Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

San José Oriol, presbítero.

Ramón Rabre

Catedral de Barcelona.
Catedral de Barcelona.

San José Oriol, presbítero. 23 de marzo.

El niño José.
Nació José en la ciudad de Barcelona el 23 de noviembre de 1650, hijo de Juan y Josefa (o Gertrudis), gente humilde y buena. En 1651, cuando José tenía solamente 6 meses de nacido, su padre falleció a causa de la peste, y su madre se casó con Domingo Pujolar, que trató a José como a su propio hijo. Cuando el niño tenía seis años, Josefa lo llevó a Santa María, la "Catedral del Mar", donde funcionaba una escuela gratuita, a cambio de que los niños sirvieran como acólitos en las funciones religiosas. 

José pronto destacó por su carácter, su aplicación a los estudios y la piedad con la que ayudaba la santa misa. Cuando llegó a la adolescencia, los sacerdotes de Santa María le propusieron estudiase latín y teología, con vistas a ser ordenado sacerdote. Así que en 1664 se trasladó José a casa de su nodriza, Catalina Brugera y se matriculó en la Universidad de Barcelona, terminando la Filosofía en 1671 y la Teología en 1673. En 1674 se graduó de Doctor en Teología, con premio y felicitaciones de todos los profesores. Y a pesar de sus dolencias y enfermedades, entre ellas un hueso descoyuntado que le hacía sufrir mucho, aunque siempre sin quejarse. 

A la par de los estudios, forjaba su alma en el seguimiento de Cristo, era muy penitente, amante de la pobreza y la pureza de costumbres. Ayunaba siempre que podía para templar el cuerpo, nunca estaba ocioso y siempre que podía hacía oración. De esta etapa en la casa de Catalina Bruguera se cuenta que un día, llegó Antonio, marido de Catalina, y halló a José, mozo de 20 años, ayudando a su mujer en la cocina. Le asaltaron unos terribles celos, pero no dijo nada. Mas José, que supo la infamia que pasaba por la cabeza del hombre, puso sus manos en los carbones y le dijo: "soy tan inocente de lo que usted piensa, que no temo poner a prueba de mi inocencia las manos en el fuego". Y así lo hizo, quedando Antonio pasmado.

El Padre Oriol.
Como era la costumbre, para acceder al sacerdocio era necesario poder mantenerse. En 1676 el obispo de Gerona le concedió un beneficio eclesiástico y gracias a esto pudo ordenarse el 30 de mayo de ese mismo año en la iglesia de las dominicas de Vich, por manos del obispo Jaime Mas. Cantó la primera misa el 29 de junio del mismo año en Canet de Mar, en las fiestas de San Pedro. Una vez ordenado, Don Tomás Garnien le contrató como preceptor de sus hijos, y aunque vivía con ellos, gente de clase alta, José no abandonó su estilo sencillo de vida. No se permitía manjares ni faltar a los ejercicios piadosos. No alternaba jamás en fiestas ni reuiniones. Le apodaban "doctor pan y agua", debido a esta austeridad de vida. 

José prefería la predicación y el apostolado, que llevaba a cabo en la iglesia de San Felipe Neri, aunque solo parcialmente. Pero necesitaba el salario para mantener a su anciana y enferma madre. Cuando esta falleció en 1686, José Oriol se vio libre para dejar la preceptoría y dedicarse a su misión sacerdotal. Pero su ideal chocaba con la realidad, tenía que garantizar su sustento. Así que se fue a Roma, donde el Beato Inocencio XI (12 de agosto) le recibió, leyó las recomendaciones que llevaba y animado por su celo pastoral, le concedió ser cura beneficiado de la antigua iglesia de Santa María del Pi, en Barcelona, con los beneficios de San Clemente y San Lorenzo. Esta iglesia estaba atendida por un grupo de presbíteros que sin ser religiosos ni canónigos vivían en comunidad, pagando un alquiler, y repartiéndose los servicios religiosos de la parroquia. 

Los sacerdotes acogieron bien a José, del que solo cosas buenas se decían. Este al llegar, eligió como habitación un estrecho habitáculo, donde dormía con suma austeridad. No permitía le lavaran o cosieran sus ropas, ni limpiaran su habitación, haciéndolo todo por él mismo, sin ser gravoso a los demás. Por su exquisita caridad, los presbíteros le eligieron enfermero, labor en la que destacó por su paciencia y caridad para con sus hermanos presbíteros. En la iglesia dedicaba largas horas al confesionario, consciente de la necesidad de arrepentimiento y purificación que el alma cristiana necesita. En breve se convirtió en director de almas de muchísimas personas que le elegían como confesor y director, entre ellas la Venerable Jerónima Llobet, alma piadosa de la Barcelona del siglo XVII. Y no le elegían por ser condescendiente ni laxo, sino por ser justo en sus decisiones, animarles a la perfección sin dejarse llevar por la tentación de la mediocridad espiritual. Alentaba a la piedad sincera, sin boato exterior, desterraba los escrúpulos y las falsas humildades, haciendo de las almas verdaderas discípulas de Cristo. No tenía las reticencias de otros sacerdotes, que dudaban si los seglares podían ser místicos y adentrarse en la profundidad de la oración mental; José les daba pautas y puntos de meditación, ayudas, y les animaba a ello.

