Santa Catalina Thomàs, virgen.
Santa Catalina Thomàs, virgen canonesa de San Agustín. 5 de abril y 31 de agosto (traslación de las reliquias).
Infancia portentosa.
Fue Catalina hija de Jaime Thomàs y Marquesina Gallará, labradores. Nació Catalina en 1533, sin que conste el día, por desconocerse la partida bautismal. Biógrafos apuntan al 25 de noviembre, pero solamente por suponer que le pondrían el nombre del santo del día, Catalina de Alejandría, sin más argumento. Fue la séptima de los hermanos, que se llamaban Miguel, Bartolomé, Jaime, Mateo, Ana y Margarita.
La leyenda es pródiga con Catalina, de la que se dice que su madre notó que no mamaba del pecho los viernes, y que solo permitía que ella misma la tocase, sin tener sosiego si otros brazos la tocaban. Incluso los de su madre los aceptaba por necesidad, sin estar la bebé a gusto cuando la mimaba en demasía. En fin. Las primeras palabras de la niña Catalina fueron "Ave María", como se lee de San Vicente Ferrer (5 de abril y segundo lunes de Pascua en Valencia). Con solo tres años, ya rehuía de los juegos, para esconderse en los rincones a hacer oración, especialmente el rosario. Para ello se servía de una rama de olivo, a la que quitaba las hojas según contaba las avemarías, hasta que sorprendida por una vecina, esta le regaló un rosario. Por esta fecha se cuenta que, yendo madre e hija a las Vísperas de la Asunción, era tanto el gentío que entrando por las puertas de la catedral, empujaron a la niña y le dislocaron un brazo. Regresaron a casa, sintiendo más la niña no ir a los Oficios que el dolor del golpe.
En casa le aplicaron remedios que nada lograban, por lo que a la mañana siguiente el brazo estaba todo hinchado. Rogó la niña a su madre que aún así la llevase a la iglesia, a la fiesta de la Santísima Virgen, y fue tanta su insistencia, que la madre accedió. Apenas llegaron al umbral de la catedral, se hizo el milagro: el brazo quedó sano, en el mismo sitio donde antes había sido accidentado. Con este portento creyó su madre que la niña estaba predestinada para algo grande y a pesar de ser tan pequeña, comenzó a instruirla en la fe católica, los mandamientos y los misterios de la fe. Así que a los cuatro años ya sabía todo el catecismo, y cuando comenzó a asistir a las lecciones que daba el cura de su parroquia, como mandaba el recién Concilio de Trento, ya lo conocía y más que aprender, aleccionaba con su conocimiento y luces.
A tan temprana edad empezó a despreciar el mundo y sus galas: no permitía que la vistieran de colores y de forma delicada, como a las otras niñas. Ella prefería una falda negra y la típica toca basta de las mallorquinas, por lo que comenzaron a llamarla "la viejecita". A la par, comenzó a buscar la soledad de los montes para estar a solas con Dios. hubiera sol radiante o frío, se alejaba de las poblaciones para dedicarse a orar y meditar. Allí tenía libertad para practicar penitencias, como estar de rodillas sobre piedras, o caminar descalza sobre espinos, mientras meditaba en la Pasión del Señor. También era caritativa con los pobres, quitándose muchas veces su merienda para darlas a los niños o ancianos que mendigaban. Tres años tenía cuando la llevaron a una fiesta, a la que fue por obedecer, pero se retiró en cuanto pudo a una habitación apartada para rogar a Dios por sus paisanos tan gustosos de los bailes. Allí la encontró su abuela jugando con un hermoso Niño que desapareció apenas entró la anciana. Por esta época murió su padre y estando en los funerales, vio un ángel que le decía que su padre estaba en vía de salvación. Luego, visitando la tumba, vio el alma de su padre padecer en el purgatorio, por lo que comenzó a hacer penitencias y ofrecer oraciones en sufragio hasta que igualmente por el ángel fue avisada que Don Jaime ya estaba en el cielo, permitiendo Dios viera a su padre en la gloria.
Una noche de luna llena, pensando que ya amanecía, se levantó para hacer sus tareas, tomó el cántaro y se encaminó a la fuente. De camino oyó las doce campanadas y sintió gran miedo. Iba a desmayarse, cuando le apareció San Antonio Abad (17 de enero), que la acompañó á su casa a salvo. Otro día, encaminándose a la fuente que se halla en la entrada de la villa, con un cántaro de cobre de su cuñada, este se le cayó y se abolló. Estaba triste la niña por causar aquel perjuicio cuando se le presentó Santo Tomás (3 de julio y 21 de diciembre), que tomando el cántaro, lo arregló milagrosamente y lo devolvió a Catalina.
Perseguida por el diablo.
Un día fue enviada por su madre a un recado, y cuando volvía, llevando en el delantal una torta con que se le había regalado, se le presentó el demonio, que le preguntó "¿que llevas ahí?" "Mi almuerzo. Tómalo, si quieres, por amor de Dios", le respondió. Pero le maligno no podía aceptar algo dado en nombre de Dios, por lo que la niña le miró a los ojos y no pudiendo resistirla, el diablo tomó la figura de un negro enorme, y cayó a tierra desmayada. Imploró el auxilio del cielo y acudió Santa Catalina de Alejandría (25 de noviembre), quien la consoló y acompañó á su casa. Otro día el diablo volvió a aparecérsele en la misma figura y la hizo rodar por una cuesta. Volvió a socorrerla su santa patrona, que le dijo: "Hija, entiende que ese que te persigue es el demonio, enemigo común del género humano, especialmente de las almas justas. Pero no temas, pues aunque busca tu ruina, contribuirá a tu gloria y a tu corona".
Otra vez la enviaron sus padres, con otras muchachas, a coger ciertas yerbas en un campo cuando se le apareció el demonio como joven galante, y le mostró una cajita de perlas y joyas. Se les ofreció a cambio de permitirle que la acompañase a su casa de regreso. Catalina, que ya conocía a su adversario, invocó a Jesus y María, y el diablo desapareció. Se le presentó Jesús, que le dijo: "Bien has hecho en no admitir ni las joyas ni la compañía de tu enemigo, pues mejores prendas te aguardan, y en todas tus necesidades no faltará quien te asista". Y allí mismo se lo mostró, pues habiéndose ido sus amigas, la tomó de la mano y la transportó hasta la casa de la abuela para que no volviera sola.
