Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

San Juan Silenciario. Obrar y callar.

Un modelo a seguir en este mundo actual de ruidos, información constante. Dios habla en el silencio, en lo escondido.

Ramón Rabre

San Juan Silenciario.
San Juan Silenciario.

San Juan Silenciario, abad y obispo. 13 de mayo.

Este santo de curioso sobrenombre nació en Nicópolis, Armenia en 454. Sus padres se llamaron Encracio y Eufemia, y pertenecían a familias nobles y emparentadas con el Imperio. Eran cristianos y en esta fe educaron a sus hijos. Cuando Juan tenía 18 años, sus padres fallecieron y el joven dedicó todo lo que le había tocado en herencia a la construcción de una iglesia y monasterio dedicado a Nuestra Señora en su ciudad natal, para junto a 10 amigos emprender la vida monástica. El monasterio pronto fue ganando fama por la virtud de los monjes, su caridad, penitencia, constante oración. Así que, en 482, murió el obispo de Culoaia, el clero y el pueblo pidieron al monasterio le cedieran su abad, el santo Juan, para la sede. Este, que era renuente a toda dignidad, se negó repetidamente, por lo que el Arzobispo de Sebaste ideó un plan: le mandó llamar con otro motivo y cuando le tuvo enfrente, fuera de la jurisdicción del monasterio, le ordenó obispo bajo obediencia.

Consagrado obispo, no dejó Juan ninguna de sus penitencias y austeridades. Al contrario, su abstinencia, por ejemplo, se hizo más heroica, al tener más facilidad de obtener buenos alimentos y renunciar a ellos. Y aún más, por amor a la pureza, decidió no bañarse nunca más. Austeridades íntimas aparte, su hacer pastoral fue ejemplar y digno de mención. Convirtió a paganos, alentó a los cristianos tibios, reparó y embelleció iglesias, revisó la vida monástica, etc. Su ejemplo era tal, que a la misma corte imperial llegó su fama y su influencia. Su hermano Pérgamo y su primo Teodoro, funcionarios de palacio, cambiaron sus costumbres y poco a poco introdujeron la piedad, caridad y pureza de costumbres en la corte.

Pero todo no iban a ser flores, pues su cuñado Pasinico, Gobernador de Armenia, en lugar de favorecer la fe cristiana y apoyar la evangelización, usaba de los templos a su uso, ponía y deponía obispos, se incautaba tierras y propiedades. Y, sobre, todo, su corte era un nido de vicio y pecado, dando pésimo ejemplo al pueblo. Por más que le rogó Juan, Pasinico no cambió para nada, así que aquel se vio obligado a denunciar al emperador Zenón las tropelías de su gobernador. Y allá partió, a Constantinopla, viaje que le sirvió para, lograr la dimisión de Pasinico. Además, lo más importante, para darse cuenta de lo vano de los poderes del mundo, las dignidades y cuanto tiempo precioso se perdía en las adulaciones, embajadas y asuntos terrenales, mientras se perdía tiempo para el apostolado y la oración. Así que antes de regresar, tomó la resolución de abandonar la sede episcopal, pues ya Dios proveería, y ocultándose del clero que le acompañaba, se metió a escondidas en un barco que iba hacia Jerusalén. Allí visitó los Santos Lugares, pidiendo a Dios le diese luz para saber donde encaminarse. Y pronto tuvo respuesta: Estando una noche en oración vio una resplandeciente estrella en el cielo, salió a verla y oyó una voz que le dijo: "sigue esta luz, si quieres salvarte". Así que, determinado, se encaminó tras la misteriosa luz, que le guió a las célebres lauras de San Sabas, donde los fervorosos monjes vivían en pobreza, soledad y silencio.

