Beata Teresa de San Agustín y compañeras mártires.
Cuando se habla de las carmelitas mártires de Compiègne, Francia, siempre parece se describe una escena novelada, y es por la influencia que su historia ha tenido en el arte musical y cinematográfico. Se describen escenas irreales, que solo ocurrieron en la novela "La última en el cadalso" de Gertrud von Le Fort, o en el guión inconcluso de Bernanos para la película "Diálogo de carmelitas". Palabras que no se dijeron y hechos que no ocurrieron se repiten sin ton ni son. La historia real es más sencilla, aunque no por ello menos admirable como testimonio de fe. Y veamos que hay de real:
Beatas Teresa de San Agustín y compañeras mártires de Compiègne. 17 de julio.
El 14 de julio de 1789 comenzó el período conocido como Revolución Francesa, que si bien es el cimiento de valores de libertad y democracia actuales, no estuvo exenta de desmanes e injusticias, como cualquier proceso convulso. Desde un principio fue contraria a la Iglesia, poderoso estamento del régimen, no solo como institución, sino como simple manifestación de creencia personal o comunitaria. Contra esto estuvo dirigida la ley del 13 de febrero de 1790 que prohibía a las comunidades religiosas, más aún las de vida claustral, por considerarse contrarias a la razón. Las dedicadas a la caridad o la educación fueron toleradas, aunque solo en un primer momento. Opiniones sobre todos estos hechos se han escrito bastante, y aún se escriben. Intentaré hacer las menor cantidad de valoraciones, para centrarme en los hechos:
El monasterio de la Anunciación de Nuestra Señora de la ciudad de Compiègne, había sido fundado en 1641, y a la sazón, la comunidad estaba formada por 17 hermanas: Teresa de San Agustín, priora; Ana María de San Luis, supriora; María Enriqueta de la Providencia, maestra de novicias; Carlota de la Resurrección, Eufrasia de la Inmaculada Concepción, Enriqueta de Jesús, Julia Luisa de Jesús, María de Jesús Crucificado, Teresa del Corazón de María, Teresa de San Ignacio, Constanza de Jesús, novicia; María del Espíritu Santo, María de Santa Marta y María de San Francisco Javier, hermanas conversas; y dos hermanas externas, Catalina y Teresa Soiron, que vivían en la portería, manteniendo el contacto del exterior con las monjas. Con estas dos hermanas la iconografía no ha sido muy generosa, pues generalmente todas son representadas como monjas. Aunque son 17, sólo 16 fueron mártires, pues la Madre María de la Encarnación, anterior priora, se hallaba fuera del monasterio cuando fueron apresadas.
Era este un monasterio con fuertes vínculos con nobles e incluso con la realeza, pues una de las amantes del rey Luis XIV había profesado allí. La misma Madre María de la Encarnación, sobreviviente y primera biógrafa de nuestras mártires, era hija bastarda del príncipe de Conti (irónicamente, la única de sangre "azul" se salvó) y la mártir Enriqueta de Jesús era la sobrina nieta de Colbert, consejero de Luis XIV. Toda esta relación se traducía en limosnas, prebendas, correspondencia, asistencia de nobles (una residencia real estaba a pocos metros del monasterio) a los oficios litúrgicos, etc. Y esto era sabido por muchos, aunque no implica que estuvieran relacionadas con la política ni fueran todas de ascendencia noble: La mayoría eran hijas de artesanos.
El 4 de agosto de 1792, como las demás comunidades religiosas, claustrales o no, fueron conminadas a abandonar los hábitos y el monasterio. Antes firmaron el juramento de Libertad-lgualdad, por miedo a la deportación y pensando todo sería temporal. Los revolucionarios pretendieron "liberarlas" de aquella vida de superstición y sometimiento, contraria a la libertad y sumergida en algo tan inútil como la oración. Niguna de ellas quería aquella "libertad" impuesta; todas ya habían elegido libremente, mucho antes que aquellos hombres pensaran en libertades.
