La Impresión de las Llagas de San Francisco.
Fue transformado en la imagen del Crucificado por el incendio de su espíritu.
La Impresión de las Llagas de San Francisco. 17 de septiembre.
Este es un fragmento de uno de los documentos más antiguos que se conservan en la Orden Franciscana y cuya autenticidad está fuera de duda. Fray Elías, Vicario del Santo, comunicaba por medio de esta carta, a todos los hermanos esparcidos por el mundo, el feliz tránsito de Francisco y al mismo tiempo, el descubrimiento al momento de amortajar su cuerpo, de un prodigio que hasta ese momento pocos conocían, y apenas unos cuantos frailes habían visto: los estigmas en el cuerpo de San Francisco; y como lo leemos en el fragmento, incluso los describe, con la seguridad de quien escribe lo que vio.
El contexto.
Desde hacía unos años atrás, se vivía en la Orden Franciscana un clima algo tenso, propio de una crisis de crecimiento: Ya no era aquel grupo de hermanos, inexpertos, que se presentaron ante el "Señor Papa" pidiendo permiso para vivir el Evangelio simple y llanamente. Eran ahora, una multitud de hermanos venidos de todas partes, de toda extracción social y cultural, siendo un gran grupo de ellos, universitarios y letrados que exigían una organización menos espontánea y más estable, al estilo de la Orden de los Dominicos. Francisco, "simple e idiota", como se autodenominaba, se sentía desbordado ante tanta exigencia. Lo suyo no era ser legislador ni alto dirigente. Es por eso que luego de la aprobación de la Regla por el papa Honorio III, el 29 de noviembre de 1223, Francisco se dedica con más empeño a la contemplación y oración, dejando el gobierno práctico de la Orden en manos de fray Elías de Asís, su Vicario (algunos sostienen que era de Cortona). En la nochebuena de 1223, con permiso del Papa, había preparado el pesebre en la Misa, inaugurando la tradición de preparar belenes en Navidad. Ahora, ya entrado el año de 1224, el Señor "posaría Su mano sobre su siervo y lo llevaría a la cima del monte". (Antífona del Oficio de lectura, propio de la Fiesta).
El tiempo.
De acuerdo a sus devociones personales, el Seráfico Padre se preparaba para las grandes solemnidades con periodos largos de ayuno y oración- contemplación, comúnmente llamados "Cuaresmas". Según se colige por las biografías, que estas eran varias:
1. Desde la Epifanía hasta la Pascua. (la unía con la de la Iglesia).
2. Desde Pentecostés hasta San Pedro y San Pablo
3. Desde la Asunción, hasta el día de San Miguel.
4. Desde Todos los Santos hasta Navidad.
La estigmatización ocurre durante la "Cuaresma de San Miguel" del año de 1224, alrededor de la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, 14 de septiembre.
El escenario.
Venid, que en el monte Alvernia,
como a Moisés en la zarza
que ardía sin consumirse,
Dios por Francisco nos habla.
(Himno de Laudes, propio de la Fiesta)
El año de 1213 el conde Orlando de Chiusi, uno de los tantos dirigidos espiritualmente por Francisco y hermano de la Penitencia (actual Orden Franciscana Seglar) donó al Seráfico Padre el monte Alverna o La Verna, en la Toscana, al norte de la provincia de Arezzo, para que haga sus retiros junto con sus hermanos. Tiene la particularidad este monte de presentar un relieve accidentado con una cresta rocosa en la cima y profundos abismos por un lado, que según la tradición, se formaron durante el terremoto que sacudió la tierra en el momento de la muerte del Señor, como una prefiguración de la renovación de la Pasión de Cristo que allí ocurriría siglos más tarde. (Consideración II sobre las Llagas).
