Viernes, 15 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Santa María Magdalena.

Uno de los personajes evangélicos con más facetas, devoción y presencia en el arte.

Ramón Rabre

Jesús aparece a María Magdalena.
Jesús aparece a María Magdalena.
Santa María Magdalena, Apóstol de apóstoles.
22 de julio, 20 de marzo, traslación de las reliquias; tercer domingo de Pascua, o de las Miróforas


Es María Magdalena probablemente una de las santas de las que más se ha escrito, llevado al arte, la música, el cine. Los místicos, los tratadistas espirituales, los pastores de almas han tenido en su figura una inspiración constante a la hora de acercar a las almas a Dios. Ya sean los Padres de la Iglesia poniéndola de ejemplo, el Medievo insistiendo en la penitencia, el barroco recreándose en su alma enriquecida por la gracia divina, o el romanticismo del XIX, reviviendo su epopeya legendaria, todas las épocas según sus características han amado y hecho amar a la Magdalena. Es que incluso la musicalidad de su nombre, María Magdalena, ya inspira deseos de escribir de ella. Y, sin embargo, todos estos siglos ha sido la leyenda, el sentimiento y la fe, más que la historia, lo que han modelado el culto a la Magdalena. La leyenda se ha basado principalmente en dos puntos: su identificación con María, la de Betania, y en sus tres “estados del alma”: pecadora, penitente, y agraciada. Este post versará precisamente sobre estos dos puntos, que se entremezclan:

¿La Magdalena, endemoniada, prostituta o adúltera?
La asimilación de María Magdalena con las pecadoras y endemoniadas evangélicas, dio mucho tema a la teología moral del medievo, pero sobre todo del barroco. Muchas obras piadosas, de edificación para los fieles, recorrían esta “vida” en los estados de pecado, penitencia y santidad. Consideraciones que pasaban de lo sublime a lo extravagante en un paso. Algunos la ponían tan, pero tan pecadora, que sería imposible; otros, muy pecadora, pero sin entregar el corazón enteramente al pecado. Luego la presentaban en unas ansias de penitencia increíbles, sobre todo porque, aunque los judíos hacían penitencia, no tenían un concepto como el cristiano, y menos, tan expiatorio como el de la época en que esas obras tan fantasiosas se escribían. En cuanto a la santidad, bueno, algunos la elevan al coro de las vírgenes, por la penitencia, incluso hablan de una asunción (José de Ribera la pintó magníficamente). Pero esta unión de personajes es muy bonita, da mucho para meditar, pero no tiene ningún viso de ser real, por más que la duda de paso a interpretaciones diversas. Intentemos desmenuzar un poco más:

Primero veamos si María Magdalena puede ser alguna de las pecadoras. María “la magdalena” (este magdalena, hay que recordar que no es un nombre, sino un gentilicio o tal vez un apodo), es una discípula de Cristo, tradicionalmente considerada originaria de Magdala (población no identificada actualmente), que toma un papel relevante en la Resurrección del Señor, y es mencionada expresamente en la Crucifixión. Había sido liberada de siete espíritus, según Lc. 8, 2 y Mc. 16, 9, lo cual se puede leer, efectivamente, como que había sido liberada de enfermedades, pecados y vicios, más que de demonios literales. Es cierto que durante siglos se le relaciona con la famosa pecadora pública aparece en el capítulo anterior, en Lc. 7, 36-50, y al mismo tiempo con la adúltera de Jn. 8, 211, pero una simple mirada desecha esta teoría. Una prostituta, la que lavó los pies del Señor en la cena de Simón en ese pasaje tan bello, casi poético, no podría es la misma mujer adúltera a punto de ser apedreada, porque no podría ser casada y al mismo tiempo prostituta. Sin embargo, la prostituta sí podría ser la de los "siete demonios" o sea, María Magdalena. Pero solo “podría ser”, porque el Evangelio no da nombres a ninguna de las dos pecadoras. Los nombres siempre se dan en las Escrituras porque son reconocidos por los receptores, y serían de personas conocidas en la Iglesia primitiva, que podrían aportar su testimonio a los relatos. Por ejemplo, Alejandro y Rufo, los hijos del Cirineo, cuyos nombres se dan en Mc. 15, 21 como garantía de la veracidad de lo contado, vemos en Rm. 16, 13, que es un miembro conocido de la comunidad romana.