El acusado y castigado.
Pero no todo eran agradecimientos. Algunos sacerdotes y fieles veían un exceso en el padre José, creían que la perfección cristiana, la oración mental y la meditación eran imposibles para seglares. También rumoreaban que era muy exigente en el servicio de Cristo, solo porque no dejaba que las almas se acomodaran en tres o cuatro devociones y obras piadosas exteriores. Y es que él quería más: quería autenticidad y vida interior. En fin, que al obispo Benito Ignacio de Salazar llegaron las acusaciones de jansenismo, terrible doctrina rigorista y fatalista, en boga en la Francia del XVII, que muchos prelados commbatieron, como San Francisco de Sales (24 de enero) o San Claudio de la Colombiére (15 de febrero). El obispo, temeroso de una infiltración jansenista en su diócesis, retiró a José Oriol la facultad y licencia de confesar, sin abrir una investigación y ni siquiera hablar con José. El mismo Oriol tuvo que decirlo a sus fieles y dirigidos, que no podía confesarles más. La obediencia era todo para él. Así pues, libre de las horas del confesionario, pudo dedicarse con más atención a la caridad con los pobres, otra de sus ocupaciones. Les visitaba, consolaba, repartía limosnas, incluso en ocasiones todo su beneficio lo daba a los demás. De hecho, los días 6 de cada mes, cuando cobraba sus 200 reales, los pobres se agolpaban en Santa María para recibir su ayuda, y pareciera que multiplicaba las monedas, pues a todos daba algo. Algunos fieles de renombre protestaron ante el obispo, pero este mantuvo su castigo. En 1693 tomó la sede episcopal Don Manuel de Alba, que revisando expedientes de la curia, comprobó que no había acusaciones formales, ni pruebas o fundamentos para condenar a José Oriol como jansenista. Escribió al pobre José, renovándole las licencias para confesar y la respuesta de nuestro santo fue sentarse en el confesionario, como si nada hubiera pasado, sin mostrar orgullo o reticencia. 

El pastor de los enfermos.
En 1697 tuvo el impulso de ser misionero y mártir por Cristo, y el 2 de abril de 1698 se fue a Roma, para ponerse a disposición de la Congregación de Propaganda Fide. Para dormir, se hospedaba en los hospitales y pagaba su estancia con su servicio personal. En este viaje ocurrió que estando con un amigo, luego de comer, vieron que no tenían dinero para pagar. Se afligió el amigo, pero José tomó un rábano, cortó dos rodajas finas, hizo oración y las rodajas se transformaron en dos reales, con los que pudo pagar. Verdaderos ejemplos de caridad dio por todo el camino, aunque no llegó más allá de Marsella, pues en un hospital de esta ciudad enfermó gravemente y tuvo que regresar a Barcelona, donde sus fieles le acogieron calurosamente. En el trayecto de regreso se puso a orar en la cubierta del barco, cuando cayó en éxtasis y se elevó por los aires, y por más que intentaban sujetarlo, seguía subiendo, y por sí solo bajó cuando Dios quiso. 

El fracaso como misionero le sirvió para adentrarse en la voluntad de Dios, que no le quería misionero en la lejanía, sino en la misma Barcelona, entre aquellos con los que le había configurado: los enfermos. Estando el mismo enfermo, había comprobado la soledad, la tristeza y las incomprensiones que invaden a los enfermos. Retomó su apostolado de visitarles, y no solo ello, sino haciendo que los mismos enfermos fueran misioneros unos con otros. Algunos visitaban a los más graves o inválidos, y otros se reunían en la iglesia de Santa María del Pi, donde escuchaban pláticas, oraban y recibían los sacramentos, en una pastoral dedicada especialmente a ellos, verdaderamente revolucionaria en su momento: enfermos evangelizadores de otros enfermos. Sus sermones eran sencillos, pero profundos. Aunque se dirigían a gente sencilla, no por eso era condescendiente en el lenguaje ni en la exigencia de perfección evangélica.