Hasta el 14 de septiembre de 1792 pudieron llevar vida comunitaria en relativa calma, incluso celebraron los votos de la hermana conversa María de San Francisco Javier, los últimos celebrados antes del martirio. Igualmente celebraron elecciones, recayendo los cargos de priora en la Madre Teresa de San Agustín, que eligió como supriora a Ana María de San Luis y como maestra de novicias a María Enriqueta de la Providencia. La priora, al arreciarse la persecusión y martirio de los religiosos o seglares, tuvo la inspiración de hacer un voto de ofrecimiento como víctimas al Sagrado Corazón de Jesús, ofreciéndose para aplacar la cólera divina y para que la paz volviera a la Iglesia y a Francia. Reunió momentáneamente a las demás religiosas y externas, y todas aceptaron, menos las dos más ancianas, Sor Gabriela y Sor Carlota, aunque solo en un primer momento, pues luego hicieron el voto igualmente, que renovaban cada día.
Un tiempo antes, viendo venir la definitiva exclaustración, la priora había concertado alojamientos temporales para las religiosas en cuatro casas de católicos leales, donde pudiera seguir en contacto con las monjas y, de alguna manera, vivir como carmelitas. Desde que se había decretado el "culto a la diosa razón" las demás expresiones de culto fueron prohibidas, incluso en el ámbito privado. Por esto, las imágenes, oraciones, sin hablar de la misa, eran objetos y gestos ilegales y causantes de ser acusado de alta traición y pagar con la vida.
El 20 de junio de 1794, en Compiègne se celebró un festival del "Ser Supremo", en la iglesia de Santiago Apóstol, ya desacralizada en noviembre de 1793, y convertida en templo del culto de la Razón. Ese mismo junio, en medio de este ambiente antireligioso, luego de dos años de exclaustradas, la vida oculta que llevaban las carmelitas, con horarios regulares, su nula aparición en las calles (salvo para visitarse y alentarse), su silencio, alertaron a las autoridades jacobinas de que podían estar viviendo aún religiosamente. Las denunciaron al Comité de Salud Pública y fueron apresadas y acusadas de conspiración, reuniones ilícitas y correspondencia con refractarios (los que se negaban a firmar el juramento antes dicho). ¿La prueba para condenarlas?: Una estampa del Sagrado Corazón de Jesús, unas cartas de dirección espiritual y un retrato de Luis XVI. Repito, para entender estos tiempos, hay que conocer un poco de ellos: La devoción al Corazón de Jesús había sido una devoción impulsada por los reyes, desde las apariciones a Santa Margarita María de Alacoque (16 de octubre). "Dios y el Rey" (el grito del alzamiento de la Vendée), la realeza de Cristo, el reinado de su Corazón, eran (y son) términos chirriantes a las democracias. El catolicismo era una cuestión de Estado, ser católico era ser regalista. Una popular imagen del Sagrado Corazón usada como estandarte resumía esta creencia y fue la hallada a las mártires. Otra de las acusaciones, ridícula por demás, fue que para el Santísimo Sacramento ponían un dosel que recordaba al manto real.
El 22 de junio fueron recluidas en el antiguo monasterio de las visitandinas, convertido en cárcel. Allí las monjas, viendo la situación, renegaron en grupo del juramento de fidelidad que antes habían firmado ante los jacobinos, con lo que sus almas quedaron en paz, conservando solo sus votos religiosos y su especial voto de sacrificio absoluto. El 12 de julio fueron subidas, atadas de manos, en dos carros abiertos que ellas convirtieron en monasterio, pues rezaban el oficio y cantaban, en medio de la multitud que les abucheaba, mientras las llevaban a París. Al llegar, la hermana Carlota fue arrojada con violencia al suelo, pues por su avanzada edad le era imposible bajar con las manos atadas. Aún en el suelo, aquella que había temido un día, les dijo a los jacobinos: "No os guardo ningún rencor. Al contrario, os agradezco que no me hayáis matado porque habría perdido la dicha del martirio". En la cárcel, juntas de nuevo, retomaron la vida monástica, recitando el oficio litúrgico como si nada.
El 16 de julio celebraron jubilosamente la solemnidad de la Virgen del Carmen y, como colofón al gozo, esa misma tarde, recibieron la notificación a comparecer al día siguiente en el Tribunal Revolucionario, sabiendo para qué. Esa noche compusieron unos versos que cantaron con la música de La Marsellesa. Como estaban debilitadas por la falta de alimento, temiendo no poder afrontar el martirio con fortaleza, se permitieron un "lujo": vendieron a los carceleros unas prendas de ropa a cambio de chocolate caliente.
