Santa Mónica, madre de San Agustín
De las lágrimas al gozo, todo por la conversión del hijo.
Santa Mónica, viuda.
Quería escribir un poco sobre esta gran santa, pero ¿qué mejor que transcribir algo de lo que el mismo San Agustín (28 de agosto; 24 de abril, bautismo; 29 de febrero, traslación de las reliquias a Pavía; 5 de mayo, conversión; 15 de junio, en la Iglesia oriental) nos dice de ella? Así que hago un extracto de las "Confesiones", y añado una nota histórica sobre su culto e iconografía:
LÁGRIMAS POR AGUSTÍN
MUERTE DE SANTA MÓNICA
Abríamos anhelosos la boca de nuestro corazón hacia aquellos raudales soberanos de tu fuente –de la fuente de vida que está en ti– para que, rociados según nuestra capacidad, nos formásemos de algún modo una idea de algo tan grande.
Tales cosas decía yo, aunque no de este modo ni con estas palabras. Pero tú sabes, Señor, que en aquel día, mientras hablábamos de estas cosas –y a medida que hablábamos nos parecía más vil este mundo con todos sus deleites–, ella me dijo: «Hijo, por lo que a mí toca, nada me deleita ya en esta vida. No sé ya qué hago en ella ni por qué estoy aquí, muerta a toda esperanza del siglo. Una sola cosa había por la que deseaba detenerme un poco en esta vida, y era verte cristiano católico antes de morir. Superabundantemente me ha concedido esto mi Dios, puesto que, despreciada la felicidad terrena, te veo siervo suyo. ¿Qué hago, pues, aquí?»
No recuerdo yo bien qué respondí a esto pero sí que apenas pasados cinco días, o no muchos más, cayó en cama con fiebres. Y estando enferma tuvo un día un desmayo, qúedando por un poco privada de los sentidos. Acudimos corriendo, pero pronto volvió en sí, y viéndonos presentes a mí y a mi hermano, nos dijo, como quien pregunta algo: «Adónde estaba?». Después, viéndonos atónitos de tristeza, nos dijo: «Enterráis aquí a vuestra madre». Yo callaba y frenaba el llanto, mas mi hermano dijo no sé qué palabras, con las que parecía desearle como cosa más feliz morir en la patria y no en tierras tan lejanas. Al oírlo ella, lo reprendió con la mirada, con rostro afligido por pensar tales cosas; y mirándome después a mí, dijo: «Enterrad este cuerpo en cualquier parte, ni os preocupe más su cuidado; solamente os ruego que os acordéis de mí ante el altar del Señor doquiera que os hallareis». Y habiéndonos explicado esta determinación con las palabras que pudo, calló, y agravándose la enfermedad, entró en la agonía.
Mas yo, ¡oh Dios invisible!, meditando en los dones que tú infundes en el corazón de tus fieles y en los frutos admirables que de ellos nacen, me gozaba y te daba gracias recordando lo que sabía del gran cuidado que había tenido siempre de su sepulcro, adquirido y preparado junto al cuerpo de su marido. Porque así como había vivido con él concordísimamente, así quería también –cosa muy propia del alma humana menos deseosa de las cosas divinas– tener aquella dicha y que los hombres recordasen cómo, después de su viaje transmarino, se le había concedido la gracia de que una misma tierra cubriese el polvo conjunto de ambos cónyuges.
Ignoraba yo también cuándo esta vanidad había empezado a dejar de estar en su corazón, por la plenitud de tu bondad; me alegraba, sin embargo, admirando que se me hubiese mostrado así, aunque ya en aquel discurso nuestro, el de la ventana, me pareció que no deseaba morir en su patria al decir: «¿Qué hago ya aquí?». También oí después que, estando yo ausente, como cierto día conversase con unos amigos míos con maternal confianza sobre el desprecio de esta vida y el bien de la muerte, estando ya en Ostia, y maravillándose ellos de tal fortaleza en una mujer –porque tú se la habías dado–, le preguntasen si no temería dejar su cuerpo tan lejos de su ciudad, respondió: «Nada hay lejos para Dios, ni hay que temer que ignore al fin del mundo el lugar donde estoy para resucitarme».
Así, pues, a los nueve días de su enfermedad, a los cincuenta y seis años de su edad y treinta y tres de la mía, fue libertada del cuerpo aquella alma religiosa y pía." (Confesiones XI. 23, 27-28).
Culto, patronatos e iconografía de Santa Mónica:
Ha tenido Santa Mónica varias festividades, a lo largo del tiempo: 9 (segunda traslación) y 20 de abril (primera traslación), 4 de mayo (víspera de la antigua memoria de la conversión de San Agustín) y, actualmente, 27 de agosto (víspera de San Agustín).
Su culto, aunque tardío en la Iglesia, en la Orden Agustina comienza desde los inicios de esta, en el siglo XII. El 20 de abril de 1162 sus restos fueron trasladados al monasterio agustino de Arras. El 9 de abril de 1430, fueron trasladados otra vez, con gran solemnidad a Roma, hecho que se considera su canonización oficial. Fueron llevados a la iglesia de San Agustín de Plaza Navona para ser puestos junto a los de su hijo. El Concilio de Trento fijó su memoria para el 4 de mayo, el día antes de la conversión de san Agustín (celebrada el 5 de mayo, hasta el Concilio Vaticano II, luego unida con el bautismo a 24 de abril). luego de la reforma del calendario litúrgico, se trasladó al día de hoy, 27 de agosto, víspera de San Agustín.
Es patrona de California, de Germolles-sur-Grosne, en Bretaña, donde se le proclamó como tal en el siglo XVI, ya que un 4 de mayo cayó una granizada masiva y se pidió su protección, y no hubo heridos ni daños considerables. Esta ciudad celebraba una feria y procesión el primer domingo de mayo. Por extensión, en la región se le invoca contra el granizo. En algunos países del norte de Europa quedan imágenes y altares suyos, vestigios de otrora presencia agustina. Y, claro, allí donde están establecidos, su memoria se mantiene. En Colonia existe una hermandad "de la Correa", de inspiración agustina, que la tiene por patrona. Es patrona de madres, mujeres y esposas cristianas, protectora de las que tienen los hijos descarriados y matrimonios difíciles.
Su iconografía es bastante repetitiva. Normalmente la vemos como matrona anciana, con pañuelo en las manos, que recuerda las lágrimas por el hijo descarriado. A veces se presenta vestida, en un delicioso anacronismo, con el hábito agustino (báculo incluido), protegiendo a la orden, como madre de los religiosos y religiosas. En el arte pictórico abunda el pasaje de la conversación entre madre e hijo, en Ostia, o la conversión de San Agustín. Y no falta la representación con el niño Agustín. El rosario (la oración incesante por el hijo) y el libro (la Regla de la Orden) le son también atributos típicos.