Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

San Sturmio de Fulda, abad.

Ramón Rabre

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Imagen que se venera en Fulda.
Imagen que se venera en Fulda.

San Sturmio de Fulda, abad. 17 de diciembre.

Sturmio (cuyo nombre significa tormenta) nació alrededor de 705 en Moosburg, la Alta Baviera; en una familia de terratenientes, cristianos desde antiguo. Una tradición local le hace medio primo de San Eigil (15 de junio), cuarto abad del célebre monasterio de Fulda. De joven Sturmio conoció al gran San Bonifacio (5 de junio), el apóstol de Alemania, y se unió a él como discípulo. Bonifacio envió a Sturmio al monasterio de Fritzl, para que su abad, San Wigbert (13 de agosto), le instruyese en las costumbres monásticas. A los 30 años, Sturmio fue ordenado presbítero y muy pronto, tras la muerte de Wigbert, fue elegido abad de la comunidad y, en el primer reparto de tareas, eligió para sí, ayudar en la cocina, como el más pequeño de los monjes. Poco tiempo le duró la dignidad abacial, pues prefirió la soledad de la ermita, para vivir en continua oración. Así que junto a dos monjes, se fue a Hersfeld, donde levantó una pequeña ermita, que luego sería monasterio. Sturmio fue nombrado superior de la pequeña comunidad, que dirigió un año, puesto que Bonifacio le envió a Italia para que aprendiese los usos del monasterio de Monte Cassino, para formar una comunidad como aquella en Los Alpes. A su regreso, se fundó el monasterio de Fulda, además de uno de monjas. A San Bonifacio le gustó tanto el ideal benedictino que allí se vivía, que lo visitaba frecuentemente y allí se veneran sus reliquias.

Precisamente, luego de la muerte del gran apóstol, tuvo su primera "tormenta" Sturmio: San Lullo (11 de julio), obispo de Maguncia tras la muerte de Bonifacio, pretendió ser también sucesor de este en el mandato de los monasterios. Sturmio le recordó que el liderazgo de Bonifacio era de orden moral y  afectivo, pues cada monasterio fundado por el santo o sus discípulos, tenía su propia regla y eran independientes y autónomos. Lullo maquinó y lo calumnió ante el rey Pipino, que desterró a Jumièges, donde el santo vivió en una ermita, separado de todos. Lullo puso al frente de Fulda un abad de su confianza, que tan mal lo hizo que antes del año los monjes le echaron. Entonces Pipino investigó la verdad, repuso a Sturmio al mando, protegiéndole de las intromisiones de obispo alguno, aunque se reservó para sí mismo la administración del monasterio.

Luego de la muerte de Pipino, su sucesor, San Carlomagno (28 de enero y 29 de diciembre, traslación de las reliquias) le envió a Sajonia para convertir a los paganos y cristianos laxos que por allá pululaban. Hizo una gran labor apostólica, predicando, dando ejemplo y realizando milagros hasta 779, cuando con 74 años regresó a Fulda, cansado, para dedicarse a la oración hasta que la muerte le llegase. Y pronto llegó, el 17 de diciembre de ese mismo año. Estando en el lecho de muerte, un monje le dijo: “Padre, nadie duda entre nosotros que vas al cielo y heredarás la vida eterna. Por lo tanto te pedimos que sigas pensando y velando por tus hijos. ¿Quieres ser nuestro intercesor ante el Señor? Será una gran ayuda para nosotros contar contigo como protector". Sturmio le respondió: “Orad y vivid adecuados a la regla, y ya me encargaré yo de cumplir lo que me pidáis”. Y murió dulcemente.

Fue sepultado en la catedral de Fulda, donde se aún encuentran sus reliquias. Su pariente y sucesor compuso la primera "Vita S. Sturmii”. En 1139 fue canonizado, avalando el culto que ya se le tributaba.

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