Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

San Bartolomé, apóstol y descuerado.

La popular leyenda de San Bartolomé, en un escrito del siglo XIX.

Ramón Rabre

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Desollamiento de San Bartolomé.
Desollamiento de San Bartolomé.

Hoy me tomo la licencia de transcribir literalmente un resumen de la leyenda de San Bartolomé. No me gusta copiar tal cual, porque se pierde estilo y no es un trabajo de mérito. Pero me ha parecido interesante como forma de mostrar lo importante que puede ser el lenguaje, el estilo y la argumentación a la hora de trasmitir un hecho. Es un texto del siglo XIX, al que solo he hecho algunas correcciones ortográficas, para adecuarlo a la gramática actual. Espero os guste:

San Bartolomé, Apóstol. 25 de febrero (Iglesia Armenia), 11 (Iglesias Orientales) y 18 de junio (Iglesia Copta); 24 (Iglesia romana), 25 y 29 de agosto (Iglesia Jacobita); 20 de noviembre (Iglesias Etíopes); 4 (traslación de las reliquias) y 8 de diciembre (Iglesia Armenia).

"San Bartolomé, a quien el Evangelio cuenta siempre el sexto en el número de los doce Apóstoles, fue galileo, de condición tan humilde como todos ellos, siendo de oficio pescador; pero eran muy puras sus costumbres. Fue hijo de Tolmai, como lo da a entender su propio nombre; porque “Bar” en hebreo significa lo mismo que hijo. Creyeron algunos que San Bartolomé fue aquel Natanael que San Felipe llevó a la presencia del Salvador, de quien el mismo Señor hizo aquel bello elogio, cuando dijo: ´Veis ahí un verdadero israelita, en quien no hay dolo ni artificio´. Pero San Agustín impugna esta opinión, asegurando que Jesucristo no escogió a Natanael para apóstol suyo, precisamente porque era doctor de la Ley; y no quería valerse para el ministerio evangélico de letrados ni de sabios, sino de hombres idiotas y groseros, a fin de que resplandeciese visiblemente su omnipotencia en una obra tan grande, en la cual no había de tener parte alguna la humana sabiduría.

Fue este santo Apóstol uno de los que más mostraron su generosidad y su fervor en seguir a Jesucristo. Luego que fue llamado al apostolado, todo lo dejó, y nunca pensó volver a tomar lo que una vez había dejado. Algunos otros apóstoles, después de su vocación, volvieron al ejercicio de pescar; pero San Bartolomé no se apartó de su divino Maestro, siendo uno de los mas ansiosos por acompañarle a todas partes, de los mas embelesados con sus conversaciones, de los más atentos a sus discursos, y de los más adictos a su divina persona. Hacía fiel compañía a Jesucristo, y fue el más continuo testigo de sus milagros. Hallóse presente en Cafarnaum cuando el Salvador sanó al criado del Centurión, en Naím cuando resucitó al hijo de la viuda; y fue testigo de la milagrosa curación de aquel hombre poseído del demonio, que dueño de su cuerpo, le tenía privado del uso de la lengua y de la vista. Asistió también con su Maestro en las bodas de Caná, donde fue testigo del milagro que hizo convirtiendo el agua en vino; y también concurrió en el convite de Simón el Fariseo, cuando se convirtió aquella famosa pecadora María Magdalena. En fin, pocos milagros hizo el Salvador en el espacio de su vida de que no hubiese sido testigo San Bartolomé. (…)

