San Vicente de Lérins, monje.
El "semihereje" del santoral.
San Vicente de Lérins, monje. 24 de mayo.
Origen y formación.
La primera referencia a este santo, la hallamos en "De viris ilustribus", de Genadio de Marsella, contemporáneo suyo y que le dedica numerosas alabanzas. Esta obra no nos dice nada sobre el origen y familia de Vicente. San Euquerio de Lyon (16 de noviembre), dice de Vicente que "distinguía por su elocuencia y su saber". Durante mucho, los posteriores biógrafos apuntaban que fue un soldado hastiado del mundo, basándose en las mismas palabras del santo sobre su juventud: "En otro tiempo, arrebatado por los tristes y turbulentos torbellinos de la secular milicia, con la gracia de Cristo he arribado al puerto de la religión, refugio seguro para todos. Aquí, calmados los vientos de la vanidad y de la soberbia, entregado al ejercicio de la humildad cristiana que tanto agrada a Dios, lograré verme libre no sólo de los naufragios de la vida presente, sino también de los incendios del siglo futuro". Pero no hay que entender "secular milicia" como pertenencia al ejército, sino como el mundo y sus altibajos, tentaciones y luchas constantes. También, sin mucho fundamento, se le ha hecho hermano de San Lupo de Troyes (29 de julio).
Así que luego de esta juventud agitada, Vicente profesó en el celebérrimo monasterio de Lérins, fundado en 410 por San Honorato de Arlés (16 de enero), fuente de saber, evangelización y santidad durante siglos. Aunque no consta fehacientemente, todos los historiadores coinciden en que fue monje presbítero, y no es de extrañar que así fuera por los vastos conocimientos en teología, Biblia, historia de la Iglesia que demuestra. Conocimientos de los que, en la mayoría, quedaban excluidos los monjes legos.
El Pelagianismo.
La época en que Vicente irradia su luz al mundo está llena de definiciones y contrastes teológicos. Sobre todo los dogmas de la Trinidad y la Encarnación sufren ataques, purificaciones y clarificaciones. Es el momento en que se van definiendo, no su núcleo, sino la manera de explicarlos, presentarlos y sus implicaciones en la teología y la vida de la Iglesia. Sacudía la Iglesia una doctrina llamada “pelagianismo” que se enfrentaba a la corriente teológica de San Agustín (28 de agosto; 24 de abril, bautismo; 29 de febrero, traslación de las reliquias a Pavía; 5 de mayo, conversión; 15 de junio, en la Iglesia oriental).
La fe católica enseñaba como Verdad:
1. Dios ha dado al hombre libre albedrío.
2. Dios ha hecho al hombre para la felicidad perfecta.
3. La felicidad perfecta sólo se alcanza por la voluntad del hombre, libremente de acuerdo con la voluntad de Dios.
4. La voluntad del hombre se ve debilitada por la caída del primer hombre.
5. Para remediar esta debilidad, Dios provee al hombre de la gracia para fortalecerlo para seguir la voluntad de Dios.
6. El hombre para obtener la felicidad debe querer servir a Dios.
7. La voluntad del hombre sin la gracia no es capaz de alcanzar este fin.
Es decir, que Dios, que crea libremente y da libertad al hombre, no puede "oprimirle" con una gracia que anule su voluntad, pues estaría destruyendo su propia obra, al eliminar el libre albedrío. Pero tampoco la voluntad del hombre puede por sí sola alcanzar la salvación, sin la gracia efectiva de Dios. Sin embargo, los pelagianos rompían este equilibrio entre la gracia de Dios y la voluntad humana, negando la prolongación del pecado original en la raza humana partiendo de Adán, único al que habría afectado este pecado. Por ende, el bautismo de infantes era innecesario. También propugnaba que la gracia era supletoria en la salvación, para la cual bastaba el conocimiento y el seguimiento de Cristo. San Agustín había refutado con amplitud y profundidad estos errores, demostrando que todas las acciones humanas dependen de Dios, que es el que otorga gratuitamente al hombre la salvación. En 418 había sido condenada esta herejía por el Concilio de Cartago, convocado por el papa San Zósimo (26 de diciembre). Esta condena fue luego refrendada por el Concilio de Éfeso, en 431.
El Semipelagianismo.
La Galia estaba influenciada por las corrientes teológicas provenientes del también célebre monasterio de San Víctor, en Marsella. Allí su abad y fundador, San Juan Casiano (23 de julio y 29 de febrero, Iglesia Ortodoxa) es partidario de lo que llamamos "semipelagianismo". Esta corriente moderaba el pelagianismo, considerando que algunos movimientos de la voluntad humana preceden a la gracia. Según los semipelagianos, la fe no sería un don de Dios, sino que dependía de la voluntad humana, la cual con pretender hacer el bien, ya podía salvarse. El semipelagianismo admite la doctrina sobre el pecado original.San Agustín rebate esta corriente teológica con dos obras: "De la predestinación de los Santos" y "Del don de Ia perseverancia", reafirmando la doctrina católica sancionada por los dos concilios antes mencionados:
"Se ha de evitar, pues, ¡oh hermanos amados del Señor!, que el hombre se engría contra Dios, afirmando que es capaz de obrar por sí mismo lo que ha sido una promesa divina. ¿Por ventura no le fue prometida a Abrahán la fe de los gentiles, lo cual creyó él plenamente, dando gloria a Dios, que es poderoso para obrar todo lo que ha prometido? El, por tanto, que es poderoso para cumplir todo lo que promete, obra también la fe de los gentiles. Por consiguiente, si Dios es el autor de nuestra fe, obrando en nuestros corazones por modo maravilloso para que creamos, ¿acaso se ha de temer que no sea bastante poderoso para obrar la fe totalmente, de suerte que el hombre se arrogue de su parte el comienzo de la fe para merecer Bolamente el aumento de ella de parte de Dios?