Y aunque San Francisco viajó acompañado por los frailes León, Ángel, Rufino, Maseo, Iluminato y probablemente Bonizzo, solo estuvo en lo más alto con el primero, Fray León, quien le alcanzaba la comida y muy temprano por las mañanas le celebraba la Misa. Pero él, deseando más soledad, se apartó, cruzando un abismo, por medio de un tronco atravesado y estuvo en una cueva, a manera de cobertizo, que el Seráfico Padre convertiría en su capilla, su Betel, su lugar de oración y de encuentro con Dios.Un dato curioso: Todas las noches, un halcón despertaba a Francisco para el rezo de maitines. Pero había días en que nuestro Padre no se sentía bien; entonces, el "hermano" Halcón, como si lo supiera, lo dejaba descansar.
Los hechos.
"Llevaba arraigada en el corazón la cruz de Cristo. Y por eso le brillaban las llagas al exterior, en la carne, porque la cruz había echado muy hondas raíces dentro, en el alma" (2 Cel 211). Llegados a este momento podemos decir que este es el verdadero "periodo seráfico" de la vida de San Francisco, en el que consumó su conformidad con Cristo bendito. (O. Englebert).
Uno de esos días, cuando el bienaventurado Francisco estaba con fray León, (probablemente al terminar una de las misas diarias), quiso conocer el significado de las visiones que había tenido una de esas noches, de las que Fray León casualmente había sido testigo, y pidió a su amigo, conforme a su costumbre, abrir por tres veces el libro de los Evangelios, saliendo en todas ellas la narración de la Pasión de Cristo, con lo que el siervo de Dios supo que debía prepararse para seguir a Cristo en su sufrimiento, así como le había sido conforme en todos los actos de su vida; aun así, no imaginaba lo que el Señor le tenía reservado. La mañana del día de la Exaltación de la Santa Cruz, encontró a Francisco orando de esta manera: "Señor - decía con lágrimas en los ojos - dos gracias te ruego me concedas antes de morir: la primera, que sienta en mi cuerpo y mi alma, en la medida que sea posible, los dolores de tu acerbisima pasión; y la segunda, que sienta en mi corazón, aquel amor que te llevó a inmolarte por nosotros".
San Buenaventura (15 de julio), General de la Orden, para escribir su biografía de San Francisco, se retiró en el monte Alvernia. A él cedemos la descripción de tan sublime hecho. Un santo nos escribirá sobre otro santo:
“… mientras oraba…, vio bajar de lo más alto del cielo a un serafín que tenía seis alas tan ígneas como resplandecientes. En vuelo rapidísimo avanzó hacia el lugar donde se encontraba el varón de Dios, deteniéndose en el aire. Apareció entonces entre las alas la efigie de un hombre crucificado, cuyas manos y pies estaban extendidos a modo de cruz y clavados a ella. Dos alas se alzaban sobre la cabeza, dos se extendían para volar y las otras dos restantes cubrían todo su cuerpo…
Estaba sumamente admirado ante una visión tan misteriosa, sabiendo que el dolor de la pasión de ningún modo podía avenirse con la dicha inmortal de un serafín. Por fin, el Señor le dio a entender que aquella visión le había sido presentada así por la divina Providencia para que el amigo de Cristo supiera de antemano que había de ser transformado totalmente en la imagen de Cristo crucificado no por el martirio de la carne, sino por el incendio de su espíritu. Así sucedió, porque al desaparecer la visión dejó en su corazón un ardor maravilloso, y no fue menos maravillosa la efigie de las señales que imprimió en su carne.
Así, pues, al instante comenzaron a aparecer en sus manos y pies las señales de los clavos, tal como lo había visto poco antes en la imagen del varón crucificado. (Leyenda Mayor XIII, 3)
Descripción de los Estigmas. Quienes los vieron.
Dos años después de la muerte de San Francisco, el Beato Tomás de Celano (5 de octubre) escribió por orden del Papa Gregorio IX (El antiguo cardenal Hugolino, amigo personal de Francisco) la biografía oficial del santo, basándose en el testimonio reciente de muchos que lo conocieron y convivieron con él y lo que él mismo había conocido del Seráfico Padre. Y nos da una descripción de los estigmas:
"Las manos y los pies se veían atravesados en su mismo centro por clavos, cuyas cabezas sobresalían en la palma de las manos y en el empeine de los pies y cuyas puntas aparecían a la parte opuesta. Estas señales eran redondas en la palma de la mano y alargadas en el torso; se veía una carnosidad, como si fuera la punta de los clavos retorcida y remachada, que sobresalía del resto de la carne. De igual modo estaban grabadas estas señales de los clavos en los pies, de forma que destacaban del resto de la carne. Y en el costado derecho, que parecía atravesado por una lanza, tenía una cicatriz que muchas veces manaba, de suerte que túnica y calzones quedaban enrojecidos con aquella sangre bendita".
