Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

San Pamaquio, amante de la Caridad.

"Tus buenas obras germinan con la gracia de Cristo".

Ramón Rabre

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San Pamaquio.
San Pamaquio.

San Pamaquio, confesor. 30 de agosto.

Probablemente hubiera pasado desapercibido Pamaquio, a pesar de ser un cristiano ejemplar, de no ser por su relación con el tempestuoso San Jerónimo (30 de septiembre y 9 de mayo, invención y traslación de las reliquias). Perteneció a la Gens Camilla, y de joven fue educado en la gentilidad. Conoció las artes, la retórica y, por interés más que por devoción, también se formó en la lectura de las Sagradas Escrituras. Fue siendo estudiante cuando conoció a San Jerónimo. En 370 terminó sus estudios y sobre 374 entró en el Senado, cuerpo en el que llegó a ser procónsul. Entre 385 y 388 casó con Paulina, hija de Santa Paula (27 de enero), la fiel y paciente discípula de Jerónimo. En 393 murió Paulina y Pamaquio se entregó a la caridad, donando sus cuantiosos bienes a los pobres de Roma. Junto a Santa Fabiola (27 de diciembre) construyó un hospital en el puerto de Ostia, para acoger a los extranjeros que llegaban enfermos y no se les permitía entrar a la ciudad por miedo a contagios. Las ruinas de este hospital pueden visitarse aún hoy. Visitaba diariamente este hospital y siempre estaba rodeado de mendigos y niños pobres que reclamaban su atención. Y junto con la limosna, se llevaban la atención, la escucha, la palabra atenta y la caricia pertinente. Fue también apóstol de la palabra, pues escribió algunas obras apologéticas, llegando a convertir a algunos de los principales herejes donatistas. San Agustín (28 de agosto; 24 de abril, bautismo; 29 de febrero, traslación de las reliquias a Pavía; 5 de mayo, conversión; 15 de junio, en la Iglesia oriental) le elogia en una carta, que reproduzco íntegra, por su valía (más que lo que yo pueda escribir):

Agustín saluda en el Señor a Pammaquio, señor eximio y justamente digno de ser acogido, e hijo amadísimo en las entrañas de Cristo:

Tus buenas obras germinan con la gracia de Cristo y te han hecho para nosotros muy honorable, famoso y amadísimo entre sus miembros. Si viese yo tu semblante cada día, no te conocería mejor que cuando miré y conocí, reconocí y amé tu interior, decorado con la hermosura de la paz, radiante con el brillo de la verdad, en el candor de un solo hecho que presencié. A éste hablo, a éste escribo ahora, a éste, querido amigo mío que se ha mostrado a mí, aunque está ausente en cuanto al cuerpo. Sin embargo, ya antes estábamos juntos, vivíamos reunidos bajo una misma Cabeza. Si no vivieras arraigado en el amor de la misma, no te resultaría tan amada la unidad católica, no hubieses amonestado con tales palabras ni hubieses animado con tal fervor de espíritu a tus colonos africanos, establecidos en ese país en que nació el furor donatista, es decir, en el centro de la Numidia consular. Les amonestaste con palabras, les animaste con gran fervor espiritual a que siguiesen lo que pensaban que un varón tan destacado y grande como tú sólo podía aceptar después de haber reconocido la verdad. Separados de ti por tan larga distancia de lugar, hablan de marchar bajo la misma Cabeza y ser contados para siempre contigo entre los miembros de ella los que por su precepto te sirven y obedecen temporalmente.

Reconociéndote y abrazándote en esta hazaña tuya, me regocijé para felicitarme contigo en nuestro Señor Jesucristo y enviarte esta carta de congratulación, como índice de mi corazón y amor. Ya no pude hacer más. Pero te ruego que no midas por ella la fuerza de mi amor. Trasciende tú la carta, después de leerla, con un vuelo invisible, que se realiza en el interior; llégate con el pensamiento hasta mi pecho y mira lo que aquí se piensa de ti. Al ojo de la caridad se abrirá el sagrario de la caridad, que tengo cerrado para las bagatelas tumultuosas del siglo cuando allí adoro a Dios. Aquí descubrirás los deleites de mi alegría por tan buena obra tuya, deleites que no puedo manifestar con la palabra ni expresar con la pluma; deleites ardientes e inflamados en el sacrificio de alabanza de aquel que te inspiró el querer y te ayudó a poder. Gracias a Dios por tan inefable don.

¡Oh, cuántos senadores hay que, como tú, son hijos de la santa Iglesia! Deseo que realicen en África una empresa semejante a la que celebro por ti. Pero es harto difícil exhortarlos a ellos, mientras nada se arriesga felicitándote a ti. Quizá ellos nada harán, y hasta podrían poner asechanzas para engañar a los débiles, como si en su ánimo estuviésemos ya vencidos por los enemigos de la Iglesia. En cambio, tú hiciste de tu parte algo para confusión de esos enemigos y para alcanzar la libertad de los débiles. Por eso me contento con que leas tú mismo con amistosa confianza esta carta a los que puedas hacerlo con derecho cristiano. Estimulados por tu ejemplo, podrán creer que puede hacerse en África lo que quizás actualmente piensan que no se puede lograr, y por eso se retraen. En cambio, no quiero contarte las insidias que los herejes traman con torcido corazón; me he burlado de ellos porque piensan que valen algo en la posesión de Cristo. Pero podrán contártelas mis hermanos. Los recomiendo con interés a tu excelsitud, para que no alimenten un temor superfluo en esta tan grande e inopinada alegría que celebramos por la salud de esos hombres tuyos. Por ellos exulta, gracias a ti, la Madre Católica.


Su amistad con San Jerónimo se vio enturbiada por la radicalidad de este último, propicio a defender la verdad católica con rudeza e ironía. La cuestión fue que Pamaquio pidió a Jerónimo refutase a Joviniano, hereje que negaba la excelencia de la virginidad. Jerónimo respondió encendidamente al hereje, pero para valorar la castidad y la elección virginal denigró el sacramento del matrimonio y la vida conyugal, lo cual, por supuesto, ofendió a Pamaquio y otros cristianos casados, que se sintieron ofendidos ante las consideraciones de Jerónimo. La respuesta de este fue su “Apología a Pamaquio”, donde aunque rebaja el tono, sigue considerando la vida matrimonial inferior a la virginidad. También se vio Pamaquio envuelto en la polémica entre Jerónimo y Rufino, sacerdote erudito, entusiasta de Orígenes, con el que Jerónimo tuvo años de discrepancia. Todo por malentendidos, pues Rufino en realidad no compartía las herejías que algunos predicaban partiendo erróneamente de los escritos de Orígenes. Pero para San Jerónimo, que también había sido amante de estos escritos, el hecho de que hubiera herejías que tomaban a Orígenes como principio, ya le supuso emprender una guerra contra las obras de Orígenes y todo aquel que las promoviese.

Volviendo a Pamaquio. Algunos dicen que ya viudo fue monje, o presbítero, pero lo más certero es que permaneció como laico célibe entregado a la caridad y la oración. En 410 murió en la paz del Señor.


Fuentes:
-http://www.augustinus.it/spagnolo/lettere/lettera_058_testo.htm
-"Vidas de los Padres, Mártires y otros principales Santos". Tomo VIII. ALBAN BUTLER. Valladolid, 1791.

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