El taumaturgo.
Esta labor apostólica no dejó de ser bendecida por Dios y pronto comenzaron a ocurrir portentos, sobre todo al terminar las oraciones y dar José la bendición con el Santísimo Sacramento. Varios enfermos eran sanados, desde leves hasta algunos aquejados de algunos males durante años. Pronto se corrió la voz por Barcelona, y comenzaron muchos a ir a los sermones y devociones del taumaturgo sacerdote. Sumó a otros sacerdotes a predicar y rezar con los fieles, pero los milagros solo ocurrían cuando era él quien predicaba y daba la bendición con el Sacramento. Y no solo ahí, sino que otros casos se dieron: en una ocasión iba por la calle y una mujer le gritó "dichosa la madre que te parió"; y al oírla un hombre le increpó diciéndole: "¿también crees tú a este embustero?", secándosele los brazos en el acto y teniéndolos inmóviles hasta que, avisado José Oriol, fue, lo bendijo y el hombre sanó y cambió de opinión sobre el santo.

A una mujer sanó de la vista al mandarle se tocara los ojos con agua bendita de la pila del templo de Santa María del Pi. A un religioso carmelita que llevaba siete años baldado, lo sanó igualmente bendiciéndole y animándole a caminar. A sus amigos Llobets, que no tenían pescado un viernes de Cuaresma, mandó el santo que miraran en la despensa, y hallaron un bacalao entero. Una vez que tenía que confesar a las monjas jerónimas y llevaba una semana lloviendo, salió de la iglesia sin cubrirse y llegó al monasterio seco. Advertidas de ello las monjas, le preguntaron como era que había ido bajo esa agua, y no se había mojado, y el santo les dijo "la lluvia cumple su labor, yo cumplo la mía".

Tuvo el don de bilocación, o al menos el de sutileza, que es atributo de los ángeles, los cuales pueden trasladarse de un sitio a otro en un segundo, sin llegar a estar dos veces en el mismo lugar. Lo corroboraron testigos que en un viaje de Barcelona a Mataró le ofrecieron viajar en su carruaje, pero el santo se negó (siempre viajaba a pie). Al llegar allí los amigos, hallaron al santo sentado a las puertas de la ciudad y rezando su breviario. En otra ocasión visitaba el convento de Santa María de Gracia, a media hora de Barcelona, cuando dieron las doce del día. Siendo la última hora para cantar misa, antes de terminar las campanadas, ya estaba cantando misa en Santa María del Pi. Con estas noticias, normal es que la fama de santidad traspasara Barcelona, Cataluña y llegase a otras partes de España.

El fin y el principio.
El 8 de marzo de 1702 se sintió mal, y como estaba muy cansado quiso recostarse. Pero sucedió que su habitación estaba ocupada, por lo que fue a casa de la familia Llobet, el cual por caridad le prestó un sitio donde descansar. Poco pudo hacerlo, pues pronto se agravó y hubo que llamar al médico, el cual confirmó la gravedad del santo. Le visitaron todos sus compañeros de Santa María, ya que no era conveniente trasladarle. Allí mismo le administraron el Viático. El 20 de marzo recibió los sacramentos y suplicó que la escolanía de su iglesia del Pi fuera a cantarle el "Stabat Mater", lo cual le provocó una gran emoción y paz. El 23 de marzo falleció serenamente, fue reverstido con sus ornamentos sacerdotales y tendido sobre una mesa; cuatro velas se pusieron a su alrededor, dándose el milagro que ardieron más de 24 horas sin consumirse y al ser apagadas, pesaban lo mismo que al ser encendidas. Fue tanta la gente que acudió a casa de los Llobet, que las escaleras de madera crujían, y se hizo tal nudo de personas, que se tuvo que tirar un tabique para que la gente saliera por otro sitio distinto de donde habían entrado.

Los funerales fueron concurridísimos, duraron varios días y se celebraron con gran solemnidad. Durante ellos, los devotos no cesaron, y ocurrieron muchos portentos, como la sanación de un niño tullido, que en los 7 años que tenía, jamás había caminado. Y eran tantos los devotos, e iban a más, que temían les enterraran a su santo, que aquello se hacía interminable. Por ello, los sacerdotes de Santa María anunciaron que lo sepultarían al día siguiente, y habiendo vaciado la iglesia, lo enterraron en la capilla de la Santa Espina, poniendo una pesada losa de piedra encima. Fue sepultado en Santa María del Pi, para seguir derramando gracias sobre los devotos, como había hecho en vida.

En 1759 se abrió el proceso de canonización, en cuyas fases declararon más de 60 personas que habían conocido a José Oriol. Pío VII lo beatificó a 21 de septiembre de 1806, y fijó su memoria para la diócesis de Barcelona. Ese año se había exhumado el cuerpo y se hallaron algunas partes conservadas. Una parte se envió a Roma, otra se repartió por toda Cataluña y –España, pero la mayor parte de las reliquias fueron puestas en el altar que se le dedicó en Santa María del Pi. Finalmente San Pío X (21 de agosto), lo canonizó a 20 de mayo de 1909.


Fuente:
- "Nuevo Año Cristiano". Tomo 3. Editorial Edibesa, 2001.
-“Mes consagrado al Beato José Oriol”. Barcelona, 1858.

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