usó de toda su autoridad para hacerme aceptar la propuesta. Pero mi Divino Esposo me dio la fortaleza para perseverar en mi resolución. Al ver que no cedía, mi madre recurrió a las caricias, rogándome tener piedad de mi padre, de ella, de mi país. Yo le contesté, con una firmeza que me sorprendía: 'Dios es mi padre y el Cielo es mi madre'.
Mis padres fueron incapaces de doblegarme. Frente a mi voluntad, estaban desarmados. Y lo que más les preocupaba, era que mi negación podía ser tomada por el Emperador como un mero pretexto de mala fe y la excusa de un engañador. Yo lloraba y les decía: '¿Vosotros deseáis que por amor a un hombre rompa yo la promesa que he hecho a Jesucristo? Mi virginidad le pertenece y yo ya no puedo disponer de ella.' 'Pero eres muy joven para ese tipo de compromiso', me decían, y juntaban las más terribles amenazas para hacerme aceptar la boda con el emperador.
Cuando mi padre tuvo que informar al Emperador de mi decisión, Diocleciano ordenó que fuera llevada a su presencia. Pero yo no quería ir. Cuando me vieron tan decidida en mi resolución, mis padres se arrojaron a mis pies y me imploraron aceptar y hacer lo que ellos deseaban, diciéndome: "¡Hija, ten piedad de nosotros! ¡Ten piedad de tu país y de tu reino!" Yo repliqué: 'Dios y la Virgen primero. Mi reino y mi país es el Cielo'.
Finalmente, frente a tanta presión, decidí presentarme frente al tirano, pensando que era necesario dar testimonio de Jesús. Diocleciano primero me recibió con mucha bondad y honor para hacerme acceder a sus requerimientos, y renunciar a mi decisión, pero no obtuvo nada de mí. Viéndome absolutamente firme y sin temor frente a su poder imperial, perdiendo su paciencia y toda esperanza de conseguir su deseo, comenzó a amenazarme. Pero, no pudo vencerme ya que el Espíritu de Jesús me daba fortaleza. Entonces, en un acceso de furia, bramando como un demonio, lanzó esta amenaza: 'Si tú no me tienes como amante, me tendrás como un tirano'. 'No me preocupa como amante, ni le temo como tirano', le repliqué.
El emperador, visiblemente furioso, ordenó que me encerraran en un calabozo, frío y oscuro, bajo la guardia del Palacio Imperial. Fui encadenada de pies y manos, y me daban de comer sólo pan y agua, una vez al día. Pensando que, con este régimen severo y duro, yo cambiaría de idea, Diocleciano venía diariamente a renovar su oferta y soltaba mis grilletes para que pudiese comer, y después renovaba sus ataques, que no hubiese podido resistir sin la gracia de Dios. Pero yo no estaba sola, mi celestial Esposo cuidaba de mí, y nunca cesé de encomendarme a Él y a su Purísima Madre.
Hacía treinta y seis días que vivía con este régimen, cuando la Santísima Virgen se me apareció, rodeada por la luz del Paraíso, con el Niño Jesús en sus brazos, y me habló así: 'Hija, ánimo, permanecerás tres días más en este calabozo y en la mañana del día 40 de tu cautiverio, dejarás este lugar de pesares'. Con estas palabras, yo me llené de alegría, pero entonces, la Virgen continuó hablándome: 'Cuando dejes esta celda, serás expuesta a una gran lucha de atroces tormentos por el amor de mi Hijo'.
Inmediatamente me estremecí y me ví a mí misma en la angustia de muerte, pero la celestial Reina me dió coraje, diciéndome así: 'Hija mía, te quiero muchísimo, ya que llevas el nombre de mi Hijo. Te llaman Lumina, y mi Hijo es llamado Luz, Sol, Estrella; y a mí me llaman Aurora, Estrella, Luna. Yo seré tu Auxiliadora. Ahora, es la hora de la debilidad humana que te humilla, que te atemoriza, pero vendrá de lo alto la gracia de la fortaleza, la que te asistirá y tendrás a tu lado a un Ángel que te cuidará, la protección del Arcángel San Gabriel, cuyo nombre significa 'Fortaleza de Dios'. Este Arcángel fue mi protección en la tierra, y yo te lo enviaré para que te ayude, porque tú eres mi hija, la más querida hija entre todas mis hijas. Gabriel te asistirá y con él saldrás victoriosa.' Estas palabras reavivaron mi ánimo y coraje. La visión desapareció, dejando impregnado de fragancia mi prisión, y me consoló."