Preso el Salvador del mundo por los judíos, fue general la consternación en todos los Apóstoles. Aunque ya estaban muy prevenidos por todo lo que habían oído al Hijo de Dios acerca de su pasión, con todo eso se llenaron de tristeza, de espanto y de pavor. Sobrecogió tanto el dolor a Bartolomé viendo a su divino Maestro tan maltratado, que se estuvo encerrado todos los tres días de la pasión en la casa donde se habían hospedado en Jerusalén derramando continuas lágrimas. Enjugáronsele con la resurrección del Salvador; hasta la ascensión estuvo con los demás en la escuela de Jesucristo; y desde la ascensión hasta el día de Pentecostés retirado en el cenáculo. En aquel día, que fue el quincuagésimo después de la resurrección; en aquella solemnísima fiesta, llamada Pentecostés, el Espíritu Santo, cuya inmensidad llena todo el universo, sin dejar el cielo, vino a la tierra, santificada ya con los trabajos del Salvador, haciéndola sensible su particular presencia por la admirable profusión de sus dones, y por una comunicación más admirable de su persona, de que se sintieron llenos todos los Apóstoles y todos los discípulos. Con efecto, se hallaron todos abrasados en aquel fuego divino, iluminados con sobrenaturales luces, y recibieron desde entonces el milagroso don de lenguas. En el repartimiento que hicieron entre sí de todas las regiones del universo tocó a nuestro santo Apóstol la misión de la Licaonia, de Albania, de las Indias orientales y de la Armenia. Llevó a ellas el Evangelio en hebreo, que ya había escrito San Mateo. Extendió las luces de la fe en todas las provincias por donde pasaba, y no fue el menor de sus milagros la multitud prodigiosa de conversiones que hacía. Dice San Juan Crisóstomo que hasta los mismos gentiles se admiraban de aquella repentina mudanza de costumbres, y que en las regiones por donde transitaba San Bartolomé se miraba con asombro la pureza, la templanza y las demás grandes virtudes que resplandecían en los nuevos fieles.

Habiendo dado todas las providencias que juzgó necesarias para la conservación de la fe en Licaonia, en la Albania y en las Indias orientales, dejando en ellas operarios formados de su mano, pasó él mismo a la Armenia, que algún día había de ser el campo más fértil de su mies y el más glorioso teatro de su celo. Llegó a una de las ciudades principales, donde a la sazón estaba el Rey con toda su corte; y luego que el Apóstol entró en el templo, donde el demonio daba oráculos por boca de un ídolo llamado Astarot, enmudeció este; silencio que llenó de pasmo a los armenios, y de consternación a toda la ciudad. Acudieron a otro ídolo, por nombre Berit, para saber la causa de tan funesto suceso. Respondió el demonio por su boca, que la causa era la presencia de cierto hombre llamado Bartolomé, apóstol del verdadero Dios, y que lo mismo le sucedería a él si aquel hombre llegaba a entrar en su templo. Añadió, que no daría oráculos Astarot mientras no echasen de allí a aquel hombre; porque cien veces al día, y otras tantas a la noche, hacia oración a Dios, acompañado de una prodigiosa multitud de espíritus bienaventurados que le escoltaban y le defendían. Quedó admirado el pueblo de este testimonio que, obligado de Dios y a su pesar, dio el demonio de la virtud milagrosa de nuestro Santo, y entró en una impaciente curiosidad de conocer al Apóstol; pero conociendo los sacerdotes que iría por tierra su estimación si el Santo llegaba a ser reconocido, pusieron en molimiento todos sus artificios para perderle. Buscáronle por espacio de tres días, pero en vano, porque Dios le hacía invisible, hasta que habiendo lanzado al demonio de muchos cuerpos, y dado salud a muchos enfermos desahuciados, sus mismos milagros le descubrieron.

Esparcida la fama por todas partes, no le conocían ya por otro nombre que por el de Apóstol del verdadero Dios y el obrador de milagros. Llegó presto a noticia de la corte el ruido de sus maravillas, y teniendo el rey una hija poseída de un furioso demonio que la atormentaba cruelmente, deseaba con ansiosa impaciencia ver al santo Apóstol. Apenas se puso en su presencia San Bartolomé, cuando la princesa quedó libre de aquel infernal huésped y queriendo el rey mostrar su agradecimiento con magníficos presentes, el Apóstol le dio a entender que no había venido a buscar oro ni piedras preciosas, sino la salvación de su alma, y la conversión de sus vasallos. “Vengo”, añadió el Santo, “a daros a conocer al verdadero Dios, único criador de todo este vasto universo; y que solo él es digno de nuestro amor, de nuestra adoración y de nuestros religiosos cultos. Vuestros ídolos son órganos de los demonios; adoráis lo más execrable que hay en toda la naturaleza; esos que llamáis dioses son los mismos demonios; y para convenceros, señor, de que es verdad todo lo que digo, quiero que el más acreditado de vuestros dioses confirme, mal que le pese, todo lo que yo os predico”. Aceptóse luego la condición; y el rey, acompañado del Santo y de toda su corte, se encaminó al templo; pero apenas puso el pié en él San Bartolomé , cuando el demonio comenzó a gritar que él no era dios, que ni había ni podía haber más que un solo Dios, y que ese era Jesucristo, a quien el Apóstol predicaba. Hecha esta confesión, mandó el Santo al demonio, en nombre de Jesucristo, que al instante y sin réplica hiciese pedazos todos los ídolos de la ciudad. Obedeció, y en el mismo punto todos ellos fueron reducidos a polvo. A vista de tan estupenda maravilla quedaron tan movidos los corazones, como convencidos los entendimientos; convirtióse toda la ciudad, y después de algunas instrucciones recibió el Bautismo el rey y toda la corte. Siguieron el mismo ejemplo doce ciudades principales, rindiendo la cerviz al yugo de Jesucristo; y habiendo cultivado San Bartolomé aquella viña por algún tiempo, la proveyó de dignos ministros del altar, obispos y predicadores.

