Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

San Aybert de Crespin, monje y ermitaño.

De la soledad al monasterio, y de este a la soledad.

Ramón Rabre

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San Aybert de Crespin, monje y ermitaño. 7 de abril y 2 de mayo (traslación de las reliquias).

Nació en Espain, pueblo de Tournai, sobre el año 1060. Sus padres, pastores acomodados, se llamaron Albade y Elvidie. Desde niño se sintió atraído por la vida contemplativa, gustaba de orar de pie y de rodillas, y cuando estaba en el campo se escondía entre el rebaño para no ser visto y templar su humildad. Siendo aun muy joven aún conoció la vida de San Theobald de Provins (30 de junio), trovador que se había convertido y hecho ermitaño, y quiso imitarle. Así que se fue con un monje-eremita que vivía cerca de la ciudad de Crespin, al norte de Valenciennes, que vivía allí con permiso de su abad. Ayunaban durante días, y cuando comían a menudo no era más que un trozo de pan, hierbas o bayas del bosque. No se preocupaban del  calor o del frío, siempre llevaban las mismas túnicas bastas y gastadas. Pasaban el tiempo en oración, e incluso alababan a Dios por medio de canciones, ya fuera en la ermita o en medio del campo.

Regnier, abad de Crespin fue a Roma a pedir la autorización para asumir la Regla de San Benito en su monasterio y pidió a los dos eremitas le acompañasen. Fueron allá, donde supieron que el papa Beato Urbano II (29 de julio), estaba en Benevento. Regnier fue a verle, y Aybert y su compañero quedaron con los monjes vallumbrosanos, donde conocieron los usos y costumbres monásticos. Al regreso de Regnier, que logró su embajada, todos regresaron a Francia. Al poco tiempo, Aybert soñó que un águila blanca volaba sobre él con un hábito monástico en el pico, que dejaba caer sobre él. Entendió que Dios quería fuera monje, y pidió su entrada en Crespin. Al principio la comunidad no estaba de acuerdo con su entrada, siendo un eremita tan excéntrico, pero el abad confió en él y además de admitirle, le nombró “cellarius”, que es el monje que se ocupa del bienestar material de los monjes, que no les falten luces, plumas, hábitos, cosas de ordinario, etc. Así como Aybert era sumamente austero para consigo mismo, con los monjes fue todo caridad y dádiva, especialmente con los enfermos, a los que guardaba y proveía de lo mejor de las limosnas que al monasterio entraban. Así que pronto pasó de ser mirado con hostilidad, a ser querido, por su caridad, paciencia y otras virtudes.

Igualmente en el monasterio, continuó su vida penitente, ayunando, disciplinándose y viviendo en total pobreza. Jamás comió queso, pescado o caldos que tuvieran algo de grasa animal. Dormía sobre un banco, con una tabla como almohada. Era muy orante, tanto que era el primero en entrar al coro, para poder rezar los 150 salmos, en lugar de los 15 que tenía cada oficio litúrgico. Los rezaba de rodillas ante las gradas del altar, usando cuentas, por lo que su persona es muchas veces puesta de ejemplo a la hora de citar en el origen monástico y salmódico del rosario. 23 años vivió en el monasterio, hasta que de nuevo sintió la llamada a la soledad. Obtuvo el permiso del abad Lamberto y se retiró a una ermita. A los tres años, una fuerte crecida de un río le dejó incomunicado y sin poder asistir a misa, con lo cual se puso muy triste. En esa situación se sintió enfermo y débil, pero se le apareció la Virgen María, le consoló y le dio un alimento misterioso y tan fructífero, que en todo el resto de su vida necesitó otra cosa que no fuera sus hierbas y frutos, renunciando incluso al pan.

Allí le conoció Burkhard, obispo de Cambrai, el cual por obediencia, le ordenó sacerdote, para que mejor pudiera atender a los fieles que se acercaban a su cabaña para oír la Palabra de Dios, y la palabra consoladora de Aybert. Los papas Pascual II e Inocencio le dieron facultades para perdonar cualquier tipo de pecados, por graves que fuesen, confiados por su discreción, buen juicio y santidad, pero Aybert siempre enviaba a los pecadores más duros o los que habían cometido crímenes o escándalos, a confesarse con el obispo. Desde que fue ordenado, cada día de su vida cantó dos misas: una por los muertos y otra por los vivos. Hay que recordar que hasta el siglo XIII o llegaría la prohibición a los sacerdotes de cantar más de una misa al día, salvo el día de Navidad, que podían decir tres.

Uno de sus visitantes fue el Duque Arnulfo de Hainaut, el cual estaba enfermo, sin que los médicos pudieran hacer algo por él. Luego de confesarse, pidió algo de beber, para aplacar la sed que le provocaba la casi constante fiebre que sufría. Aybert le dijo que solo tenía agua de su pozo, a lo que accedió el Duque. Buscó Aybert agua, pero compadecido, trazó la señal de la cruz sobre el vaso y convirtió el agua en vino. Tan exquisito, que además de agradar al Duque, le sanó milagrosamente.

Aybert murió el  7 de abril de 1140, justo antes de Pascua. Fue enterrado en su propia ermita, pero más tarde, cuando la veneración a sus reliquias fue a más, estas fueron trasladadas a la abadía de Crespin. Otras reliquias se veneran en la iglesia parroquial de Espain, su pueblo natal. Es abogado contra las fiebres, la sequía y el reumatismo.


Fuente:
-“Les vies des saints et fêtes de toute l´année”. Volumen 4. ABBÉ E. DARAS. París, 1872.

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