Santa Febronia, carmelita mártir.
Fue "la gran Sufriente", porque fue "la Gran Amante". Una leyenda carmelitana.
Santa Febronia de Nísibe, “la Gran Sufriente”, virgen "carmelita" y mártir. 25 de junio.
Sus actas son dudosas, probablemente del siglo VII, y en ambientes nestorianos. Pero su culto es antiguo y consolidado, como para presumir que algo de verdad hay. Según estas, Febronia era monja en un monasterio de Sibápolis de Siria, cuya abadesa era su tía, Santa Brienne (5 de febrero). Ambas eran de familia noble, y Febronia destacaba por su belleza física, y por las virtudes de su alma. Y era tanta su hermosura, que su tía la tenía resguardada incluso a los ojos de las otras monjas. Aunque al principio Febronia solo acompañaba a su tía, en la adolescencia resolvió consagrarse a Cristo, sin querer tomar esposo alguno. Era muy penitente en la comida y el vestido. Vivía el desapego total, durmiendo sobre una tabla, jamás hablaba si no era preciso y siempre acerca de Dios y sus cosas. Poco a poco la fama de su sabiduría se extendió tanto, que una noble viuda pagana llamada Jeris insistía tanto en verla, que Brienne decició vestirla de monja, pues de seglar jamás Febronia le habría hablado. Fue tan celestial la conversación, que Jeris se convirtió junto a su familia, se bautizaron, ella renunció a un segundo matrimonio y se dedicó a vivir para Dios. Como fuera, sabido es que en los monasterios femeninos de la época, era normal que las monjas exhortasen a las mujeres.
Llegado el tiempo de la persecución de Diocleciano, este envió a Sibápolis al prefecto Lisímaco junto a su tío Seleno, con la encomienda de exterminar a todos los cristianos. Lisímaco era de madre cristiana, y en ocasiones favorecía la huida de los cristianos, o no perseguía a los que eran discretos, pero su tío Seleno era enemigo total de Cristo y su Iglesia, y por donde quiera que pasaba dejaba numerosos mártires. Ante esto, el obispo autorizó a las monjas que abandonasen el monasterio, pero Brienne, como abadesa, y Santa Tomaide (5 de febrero) su “subpriora” decidieron no hacerlo, aunque dio libertad a sus religiosas para que huyesen. Asimismo, Febronia decidió guardar su enclaustramiento hasta las últimas consecuencias, conociendo que no había mejor suerte que derramar la sangre por Cristo.
Sabiendo Seleno que había en la ciudad un monasterio de vírgenes consagradas, envió un piquete de soldados que violentaron las puertas, hallando primero a Febronia, que les rogó la martirizasen y perdonasen a su tía y a Tomaide (que la seguiría en secreto). Primo, el capitán de los soldados, viendo la belleza de Febronia e informado de su origen noble la envió a Lisímaco, considerándola una digna esposa para este. Un soldado corrió adonde Seleno, para contarle que Primo pretendía casar a su sobrino con una cristiana, ante lo cual Seleno mandó llevasen a Febronia a su presencia primero. Así que los soldados la separaron de su tía y las otras religiosas, aquella la despidió diciéndole: “Ve, hija mía, a manifestarte como digna esposa de Cristo”.
Ya en presencia de Seleno, Febronia se confesó sierva y esposa de Cristo, a lo que él le respondió que la liberaba de esa servidumbre y que, informado de su ascendencia, le permitía (como si fuera un favor) desposarse con Lisímaco, luego de ofrecer sacrificios a los dioses. La santa le respondió, tomando las cadenas entre sus manos: “No me prives de estas joyas, que son las más bellas que he llevado en mi vida. En cuanto al matrimonio que me propones, te digo que yo me hallo consagrada a mi Dios, y así no se me pueden ofrecer esposos en la tierra. Además, siendo cristiana, ¿podré adorar a los demonios? Y has de saber que en defensa de mi fe estoy dispuesta a sufrir todos los tormentos”. Como buen tirano, Seleno se enojó con esta valiente respuesta, delante de los magistrados y mandó azotaran a Febronia hasta que se arrepintiese; mientras, con antorchas le quemaban los costados. Pero no lo logró, la santa sufrió el tormento elevando oraciones y alabanzas a Dios. No contento, la mandó extendieran sobre una parrilla (una plancha, si acaso) para que fuera quemada a fuego lento. Era tan atroz aquello, que aún los paganos se sentían espantados y algunos se fueron, mientras otros pedían no se atormentase así a aquella bella joven. Y la santo, mientras, daba gracias a Dios por elegirla para testimoniar la grandeza de la fe. Irritado del todo, Seleno mandó le rompieran los dientes, le cortaran los pechos, las manos y los pies. Y como aún la santa alababa a Dios, mandó la decapitasen. Era el 25 de junio de 304. Acto seguido, Seleno enloqueció poseído por el demonio y se abrió la cabeza a golpes contra una columna.
