San Gerardo Sagredo, obispo y mártir.
Un testimonio de martirio glorioso, unido a la piadosa leyenda del Carmelo.
San Gerardo Sagredo, apóstol de Hungría, carmelita, obispo y mártir. 24 de septiembre y 23 de febrero (traslación de las reliquias).
Perteneció Gerardo a la noble familia de los “Secretis” (Sagredos), emparentada con reyes, y con origen en las antiguas gens romanas. Nació en Venecia, en 986. A los cinco años le entregaron sus padres al monasterio benedictino de San Jorge, de la misma ciudad, para que se formase humana e intelectualmente. Y daba fruto, pues era aplicado a los estudios, cumplidor, devoto, paciente con los demás, humilde y estaba siempre pronto a hacer el bien. Gozaba de las ceremonias de la Iglesia, amén del silencio, el que aprovechaba siempre para hacer oración en soledad. Ya de niño era muy devoto de la Santísima Virgen María a la que consagró toda su vida futura. Cuando tenía 18 años, murió su padre en una campaña en Palestina, y su madre le llamó junto a sí para consolarse en su soledad. Su familia le consiguió un puesto de canónigo en la catedral de San Marcos, además de algunos beneficios eclesiásticos, para que pudiera mantenerse por sí mismo, y no se alejara de la carrera eclesiástica a la que se le veía encaminado. Pero Gerardo no quería aquello, quería una vida realmente para Dios en pobreza, silencio y oración. Primero pensó en regresar a San Jorge y profesar como monje allí, pero tampoco le pareció apropiado. Muchos le conocían e igualmente le habrían adulado y tratado con diferencia.
Enterado que había un nuevo monasterio en las afueras de Venecia, fundado por monjes que venían de Palestina, les conoció y al ver que eran devotísimos de la Virgen María (hermanos suyos se llamaban), se decidió a tomar el hábito del Carmelo. Unas leyendas le hacen tomarlo allí mismo, para luego irse a Tierra Santa; pero la mayoría coincide en que queriendo conocer el origen de aquellos religiosos, se embarcó hacia el Monte Carmelo, donde tomó el hábito y profesó. Como fuere, le hallamos ya carmelita en Palestina, donde se dedicó a la oración en soledad y a la penitencia, acrecentando todas sus virtudes y dones naturales. Allí vivió unos años hasta que el Patriarca de Jerusalén, conociendo sus prendas, le mandó a Roma, como legado pontificio ante Benedicto VIII y los príncipes cristianos europeos, para hallar una solución con el asunto los griegos cismáticos y los sarracenos, que confundían unos, y perseguían los otros, constantemente a los fieles católicos. Aceptó con sumisión la encomienda Gerardo, sabiendo que esto le haría conocido y reconocido.
Llegó a Roma en 1021, y el papa le envió al emperador San Enrique (13 de julio), a la vez que le nombraba Patriarca de Antioquía, aunque solo titularmente, sin sede, pues la sede estaba ocupada por los griegos (en realidad este Gerardo es otro, no hay que confundirlos como hace la leyenda). Ante el emperador, Gerardo expuso la situación, pidiendo diplomacias o incursiones armadas, lo que hiciera falta. No se decidía el emperador, por lo que Gerardo decidió volver a Palestina. Se encaminó a Hungría, para conocer al bendito rey de Hungría, San Esteban I (16 de agosto y 2 de septiembre), que había convertido a su nación a la fe de Cristo. Una vez que se encontraron, Esteban no quiso separarse de él, porque vio la valía del religioso Gerardo le pidió se quedase en su reino para ser preceptor de su hijo el Beato Emerico (4 de noviembre). Accedió Gerardo, y además de su labor como preceptor, se lanzó a una profunda evangelización, cambiando costumbres, fundando santuarios y monasterios. También consagró el reino a la Santísima Virgen, como buen “carmelita”. Pero añoraba Gerardo la vida monacal, por lo que trajo religiosos carmelitas desde Palestina, fundando un monasterio a las afueras de Budapest, al que se retiraba frecuentemente. Deseoso de más soledad, se adentró a un bosque en absoluta soledad, donde un cuervo le alimentaba, como a San Elías (20 de julio, 12 de enero, en la Iglesia Oriental, la ascensión al Paraíso; y 20 de junio, traslación de reliquias a la iglesia de los Santos Apóstoles en Constantinopla), y los osos le protegían de otras alimañas salvajes.
