Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

San Fernando de Portugal, príncipe.

La leyenda la hizo un mártir, la historia un traicionado.

Ramón Rabre

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Sepulcro del Infante Fernando.
Sepulcro del Infante Fernando.

San Fernando de Portugal, príncipe. 5 de junio.

Infancia y juventud.

Fue este Infante de Portugal el sexto hijo de Juan I y Felipa de Lancaster. Nació el 29 de septiembre de 1402, luego de un parto difícil y de que su madre se aplicara una reliquia de la Vera Cruz. Nació débil, y se le bautizó enseguida, pensando que moriría, pero sobrevivió aunque tuvo una infancia y juventud enfermizas. Alejado de asuntos mundanos, se decantó por el estudio y la piedad. A los 14 años comenzó a tener oración mental y a rezar las horas canónicas, pero además, en público siempre se mostraba piadoso y observante de las ceremonias religiosas. Gustaba mucho de los Oficios de Semana Santa,  a la par de la piedad, en estas fechas invertía muchos ratos en la caridad sirviendo a los pobres, enfermos y a los cautivos cristianos, por cuya redención en tierra de moros se preocupó siempre. Nunca contrajo matrimonio, en parte por su naturaleza débil, y los piadosos escritores añaden que por su amor a la virginidad. Era penitente, ayunaba siempre que era obligación, y además, los sábados y todas las vigilias de las festividades de la Santísima Virgen María.

En 1433 murió el rey Juan y le sucedió en el trono Eduardo I, y nuestro Fernando heredó Salvaterra de Magos. Eduardo le instó a que aceptase el cargo de Gran Maestre de la Orden Militar de Avis, pero Fernando no quiso por conllevar rentas eclesiásticas que no consideraba ser justo recibirlas sin ser un miembro del clero. Al final aceptó, pues, continúan los piadosos escritores, porque con dichas rentas podría hacer más caridad. Además, el papa Eugenio III le concedió el título de Cardenal, pero en eso sí que no hubo quien le hiciera obedecer, por repugnancia a tener tal dignidad eclesiástica, ni manifestar vocación religiosa.

A por los moros.
En 1437 Eduardo comenzó a preparar una campaña contra los musulmanes en África, y junto a su hermano Enrique, nombró General a Fernando. El 22 de agosto del mismo año partieron, padeciendo Fernando un forúnculo que le hacía padecer mucho, pero lo disimuló. Llegando a Ceuta, no pudo más y hubo de guardar cama por las grandes fiebres que dicho mal le causaba. En septiembre partió Enrique por tierra y Fernando continuó por mar, ambos a Tánger. Plantaron batalla a pesar que Fernando casi se caía del caballo, pero le animaba el combatir a los enemigos de Cristo, y para ello portaba un estandarte con la efigie de San Miguel Arcángel, al que tenía gran devoción. La primera escaramuza la ganaron los portugueses, pero cuando volvieron a plantar batalla, se encontraron con que el mismo rey de Fez venía al frente de 600.000 soldados. Viendo los cristianos semejante ejército, retrocedieron  y desde su campamento finalmente repelieron a tal multitud luego de seis horas de pelea, "solo por auxilio divino", que dicen los autores.

Fracaso y cautiverio.
Continuaron los moros su embestida y viendo los cristianos que nada había que hacer, negociaron la entrega de Ceuta a cambio de la vida. Pero los musulmanes, viéndose fuertes, apresaron a los emisarios y continuaron la lucha. Se defendieron los cristianos con valentía y ante esto, los moros aceptaron dejarles ir a cambio de Ceuta, pero por desconfianza, pidieron un canje de príncipes hasta poseer Ceuta. Ofrecieron ellos al primogénito de Salah Ibn Salah (conocido "en cristiano" como Çallabençalla), señor de Melilla y Tanger. El mismo Enrique quiso entregarse, pero su Consejo Militar se lo impidió, por lo que Fernando se entregó voluntariamente a los moros, el 16 de octubre, junto con su médico, su confesor y varios sirvientes, entre ellos Fr. Joao Alvares, que escribiría toda esta historia. Llegados a Ceuta, como los musulmanes no habían entregado al hijo de Çallabençalla, se negó a entrar a la ciudad. Entregado el príncipe infiel, Fernando cumplió su parte y se dio a los moros, pero algunos de estos traicionaron y antes que los cristianos subieran a las galeras, les atacaron y asesinaron a algunos. Ante este imprevisto, Çallabençalla llevó al Infante Fernando a Asillah, una plaza más fuerte, con intención de negociar el intercambio de príncipes y la entrega de Ceuta.

