Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

San Alberto de Sicilia, contra las fiebres.

El lirio del Carmelo, abogado contra las fiebres y las tentaciones.

Ramón Rabre

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San Alberto de Trápani.
San Alberto de Trápani.

Celebra hoy la Orden del Carmen a un santo de los que más devoción tuvo en otros tiempos, protector contra las fiebres y cuya memoria, como no, en muchos sitios han dejado morir la desidia y los nuevos tiempos:

San Alberto de Sicilia, presbítero carmelita. 7 de agosto.

Nació Alberto en Sicilia, y fue hijo tardío de Benito y Juana, matrimonio que luego de más de dos décadas sin hijos, prometieron a la Virgen María consagrarle un hijo como religioso suyo, si ella les concedía tenerlo. Y nació Alberto, en ¿1250?, que fue educado en la piedad y las letras. A los 8 años su padre quiso prometerlo en matrimonio con alguna niña de padres nobles y ricos, pero la madre, recordando el voto, se lo hizo saber a Alberto. Este, que ya era muy devoto de la Madre de Dios, prometió a su madre cumplir el voto. ¡Y de qué manera!: Se fue al convento de los carmelitas, en Trápani y pidió ser admitido como religioso. Los frailes se negaron, por ser muy niño, y sus padres admitieron la negativa, hasta que esa misma noche se les apareció la virgen María y les amenazó con su enojo, por lo que corrieron al convento a llevar al niño. Así que los religiosos, al ver la voluntad de ambos padres, le admitieron en la comunidad.

Tomó el hábito y a pesar de ser niño, aventajaba en piedad, penitencia, caridad, obediencia y todas las virtudes, a religiosos mayores. Ayunaba, llevaba cilicio, jamás bebió vino y su hábito era puro remiendo. El demonio le tentaba constantemente, por su virtud: Sucedió que, siendo ya adolescente, el demonio le tentó en forma de una bella joven que le incitaba al pecado, pero Alberto, trazando la señal de la cruz, la hizo desaparecer. En otra ocasión, cuando se hallaba orando, el diablo le lanzó la lámpara del altar, pero Dios la sostuvo en el aire, hasta terminar la oración el santo. Profesó a los catorce años, cuando la edad lo permitía, y redobló sus penitencias, como añadir yerbas amargas al pan, los viernes. A los 24 años, luego de estudiar la teología, aunque se negó a ordenarse de presbítero, lo hizo por obediencia. Destacó en la predicación y el ministerio del confesionario, especialmente convirtiendo judíos. Fue muy devoto de la Virgen María, con la cual tenía largas conversaciones y la que en más de una ocasión le dejó tener al Niño Jesús en sus brazos.

Estando sitiada la ciudad de Messina por el rey de Nápoles, los habitantes le suplicaron ofreciera oraciones y sacrificios por ellos, para no perecer de hambre y enfermedad. Ofreció la misa y estando en ella, se oyó un trueno espantoso y una voz que dijo: “Dios ha oído tus oraciones”. Luego contaron los de Messina que, sin saber de qué manera, aparecieron en el puerto tres barcos llenos de provisiones. Y no solo este milagro realizó San Alberto, sino que a religiosos, seglares, niños y adultos, los sanaba solo con hacer la señal de la cruz sobre ellos, o tocarlos. Incluso caminó sobre las aguas para bautizar y luego salvar a unos judíos que se ahogaban.

Con los años, fue nombrado Provincial, y visitó, siempre a pie, todos los conventos, poniendo orden, predicando y amando a sus religiosos. Finalmente, le llegó el momento de la muerte, que supo anticipadamente, por revelación divina, y así lo dijo. Y no solo eso, sino que su hermana, que vivía lejos de él, también moriría al mismo tiempo. Y llegó el día, 7 de agosto de 1307: Habiendo hecho la recomendación del alma, expiró suavemente, y se vio salir de su boca una paloma. Una campana, mandada a hacer por el santo dobló tristemente por si sola. En sus funerales estuvieron presentes el rey de Sicilia, los obispos y clero. Una bonita leyenda dice que, habiendo duda en si celebrar la misa de difuntos, o misa de santos confesores (como una canonización express), se vieron en el cielo a dos ángeles con estolas blancas que cantaban el “Os justi meditabitur sapientiam”, con lo cual, se entendió que había que decir la misa de Santos Confesores.

Desde el inicio su sepulcro fue meta de peregrinaciones, por los milagros que allí ocurrían. El modo más común de obtener la curación era que los enfermos estaban dos o tres días junto a las reliquias, hasta que veían al santo, vestido de blanco, dándoles la bendición; entonces sanaban. Otros milagros sucedieron a poner en duda su santidad, la legitimidad de su culto, o su fama de taumaturgo. En Trápani, uno que se había arruinado, viendo una imagen, de María y otra de San Alberto, dijo: “Muchas veces te he llamado, y no me has oído; no te tendré más por Santo, pues no me has ayudado; y tú, María, que eres llamada Madre de Gracia, también has cerrado a mis ruegos tus oídos”. Y tomó una espada e hirió a las imágenes, de las cuales brotó sangre; mientras que una centella fulminó al sacrílego.

Los mayores protegidos de San Alberto, eran los que padecían fiebres, tan frecuentes en agosto, por la corrupción de las aguas por el calor. Ante esto, los carmelitas comenzaron a bendecir agua los 7 de agosto; agua que era repartida entre los fieles y gozaba de gran devoción donde estaba establecida, que era en casi todos los conventos de la Orden. Pero son tiempos pasados y solo se mantiene el rito en algunos conventos, los menos.


Fuentes:
-"Flores del Carmelo: Vidas de los Santos de Nuestra Señora del Carmen". FR. JOSÉ de SANTA TERESA OCD. Madrid, 1678.

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