Quiere ser esposa de Cristo.
Con solo cinco años ya quería ser toda de Jesucristo. Un día se cruzó con una vecina que llevaba a su pequeño hijo en brazos, y le dijo la mujer: "Catalina, ves este niño? Espero que algún día serás mi nuera". No sabía la niña lo que significaba esa palabra, y cuando se enteró, lloró lágrimas amargas, pues era algo que la separaría de Cristo. Imploraba a Dios no lo permitiera, cuando se le apareció Santa Catalina, la cual le aseguró que, como ella misma, no tendría otro Esposo que el que su alma anhelaba. Otra prueba tuvo, respecto a aquello: subía una cuesta con su abuelo, y le dijo se apoyara en ella para subir. El anciano accedió por complacerla, dudando de las fuerzas de la pequeña, pero se vio casi transportado y sin esfuerzo hasta la cima. Díjole el anciano al llegar: "¡Quiera el cielo, le dijo, que algún día te vea colocada como deseo!". Se entristeció la niña por aquello, pero se le apareció San Bruno (6 de octubre), que la confortó diciéndole: "Hija, consuélate, que no tendrás otro estado que el de esposa de Jesucristo". A los seis años, mientras rezaba el rosario, se le apareció Jesucristo crucificado, todo llagado y derramando tanta sangre, que regaba la tierra. Le dijo Cristo: "Mira lo que me cuestas; tú eres mía porque te compré con mi sangre, y lo serás eternamente". Y aunque la visión desapareció, su alma quedó consolada grandemente, y comenzó seriamente a encaminarse a este destino: ser esposa de Jesús.
Poco después de esta determinación, la Virgen María se le apareció y le dijo que ella bendecía su unión con su Hijo, que por esposa la había elegido. Y por si fuera poco, un día que lloraba arrepentida porque había pedido una ropa elegante como la de su hermana, se le aparecieron Santa Catalina y Santa Práxedes (21 de julio) las que le revelaron Cristo le guardaba vestidos mucho más preciosos para cuando se desposara con Él. En otra ocasión en que, con tan poca edad, era madrina de bautismo, estaba contrariada porque la vistieron con elegancia y le pusieron algunas joyas de la familia, se le apareció Cristo y le confirmó en su deseo de austeridad, diciéndole: "Catalina, no son los adornos terrenos, ni la hermosura corporal lo que me agrada, sino la del alma, y el adorno las virtudes con que debes prepararte para ser mi esposa". En una noche de Navidad oyó a unas niñas cantar unas coplillas al Niño Jesús y lamentó no saberlas, para cantarle. Apareciósele entonces Santa Catalina, que le dijo: "Que no te de pena ignorar esas coplitas, pues algún día alabarás al Señor, tu Esposo, con más sublimes cánticos".
Catalina se muda con sus tíos.
A los diez años murió su madre, y como la pobreza se había cebado con la familia, ni el hermano mayor ni la abuela podían mantenerla, su tío materno, Bartolomé Gallard, se hizo cargo de Catalina. Este tío, su mujer e hijos eran gente hosca, poco dada a la piedad, y las mujeres eran vanidosas y amantes de las fiestas. Su primo en una ocasión le rompió la frente de una pedrada, dejándola desmayada. Al despertar, secó la sangre y calló quien había sido el agresor, por caridad. Siempre llevó la cicatriz en la frente.
Para colmo, la iglesia le quedaba lejos. Cumplía Catalina sus obligaciones, que no eran pocas, con diligencia y en cuanto podía se retiraba al campo a hacer oración. Como tenía que compartir cama con una prima, esta pronto logró que Catalina dormía poco y gastaba horas de la noche en oración y meditación. No pocas burlas le trajeron esta vida piadosa, pero todo lo sufría por amor de Dios. Se quejaba una vez a Dios sobre el poco tiempo libre que le daban para sus devociones, cuando una voz le dijo: "Catalina, tiempo vendrá en que podrás orar con todo sosiego, pero ahora el Señor te quiere paciente y sufrida en el estado en que te ha puesto". Y Dios mismo se encargaba de que pudiera servirle. En dos ocasiones la vio su tío extasiada y elevada sobre el trigo sin dañarlo, y sin que las ovejas se metieran en sembrados a pesar de estas sin vigilancia. En otra ocasión acompañó a una mujer a escardar trigo cerca de una ermita. Le pidió le dejase orar en la ermita y allí se le pasaron las horas. Al regresar, ambas notaron que había más trigo escardado del que ambas podrían haber hecho juntas. Y más prodigios se dieron, como cuando cayó en un precipicio y San Bruno la sacó alargándole su báculo. En otra ocasión en la que oraba, su ángel le avisó que un hermano suyo se peleaba a muerte. Se levantó, fue allá y con fuerza sobrehumana separó a ambos contendientes.
Seguía sufriendo a esta edad violentos ataques del demonio, que la tentaba sobre la virtud, la humildad y sobre los mismos favores que Dios le hacía, diciéndole que no debía ser tan humilde si tan favorecida era. Dios la socorría dándole ánimos y consuelo. Para ello, como no, envió el Señor a Santa Catalina, la cual le aseguró que se le cumplirían los deseos que tenia de servir a Dios. En otra ocasión, una multitud de bienaventurados le dieron a entender que estaban dispuestos a socorrerla en sus tentaciones. Cansado el diablo de tentaciones, pasó a ataques físicos, pues un día en que iba al campo a llevar la comida de los jornaleros, la empujó a un barranco, causando que se rompieran los platos y se esparciera la comida por el suelo. Lloraba Catalina cuando se le aparecieron San Antonio, Santa Catalina y Santa Práxedes, que recompusieron las ollas y recogieron la comida, limpiamente. Otro día en que estaba junto al mar, contemplando aquella inmensidad y considerando como sería de inmenso el cielo, oyó una voz que gritaba "Moros, que vienen moros", y conociendo las historias de la dominación mora, los piratas y la conquista del Beato Jaime I de Aragón (23 de julio), creyó que volvían los árabes. Interrumpió su meditación y salió corriendo, y casi había perdido el aliento cuando del cielo le habló Dios: "No huyas, hija: todo es ficción del infierno: prosigue tu oración".