Es el Evangelio de San Juan, el que le da una especial relevancia a María Magdalena (donde sí aparece este "magdalena" como nombre propio), pero sólo al final, sin hacer referencias anteriores. La pone al pie de la Cruz y es muy interesante un detalle: mientras de la hermana de la Santísima Virgen necesita el autor decir quién es (no sería muy conocida), de los demás, con decir quiénes estaban, es suficiente. Al decir que estaba María Magdalena ya deja claro quién es, sin más detalles. Está claro que los destinatarios saben de quien se les habla. La otra escena de San Juan es la de la Resurrección de Cristo y que ha configurado la relación entre ambos, y ha dado tanto tema. Sólo hay que comprender un poco del mundo judío y su trato a la mujer, para sorprenderse de ver que es esta mujer la encargada de llevar el anuncio de la Resurrección. De hecho, este sería uno de los inconvenientes para aceptarla: los discípulos de Emaus dirán “es cierto que algunas de nuestras mujeres han dicho que lo vieron” en Lc. 24,13-35. Es decir, tienen testigos, pero por ser mujeres no les creen. Entonces, si esta mujer fue la encargada de anunciar a los apóstoles la Resurrección, si fue testigo privilegiada de la crucifixión, surgen las preguntas ¿Quién era esta mujer que aparece de pronto en San Juan? ¿Que importancia tenía en la vida de Cristo, en su predicación? ¿Qué relación previa tuvo con el Señor? Profunda había de ser. Y al buscar en el Evangelio, sólo encontramos una mujer con un papel tan destacado en la vida pública de Cristo. Y resulta que no es la Magdalena, sino otra María, la de Betania. Y entramos en el otro punto:

María, ¿de Magdala o de Betania?
Esta es una polémica ya vieja, nacida en el siglo IV. Es San Ambrosio de Milán (4 y 5 de abril, muerte y entierro; 7 de diciembre, consagración episcopal) el primero conocido, que identifica a María, la Magdalena, con María de Betania (29 de julio), y al mismo tiempo con la pecadora pública de Lc. 7, 36-50, tema tocado en el apartado anterior.

Primero veamos quien fue María de Betania: Es la hermana de Lázaro y Marta. Aquella que escogió “la mejor parte”, según Lc. 10, 38-42. Cristo dice mucho de esta mujer, y lo desconcertante, sobre todo, es que después no se ve más su persona, ni el Evangelio de Lucas la vuelve a mencionar. La “mejor parte”, aquella que “nadie se lo quitará”, ¿está revelando un papel en la Iglesia? ¿Está anunciando una vida de santidad?, ¿un camino diferente de vida en Dios? Durante siglos, esta “mejor parte” se ha reducido a la vida religiosa, como un camino o estado de perfección, y por ahí tomó la leyenda de María Magdalena, que la pone como eremita en la cueva de Provenza. Se le tomó como ejemplo de contemplativa, de esposa extasiada en el Esposo. Numerosos místicos hallaron en esta imagen fuente de sus elevaciones y escritos.

Otro momento importante, es la muerte y resurrección de Lázaro, que leemos en capítulo 11 de San Juan. Cuando el señor llega a la casa, se repiten los términos de la escena de Lucas: Marta reclama y María vuelve a ponerse a los pies del Señor. Su papel es determinante, pues si bien Marta hace una confesión de fe como ninguna en el Evangelio, María solo adora, confía y suplica. Y he aquí que hasta que María no sale al encuentro de Cristo, no salen los que la acompañaban. Las lágrimas de María ante Cristo, desatan las lágrimas de los judíos y del propio Cristo. ¿Tan conocida y querida era esta María? ¿Qué relación tan estrecha tenía con Jesús, para conmoverle y llorar? Si era tan conocida, tan querida, como no se menciona después en el evangelio, en los momentos claves de la Pasión y la Resurrección, mientras que se mencionan a otras mujeres, y siempre por sus nombres? ¿O es que sí lo hacen, pero llamándola María Magdalena?

El otro momento clave es la unción en Betania, en Jn. 12. De nuevo protagonizan María y Jesús un suceso único en el Evangelio, en el que Jesús acepta un homenaje. Vuelven a decirnos que Marta servía, cuando de pronto María derrama perfume, y buen perfume, y comienza a ungir los pies del Señor, y secarlos con sus cabellos, en un acto de servicio y reconocimiento de la grandeza del Ungido. Es una imagen que inmediatamente nos recuerda la unción de la pecadora pública de Lc. 7, 36-50. Solo que aquí no hay lágrimas, aunque se prevé la cercana Pasión del Señor en las palabras de Jesús “para mi sepultura lo ha guardado”. En Mt. 26, 613, y Mc. 14, 3-9 no se nos dice que sea María de Betania la mujer que unge, y el hecho ocurre donde Simón el leproso (para rizar más el rizo, el dueño de la casa en la escena de la pecadora, también se llama Simón). La unción es en la cabeza, evidenciando más aún el sentido mesiánico y consacratorio de la unción. Aquí, además de su defensa, Jesús añade que “donde quiera que se predique el evangelio en el mundo entero, también se hablará de lo que esta ha hecho, para memoria suya”.

