Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Santa María Francisca de las Cinco Llagas.

Mística napolitana, santificada con dolor y oposición.

Ramón Rabre

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Santa María Francisca de las Cinco Llagas.
Santa María Francisca de las Cinco Llagas.

Santa María Francisca de las Cinco Llagas, virgen terciaria franciscana. 6 de octubre.

Nació en 1715. Fue hija de una piadosa mujer de nombre Bárbara y de Francisco Gallo, un violento tejedor napolitano, que hacía la vida imposible a su madre. Esta pidió consuelo a San Francisco de Jerónimo (11 de mayo) y a San Juan José de la Cruz (5 de octubre), los cuales le profetizaron que su hija sería una santa. Nació la niña, que llamaron Ana María Rosa Nicolasa, y antes de tener uso de razón ya tenía que cardar lana, hilar y hacer otras pesadas labores del taller. Su única distracción eran las lecturas de libros piadosos que su madre le leía, y sus únicos paseos eran las visitas a la iglesia, para la misa, el rosario y otras devociones. A los 8 años le permitieron hacer la primera comunión, y con 9 años ya era catequista de otros niños pequeños. A uno de ellos le alertó sobre que su madre estaba en apuros, el niño corrió a su casa y efectivamente su madre estaba a punto de perecer luego que se desmayara y volcara una lámpara que casi incendia la casa. Aunque dedicaba largos ratos a la oración, la lectura espiritual, no por eso era menos productiva que las demás mujeres, y a veces más, lo que creó la leyenda acerca de que los ángeles trabajaban por ella mientras ella hacía oración. Pero eso es innecesario, ya sabemos que los verdaderos místicos son prácticos y no escapan de las labores cotidianas y responsabilidades. Más aún, su vida interior las ilumina, purifica y las acometen con perfección.

Con 15 años su padre quiso prometerla con un joven de buena familia, pero María Francisca ya había hecho un voto de virginidad y se negó. El padre la encerró, la azotó y le castigó a pan y agua. Como una santa, aprovechó esta circunstancia para hacer penitencia y su soledad para ejercitarse en la oración. Mientras, su madre pedía el socorro de su confesor, un franciscano piadoso, el cual convenció al padre de dejar a la muchacha cumplir lo que todos veían era voluntad de Dios. Y el hombre accedió, aunque de mala gana. Así que 8 de septiembre de 1731, con 16 años, tomó el hábito de la Tercera Orden de San Francisco de la Estrecha Observancia o Alcantarinos, tomando el nombre religioso “María Francisca de las Cinco llagas”, por su amor a la Pasión de Cristo. Comenzó a vivir dedicándose a la oración, la penitencia y la caridad en su casa. Rezaba todas las horas canónicas, cumplía los ayunos, penitencias de la Iglesia y socorría a los necesitados ayudándoles en sus necesidades.

Poco a poco comenzó a recibir dones místicos, como la suspensión de sentidos, don de profecía (profetizó la Revolución Francesa y la persecución contra los católicos) y de conciencias. Con respecto a este último, tuvo un degradable incidente con su padre, el cual comenzó a cobrar a los que a ella se acercaban en busca de consuelo, con escándalo de algunos. Enterada María Francisca le recriminó que ella no era una vulgar adivina, pero su padre le respondió “No eres adivina, eres más, eres una santa y Dios te concederá que comuniques a la gente su futuro”. La santa se negó a ese elogio envenenado de soberbia, y prefirió no recibir a nadie más. Fue duramente castigada por el padre, tanto que la madre tuvo que rogar al obispo intercediera, el cual logró que un juez sentenciara que el padre no podría tocar nunca más a la joven, y le impuso una gran multa. Con esto quedó en paz para vivir como deseaba, en pleno obsequio de Cristo. Aún así, cuando su madre murió, tuvo miedo de vivir con su padre y pasó a servir a un sacerdote que precisaba de un ama de cura en su casa. Y en esas funciones vivió durante 38 años. Y años más tarde, cuando su padre agonizaba pidió y obutvo, que Dios le pasara a ella los sufrimientos de su padre. Con esto logró que sanara y se convirtiera, viviendo el hombre como buen cristiano hasta su muerte.

Como apunté antes, era devotísima de la Pasión y Muerte de Jesús, cuyos pasos meditaba todos los días. La meditación del Vía Crucis le hacía adentrarse en la Pasión de Cristo, sintiendo los mismos inefables dolores del Salvador del mundo. Sentía la flagelación, y su de frente más de una vez manó sangre, como si tuviera una corona de espinas. En breve comenzó a experimentar una agonía de muerte todos los Viernes Santo. Su sufrimiento no era infructuoso, pues lo ofrecía constantemente por la conversión de los pecadores, y por las almas del purgatorio. La Madre de Dios, sus dolores y otros misterios también eran objeto de sus devociones y meditaciones, y más de una vez comprobó el auxilio de la Santísima Virgen en sus penas y tentaciones. Porque mucho la tentó el demonio para apartarla de su piedad y caridad. Incluso en forma de perro rabioso se le apareció en muchas ocasiones, pero con la señal de la cruz  e invocando a los Santos Nombres de Jesús, María  José, siempre salía victoriosa. Hasta en tres ocasiones fue protagonista de un milagro eucarístico, cuando la Sagrada Forma voló de manos del sacerdote para ir a la boca de la santa, que se hallaba en éxtasis. En 1471 se unió para siempre en matrimonio espiritual con Jesucristo, comprometiéndose en amarle y hacerlo amar de los demás. Después de esto, tal vez este mismo año recibió la impresión de las llagas de Cristo, los estigmas, los que llevó con humildad ante las críticas, recelos y la fama de santa que se formaba a su alrededor.

En 1791, el 6 de octubre, murió tan santamente como había vivido, y fue sepultada en la iglesia de Santa Lucía del Monte, Nápoles.  Como había anunciado se le apareció a San Francisco Javier María Bianchi (31 de enero) tres días antes de la muerte de éste, el 28 de enero de 1815. Gregorio XVI la beatificó en 1843 y el Beato Pío IX la canonizó en 1867. A principios de 1800 se publicó la primera “vita”, reimpresa en 1866 con vistas a la canonización. Es abogada de Nápoles, y su sepulcro sigue siendo muy venerado, especialmente por las mujeres que desean tener un hijo, las cuales se sientan en una silla que perteneció a la santa.


Fuentes:
-"Vidas de los Santos". Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD. 1916.

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