Le recibió el mismo San Sabas (5 de diciembre), que para probar su virtud, le encomendó los trabajos más penosos, como tirar las inmundicias, servir a los enfermos y besarles las llagas, acarrear piedras y cubas de agua, lo que hacía Juan siempre sin quejarse. Fue nombrado hospedero por su gran caridad y solicitud. A los cinco años, el santo abad le concedió una celda para que se retirarse a la soledad si así lo deseaba. Allí estuvo tres años sin dejarse ver, absorto en la oración y la penitencia. Solo comía los sábados, el día que se dejaba ver para acompañar a los monjes a las vísperas del domingo, permanecer con ellos esa noche y asistir a los oficios solemnes del domingo, volviendo a su celda después. Así, toda la semana. Al cabo de estos tres años San Sabas le nombró mayordomo o provisor, desempeñando este oficio con diligencia, siempre preocupándose de que no le faltar nada a los monjes y guardándose para sí lo peor o más pobre.

Cuatro años después de su entrada en las lauras había crecido tanto su virtud, que San Sabas le quiso sacerdote, para mejor atender a las necesidades espirituales de los monjes, a lo que Juan se negó rotundamente, pues o tenía que aceptar unas órdenes inválidas por haberlas recibido antes, o tener que descubrirse. Arguyó y arguyó, pero nada, el abad lo llevó consigo ante San Elías, Patriarca de Jerusalén (27 de enero), para que le ordenase presbítero. Sin más salida, Juan le confesó en secreto al Patriarca quien era y como había dejado su sede episcopal para hallar a Dios en la soledad monástica. El Patriarca le guardó el secreto, diciéndole a San Sabas que el religioso Juan le había confiado algo que hacía imposible conferirle las órdenes, recomendando le dejara en su vocación al silencio y soledad. Pero los santos es lo que tienen, que son como son, y no quedó tranquilo San Sabas, por lo que pidió a Dios le confiase aquel secreto y Dios, que es como es, le reveló quien era en realidad el monje Juan: el obispo desaparecido de Culoaia. El santo abad corrió adonde Juan, se postró a sus pies llamándole padre y prometiéndole no revelar su secreto. Así quedó Juan en paz, y en silencio durante años. Solamente salió una vez de su celda, para asistir a la consagración de la iglesia de las lauras.

En 503, cuando San Sabas se retiró del monasterio, por las divisiones, parcialidades y relajación de la vida espiritual, Juan, que ya tenía 50 años, abandonó su celda para irse el desierto, en la más absoluta soledad. En realidad no tanta, pues un león se acomodó en su cueva, acompañándoles siempre y defendiéndole de fieras y de una incursión de los sarracenos. Cuando regresó San Sabas a las lauras, fue a buscar a Juan y este regresó a su primitiva celda, despidiendo a su león antes. Allí estuvo otros 40 años, sin dejarse ver nunca más, ni hablar con nadie hasta que por imperativo divino tuvo que hacerlo: Al morir San Sabas, se le apareció a Juan, y le confirmó lo agradable que era a Dios su vida mortificada y entregada a la oración, revelándole que su persona sería providencial para sostener en la fe a los monjes en una inminente persecusión de los herejes contra los católicos. Efectivamente, son los tiempos en que se extienden los primeros errores de Orígenes, corregidos luego, y los de Teodoro de Mopsuesta. Estas doctrinas no entrarían jamás en el monasterio, por la vigilancia de Juan Silenciario, nombrado abad, sobre la instrucción y noticias externas que recibían los monjes. Además, denunció abiertamente esas herejías en medio de sufrimientos e incomprensiones de prelados y católicos que creían estos errores.

Finalmente, con 104 años y después de más de 70 en el desierto, subió al cielo, el año 558. Su vida la escribió Cirilo de Escitópolis, que le conoció y al que el santo le ayudó en su vocación monástica.


Fuentes:
-"Año Cristiano. Ejercicios devotos para cada día del año. Mayo. JEAN CROISSET. Madrid, 1781.
-"Acta Sanctorum, Mayo. Tomo VI".

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