Pero le quiso San Esteban de nuevo junto a sí, para lo cual en 1035 le nombró obispo de Csanád, región aún no suficientemente evangelizada. Igualmente cumplió el santo, atrayendo a muchos a la fe. Edificó iglesias y hospitales, predicó, instituyó la caridad, y sobre todo dio ejemplo de vida entregada a Cristo. En esta ciudad instituyó la costumbre de una función solemne en honor a Nuestra Señora, todos los sábados al atardecer con procesiones, súplicas y loas a la Madre de Dios. La devoción a la Virgen María atraía a muchos a ser cristianos, por lo que Gerardo siempre llamaba evangelizadora a la Virgen. “Ella lo hace todo”, decía. Por los pobres lo entregó todo, hasta su anillo en más de una ocasión. Suplicaba limosnas a los ricos, que repartía e incluso llegó a multiplicar para poder atender a más necesitados. Para poder retirarse a la soledad, fundó varias ermitas solitarias, donde se iba siempre que podía para estar a solas con Dios.
En 1038 murió el piadoso rey Esteban y habiendo muerto años antes el príncipe, tomó el reino Pedro Orseólo, sobrino de Esteban. Era de carácter débil y en el fondo despreciaba a los húngaros, a los que consideraba bárbaros frente a los venecianos, de donde él procedía. Contaba con la aprobación de la reina y viuda de Esteban, la Beata Gisela (21 de agosto), quien mandó cegar a Vazul, un príncipe pretendiente al trono húngaro. Pero Pedro pronto se quitó de en medio a Gisela, despojándola de sus bienes y desterrándola. Esto trajo rebeliones en el pueblo y los nobles húngaros, con una cruel represión como respuesta. San Gerardo protestó y amonestaba al nuevo rey constantemente, recordándole el compromiso adquirido con la fe cristiana, la justicia y la paz. Echaron los húngaros a Pedro, para poner en el trono a Samuel Aba, cuñado de Esteban. Y este fue peor aún, pues ni siquiera se detenía ante la Iglesia y los lugares sagrados. En la Cuaresma de 1041 mandó asesinar cruel y públicamente a mucho de sus adversarios, para dar escarmiento. Luego pretendió que San Gerardo le coronase rey, a lo que se negó el santo. Luego de la coronación, hecha por obispos adulones, Gerardo subió al púlpito y dijo a Samuel Aba: “la observancia de la cuaresma santa, oh rey, fue instituida para que los pecadores alcancen perdón y los justos premio. Tú, habiéndola violado con muertes tan injustas, y quitádome con tantos hijos el nombre de padre, ni uno ni otro mereces para con Dios, ni con el mundo. Y porque no temo tu ira, antes estoy determinado a morir luego por la honra de mi Señor, te hago saber que al tercer año de tu reinado te hallará el cuchillo vengador, y se te quitarán la vida y cetro que con fraude y violencia has adquirido”.
El rey quedó muy irritado con el santo ante aquellas palabras, pero planeó su venganza para más adelante, no pareciéndole prudente matarle allí mismo. Pero reinando no tuvo tiempo, pues tan malo era, que los húngaros prefirieron restituir al trono al Orseólo, que en 1043 volvió a ser rey de Hungría. Pensaron que la cosa iría mejor, habiendo escarmentado. En estos años coloca la leyenda carmelitana la profecía de San Gerardo al caballero Guido de Malefayda, que quería ser religioso carmelita. El santo le profetiza que ha de casarse, pues tendría dos hijos que serían gloria de la Orden y de la Iglesia. Y así sería, pues uno sería el Beato Aimer o Audemar (7 de julio), que sería obispo de Puy-Vezelay y Legado Pontificio en Tierra Santa, y el otro sería San Bertoldo, I General latino de la Orden (29 de marzo).