Dificultades para ser esposa del Esposo.
Tenía Catalina quince años cuando la decisión de ser religiosa se hizo más fuerte en su corazón. Pero veía las dificultades para ello: vivía en un sitio apartado, era pobre y sin dote, sus hermanos estaban lejos, sus tíos la tenían como una sirvienta y no se desharían de ella fácilmente. Así, en estas preocupaciones estaba sumida cuando una noche se le apareció San Antonio Abad que le dijo: "Hija, estáte de buen ánimo: serás religiosa, y además, buena religiosa: explícate con el director que te ha destinado el cielo; pero prepárate para navegar en un mar de tribulaciones, antes de llegar al puerto de la tranquilidad a que aspiras". No sabía Catalina a que director se refería el santo. Era a Antonio Castañeda, un caballero vallisoletano que luego de triunfos y padecimientos por Cristo en tierras de moros, había dejado las armas y se había retirado como eremita en Mallorca. Allí, por su fama de hombre penitente y piadoso, le habían dado dispensa de Roma para que se ordenase presbítero. Ambos se conocieron un día en que el eremita pedía limosna y Catalina se la dio. Sus corazones y almas se fundieron en el Señor al que ambos amaban sobre todo.
Le confió su intención de ser religiosa, y el varón de Dios la confirmó en ello. Pero también se lo contó Catalina a una amiga, que lo dijo a la familia de nuestra santa. La familia montó en cólera, la trataron de desagradecida y pretenciosa. La acusaron de buscar la vida fácil (!) del convento, de hipócrita y más aún. Como había jóvenes que ya la pretendían, la familia pensó en permitirle pretendientes para que le alejaran de aquella idea. Un joven comenzó a cortejarla, con seriedad, pero ella le respondía siempre: "Soy de Dios, a quien nada es imposible, y le guardaré la palabra, aunque sea a costa del sacrificio de mi vida". A todas estas, el demonio se le aparecía en forma de joven que le prometía bienes y una vida cómoda, o le hablaba de la dureza de la vida religiosa; pero Dios siempre la sostenía y le daba a conocer que era obra del demonio.
Para colmo, su director, el P. Castañeda, harto de su fama de santo, decidió abandonar la isla, para buscar un sitio más apartado donde poder dedicarse a Dios sin el bullicio del mundo. Al embarcar, Catalina le dijo: "Bien podrá ser, padre mío, que Ud. se embarque y salga de Mallorca; pero estoy persuadida de que no tomará puerto donde piensa, sino que volverá para ayudarme a conseguir mis deseos, por ser esta la voluntad de Dios". Y así fue, no hubo puerto en el cual el barco pudiera fondear. Ni Soller, ni Barcelona, ninguno, pues siempre alguna tormenta lo impedía, y además, el último temporal, giró el barco hacia Mallorca en cuyo puerto hubo de atracar. Quedó Castañeda convencido de la veracidad de la revelación de Catalina, por lo que se tomó en serio el asunto de su vocación religiosa. La primera empresa fue convencer a la familia. Habló con los tíos, les expuso el fervor de la joven, su constancia y su predilección por parte de Dios. Los tíos, temiendo oponerse a la voluntad divina, aceptaron con pesar la vocación de Catalina.
Como allí era imposible que Catalina se prepararse a entrar a un monasterio, Castañeda la llevó a Palma, colocándola en la casa de Dn. Mateo y Dña. Magdalena Zaforteza, nobles piadosos y de moral intachable. Allí la tendrían a su cargo mientras se solucionaba el escollo de la dote, de la que Catalina carecía, y a cambio, Catalina serviría en la casa, especialmente a la hija del matrimonio. Vistió un vestido negro y sobrio, a modo de hábito de penitencia, como si ya estuviera retirada del mundo. Pronto vio la familia la rudeza de Catalina y descubrieron que no sabía leer ni escribir, y se dispusieron enseguida a enseñarla, a causa del cariño que cada vez más sentía por ellos. Además, le enseñaron a bordar, poner la mesa, algo de canto, etc. Era Catalina a estos 17 años, modesta, callada, devota, caritativa con los pobres, prudente y afable. Y penitente, muy penitente; tanto, que a base de llevar sus cilicios, pasar largas horas de insomnio y ayunar frecuentemente, enfermó de gravedad. Sus amos la mimaron todo lo posible, con golosinas, visitas, lecturas, etc. Los Zaforteza la llevaron a una propiedad que tenían cerca de Sóller, donde la alojaron en un entresuelo por voluntad de Catalina, que no admitió dormir en cama cómoda alguna. Allí tuvo frecuentes éxtasis y regalos del cielo, pero también sufrió ataques del demonio, que llegó a aparecérsele con la apariencia del P. Castañeda, que le decía que solo le esperaba la tumba, que debía dejar las austeridades y penitencias, pues igualmente no sería religiosa. Pero Catalina invocó el Nombre de Jesús, y el maligno desapareció.
Una vez sana, regresó a Palma, y Castañeda comenzó a pedir limosna para cubrir su dote. A pesar de lo bueno de la intención, las limosnas eran pocas, así que Castañeda visitó el monasterio de Santa María Magdalena, de canonesas agustinas, les habló de la joven, las prendas que tenía y lo favorecida que era de Dios desde siempre. La abadesa quedó muy contenta, pero al saber que no tenía dote, se negó a recibirla, alegando sería injusto con las demás religiosas, y que la pobreza no les permitía acogerla. Lo mismo pasó en San Jerónimo y Santa Margarita, de agustinas. Muy contentas quedaron con la joven, pero imposible era su entrada. Resolvió el sacerdote retirarse a la soledad, y aguardar el momento en que se completara la dote y se le permitiera entrar a algún monasterio. Se despidió de Catalina, recomendándole orara mucho por esta intención. Y tanto que oró Catalina, que aún estaba en la ciudad Castañeda, cuando el confesor del convento de Santa María Magdalena le halló y le dijo que como por milagro, las canonesas aceptaban a Catalina sin más dote que sus virtudes. Y la misma noticia le llegó de los otros monasterios, pero Catalina había recibido una revelación acerca de que su sitio estaba en Santa María Magdalena.