No podían menos de pensar en la venganza todas las potestades del infierno viéndose tan maltratadas. Los sacerdotes de los ídolos eran el oprobio de la nación, y conociendo que no era posible pervertir al rey Polemon, en cuyo corazón había echado la Religión profundísimas raíces, recurrieron a Astiages, hermano del mismo Príncipe, que reinaba en una parte de la Armenia. Era Astiages idólatra supersticioso, y resolvió vengar la afrenta que hacía a sus dioses aquel desconocido extranjero. Convidóle artificiosamente a que pasase a sus Estados, y San Bartolomé, que ninguna cosa deseaba tanto en este mundo como derramar la sangre por Jesucristo, corrió apresuradamente a la corona del martirio. Así fue; pues no bien había puesto los pies en la corte de Astiages, cuando el tirano le hizo desollar vivo. No parecía posible tormento más cruel; pero el Santo le sufrió con tan invicta paciencia, que hasta los mismos gentiles quedaron asombrados. Y como en medio del cruelísimo tormento no cesase de predicar la divinidad de Jesucristo y las grandes verdades de la fe, mandó el tirano que le cortasen la cabeza. Créese que sucedió esto el día 25 de agosto, y que el día antecedente había sido desollado por amor de Jesucristo; siendo acaso este el motivo por que algunas iglesias celebran su fiesta el día 25, que fue el de su muerte, y otras el 24, que fue el de su suplicio.

Presto vengó el cielo la muerte de nuestro Santo con un visible castigo. Así Astiages como todos los sacerdotes, cómplices de su delito, fueron inmediatamente poseídos del demonio, que después de haberlos atormentado de un modo horrible por espacio de treinta días, al cabo de ellos los ahogó a todos. Los Cristianos se apoderaron del cuerpo de San Bartolomé, y le enterraron en una caja de plomo, haciéndose luego glorioso su sepulcro por multitud de milagros. Pasados muchos años, los gentiles se hicieron dueños del lugar donde estaban las santas reliquias, y las arrojaron al mar, el cual llevó la caja de plomo hasta la isla de Lipari, no lejos de Sicilia. Pero habiéndose apoderado los sarracenos de esta isla hacia la mitad del siglo IX, este precioso tesoro fue trasladado a Benevento, de donde el año de 983, siendo emperador Oton II, fue transportado a Roma, donde es reverenciado con singular devoción de los fieles”.

 
 
Patronatos e iconografía.
San Bartolomé es patrono de los profesionales que trabajan con cuero o piel, como los carniceros y comerciantes de pieles, curtidores, zapateros, sastres, cortadores, encuadernadores. Además es patrón de los pastores, agricultores, mineros y transportistas de sal, mercaderes de queso. És invocado por las mujeres en el parto, contra los trastornos nerviosos, las convulsiones, los males de la piel como úlceras, eczemas, llagas incurables. Otras reliquias del santo, dudosas todas, se hallan por otras partes del mundo.



Fuente:
-“Año cristiano o Ejercicios devotos para todos los días del año”. Agosto. JEAN CROISSET. S.I. Barcelona, 1863.

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