Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

San Joscelin, el eremita.

La primera reseña sobre este extraño santo, es una nota necrológica laudatoria redactada por San Achard (15 de septiembre), discípulo de San Bernardo (20 de agosto) y fundador del monasterio cisterciense de Santa María de Hemmerod. Según esta, habiéndose fundado el monasterio, San Bernardo encomendó a Achard fuera a la soledad donde el eremita Joscelin tenía su celda a ofrecerle formar parte de su recién fundada Orden del Císter.

Ramón Rabre

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Catedral de Luxemburgo.
Catedral de Luxemburgo.

San Joscelin (Schetzel o Gisilain) de Luxemburgo; ermitaño. 6 y 11 de agosto.

La primera reseña sobre este extraño santo, es una nota necrológica laudatoria redactada por San Achard (15 de septiembre), discípulo de San Bernardo (20 de agosto) y fundador del monasterio cisterciense de Santa María de Hemmerod. Según esta, habiéndose fundado el monasterio, San Bernardo encomendó a Achard fuera a la soledad donde el eremita Joscelin tenía su celda a ofrecerle formar parte de su recién fundada Orden del Císter.

Joscelin era tenido como un ángel encarnado, vivía en constante contemplación y conocía los misterios divinos por revelación directa de Dios, sin haber estudiado nunca, ni las Escrituras ni teología. Achard nos dice que "se podría decir de él lo que dijo el Señor acerca de Juan el Bautista: que no comía ni bebía". Andaba desnudo, con y solo con sus largos y enmarañados cabellos malamente cubría su cuerpo cuando hallaba a alguien, aunque solía huir de la gente, a la que consideraba una distracción de la presencia de Dios. Vivía en cuevas, riscos, bajo los árboles, donde le sorprendiera la noche, y solo se alimentaba de hierbas y agua, siendo las bellotas, un manjar que pocas veces se atrevía a probar. En esta vida de soledad y penitencia extrema vivió diez años, soportando el frío y el calor, las lluvias y los soles. Los últimos cuatro años de su vida, coincidieron con crudos inviernos en los que le era imposible hallar hierbas o raíces que desenterrar, por lo que en ocasiones se acercaba a las granjas, donde masticaba la paja o la avena destinada a los animales. Alguna mujer piadosa le daba en ocasiones un pan de salvado, pan de los pobres, aunque siempre dejándoselo a distancia, pues no se acercaba nunca a las mujeres. Pero incluso estos gestos de caridad solo los acpetaba si le premitían trabajar en algo en la granja, y siempre elegía las más pobres, sabiendo que le darían alimentos bastos y escasos. A veces le tiraban algunos trapos o mantas de lana, para que se cubriese, aunque él no se avergonzaba de su desnudez. Mas bien "debían avergonzarse los que se cubrían con varias mantas en invierno, mientras los pobres no tenían con que cubrirse", decía.

Uno de estos inviernos tan crudos, le sucedió esto: Estando tumbado en el suelo, le cayó encima una nevada tal que le cubrió una capa de un codo de espesor, cubriéndole todo el cuerpo, excepto un agujero que fue quedando en torno a su boca, a causa del aliento caliente que salía de esta. Una liebre se sintió atraída por aquel calorcillo y fue exvavando hasta toparse con la boca del santo. Se acostó junto a su cara y el santo jugueteó con ella un rato hasta que entendió que estaba accediendo a una ditsracción pueril, alejándose de la presencia de Dios, y espantó al animalito. Y esta, según Achard, fue la tentación más fuerte que el santo sintió en toda su vida, pues ni la carne, ni el mundo, ni el demonio le hacían mella.

La reputación de un hombre tan santo, desprendido, paciente, muhilde y orante se extendió por toda Francia y fue cuando San Bernardo supo de él, y admitió que aquella vida solo podía llevarse por obra del Espíritu Santo, que mueve los corazones según los carismas que derrama en estos. Y aquí retomamos la historia con la que empezamos: cuando Achard, junto a unos monjes comenzó la búsqueda del eremita. Y no le fue facil, pues este, sabiendo por revelación, que unos monjes le buscaban para honrarle y ofrecerle su hábito, huyó a la soledad más recóndita, pero finalmente le hallaron y Achard le suplicó desde lejos que, en consideración al venerable abad de Claraval, le permitiese hablar con él. Solo el nombre de Bernardo, cuya fama conocía Joscelin pudo hacer el "milagro" de que el arisco ermitaño hablase con los monjes.

Achard le ofreció los regalos de reliquias y objetos sagrados que Bernardo le enviaba, y Joscelin los veneró sin aceptarlo, pues ni cosas santas quería poseer. Achard le ofreció los respetos de parte de San Bernardo y como este le había mandado, le ofreció tomar el hábito cisterciense, prometiéndole que en un monasterio igualmente podría vivir en soledad y penitencia. Joscelin le respondió: "Bendito sea Dios por tu padre abad, un hombre verdaderamente apostólico; y tan bueno que ha pensado en mi, aunque yo soy sólo un pecador miserable" - y añadió - "pero yo vivo fuera de su obediencia, y no la necesito", desechando formar parte de la Orden del Císter. Y luego de unas palabras de edificación espiritual para los monjes, encomendarse a las oraciones de Bernardo, se dio la vuelta y sin más, desapareció entre los riscos.

Y no se le vio más hasta que Dios le reveló que moriría pronto, y entonces bajó a la iglesia más cercana, recibió la Eucaristía y a los pocos día murió, el 6 de agosto de 1139. Fue enterrado en esta misma iglesia y su tumba se convirtió pronto en fuente de milagros y meta de peregrinos. A los pocos años las reliquias se trasladaron a la iglesia del castillo de Luxemburgo, donde se veneran aún. En Colonia hay otras reliquias suyas. Aún se vereran la "schetzelhöhle" (la cueva de Schetzel) y la "schetzelbrunnen" (manantial de Schetzel), donde se le invoca contra la parálisis.


Fuente:
-“Vies des pères, martyrs et autres principaux saints." Volumen 11. JEAN-FRANÇOIS GODESCARD. París, 1824.

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