En el monasterio.
El 13 de noviembre de 1552 se abrieron para Catalina las puertas de del monasterio, un venerable recinto fundado alrededor de 1333, aunque existía desde el siglo XII como hospital. Fue recibida con alegría por las canonesas regulares, las cuales sufrieron con paciencia sus torpezas propias de muchacha de campo, no ignorando que recién la habían "pulido" en la ciudad de Palma. Pero la veían avanzar en la obediencia, la humildad, la puntualidad y la caridad con las hermanas, con lo que pronto la amaron. En un principio la maestra de novicias le impidió participar en el coro (objetivo primordial de una canonesa), ya fuera en la oración litúrgica o la meditación, pues no la creía apta, hasta que comprendió que la rusticidad de Catalina no era a causa de su cortedad de mente, sino de su origen y su humildad, que no buscaba resaltar. El 25 de enero de 1553 le dieron el hábito de novicia, y como era ya conocida en la ciudad, el acto resultó ser concurrido y todo un evento social. De novicia redobló, si cabe, sus penitencias: ayunaba siempre que podía a pan y agua, y cuando no, comía una ensalada en la que mezclaba yerbas amargas de la huerta. Y aún muchas veces se quedaba escuchando la lectura espiritual del refectorio y no comía. Hay que sumar a esta cuaresma perpetua las vigilias, cilicios, y demás mortificaciones que llegaron a enfermarla, por lo que la maestras de novicias tuvo que reconvenirla y mitigarle sus penitencias. Como Catalina era muy obediente, dejar la penitencia por obediencia le era grato, y accedía a ello. Incluso en éxtasis, obedecía siempre.
Si antes el diablo la había atacado, ahora como religiosa, fue aún más a por ella. Le presentaba imágenes obscenas en las paredes de la celda, le hablaba de "las impurezas de las antiguas Grecia y Roma" (sic). Se le aparecía en forma de dragón lascivo, en forma de sapo, de fantasma. Siempre para tentarla a abandonar el monasterio. La empujaba cuando llevaba los platos al refectorio o hacía alguna tarea delicada, le tiraba del velo, etc. Incluso se le presentó, un día que estaba de portera, como un mercader que traía un breve de secularización para todas las monjas de Mallorca. Le dijo que aún que era novicia, podría volver a su casa antes que aquella infamia cayera sobre ella. Otra vez se le presentó con la imagen de Castañeda, y le dijo: "Vengo de la soledad para desahogar mi corazón, y hablarte claro sobre un asunto que hace días atormenta mi conciencia. Bien sabes que yo he sido la causa de que entrases en este monasterio, persuadido de que era morada de paz, donde podías hacer una vida ejemplar; pero ahora, con harto dolor sé que me he engañado, y que estas paredes encierran más inquietudes que los amenos campos de Son Gallard [donde sus tíos]. Esto, hija mía, me precisa a aconsejarte con toda la sinceridad de mi alma, y aun a rogarte, que vuelvas con tu familia, donde podrás continuar aquella vida tranquila a inocente que habías empezado. Aquí todo son aflicciones, allí todo serán consuelos. Aquí te ves precisada a vivir entre señoras, allí morarás entre iguales. Aquí entre extraños, allí en el seno de tu familia. Aquí padeces muchas enfermedades, que te precipitan antes de tiempo en un sepulcro; allí disfrutarás de buena salud a beneficio de los aires nativos. Aquí sé que el demonio no cesa de atormentarte, allí merecerás otra vez las visitas de Cristo, de Santa Catalina y demás santos tus abogados". Conociendo Catalina que aquello era obra de Satanás, invocó el Nombre de Jesús y el "Castañeda" desapareció.
El noviciado duró, cosa extraña, dos años y siete meses. Algunos señalan que se esperó la profesión de las distinguidas Hermanas Calvó, que aportaban gran dote a las que correspondía profesar en agosto de 1555. La cantidad de esta dote, compensaría la falta de la dote de Catalina, a la cual se le concedió profesar Así, profesó el 24 de agosto del mismo 1555. En los días de retiro previos tuvo grandes dudas, a las cuales el mismo Cristo dio respuesta confirmándole su elección como esposa. Amaba el Señor su bajeza, su "cortedad" y su sencillez, aceptando su sacrificio con gran complacencia. El día de la profesión la iglesia de las canonesas se vio desbordada, y aún quedó gente fuera que no pudo asistir a la ceremonia. Al poco tiempo de profesar murió Rafael Bonet, que había sido su primer director espiritual en el claustro. Le sustituyó Juan Salvador Abrines, beneficiado de la Catedral de Palma y amigo íntimo de Santo Tomas de Villanueva (22 de septiembre y 10 de octubre). Él la lanzó a la meditación y la oración mental, usando en principio la consideración de los tres votos profesados: castidad, pobreza y obediencia.
Y es que Catalina los vivió en grado supremo: era tan pobre que ni cama propia tenía, sino que daba su jergón a otra, o si alguna manta le daban, ella la pasaba a otra monja. Ni las frutas que su familia le daba, las guardaba para sí, como era la costumbre entre aquellas monjas, cuyas celdas eran sus casas personales, teniéndolas a su gusto cada una. Un crucifijo, un breviario y varias disciplinas eran todos los adornos de su celda. Obediente era en todo, incluso en lo más sencillo o la más mínima sugerencia, no solo de la abadesa, sino de cualquier monja. Una vez una monja le dijo en broma que la priora mandaba bebiese del orinal que esta llevaba en las manos, y casi se lo tiene que quitar de la boca, de lo presto que fue a obedecer. Si enfermaba era preciso dispensarla del coro o los oficios, pues no faltaba a ellos aunque tuviera que arrastrarse. Era la primera en todo, incluso en ir al locutorio, cosa que aborrecía, solo por obedecer. Y sobre su castidad, tan atacada por el diablo, pues hay que decir que la cuidaba con esmero, siempre con los ojos bajos, las manos en su sitio, sin admitir mirada o sonrisa fuera de tono o sitio. Nunca escuchaba cuando las religiosas contaban cosas de sus familiares casados y se sonrojó una vez que le pidieron oraciones para que un matrimonio pudiera tener hijos. Y, finalmente, estas virtudes las podía vivir porque era humilde hasta lo último. No se hacía concepto elevado de sí mismo, ni hablaba de sus propias cosas. Se consideraba indigna de vivir entre las religiosas, a las que tenía por santas, a todas. Sabía que la alababan mucho, que esperaban grandes cosas de ella, y se decían maravillas de su vida espiritual, y ello la ponía triste. En aras de no ser admirada, se cuenta que en ocasiones, luego de un éxtasis, tomaba un sombrero y un bastón y hacía payasadas, para que las monjas que antes la habían admirado, ahora se riesen de ella.