Tened muy en cuenta que si alguna cosa se obra en nosotros de tal manera que la gracia de Dios nos sea dada por nuestros méritos, tal gracia ya no sería gracia. Pues en tal concepto, lo que se da no se da gratuitamente, sino que se retribuye como una cosa debida, ya que al que se cree le es debido el que Dios le aumente la fe, y de este modo la fe aumentada no es más que un salario de la fe comenzada. No se advierte, cuando tal cosa se afirma, que esa donación no se imputa a los que creen como una gracia, sino como una deuda". (Praedestinatione sanctorum. II, 6).
Vicente y su recta equivocación.
Nuestro Vicente, al leer estas obras de Agustín, las rebatió argumentando con lo que él creía que era la Tradición de la Iglesia, si bien sus argumentos eran válidos, lo hacían a partir de un principio errado: la doctrina de San Agustín eran una novedad a rechazar. Para Vicente, la enseñanza de Juan Casiano venía avalada por los orígenes orientales del abad, y le creía depositario de la verdadera enseñanza sobre la Gracia. En general, Vicente admiraba la enseñanza y autoridad de Agustín, sólo en este punto difería de él, aunque nunca llegaron a extremos de desacreditaciones personales ni acusaciones. Un ejemplo es el apoyo y difusión de la obra agustiniana sobre la Trinidad y la Encarnación que hace Vicente en la Galia. La controversia entre ambos fue en el plano de las formulaciones teológicas. Por otra parte, el semipelagianismo no había sido condenado por la Iglesia, incluso el papa San Celestino I (6; 8, Iglesia Oriental; 9 de abril y 27 de julio) defendió la buena intención de los semipelagianos al compararlos con los nestorianos al condenar a estos. De hecho el pelagianismo no sería condenado formalmente sino hasta casi 100 años de la muerte de Vicente, en el Sínodo de Orange, en 529. Y por su probada fidelidad a la íntegra fe de Cristo está claro que hubiera aceptado la verdad proclamada por la Iglesia, que repito es esta: La gracia sin la cooperación libre del hombre no es operativa para llevar a cabo la salvación del hombre. Por su parte, la voluntad humana sin la ayuda de la gracia no tiene poder para obtener la salvación por sí sola.
Al exagerar el poder del libre albedrío o la función de la Gracia, se cae en la herejía. Pelagiana si se exagera el libre albedrío, calvinista si se dota a la gracia de fuerza absoluta. De hecho, luego del nacimiento de la herejía luterana, algunos de los llamados "reformadores" y sus ideas semipelagianas (que por supuesto ellos consideraron una supuesta vuelta a la fe cristiana) como arma frente al bautismo de los infantes, aunque por causa errada, y se valieron de "Commonitorium", la más famosa obra de San Vicente, escrita en 434. El papa Benedicto XIV, a la par que condenaba los errores de dicha obra, defendió la buena fe de San Vicente de Lérins y su adhesión a la única fe cristiana: la de la Iglesia. Y estas palabras de dicha obra lo confirman:
"Acaece con la religión de las almas lo que sucede con el desarrollo de los cuerpos. Con la edad los cuerpos crecen y se dilatan sus proporciones, permaneciendo siempre los mismos. (...) Esta ley del progreso se aplica igualmente al dogma cristiano: los años lo consolidan, los tiempos lo desarrollan, la edad lo hace más vulnerable; pero debe permanecer incorrupto e intacto, completo y perfecto en todas sus dimensiones y – si así podemos hablar – en todos los miembros y en todos sus propios sentidos. El dogma no admite ninguna alteración, ninguna atenuación, ninguna variación de lo que ha sido definido".
"No ocurra nunca, por tanto, que los rosales de la doctrina católica se transformen en cardos espinosos. No suceda nunca, repito, que en este paraíso espiritual donde germina el cinamomo y el bálsamo, despunten de repente la cizaña y las malas hierbas. Todo lo que la fe de nuestros padres ha sembrado en el campo de Dios, que es la Iglesia, todo eso deben los hijos cultivar y defender llenos de celo. Sólo esto, y no otras cosas, debe florecer y madurar, crecer y llegar a la perfección".
"Todo cristiano que quiera desenmascarar las intrigas de los herejes que brotan a nuestro alrededor, evitar sus trampas y mantenerse íntegro e incólume en una fe incontaminada, debe, con la ayuda de Dios, pertrechar su fe de dos maneras: con la autoridad de la ley divina ante todo, y con la tradición de la Iglesia Católica".
Vicente murió en Lérins, entre los años 445 y 450. La polémica sobre su ortodoxia hizo que nunca tuviera culto público y que hasta el siglo XVI no fuera insertado en el martirologio romano por Baronio, que lo pone a 24 de mayo copiando este dato de Molano, del que se desconoce el por qué lo pone en este día, cuando el martirologio de Pedro de Natalibus coloca a San Vicente de Lérins a 1 de junio.
Fuentes:
-"Vidas de los Santos". Tomo V. Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD.
-"Nuevo Año Cristiano". Tomo 5. Editorial Edibesa, 2001.