Esta parte, cual novela romántica del XIX, está llena de pasajes que nunca se ven en auténticas Actas martiriales. El tema de la virgen que no quiere casarse para pertenecer a Cristo aparece en casi todas las leyendas tardías de santos. Ciertamente la virginidad por el Reino forma parte del Evangelio y fue practicada por los cristianos desde siempre, en parte por el milenarismo que en parte acompañaba a la práctica de la fe cristiana. Pero esto no implica que, realmente, el matrimonio fuera visto como un obstáculo para el servicio de Cristo.

Aquí aparece una extraña devoción mariana en "filomena". Extraña para el siglo III, no para el XIX, ciertamente. Los títulos de "Aurora" o "Reina", son realmente anacrónicos y no responden a la piedad cristiana primitiva, menos aún greco-romana, pues la figura de la Madre de Dios comenzará a ser tomada en cuenta y venerada con entusiasmo en Oriente, a partir del siglo IV, y siempre como una consecuencia de la reflexión teológica en torno a la Trinidad y la Encarnación del Verbo. Por otro lado, la ausencia de apariciones marianas (o no) en las verdaderas Actas de los Mártires ya deja por tierra todo este relato. Para colmo, la Virgen también habría latinizado el nombre griego de "filomena".

El relato habla de una cárcel en el palacio imperial, cosa que es irreal. Y si fuera en otro sitio, es impensable que un emperador fuese a aquellos sitios inmundos como eran las prisiones romanas, verdaderas cloacas.

"Al cabo de este tiempo, Diocleciano empezó a ponerse nervioso esperando mi decisión; cuando pasaron los 40 días, tal como lo había anunciado la Santísima Virgen, el tirano me hizo sacar de la prisión, resolvió torturarme y amenazarme para que me retractara del voto de virginidad que había hecho a mi Esposo. Luego, en presencia de muchos de sus hombres de armas y otros oficiales del Palacio me hizo atar a una columna para ser azotada cruelmente, diciendo: 'Después que esta niña cualquiera rehusó obstinadamente a un Emperador, por amor a un malhechor, que como todos saben, fue condenado a muerte en la cruz por sus propios compatriotas, ella merece ser tratada como Él por mi justicia'. Al ver mi cuerpo ensangrentado y cubierto de heridas, y que la vida se me iba, ordenó que me llevaran de vuelta al calabozo para morir. Tirada en el suelo, y con el cuerpo ardiendo en fiebre, yo esperaba la muerte. Entonces, dos ángeles se me aparecieron, y con un aceite precioso ungieron mi cuerpo malherido y me sanaron."

Sobre lo ridículo de que un emperador castigue tanto el cuerpo que quiere poseer, no hay mucho que decir. No lo necesitaba realmente. La flagelación ciertamente era un castigo frecuente entre los romanos, pero podemos sospechar que aquí lo han añadido porque en la lápida de "filomena" aparecen (o dicen que aparecen) unos flagelos. Realmente solo en representaciones estilizadas e influidas por la versión generalizada, aparecen tales flagelos. En la lápida solo hay una raya con dos círculos en la punta que alguien interpretó como azotes. Ya lo veremos en otro artículo. Finalmente, ángeles que aparecen en la celda para sanar al mártir, pues es algo típico de las leyendas tardías sobre mártires.

"Al día siguiente, el Emperador ordenó que la doncella compareciese en su presencia; Filomena heroica y sonriente, apareció tranquila ante el tirano. Cuando el Emperador vio que habían desaparecido las huellas de los azotes, quedó pasmado. Al verla con perfecta salud y con la misma belleza que lo había obsesionado, trató de hacerle creer que debía este favor a Júpiter, su falso dios, que la había curado porque su destino era ser la esposa del Emperador. Le habló en estos términos: -'Tu juventud y hermosura me inspiran lástima; Júpiter es clemente contigo; renuncia a tus pasados errores y ven conmigo a compartir el solio real'.
-'Nunca, nunca -contestó Filomena- Mi Dios quiere que sólo a Él pertenezca'.
-'Te arrepentirás'.
-'Conquistaré las bendiciones del Cielo con los tormentos de la Tierra'.
-'Morirás hoy mismo'.
-'Reviviré a eterna vida, en el seno de Dios'.
-'Pero, ¿te olvidas de tus padres, desdichada?'-, prorrumpe al fin el tirano, no sabiendo como vencer tan firme resistencia.
La joven vaciló un momento, pensando en aquellos ancianos cargados de años y pesadumbres. El recuerdo de los días felices vividos con sus padres la sobrecogió un instante, sólo un instante, por la gracia de Dios, recuperó su serenidad y contestó con voz tranquila: -'Dios les dará consuelo y resignación; yo muero contenta, fiel al celestial Esposo, que mi corazón ha elegido'. -'¡Calla, calla, no blasfemes! Sacrifica a los dioses y quedas perdonada'.
Entonces el emperador, cogió de la mano a la cristiana y la condujo frente a la estatua de Júpiter, pero ella se cubrió la cara para no ver al ídolo, diciéndole: -'Es inútil, yo sólo rindo culto a mi dios; sus falsos dioses no tardarán en caer de los altares'. Estas palabras provocaron un tumulto entre los presentes, el Emperador lívido de cólera, sin comprender cómo podía soportar tantas pruebas y sufrimientos, soltó la mano de la joven y volviéndose a sus servidores ordenó en voz breve y severa que atada a un ancla de hierro al cuello, fuese tirada al río Tíber."