Su oración era constante, aún si trabajaba, pues siempre estaba en presencia de Dios. Las huellas de sus rodillas se marcaron en la tribuna que usaba para adorar el Sacramento del Altar, de tantos ratos que allí pasaba a solas. Los días de comunión (escasos en este siglo XVI) eran de gran gozo interior, y se preparaba con largos ratos de súplicas y arrepentimiento, y luego de comulgar, dedicaba varias horas a dar gracias. Los clásicos efectos de la comunión, según los escolásticos, en ella duraban hasta 24 horas. En Semana Santa se unía profundamente al Señor y vivía en ella todo el dolor de la Pasión y Muerte y el gozo de la Resurrección del Señor. Incluso su cuerpo trasmitía estos sentimientos, pesares y gozos. Se iluminaba o se ponía mustio, según. Oración era para ella el adorno de la iglesia y los altares, pues aún podían hacerlo las mismas religiosas, saliendo de la clausura para ello, siendo prohibido luego por el Concilio de Trento. Oración era los trabajos de bordados y costura que para el culto hacía. Era de admirar como habiendo aprendido a bordar hacía poco, era capaz de hacer verdaderas bellezas en este arte. Algunas reliquias de sus trabajos se conservan aún.
Era devotísima de la Virgen María y de su Concepción Inmaculada, verdad en la que creía firmemente aunque algunos teólogos la negaran aún. Conocía de este misterio por revelación y no entendía como algunos presbíteros la negaban, o no predicaban de ella. Alguna vez cayó en éxtasis con solo tocarse el tema delante suyo, por lo que algunos que negaban este misterio, cambiaron de parecer, y otros no se atrevían a mencionar su parecer negativo delante de ella. Igualmente era devota de las almas del Purgatorio, por las que ofrecía constantes sufragios y sacrificios. Muchas almas se le aparecían y le pedían rogase por ellas. La muerte de personas cercanas igualmente le era revelada, para que rezase por ellas inmediatamente y pasaran poco purgatorio. Por las almas de los difuntos ayunaba y se disciplinaba, y además, pedía por ellas sufragios a las religiosas, insistiendo en lo santo de esta obra de caridad con los difuntos. Más de una vez vieron las monjas, a alguna alma aparecérsele cuando se iba al cielo, para agradecer sus oraciones y sacrificios. Y de una religiosa negligente que había muerto, oyeron sus gemidos desde el purgatorio, estando todas reunidas en la iglesia del monasterio. Rápidamente ofrecieron sus oraciones y en algún tiempo supieron que ya estaba en el cielo.
Gracias místicas. Una santa muy dulce.
Ya habíamos visto como Catalina desde niña gozaba de la presencia inefable y continua de Dios, pero en la vida monástica se hizo más evidente por medio de los éxtasis. Algunos duraban más de un día, o varios días. Tanto, que las religiosas temían que le ocurriera algún accidente o pereciera por no comer o beber durante ellos, pero cuando veían que salía de los arrobos con más salud, dejaron de preocuparse, no quedándoles la menor duda en que su vida estaba sumida con Dios, en Cristo. Todos los años la víspera de Santa Catalina Mártir tenía un éxtasis que duraba algunos días, y el de 1571 llegó a durar 21 días, en el que solo la Eucaristía admitía. Por su humildad, intentaba recogerse en oración solo luego del toque de silencio, pero a veces le ocurrían en pleno día, a la vista de todas, por lo que Catalina comenzó a esconderse cuando presentía que sería arrobada. Tras un arca la hallaron un día, pues allí se había metido para no ser vista. Solo la obediencia podía sacarla de estos embelesamientos, y aunque aún le durase el arrobo, obedecía lo que le mandase la superiora o el director. Iba al refectorio, atendía el torno, etc., lo que fuese.
Como en toda mística de verdad, los arrobamientos la impulsaban al bien por las almas. Cristo le mostraba el mal que causaban las herejías Lutero y Calvino, cuantas almas se perdían por causa de ellas y cuantos sacerdotes y religiosos estaban influenciados por aquellos errores. Lloraba durante los éxtasis y luego de estos, suplicaba a las religiosas orasen y se sacrificasen por las almas, rogaba a los sacerdotes que fueran fieles, que predicasen al pueblo la verdad católica, y ofrecía penitencias por los misioneros y los sacerdotes perseguidos por los herejes. A la abadesa decía: "¿Cómo puedo dejar de llorar siendo tantos y tan graves los pecados, que continuamente se cometen contra mi divino Esposo?". A las demás decía luego de los éxtasis: "Oh, hermanas mías, sirvamos a Dios: amémosle sobre todas las cosas: amémosle con todo el corazón, con toda el alma y con todo nuestro entendimiento: amémosle siempre, y cantemos eternamente sus misericordias". Y en ocasiones les hablaba sobre los misterios de la Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, con sencillez, aunque con rectitud. Y ningún confesor vio en estas explicaciones nada fuera de la recta doctrina católica. Aquella, que de teología no sabía nada, luego de los éxtasis era una verdadera maestra de teología. El obispo de Mallorca, Dn. Diego de Arnedo quiso investigar aquellos raptos, teniendo dudas sobre ellos, habiéndose dado casos en toda la Iglesia, de monjas falsas visionarias, locas, endemoniadas o deseosas de prestigio. Mandó que le avisaran cuando Catalina estuviera en éxtasis, y así hicieron. Fue al monasterio y entró en la celda de Catalina. Allí le mandó le describiese los más profundos secretos de su vida (del obispo), y Catalina lo hizo sin omitir ninguno, quedando Dn. Diego asombrado y convencido del origen divino de aquellos arrobos. Y a partir de entonces, la consultaba cuando había de tomar una decisión importante, personal o para el bien de la Iglesia.