En principio, como era un príncipe real, fue tratado con cortesía, permitiéndole tener correspondencia, tener su propio dinero, practicar su religión y recibir visitas. A pesar de su enfermedad, Fernando no perdía la fe ni la esperanza. Aún estaba alegre al verse entre otros cautivos cristianos, a los que consolaba y auxiliaba, olvidándose que era un príncipe. Con sus compañeros de cautiverio rezaba las Horas y otros ejercicios de piedad. Çallabençalla insistía en la entrega de Ceuta e instaba a Fernando para que rogara a Eduardo iniciase las negociaciones, pero los hermanos de Fernando, Eduardo y Pedro no se ponían de acuerdo, pues Eduardo, el rey, se negaba rotundamente a entregar Ceuta y estaba dispuesto solamente a hablar sobre la libertad del Infante y del hijo de Çallabençalla. En enero de 1438 las Cortes de Portugal se dividieron sobre si entregar Ceuta o no, y finalmente se disolvieron sin tomar una decisión, y mientras el príncipe, padeciendo. Luego de Pascua del mismo año finalmente se decidió conservar Ceuta, buscando otros medios de liberarle, como ofrecer dinero o emprender otra cruzada, con apoyo de Castilla. Suplicó Fernando por su liberación (los hagiógrafos lo callan, para no restarle mérito a su "sacrificio por la fe"), hasta que su hermano Enrique, aún en Tanger, le respondió que Ceuta no se entregaría por nada y que él mismo había cumplido su parte del trato.

El 25 de mayo, viendo Çallabençalla que no lograba nada, y temeroso de un ataque de los portugueses y castellanos, envió al príncipe al rey de Fez, un soberano cruel y que odiaba sobremanera a Cristo y sus discípulos. Si buen al principio tuvo Fernando contacto y dinero del exterior, al cortarse las negociaciones con Portugal, de rehén fue degradado a preso común y metido en unas lóbregas mazmorras y confiado al gobernador del rey, Abu Zakariya (conocido como Lazeraque), que le cargó sobre su delicado cuerpo una pesadísima cadena. Allí estuvo durante cinco meses. Al cabo, Lazeraque puso a Fernando junto a otros prisioneros a á cavar en los huertos del rey o limpiar los establos desde la mañana hasta la noche. Soportaba todo el santo príncipe, con gran fe y paciencia, siendo ejemplo de entereza cristiana no solo a los cristianos sino a los mismos infieles allí presos por otras causas.

Últimos años. Muerte.
El 9 de septiembre del mismo año murió de peste el rey Eduardo, lo que supuso un gran dolor para Fernando. En su testamento el rey había ordenado el rescate de su hermano. Jurado rey de Portugal el infante Alfonso, hijo de Eduardo, asumió la regencia el Infante Pedro, tío del niño y hermano de Eduardo y nuestro Fernando. Pedro no estuvo menos interesado en procurar la libertad de Fernando, pero poco pudo hacer, salvo que los captores se ensañaran más con el santo príncipe. Injurias, burlas, amenazas y trabajos se sucedían unos tras otros. Solo salían de la prisión para trabajar como esclavos, y nada más. Al ver Lazeraque que Fernando no mudaba su mansedumbre y que era aliento cristiano para sus compañeros, le aisló nuevamente en una celda sin ventanas del viejo castillo arruinado que estaban reparando. Nos narran que el príncipe oraba constantemente y que una luz misteriosa llenaba su celda. Los otros cristianos soltaron un ladrillo de la pared que lindaba con la celda y por allí hablaban con el Infante. Pretendían consolarle y era él quien les inspiraba. Decíales: "Perdonadme por amor de Dios, puesto que por mi causa padecéis tantas molestias. Sabed, amigos, que os tengo en lugar de hijos, y que mi mayor gusto sería acompañaros en los trabajos sin alguna distinción, lo que preferiría al reino de Portugal: testigo es Dios que no miento. Solo por tres cosas quisiera vivir: la primera, para premiaros como merecéis, la segunda, para animar a los cristianos a destruir estas bárbaras regiones, no por venganza de lo que padezco, pues cuanto hacen conmigo los moros lo recibo como ministros de mi salvación, y la tercera, para persuadir a mis hermanos que librasen a los pobres cautivos, lo que yo haría mejor que otro alguno, habiendo sido testigo de las miserias que padecen".

Para colmo, tensiones entre Lazeraque y Çallabençalla, que pretendían ser ellos los que negociasen los rehenes, agravaron las condiciones del príncipe y su liberación parecía cada vez más lejos, dado que Portugal se desentendió finalmente de la suerte del príncipe. Incluso constan otras negociaciones menores con los moros, relacionadas con dineros, comercio y tierras, pero sobre Fernando nada se habla. Seis años padeció el príncipe Fernando en aquellas condiciones de pobreza, trabajo y malos tratos. Otras cosas pasaron, como algunos intentos del Infante Pedro de rescatarle, pero las saltamos, para llegar al final terrenal de Fernando: El 1 de junio de 1443 se le desencadenó una diarrea que le llevó al desfallecimiento. Le permitieron a su confesor, preso con él, una visita extraordinaria, pues solo podía hacerlo cada dos semanas. Le dijo Fernando a Fray Gil: "Dos horas antes de amanecer, estando considerando las miserias de esta vida y la felicidad de la eterna, comencé á sentir en mi corazón un gran consuelo y un deseo ardoroso de salir de este mundo. Fijé los ojos en la pared y vi a una Señora sentada en un alto trono entre celestiales resplandores. Conocí al instante que era la Virgen Santísima, y postrándome de rodillas, como pude, ante su presencia, oí a uno de los de la comitiva, que por las señas era San Miguel, que le decía: 'Yo os ruego, Señora, que os compadezcáis de este vuestro siervo: ved cuanto tiempo hace que padece, y que pide a vuestro querido Hijo que ponga término a sus miserias. Por él intercedo, pues es mi especial devoto'. Después hizo las mismas súplicas otro que sin duda fue San Juan Bautista, y en seguida vi a la Señora que me miraba con benignos ojos, con lo que desapareció inmediatamente". Luego de narrar su visión, se confesó y habiendo recibido la Indulgencia Plenaria "in articulo mortis", quedó postrado durante cuatro días más, falleciendo el 5 de junio, a los 41 años de edad.