Curiosamente, el relato pasa de la primera a la tercera persona. No sabemos por qué, pero deja bastante claro que no lo ha contado "filomena". Es imposible que "filomena" haya sido lanzada al río, y menos con un ancla. Sí, imposible, pues el río Tiber era usado por los romanos para el comercio, regar los campos. Aunque no bebían de él, no lo contaminarían con cuerpos. A esto se puede objetar que, por ejemplo, Santa Beatriz (29 de julio) fue arrojada al Tíber. Sí, pero no lo fue por orden de nadie, sino porque fue asesinada para poder quedarse con sus numerosos bienes. Si "filomena" fue arrojada a algún lado, habría sido al mar, lejos de la ciudad. Además, el mar tenía un componente purificador en la mitología pagana: el salitre de sus aguas purificaban a los blasfemos y pecadores.

Dícese que la santa fue arrojada con un ancla al cuello. Pues tampoco. Las anclas eran elementos valiosos y útiles, nadie los desperdiciaría solo por ahogar a alguien. No vale citar el caso de San Clemente, papa y mártir (23 de noviembre), otro de quien se dice que le arrojaron a las aguas con un ancla al cuello. Y no vale porque es una leyenda muy posterior al santo, incomprobable. Sí que tenemos otros ejemplos de santos a los cuales se les ataron pesadas piedras para que se hundieran. La piedra es un elemento común, desechable y que poco importa tirar al mar.

De nuevo hay que recurrir a la lápida para explicarse este absurdo pasaje. En esta aparece muy bien grabada un ancla. Pero las anclas son frecuentes en las catacumbas y en la iconografía cristiana hasta hoy: simbolizan la esperanza firme en las promesas salvíficas de Cristo. Así como el ancla resiste clavada en la arena y sujeta la barca contra los embistes de los elementos, el alma cristiana permanece fiel por la esperanza que la anima. Y seguimos escuchando a "filomena":

"Arrastrada por la corriente y creyendo morir, abracé mi ancla como Jesús abrazó su Cruz. Pero Jesús, mostrando su omnipotencia, para la confusión del tirano y de los idólatras, mandó de nuevo a sus ángeles, para que rompieran la cuerda amarrada a mi cuello. El ancla cayó en las profundidades del Tíber, donde aún permanece cubierta de lodo. Sostenida por las alas de un ángel, fui llevada a la costa, sin que una gota de agua me hubiera mojado. Cuando la gente me vió así, en seguridad y perfectamente seca, esparcieron la noticia, y muchos se convirtieron a la Fe.
El tirano, furioso y desesperado, gritó que todo era magia y hechicería, y más obstinado que el Faraón con Moisés, ordenó que fuera atravesada por flechas y arrastrada por todas las calles de Roma. Pero cuando me vio atravesada por las saetas, desfalleciendo y muriendo me lanzó cruelmente a prisión, para que muriera desamparada sin ningún auxilio.
A la mañana siguiente, esperando encontrarme sin vida, ya que me había visto en pésimo estado, quedó estupefacto al encontrarme sonrosada y alabando a Dios con salmos y cantos, como si nada hubiera pasado. En la noche, el Dios Todopoderoso me había dado un dulce sueño, y había mandado a un ángel para que sanara mi cuerpo, untándolo con un fragante ungüento, no dejando ninguna huella de las heridas. Por el mucho amor que tenía a Jesús, había deseado tener mil vidas para ofrecérselas... una sóla vida me parecía poco... y estaba feliz de sufrir en unión con Él. Por eso fui preservada tantas veces de la muerte y sufrí varias torturas."

Ahora el relato vuelve a ser contado por "filomena". No se hunde ni se moja. Esto no necesita mucho análisis, ¿verdad? Luego tenemos el asaeteamiento, el cual era un tormento frecuente y lo leemos de otros mártires. No es creíble que si quedó moribunda fuera arrojada a una cárcel (otra vez) para que muriera allí. Lo frecuente es que sencillamente arrojaran al reo a una fosa a que muriera, lejos de los demás. Otra vez tenemos la curación milagrosa, que prolongará el martirio una vez más para gloria del santo.