Dos prodigios muy dulces se narran en la vida de Catalina. En ocasiones, durante los éxtasis, los ángeles o Santa Catalina le daban una especie de ambrosía celestial y que a veces salía por sus labios. Probada por la abadesa, descubrió que era de un dulzor especial, único. Una víspera de Navidad, unas novicias le pidieron en broma un dulce, para cantar con mejor voz el oficio. La santa, que nada tenía, les dijo que volviesen a la celda antes de entrar al coro. Olvidaron las novicias aquello, pues sabían que Catalina no tenía nada propio en su celda. Luego de Maitines, a los que Catalina no había asistido por estar enferma, fue la abadesa con las novicias a verla, y la hallaron de rodillas, en éxtasis y sosteniendo en la mano derecha un montón de azúcar blanquísima, de la que no caía ni un grano. Este portento puede verse en la mayoría de las imágenes, sujetando la santa la montañita, siendo generalmente mal interpretado. Al año siguiente Sor Margarita Oleza le pidió un dulce para aclarar la garganta, pues estaba resfriada y la abadesa le había encargado cantar unas coplillas al Niño Jesus. Le dijo Catalina que regresara entes de Maitines; lo hizo la Hermana y halló a Catalina con un bollo azucarado en la mano, pero no se atrevió a molestarla. Avisó a la abadesa y esta tomó el dulce, guardándolo para las enfermas. Cuando al otro día volvió del rapto, sabiendo lo que había pasado, dijo con cariño a la Hermana: "¿Por qué no tomó vuestra caridad aquel dulce? Bien podíais hacerlo, pues era para vos".
Más ataques del infierno.
No es de extrañar que siendo Catalina tan favorecida del cielo con raptos y visiones, no la atacara el demonio con más saña, por permisión de Dios. Al principio solía tentarla y vejarla en lo oscuro de la noche, pero como era vencido, comenzó a atacarla en público. En el coro, los claustros o el refectorio. La sacaba violentamente de la celda o la tribuna, arrastrándola por el monasterio. La arañaba o azotaba con cadenas. Si iba caminando la empujaba contra las paredes o por las escaleras, causándole golpes, magulladuras y no pocas heridas de las que sanaba prontamente, por milagro. Las religiosas en un principio temían, pero aprendieron a protegerla del diablo, acompañándola o abrazándola, aunque a veces también salía despedida cuando el diablo tiraba de ella. Algunas monjas quedaron inmóviles, o se les apagaba el candil cuando pretendían ir a socorrerla. Llegó incluso el diablo a clavarle un clavo en el cuello, en presencia de la priora, la cual queriendo sacarlo, notaba como una fuerza superior le impulsaba a hundirlo más. Solo con las oraciones y clamores al cielo de las religiosas que acudieron a los gritos de la priora, salió el clavo, por si mismo.
Otra vez la lanzó el diablo al aljibe de los desechos humanos, donde clamó por auxilio Catalina. Las religiosas no la oyeron sino a las horas, ya de noche y cuando estaba sumida en el cieno. Metieron una escala de cuerdas, y varias velas, para alumbrar, pero todas se apagaron, salvo una que era bendecida del día de la Candelaria. No podían sacarle de allí hasta que Sor Cecilia Burgues, de origen campesino, la sacó con su fuerza bruta. Luego de esto, estuvo tres días en éxtasis. Y solo luego de este, se le pudo sacar el fango tragado en aquella letrina. Después de esto, en algunas ocasiones, las monjas notaban que el aljibe olía con una suave fragancia, en lugar del olor nauseabundo que se esperaba de semejante lugar. En otro momento la lanzó el diablo al suelo mientras descolgaba un crucifijo, y lo hizo tan violentamente, que le partió la cabeza y una costilla. Y durante días, para añadir tormento, por las noches la arrojaba de la cama al suelo. Pensaban no sobreviviría cuando una noche se aparecieron Santa Catalina y Santos Cosme y Damián (26 de septiembre, 1 de julio, 17 de octubre, y 1 de noviembre, Iglesias Orientales), que le aplicaron ungüentos milagrosos y la sanaron. Para terminar, decir que más de una vez, Catalina se enfrentaba a los diablos diciéndoles: "Aquí está Catalina: no huyo de vuestros combates; y aunque agotéis en mí vuestro furor, nadie me separará de Jesucristo".
Maestra de espíritus, profetisa y taumaturga.
Entre las gracias que recibió Catalina del cielo, estuvo la de conocer las conciencias, aconsejarlas e iluminarlas. Este don consiste en una ilustración celestial, por la cual se conoce lo que pasa en el corazón de los demás, penetra sentimientos, discierne causas e intenciones y propone medios para obrar acertadamente. Prelados, nobles, damas de alcurnia, presbítero, otras religiosas, gente devota en general, gozaron de su amistad y su humilde dirección. Animaba a los tibios, convertía a los pecadores, confirmaba a los fervorosos. Los virreyes de Valencia, Dn. Guillermo de Rocafull y su mujer Dña. Antonia de Morales eran asiduos de su consejo. El obispo Diego de Arnedo, como ya vimos, igualmente le consultaba, que le daba cuentas de su obrar; y a este reveló Catalina su próximo movimiento a la diócesis de Huesca, como sucedió en 1572. A Juan Salvador Abrines, su director, comunicaba mensajes, y cuando decidió irse a la Cartuja, ella convenció de que la voluntad divina era que aceptase ser canónigo de la Catedral de Palma, como le habían elegido. Fray Fray Antonio Creus, discípulo de San Luis Bertrán (9 de octubre) y hombre de confianza de San Pío V (30 de abril), Inquisidor de Mallorca, nunca tomaba decisiones importantes sin consultar primero a Catalina.
Su querido primer director y a quien debía su entrada en el monasterio, el P. Castañeda, la visitaba siempre que podía con su compañero eremita, Fr. Domingo de Larez. A Castañeda una vez dijo: "Padre, que Vuestra Reverencia hizo buena pesca hace poco", a lo que Castañeda respondió que nada había pescado para su sustento. "No hablo de la pesca material, sino de la que hizo por las almas del purgatorio a la sombra de un lentisco". Y efectivamente, el P. Castañeda días atrás se había echado a descansar bajo un lentisco y por no estar ocioso se había rezado por las almas del purgatorio y según Catalina, había "pescado" muchas para el cielo.