Al día siguiente, las acusaron formalmente de fanatismo, de formar conciliábulos contrarrevolucionarios, guardar armas, vivir bajo obediencia y mantener los votos monásticos. La Madre Teresa de San Agustín respondiá a la acusación de las armas, enseñando su crucifijo y respondiendo: "He aquí las únicas armas que siempre hemos tenido en el convento, y nadie podrá probar que hayamos tenido otras". Intercedió por las externas, pero fue desoída, con alegría es estas. Por si hubiera alguna duda de la causa de la muerte no es otra que la religión, tenemos el testimonio de que la Madre María Enriqueta de la Providencia preguntó que era eso de "fanatismo", a lo que se le respondió: "vuestro apego a esas creencias pueriles, sus tontas prácticas de religión".
Fueron trasladadas a la Place du Trone. Allí les leyeron la sentencia y entonaron el Miserere, la Salve, el Te Deum, canto solemne de acción de gracias y, finalmente, el Veni Creator. La Superiora General de las Hermanas de la Caridad de Nevers, escribe en una carta:
Se refiere a la novicia Sor Constanza de Jesús, la primera en subir. Fueron guillotinadas una tras otra, la última, la Madre Teresa de San Agustín. Era el 17 de julio de 1794 y fueron las últimas víctimas del Terror, como si Dios aceptase su sacrificio por suficiente, pues el 27 de julio siguiente, Robespierre y el gobierno revolucionario eran derrocados. Fueron enterradas en una fosa común, junto a otros condenados en lo que luego se llamaría cementerio de Picpus. Sobre dicha fosa una sencilla lápida recuerda que "Beati qui in Domino moriuntur".
El 23 de febrero de 1896 se abrió en París el proceso de canonización, que fue muy rápido, pues el 16 de diciembre de 1902, León XIII reconoció las virtudes vividas en grado heroico y las proclamó Venerables. El 24 de junio de 1905 San Pío X (21 de agosto) proclamó la constancia del martirio, abriendo la puerta para la beatificación, que llegó el 27 de mayo de 1906 por el mismo papa. En 1994, bicentenario del martirio, hubo algunos intentos de impulsar la canonización, pero no se concretó en petición formal alguna.
Se conservan preciosos testimonios y reliquias de nuestras mártires, de manos de las benedictinas de Cambrai, prisioneras con ellas en las Ursulinas. Estas benedictinas eran de origen inglés, por lo cual aunque exclaustradas y disueltas, al ser encarceladas no fueron ajusticiadas por no ser ciudadanas francesas. A ellas confiaron las carmelitas sus hábitos, crucifijos y rosarios, así como notas piadosas, composiciones poéticas, y unas sandalias que estas religiosas conservaron como verdaderas reliquias martiriales. Al terminar el período del Terror, como dije 10 días después del martirio de las carmelitas, estas religiosas benedictinas se agruparon como pudieron, hasta que finalmente en 1795 pudieron regresar a Inglaterra, fundando el monasterio de Stanbrook, y llevando consigo las preciadas reliquias. En 1894, por el centenario del martirio, la abadesa devolvió gran parte de estos objetos a las carmelitas de Compiègne, donde pueden venerarse actualmente.
Fueron grandes devotas de estas mártires (aun sin ser beatas en su tiempo), las santas Julia Billiart (8 de abril), que era asidua del locutorio de Compiègne, y Magdalena Sofía Barat (25 de mayo). No en vano el director espiritual de ambas fue el Venerable Padre Lamarche, que sirvió de capellán a las Beatas Teresa y compañeras mientras vivían exclaustradas, arriesgando su vida. Le fueron muy devotas también las carmelitas Santa Teresita (1 de octubre), que parece inspirar en su testimonio su "Ofrenda al Amor Misericordioso" y la Beata Isabel de la Trinidad (8 de noviembre), que en 1906, año de la beatificación de las mártires, escribirá:
Fuentes:
-"Historia de las religiosas Carmelitas Descalzas de Compiegne". SOR MARÍA DE LA ENCARNACIÓN OCD. Madrid, 1842.
-"Historia general de la Iglesia". Tomo VII. ANTOINE-HENRI BERAULT. Madrid, 1854.