Los tres textos aluden a la importancia de María de Betania en la sepultura de Cristo y, sin embargo ¿Cómo es que no aparece esta María, y quien tiene el protagonismo es María Magdalena? Indudablemente, esta María de Betania es alguien importante en la comunidad cristiana y también lo era, como vimos antes la Magdalena. Entonces, ¿son o no la misma? Veamos primero algunas teorías que lo apoyan y luego las que no:


A favor:
1. La unción de Betania: Recuerda a la unción de la pecadora pública, aquella con lágrimas, esta con gozo. Muestran una misma sensibilidad, un mismo corazón. Por otro lado, si María había guardado el perfume para la sepultura, ¿cómo es que no aparece en el entierro de Cristo, y es otra María, la Magdalena, la que está al pie de la Cruz y junto al sepulcro es la que lleva la voz cantante? Son la misma mujer entonces.

2. Los gestos de postración de María de Betania ante el sepulcro de Lázaro y sus lágrimas, se repiten en María Magdalena ante el sepulcro de Cristo. En ambas hay el mismo gesto de reconocer quien es el Maestro. Son la misma mujer entonces.

3. “Nadie le quitará la mejor parte” concuerda muy bien con la participación en la Resurrección de Cristo y con la "vida de penitencia" y santidad de la Magdalena. Son la misma mujer entonces. Esto tiene la inconveniencia de dar por hecho la penitencia y la santidad sublime de la Magdalena, cosa que alaba la leyenda provenzal, que es solo eso, leyenda.

En contra:
1. Está claro: Una María era de Betania, y la otra de Magdala. Son diferentes mujeres entonces. Los contrarios a esto dicen que al prostituirse se fue a Magdala y al convertirse volvió a casa de sus hermanos. Indemostrable, como indemostrable es, siendo sinceros, que Magdala sea realmente un sitio.


Conclusión:
En fin, que la cosa ha dado para mucho a lo largo de los siglos, pero la iglesia hoy en día se inclina a seguir la tradición de las iglesias ortodoxas, que es formular que son dos personas distintas, pertenecientes al círculo más cercano del Señor. Porque esta unificación se da en solo la Iglesia occidental. Los orientales lo tienen más claro (más o menos) desde siempre: María de Betania no es la Magdalena, pero la Magdalena sí es la pecadora y la "endemoniada". En occidente hoy en día, se intenta separarles, incluso en algunos santorales católicos. Tengo ante mí el Ritual de la Orden del Císter de 2004, donde aparecen el 29 de julio “Ss. Marta, María y Lázaro, hospederos del Señor”, y lo mismo el Calendario Litúrgico Español de 2015, que trae, solo para los Reparadores, Benedictinos, Cistercienses y Trapenses a “Santos Marta, María y Lázaro, amigos del Señor”.

Y a todas estas, ¿cual es el origen de esta asimilación de personajes? Pues dar más realismo a una santa tan importante, clarificando su vida, su nacimiento, familia… etc., intentando exponer cada momento de su vida. Y el resultado fue recoger dos figuras y hacerlas una. Por una parte, María de Betania aportaba orígenes, familia, relación con Cristo previa a la Pasión, y María Magdalena aportaba participación activa en la Iglesia primera. Luego la leyenda provenzal ya completaría la “vita” de una sola persona, y que daría para otras entregas.

Es el mismo recurso el empleado en la identificación de Santa Fotina (20 de marzo) con la Samaritana, de la Verónica (4 de febrero) y la Hemorroísa, o de San Dimas (25 de marzo) y la leyenda de la huída a Egipto. Y así, la mayoría de discípulos de Señor, identificados luego con obispos fundadores de diócesis que vivieron casi trescientos años después (el mismo Lázaro, es un caso). Repito, el origen y el sentido de esta mezcla de personajes con leyendas, es clarificar los orígenes de un culto asimilándole con personaje importante. Además, añadir en este caso que el hecho de que a la octava del 22 de julio se celebrase a Santa Marta, ayudó más aún al hecho de hacerlas hermanas.

En el siglo XIX el padre Lacordaire, dominico, escribió su famosa “Vie du Sainte Marie Madeleine”, una obra hagiográfico-histórico-devocional y patriótica, en el marco de la revitalización del patrio-catolicismo francés. Esta obra, poniendo a la Magdalena penitente y muerta en la Provenza (sus supuestos sepulcro y reliquias se descubrieron en el siglo XI, junto al de San Maximino) relanzó la teoría de la unificación de ambos personajes, aunque sea reciente. Históricamente esta obra no vale nada, pero es muy poética, muy descriptiva de paisajes, ambientes, personajes y da un buen seguimiento del culto y las enseñanzas morales alrededor de esta santa.


Fuente:
-Biblia de Jerusalén. 1976.
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