"Esta vez, el Emperador sintiéndose burlado e impotente, entró en tal furia, que ordenó me dispararan con flechas hasta que muriera. Los arqueros doblaron sus arcos, pero las flechas no podían moverse. El tirano me maldijo, acusándome de ser una bruja. Pensando que con el fuego, la hechicería sería neutralizada, ordenó que las flechas fueran calentadas al rojo vivo en la caldera. De nuevo, mi Esposo me salvó de éste tormento. Tuve un rapto de éxtasis. Las flechas que iban hacia mi cuerpo se devolvieron hacia los arqueros, y seis de ellos fueron atravesados y murieron."

El detalle de las flechas calientes es verídico, pues por este medio se buscaba purificar al blasfemo, según la mentalidad religiosa romana. Aún nosotros los cristianos usamos esa imagen simbólica del fuego purificador. Pero vamos, que se hayan atascado o regresado a quienes las disparaban es un recurso piadoso, otro más, para hacer aún más prodigioso el padecer del mártir en cuestión. La leyenda de San Cristóbal (10, 25 de julio y 16 de noviembre) es uno de los ejemplos más conocidos.

Llama la atención una cosa. El tormento de las flechas ocurre por dos veces, cosa infrecuente en las Actas comunes, incluso las legendarias. Pero aquí sabemos por qué ocurre: en la inscripción de "filomena" aparecen tres flechas, o dos flechas y una lanza (no está claro). Podría haber dicho la leyenda que le dispararon dos flechas, pero claro, no sería lo mismo que sendas tandas de flechas. Que haya flechas podría ser por diversas causas, para mí son símbolo de intrepidez y resolución.

"A la vista de este nuevo milagro, muchos se convirtieron, y la gente empezó a cambiar de vida y tomar el camino de la fe en Jesucristo. Temiendo serias consecuencias, el tirano ordenó que fuera decapitada sin más demora. Es así como mi alma voló triunfante y gloriosa al Cielo, para recibir de mi Esposo Jesús la corona de la virginidad que para preservarla me había costado sufrir varios martirios. Esto ocurrió el 10 de agosto, era un viernes a las tres y media de la tarde. Por lo tanto, como ya te lo he contado, el Altísimo quiso que mi traslado a Mugnano se realizara en este día, con tantas señales de la ayuda del cielo, que Él quería que fueran conocidas de ahora en adelante".

Y se acaba la "revelación filoménica". La muerte por decapitación probablemente sea lo único real en toda esta leyenda, pues ciertamente "filomena" fue mártir y la decapitación era lo más frecuente, junto al degollamiento. Un asunto espinoso aquí es la “corona de la virginidad” preservada. Digamos que no, pues en la legislación romana las vírgenes no podían ser ejecutadas ni torturadas, por lo cual lo primero que se hacía era acabar con tal virginidad. Era la norma.

Luego podríamos hablar de la fecha. ¿Quien redactó la leyenda no sabía que los calendarios han cambiado muchísimo en casi 2000 años? Hacer coincidir providencialmente el día de la traslación de las reliquias con el del martirio es solo intentar rizar el rizo y darle más tintes sobrenaturales al asunto. Viernes y 3 de la tarde… pues eso, una configuración simbólica con Cristo, el Mártir por excelencia.

Y concluimos:

1. La leyenda de Santa Filomena es una construcción piadosa y nada en ella indica revelación alguna. No sabemos quién la compuso, pero desde luego que de historia poco sabía. Como en otras leyendas, el fin de promover la devoción a “filomena” y saciar la curiosidad de los fieles justificó la acción de crear una leyenda a partir de otras muchas leyendas medievales de santos dándoles tintes propios basándose en los símbolos de la lápida, que interpretó como le convino.

2. Esta leyenda recibió el "visto bueno" por la Iglesia única y exclusivamente por no tener nada contrario a la fe y la moral cristianas. Es a eso a lo que se limitaba el "imprimatur", que ya no existe. La Iglesia no obliga a nadie a creérsela, ni pretendió certificar su sobrenaturalidad. De hecho poco se investigó sobre si eran reales o no. Usted puede creerla, a pesar de sus incongruencias (algunas tremendas), o no.

3. Si la leyenda fuera falsa, eso NO quiere decir en modo alguno que la santa no exista ni que no fuera mártir. Las evidencias constatan la veracidad de su cuerpo adolescente, su condición de mártir e incluso cierta importancia al poner tanto símbolo en la lápida. Pero eso, repito, es tema de otra entrega.

A 11 de agosto además se celebra a:
Santa Susana de Roma, virgen y mártir.
San Tiburcio de Roma, mártir.
San Ergat de Tréouergat, eremita.

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