Algunas mujeres también gozaron de su enseñanza espiritual y acierto en el discernimiento. Entre ellas destaca Isabel, hija del matrimonio Zaforteza, que tanto ayudó a Catalina antes de entrar al monasterio. Isabel había casado y enviudado, y Catalina le reveló que Dios no la quería monja, sino reclusa total. Se encerró en una celdita en la capilla de San Pedro de la catedral de Palma. Dña Juana Pax fue otra señora que supo aprovecharse del trato de Catalina y bebió su espíritu. Era amiga de fiestas y vanidades hasta que nuestra santa le reveló que padecería por ello largo purgatorio. Mudó de vida y comenzó a hacer penitencia, llevar cilicio y se entregó a la caridad. Luego de la muerte de Catalina, sería quien costeó su sepulcro, promotora de la canonización y dejó rentas para el culto de Catalina Thomàs, a quien llegó a ver beatificada. A muchas encaminó a matrimonios santos, o a los claustros, pero a todas las animó en el servicio de Cristo, amándole y haciéndole amar.
El don de profecía lo manifestó Catalina en diversos modos. Desde profecías importantes para el reino, que pequeños consuelos que daba a sus amigos, avisándoles de noticias, encuentros, soluciones a problemas, para que estuvieran en paz. Familiares lejanos, herencias a cobrar, cargos a recibir, sobrevivientes de naufragios, hijos por concebir, etc., forman parte de una larga secuencia de profecías. Solo detallo algunas: profetizó que el hijo de una amiga sería acuchillado y por sus oraciones logró que no muriera de aquello, y que además se enmendase. A otro, maleante conocido, hirieron de muerte, pero Catalina le alcanzó el arrepentimiento antes de morir, igualmente al saberlo por anticipado y rezar por él. Cuando le iban a enterrar, no sabían si se habría arrepentido y si se le podía enterrar en sagrado, y Catalina mandó que le abriesen la boca; verían la lengua destrozada por intentar hablar para mostrar arrepentimiento. En 1572, estando enfermo el papa Pío V dijo a su confesor: "Padre, bien puede Ud. persuadir a sus fieles pidan a Dios por la feliz elección de un nuevo Pontífice, pues ya está vacante la Silla de San Pedro". Efectivamente, a esa hora moría el santo papa. También reveló a las religiosas que Carlos, hijo de Felipe II caería de un caballo, y que orasen por él. Igualmente supo que Felipe II enfermaría de gravedad, pero sanaría.
A estas alturas, hablar de los milagros de Santa Catalina Thomàs, sería redundar cuando lo sobrenatural rodeó toda su vida. Pero algunos realizó y algunos narraré: A un monaguillo de la iglesia conventual que había ido al mar a bañarse, le salvó milagrosamente apareciendo junto a él y tomándole de la mano mientras se ahogaba. Sor Maria Ana Mas-Roig fue testigo de esto, al ver a Catalina con los hábitos mojados de agua salada. Al poco rato llegaron el monaguillo y su padre a dar gracias a Sor Catalina, que le había salvado por milagro, sin salir del convento. Con esto puede sacarse en conclusión que también tuvo el don de la ubicuidad. En otra ocasión una nave que se acercaba a Palma de Mallorca se vio atrapada en una tormenta, sin poder avanzar y retroceder. Los marinos, viendo romperse las velas y un mástil, clamaron a Sor Thomàs, la cual se apareció sobre los mares, los calmó, amainó el viento y condujo la nave a puerto. Portento semejante se lee en las vidas de Santa María de Cervelló (19 de septiembre) o San Telmo (14 de abril). La hija de una amiga suya que había caído en un pozo clamó a Catalina, y de pronto, el agua comenzó a subir, llevándola a la superficie sana y salva. A un sobrino suyo que había enfermado y quedado paralítico lo sanó cuando le entraron a clausura y le tocó. A otro sobrino le curó de ceguera. A una monja que estaba en las últimas y había perdido la cabeza, devolvió la rezón solo con orar por ella; luego recibió el viático y expiró dulcemente.
Catalina, priora por un día.
Al terminar el tiempo de mandato de la priora, Sor Isabel Calvó, pensaron las religiosas en elegir a Catalina, a quien amaban, y cuyas virtudes tenían tan bien conocidas. Fue elegida por unanimidad, y la noticia cayó sobre ella como una losa, tan ajena a dignidades, cargos o mandatos. Arnedo, que la consideraba apta para ello, prefería la dejasen sin cargos, para con más libertad pudiera seguir orando y atrayendo bienes al monasterio y la ciudad, y así lo dijo a las monjas. Estas le oyeron, pero cuando se fue, confirmaron su elección y Catalina fue nombrada priora. Para el Te-Deum, cántico de júbilo que se canta en las toma de posesión de las abadesas y prioras, la iglesia se llenó de gente, pues pronto se había sabido la noticia. Aunque las canonesas y el pueblo rebosaba alegría por la elección, Catalina lloraba por dentro, por tener que aceptar, aunque el obispo no lo prefería así. Se fue a su celda, donde oró intensamente, para salir de allí con el rostro cambiado en alegría. En el coro, creyendo las monjas que, finalmente, había aceptado de buena gana, se sorprendieron al oírla decir: "Hermanas, prevénganse vuestras reverencias para obedecer a otra prelada que hoy les dará el obispo". Mandó a buscar al obispo y firmemente, anunció su renuncia al cargo que aún ni había estrenado. El obispo designó a Sor Isabel Calvó como priora, otra vez.
Inicio de la Vida.
