San Avertano, religioso carmelita.
No le querían, y cuando le quisieron, él no quiso.
San Avertano, religioso carmelita. 25 de febrero y 31 de agosto, traslación de las reliquias.
Nació Avertano en Limoges, sobre 1320, de padres pobres, pero honrados y cristianos. Su leyenda cuenta cosas como que no mamaba de su madre los viernes ni las Vigilias, siendo tal que si su madre le daba el pecho, el bebé Avertano se resistía y lloraba. Sobre los 5 años ya leía, respondía a la santa misa y conocía el Oficio de Nuestra Señora. Ir a la iglesia era su mayor gozo, alejándose de juegos y de la compañía de otros niños. Siendo aún niño tomó gran devoción a la Santísima Virgen y a ella se encomendaba cada día cuando llegó a la adolescencia para no pecar gravemente.
A los 15 años se resolvió ser religioso, pero no sabía a que Orden pertenecer, así que imploró a la Virgen y una noche se le apareció un ángel que le dijo que Dios le quería en el convento de la Orden del Carmen. Así, en 1335 pidió el hábito carmelita, no sin cierta oposición previa de sus padres, que finalmente aceptaron su vocación. El prior le aceptó con alegría, pues, advertido por Dios, sabía que el joven Avertano sería una gloria para la Orden. Mientras le vestían el hábito quedó arrebatado en éxtasis, durante el cual se le apareció la Madre de Dios y le bendijo especialmente, asegurándole que ella siempre sería su valedora y protectora.
Durante 42 años vivió Avertano en su convento de Limoges ocupado en diversos oficios, como enfermero o limosnero. Fue un religioso ejemplar, sobre todo en la madre de todas las virtudes monásticas: la obediencia. También era muy cuidadoso de su castidad, no hablando jamás con mujeres, ni permitiéndose mirarlas al rostro cuando estas le hablaban. No faltaba nunca a la pobreza, sabiendo que todo en la comunidad era propiedad de todos y de nadie en particular. Igualmente fue muy penitente, parco en la comida y bebida, y poco amigo del sueño y el regalo. Su oración era muy elevada, recibiendo gracias y dones en la oración.
En 1379 le nació a Avertano el deseo devoto de peregrinar a Roma a venerar las reliquias de los Santos Apóstoles y mártires, y obtuvo el permiso del prior. Junto a él fue el Beato Romeo (4 de marzo), religioso más joven, pero no menos santo. Ambos partieron a pie el 1 de noviembre del mismo año, luego de encomendarse a Todos los Santos. Ambos hacían convento en las grutas que hallaban, haciendo sus oraciones y rezos, o faltaban al ayuno que mandaba la Regla. Cruzando los Alpes Avertano enfermó de por el frío y los esfuerzos, pero fue por milagro fue sostenido para continuar su camino. Ambos religiosos llegaron a Lucca a inicios de febrero de 1380, hallando la ciudad cerrada a los extranjeros a causa de la peste que asolaba la región, por lo que Romeo le llevó al hospital de San Pedro, para los enfermos pobres. Allí estuvieron unos días hasta que se decidieron a entrar a la ciudad, para ir al convento de los carmelitas, pero los guardas le prohibieron la entrada, viéndoles tan macilentos, especialmente a Avertano. Entonces este profetizó: "No pasará mucho tiempo en que os pese no haberme dejado entrar en la ciudad, y entonces no lo podréis conseguir aunque lo procuréis con todas vuestras fuerzas". Y ambos regresaron al hospital, mostrándose Avertano cada vez más mal.
Le reveló Dios que moriría pronto, por lo que se confesó, recibió el viático y antes de fallecer, se le apareció la Santísima Virgen rodeada de ángeles para llevarle consigo al paraíso. Al mismo tiempo recibió de la Virgen María un último oráculo que dijo a los demás enfermos: "Consolaos hermanos en el Señor, que la peste de Italia brevemente cesará, y el Cisma que hay en la Iglesia lo hará poco después por intercesión de Nuestra Señora". Luego, confortado con el Sacramento, expiró dulcemente, el 25 de febrero de 1380. La leyenda, que es toda su vida, cuenta que las campanas de Lucca repicaron por si solas, haciendo que los vecinos volasen a las afueras a ver lo que ocurría. Pronto se corrió la voz de los resplandores que brotaban del cuerpo de Avertano y de los milagros que ocurrían a cuantos lo tocaban. Dispuso el obispo que se celebrasen funerales solemnes, y los carmelitas tomaron el cuerpo para llevarlo a sepultar a su convento, pero he aquí que al llegar a la puerta de la ciudad el santo se volvió pesadísimo, sin que nada pudiera moverlo. Visto esto y recordado la profecía de Avertano, decidieron enterrarlo en la iglesia del hospital de San Pedro, donde había fallecido. A los ocho días falleció el Beato Romeo y fue sepultado con su hermano de hábito.
Al año eran tantos los prodigios que ocurrían por intercesión de San Avertano, que el obispo elevó las reliquias a un altar, lo cual es una canonización en toda regla del siglo XIV. El 31 de agosto de 1513 se trasladaron las reliquias a la ciudad, pues el hospital y la iglesia iban a ser destruidos al ampliarse la ciudad. Aunque los carmelitas entablaron pleito para poseer las reliquias, el clero diocesano y los canónigos se impusieron y llevaron las reliquias a la catedral. Al mismo tiempo la sede introdujo su nombre en el propio de la diócesis. La Orden lo introdujo en el oficio carmelitano en el Capítulo de Roma de 1564, para ser suprimido luego de la reforma del año 1972.
Fuentes:
-"Glorias del Carmelo". Tomo II. P. JOSÉ ANDRÉS. S.I. Palma, 1863.
-"Flores del Carmelo: Vidas de los Santos de Nuestra Señora del Carmen". FR. JOSÉ de SANTA TERESA OCD. Madrid, 1678.
-"Diario sacro delle chiese di Lucca". Mn. GIOVAN DOMENICO MANSI. Lucca, 1836.
A 25 de febrero además se celebra a San Victorino y compañeros mártires.