Es de comprender que luego del feliz tránsito de San Francisco, muchas personas hayan visto lo que en vida de él solo vieron – y supieron- los más cercanos como León, quien le ayudaba a vestirse y a cambiarse la ropa, Rufino, Elías, y tal vez Santa Clara (11 de agosto y 23 de septiembre, invención de las reliquias) quien le acogió en el monasterio de San Damián cuando regresó del Alvernia y le confeccionó unas sandalias en piel con un agujero en el centro, para que pueda acomodar el remache de los clavos de la planta de los pies y pueda caminar bien, entre otros muy escogidos frailes. La noche del 3 al 4 de octubre de 1226, se cuentan como mínimo hasta 50 personas que vieron y palparon los estigmas en el cadáver de San Francisco, antes de llevarlo a sepultar, entre los que destaca la noble dama romana la Beata Jacoba Settesoli (8 de febrero), quien llevó las mortajas y ceras para el sepelio, al caballero Jerónimo, y nuevamente Santa Clara quien mojó un pañuelo con la sangre que brotó al remover uno de los clavos de carne de la mano. Todos ellos dieron testimonio bajo juramento de la veracidad de los hechos.
La fiesta de la Impresión de las Llagas.
El papa Beato Benedicto XI (12 de agosto) autorizó en 1304 a los religiosos franciscanos la conmemoración de las Llagas de San Francisco, autorizando además un Oficio Litúrgico propio. Sixto V introdujo la mención del hecho en el Martirologio Romano. Paulo V la extendió a toda la Iglesia y así se mantuvo hasta la reforma litúrgica de 1969.
Celebrar los estigmas de San Francisco, además de causarnos admiración y gratitud a Dios, también es una invitación a renovar nuestro amor a Dios y a la humanidad, por quienes Cristo dio su vida. Apasionarnos por la salvación de todos, repitiendo como Francisco: "Amar, Señor, como Tú ha amado, sufrir, como tú has sufrido". "Contemplemos, hermanos todos, al buen Pastor, que sufrió la pasión de la cruz para salvar a sus ovejas. Las ovejas del Señor le siguieron en la tribulación y en la persecución y en la humillación, en el hambre y en la sed, en la debilidad y en la tentación, y en todo lo demás. Y como premio por ello, recibieron del Señor la vida eterna. Por tanto, vergüenza nos debiera dar a nosotros, siervos de Dios, que los santos hayan realizado las obras buenas y que nosotros, con sólo divulgarlas y predicarlas, queramos a su costa recibir honor y gloria". (San Francisco de Asís. Admonición 6).
Fuentes:
-"San Francisco de Asís. Escritos, biografías y documentos de la época". BAC, Madrid 2000.
-"Vida de San Francisco de Asís". OMER ENGLEBERT. Cefepal, Chile, 1974.
-"Francisco de Asís, paso a paso". Edit. San Pablo. Madrid, 2009.
-"Francisco de Asís y su mundo". MARK GALLI. Edit. San Pablo. Madrid, 2007.
-"Nuevo Año Cristiano". septiembre. JOSÉ MARTÍNEZ PUCHE, OP (Director). Edit. San Pablo-Edibesa. 2008.
-"La lección del Monte Alverna". Carta Encíclica del Ministro General de los Franciscanos, con motivo de la celebración del 750 aniversario de la impresión de las Llagas de San Francisco en la cima del monte Alverna. [24-VIII-75]
-Directorio Franciscano http://www.franciscanos.org/selfran11/koser.html
A 17 de septiembre además se celebra a San Alberto de Jerusalén, obispo y legislador del Carmelo.