A todas estas, Primo y Lisímaco aún no sabían del tormento de la joven, del que se enteraron cuando les llegaron noticias de la locura y muerte de Seleno. Llegados al lugar, se compadecieron y tomaron el cuerpo de Febronia, lo entregaron a Brienne y Tomaide, que la llevaron al convento. Este acto piadoso supuso la gracia de la conversión para ambos personajes. La suya y la de sus familiares y amigos. Junto al cuerpo pusieron la tierra teñida con su sangre. Fue una traslación marcada por la tristeza contrastante por el júbilo de poder venerar a una mártir de Cristo. Llegados al monasterio, lavaron el cuerpo mutilado, otrora tan bello, y lo recompusieron para ponerlo en una urna riquísima. Al año siguiente se le apareció a las monjas, resplandeciente, para certificar algunos milagros ocurridos en su sepulcro.
El obispo San Juan de Nísibe (8 de mayo), que habiendo conocido del martirio, había construido una iglesia dedicada a la memoria de Santa Febronia, visitó el monasterio y pidió le entregaran las reliquias, para darles veneración pública. Al principio, Brienne se negó, pero luego accedió y le entregó la urna con el santo cuerpo. Pero no sería tan fácil. Apenas tocaron la urna los de la comitiva, se dejaron sentir terribles temblores de tierra, hasta que la soltaron. Así por tres veces. Viendo el obispo y Brienne que no era voluntad de Dios despojasen al monasterio de las santas reliquias, decidieron tomar solo una porción. Lo mismo, esta vez relámpagos terribles. Una vez más, tomó Brienne una mano de la santa, y la suya propia quedó seca, hasta que la quiso soltar, y entonces sanó. Así probando, vieron que al tomar un diente de la santa, nada pasaba. Y con ello se hubo de conformar el obispo, volviendo a su sede con la reliquia, que colocó en el altar mayor. En el siglo XIX en unas excavaciones cerca de Hasake, frontera con Turquía, el profesor Michael J. Fuller halló un relicario que coincidía con las descripciones antiguas del relicario de Santa Febronia: Un relicario con estilo siríaco, realizado en mármol y decorado con cruces, conteniendo un molar. Otras reliquias se veneran en Trani, Roma o en Serbia.
Aunque hay visos de leyenda en esta historia, como dije al principio, hay rasgos de verosimilitud. En primer lugar, es histórico que a mediados del siglo III en Nísibe una comunidad de vírgenes consagradas fundada por el obispo San Juan y Santa Platónida (8 de abril), aunque no hay que entenderla como una comunidad monástica o de clausura. La vida monástica femenina se movía entre el pueblo, dedicándose al culto, pero también al cuidado de pobres, enfermos, atención a las basílicas como diaconisas, etc. Incluso predicaban al pueblo, especialmente a las mujeres, como dicen algunas versiones hacía Febronia. En Nísibe concretamente, las mujeres asistían al monasterio los viernes y domingos para oír la palabra de Dios, predicada por las monjas.
En cuanto a su pertenencia al Carmelo, ya sabemos que todos los monasterios antiguos se consideraban elianos (ver este Santoral Carmelita), pero en cuanto a Febronia, nos encontramos algunas referencias antiguas, no solo de carmelitas. Y cito un par:
Fuentes:
-"Glorias del Carmelo". Tomo III. P. JOSÉ ANDRÉS. S.I. Palma, 1860.
-"Colectánea de sermones y asuntos predicables". FR FRANCISCO NUÑEZ. O.P. Madrid, 1653. (1)
-"Demostración de las crónicas y antigüedad del sacro Orden de Santa María del Monte Carmelo". FR. DIEGO DE CORIA. Córdoba, 1698. (2)