Al poco tiempo, lamisma Sor Isabel la vio un día en el coro, muy enferma, y pidió a Dios la conservase en este mundo lo menos veinte años más, para beneficio de la comunidad. Terminada la oración, le dijo Catalina al oído: "Madre, no serán veinte, sino diez". En 1571, luego del éxtasis que antes referí que duró 21 días, se le oyó quejarse: "¡Tres años aún, Dueño mío! ¡Aun tres años!". El Domingo de Pasión de 1574, 28 de marzo, se sintió desfallecer y se despidió misteriosamente de una amiga en el locutorio. Al día siguiente comulgó y luego cayó en un éxtasis que le duró hasta el 4 de abril, Domingo de Ramos. Pidió confesarse y recibir el Viático. La priora, la Madre Práxedes, mandó buscar a los médicos, que la hallaron débil, pero bien. Aún así la priora quiso darle el Viático, fiándose de la santidad de Catalina. Luego, como mandaba la Regla, Catalina pidió públicamente perdón a las hermanas, y rogó a la priora tuviera la misericordia de preparar su mortaja.
Tuvo otro éxtasis que duró 24 horas, durante el cual rogó por los pecadores, las almas del purgatorio e imploró misericordia por sus muchos pecados. Recibió la Extremaunción y se dirigió a las religiosas, que le habían pedido algunos últimos consejos: "Mucho os amo, hermanas mías, para negaros en el último día de mi vida el consuelo que deseáis; pero no fijéis en mí vuestra atención, que nada he hecho que merezca ser imitado, sino en nuestro esposo Jesucristo, y aprended de él a ser mansas y humildes de corazón. Amad a Dios, y en Dios amaos las unas a las otras, y esta doble caridad sea el móvil de todas vuestras acciones. Frecuentad la oración, en cuya escuela aprenderéis a triunfar de las astucias del demonio. Obedeced a vuestros superiores, amad la pobreza, sed castas en el cuerpo y en el espíritu como vírgenes consagradas a Dios, y practicad todas aquellas virtudes que os hagan dignas de salir al encuentro al divino Esposo, y entrar con él a las bodas celestiales cuando Él os llamare en la última hora de vuestra vida". Pidió luego a la priora ser enterrada en la capilla de Santa Catalina Mártir de su iglesia. Oscurecía y alguna religiosa mandó buscar un candil, Catalina sonrió y dijo: "Tráiganlo enhorabuena para vosotras, que a mí el sol me da en la cara". Al llegar la media noche, pidió a la priora le rezara el salmo "In te, Domine, speravi".
Y murió, el Lunes Santo de 1574, 5 de abril, a los 42 años. Enseguida una fragancia celestial recorrió el monasterio y aún algunos la percibieron en la ciudad. El rostro se le embelleció y parecía de una niña. El primer milagro lo realizó allí mismo, cuando la priora, que padecía fuertes dolores de cabeza, dijo al cadáver aún latente: "No me apartaré de ti, amada Catalina, hasta que me alcances de Dios la salud más conveniente para mejor gobernar esta comunidad". Y quedó sana en el acto.
Entierro y traslaciones del cadáver de Catalina.
Enseguida corrió la noticia de la muerte de Catalina Thomàs y aunque las exequias entre las canonesas se celebraban con sencillez y lo más privado posible, aquellas no iban a ser así. La iglesia se vio pronto desbordada por el clero, religiosos, nobles, el pueblo llano. Todos pasaban rosarios, paños, objetos, y algunos cortaban trocitos del hábito, y tantos que hubo que prohibirlo. Tres días estuvo el cuerpo de Catalina expuesto en la iglesia, siendo velado por las noches por todas las religiosas, y de día por cientos de fieles, algunos de los cuales sanaron de dolencias, o enfermedades incurables. Una vez terminados los tres días de funerales, Abrines mandó ponerlo en una caja de madera y precipitadamente se enterró bajo las gradas del altar mayor. Allí estuvo hasta 1577, año en que estuvo terminado un bellísimo sepulcro genovés de mármol costeado, como dije antes, por Juana de Pax. El 7 de mayo del mismo año se hizo un reconocimiento del cuerpo. Al abrir la caja, que estaba totalmente podrida, se descubrió el cuerpo intacto, solo ennegrecido por el contacto del velo negro que le cubría el rostro. Se le trasladó a una bóveda subterránea, bajo la capilla de Santa Catalina.
El 10 de noviembre de 1617 se hizo otro reconocimiento del cuerpo, previa a realizar otra traslación a un sepulcro dentro de la iglesia, pues la pequeña bóveda de la capilla de Santa Catalina era insuficiente para contener a los devotos. Se observó la incorrupción, y la pudieron venerar todos los que quisieron durante días, hasta el 28 de noviembre, cuando fue sepultada de nuevo. Una tercera invención y reconocimiento se realizó a 6 de marzo de 1627, aunque solo fue ante testigos de excepción, sin público. El 7 de septiembre de 1628 se trasladó el cuerpo al nuevo sepulcro; se intentó hacer en intimidad, pero el pueblo se enteró y llenó la iglesia, por lo que hubo que ofrecer veneración pública. El 1 de diciembre de 1656 el cuerpo fue quitado de la veneración pública a tenor de las nuevas normas de Urbano VIII, según la cual no se podía dar culto a ningún cuerpo de persona no canonizada. Se quitaron los exvotos, se cerró la capilla y se le enterró en el suelo de la clausura. En 1669 se imprimió en Francia la primera estampa de Catalina Thomàs, que se extendieron por España, Italia, Francia, de mano de piadosos sacerdotes y amigos y familiares de las monjas. El 16 de junio de 1674 se elevó el cuerpo y se comprobó la incorrupción. La piel estaba blanda, los ojos algo hundidos, y había masa muscular. Se pidió una dispensa a Roma y se autorizó a devolver el cuerpo a la iglesia por decencia, hecho que se realizó el 10 de mayo de 1675, aunque la capilla permaneció tapiada para evitar una veneración no autorizada.
Beatificación y canonización.
El 17 de Octubre de 1625, se comenzaron las diligencias para lograr la canonización oficial, como mandaba la Iglesia. El 19 de diciembre de 1660, pasados muchos años, Alejandro VII autorizó la apertura de un nuevo proceso investigativo. El 17 de febrero de 1666, se firmó el Decreto de Fama de Virtudes y Milagros. El 11 de enero de 1676 se culminó un tercer proceso. Y aún una prueba compulsada de todos los procesos anteriores fue exigida por Roma, para ser aprobada 3 de julio de 1697. El 17 de enero de 1779 se aprobó definitivamente el Decreto de Virtudes Heroicas, y el Decreto de Milagros se aprobó el 8 de diciembre de 1791. El 3 de mayo del mismo año, Pí