Lazeraque, al saber la muerte del príncipe, dijo: "Si entre los perros cristianos hay algo de bueno, sin duda lo tuvo este que acaba de morir, si fuese moro, merecía tenerse por santo. Sé que jamás mintió, ni de su boca se le oyeron nunca palabras de falsedad. Cuantas veces envié exploradores para que viesen lo que hacía, siempre le encontraron en oración, y ciertamente los de su nación cometieron un gran pecado en dejarlo morir así".

Reliquias y culto.
Pero no hay que pensar que dicho reconocimiento de la santidad de Fernando terminara la crueldad de su vigilante, pues mandó le fueran arrancadas las entrañas (que dos compañeros de prisión escondieron bajo tierra en su mazmorra) y colgasen el cuerpo, cabeza abajo, en las murallas de Fez, para escarnio de los musulmanes. Allí estuvo el santo cuerpo cuatro días y luego fue metido en una caja de madera y esta colgada en la misma muralla. En 1450 las entrañas del príncipe fueron desenterradas y en secreto se llevaron a Portugal, al monasterio de Nuestra Señora de la Victoria, el célebre y bello recinto de Batalha.

Pronto comenzó un culto religioso-patriótico en torno al "mártir de la fe", alentado por la casa real portuguesa y por la Orden de Avis. Su hermano Enrique fue el principal promotor de la idea de que Fernando se había quedado voluntariamente en "tierras de infieles", tal vez para quitarse su propia responsabilidad de encima. En 1460 se terminó la primera "vita et martiriae" de Fernando, escrita en todo laudatorio y hagiogáfico. Dos años después se publicó la "Martirium pariter et gesta", con vistas a pedir la canonización a Roma, impulsada por la hermana de Fernando, Isabel de Portugal, duquesa de Borgoña. Esta princesa alentó el culto a su hermano construyendo una capilla en su honor en la iglesia de San Antonio, Lisboa, además de fundar una capellanía en su memoria en Bruselas, ambas permitidas por el papa Pablo II en 1470. La muerte del papa y la princesa truncó la posible canonización, que nunca llegó, aunque el culto popular continuó.

En 1471 Afonso V de Portugal fue capturado Tánger y en 1473 se negoció su liberación junto con las reliquias de Fernando que aún colgaban ignominiosamente de las murallas de Fez. Una leyenda posterior dice que "no hallaban los portugueses el medio de recuperar los restos de su príncipe cuando dispuso el Señor que se hiciese su traslación a Portugal por medios extraordinarios, para que brillase en el acto su adorable Providencia": Tenía el rey de Fez un sobrino que poco a poco iba haciéndose querido en el reino por su sabiduría, buenas prendas y justicia, así que temiendo el rey que pretendiera arrebatarle el trono, comenzó a maquinar contra él y a retirarle todo su favor. El sobrino, deseoso de venganza, creyendo que la más grave afrenta que podía hacer a su tío era devolver a los portugueses su mártir, las sacó de la muralla una noche junto con dos cristianos cautivos, que huyeron a Metida, ciudad en poder de los cristianos. Pero en relidad fueron negociadas y obtenidas. En Portugal fueron recibidas solemnemente, realizándose una gran procesión hasta la catedral. Luego de varios días de honras fúnebres, el cuerpo fue trasladado a Batalha, donde ya estaban sus entrañas. Allí fue colocado en una bella tumba en la real capilla, edificada por su padre. En los siglos XVI y XVII se retomó la intención de la canonización, y los reyes portugueses manifestaron externa devoción a su antepasado. Pero la Iglesia ya era más estricta con las canonizaciones, por lo que no aprobó su culto. Incluso lo prohibió en Batalha el obispo de Leiria, al no ser un santo ni siquiera beatificado. En 1634 la Carta "Coelestis Jerusalem" de Urbano VIII, que prohibía terminantemente cualquier culto a los no beatificados, "a menos que probaran ser cultos inmemoriales", dio el puntillazo y no se le veneró más públicamente. Aunque los Bollandistas en 1695 lo incluyeron entre sus santos al demostrar su culto desde el momento de su muerte.


Fuente:
-"Año cristiano o Ejercicios devotos para todos los días del año". Junio. R.P. JUAN CROISSET. S.J. Barcelona, 1862.
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