Y volvemos a Pedro el rey. Pues este, confiado en que le querían en el trono, redobló sus primeros desmanes, así que en 1046 fue destronado por los príncipes Andrés y Bela, hijos de aquel Vazul castigado por Gisela. Así, se coronó Andrés I de Hungría, un rey que despreciaba el cristianismo, por lo que pronto aquellos paganos que estaban en la sombra, se hicieron con el poder, arrasando iglesias y monasterios, castigando y aún asesinando a sacerdotes y cristianos. Se cumplía la profecía de San Gerardo.
Este mismo, sabía que vendrían a por él. Aún así, partió acompañado por los obispos Bezther, Buldo y Benetha, al encuentro de los príncipes, para asistir a la coronación de Andrés,. Esa noche, estando en una ermita, tuvo la revelación de su martirio y el de Beztherio y Buldo. Al otro día celebraron una devota misa y se encaminaron hacia el Danubio, donde se encontrarían la comitiva real. Llegados al río, hallaron al capitán Vata, feroz pagano y enemigo de Cristo, que viendo a los tres obispos, mandó a sus soldados les apedreasen. Benetha pudo huir, salvándose, pero Bezther y Buld murieron por las heridas de las piedras (ambos son venerados igualmente a 24 de septiembre). Al ver los paganos que con San Gerardo ocurría que las piedras no le tocaban, sino que permanecían suspendidas en el aire, para luego caer suavemente, se encarnizaron más con él. Le sacaron del carro, le ataron a una de las guías del mismo y lo arrastraron hasta unas peñas desde donde le arrojaron. Al llegar abajo, viendo otros soldados que aún vivía, le atravesaron el corazón con una lanza, estrellaron su cabeza contra una piedra y arrojaron el cuerpo al río. Era el 24 de septiembre de 1047. Al día siguiente, unos religiosos sacaron el cuerpo del santo y lo enterraron secretamente en una iglesia cercana.
En 1054 Andrés decidió reconvertir la nación al cristianismo, con lo cual cesó la persecución a la Iglesia, y los canónigos de Csanád decidieron trasladar las reliquias de su querido obispo mártir, hallando el cuerpo incorrupto. En 1079 un concilio nacional decidió proclamar mártires a todos los que por la fe habían padecido la muerte en aquellos años turbios, lo cual puede considerarse la canonización de Gerardo. En 1400 las reliquias fueron trasladadas a Venecia, a la iglesia de Santa María de Murano. En el siglo XVI su memoria entró a la Orden del Carmen como santo propio. Sobre las certezas de su biografía y su pertenencia al Carmelo, el primer problema lo hallamos en su su “vita” la escribió un autor anónimo, en quien dice basarse Lezana en sus “Annalecta”, amén de otros autores que cita. Hay que decir que lo mismo hicieron los servitas y los benedictinos, teniéndole como santo propio. Con los servitas, pues no hay mucho que decir, pues el santo vivió al menos 200 años antes que la fundación de esta Orden. Los benedictinos tendrían más razón, pues el santo vivió en un monasterio de su Orden, aunque no está claro si llegó a profesar allí. Los carmelitas hicieron una defensa de esta pertenencia, pero como toda leyenda, se basa en alusiones y suposiciones. Una de ellas, la más peregrina es que no se entiende como habiéndose criado en una Orden tan prestigiosa como la de San Benito, hubiera dejado los hábitos, saliendo del monasterio para ser canónigo de San Marcos.
Fuente:
-"Flores del Carmelo: Vidas de los Santos de Nuestra Señora del Carmen". FR. JOSÉ de SANTA TERESA OCD. Madrid, 1678.