Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

San Antelmo de Belley, obispo cartujo.

Slencio, peleas, mitra y más peleas.

Ramón Rabre

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San Antelmo.
San Antelmo.

San Antelmo de Belley, obispo cartujo. 26 de junio.

Nació en 1107, en la noble familia de los Cignino de Saboya. Fue muy estudioso y piadoso desde niño, y su aplicación a los estudios le valió para recibirse universitario muy joven. Por las influencias de su familia logró una canonjía en Belley y otra en Ginebra. Ambas le reportaban pingües ganancias que Antelmo usaba para vivir holgadamente, cumpliendo de vez en cuando sus funciones como canónigo seglar.

En ocasiones su espíritu le atenazaba para que emprendiera una vida cristiana más perfecta, pero siempre dejaba pasar tan santas inspiraciones. Gustaba visitar a su hermano Boso a la Cartuja de las Puertas, quien siempre le conminaba a oír la voz de Dios. Así, ya determinado, Antelmo abandonó el mundo en 1131 y pidió el hábito cartujo allí mismo. Fue admitido y pronto ya era ejemplo para los otros monjes, aún siendo nuevo en la vida cartujana. En 1132 hubo una avalancha de nieve que mató a 7 monjes en la Gran Cartuja, por lo cual Dom Guigo, prior de esta, pidió a Hugo II, cartujo y obispo de Grenoble, le permitiera llevar algunos monjes, entre ellos a Antelmo, para que profesara sus votos en la Gran Cartuja.

En el santo monasterio de la Gran Cartuja también destacó Antelmo como un monje cumplidor, devoto, erutito y obediente. En 1136 murió Dom Guigo y el nuevo prior, Dom Hugo, nombró Procurador a Antelmo, siendo este su mano derecha en el gobierno de la Casa. Trabajó tan bien que en 1139, cuando Hugo renunció a su cargo, los monjes eligieron por unanimidad a Antelmo para sucederle. La principal obra material de Antelmo fue la edficación de un nuevo monasterio en un mejor emplazamiento que el original, construyendo, además un acueducto. A la par, se preocupó también por el "edificio" moral, o sea, la santidad de sus monjes. Siempre paterno, cercano, velando por todos y por cada uno de ellos. Era severo consigo mismo, pero manso y paciente con los demás. Atendía por sí mismo a los enfermos, visitándoles, curándoles y entreteniéndoles.

Organizó y presidió el primer Capítulo General en 1142, donde se determinó dotar al prior de la Gran Cartuja de la potestad de General de la Orden, al cual debían obediencia los priores de todas las cartujas, que hasta el momento debían obediencia al obispo del lugar, con todos los problemas que esto solía traer. Así, por ello fue Antelmo el primer General de los cartujos, aunque esta no era una figura jurídica prevista por San Bruno (6 de octubre). Como General fue el gran impulsor de la Orden Cartuja, admitiendo a varios monasterios a la observancia cartujana. También admitió a las mujeres, para las cuales mandó al Beato Juan el Hispano (25 de junio) que hiciera una adaptación de las "Costumbres".

Poco tiempo le duró la paz al buen hombre. En 1149, un monje de Las Puertas fue elegido obispo de Grenoble y, cosa no esperada, entabló un pleito con su antiguo monasterio. Unos cuantos monjes salieron del monasterio sin permiso para dirimir el asunto ante los tribunales de Roma. Habiéndolo sabido Antelmo, que era muy observante, castigó a los monjes por haber salido al mundo sin permiso expreso. Eugenio III resolvió en favor de los monjes y, además, les restituyó a su monasterio sin más. Antelmo, viendo socavada su autoridad, dimitió de su cargo de Abad General en surgieron amargos conflictos y algunos monjes cartujos abandonaron el monasterio para apoyar sus razones ante los tribunales. Antelmo, muy entristecido por esta grave infracción, después de que el Papa Eugenio III hubiera resuelto la disputa, impuso una penitencia a los monjes cartujos: pero el Papa reintegró a los monjes en la Orden sin ninguna formalidad. Por esta razón Antelmo, sin oponerse a las decisiones del Papa, dimitió en 1151.

En 1154 el prior de Las Puertas logró que Antelmo fuera designado como su sucesor, cargo que asumió muy pronto, luego de la muerte del anterior. Como había hecho en la Gran Cartuja, Antelmo administró muy bien su monasterio. Renovó algunos edificios, embelleció la iglesia y dotó de nuevas obras la biblioteca. Dos años estuvo en dicha cartuja hasta que el papa Alejandro III le nombró obispo de Belley. Antelmo había defendido enérgicamente a este papa frente al antipapa Víctor IV, y por ello el papa legítimo confiaba en Antelmo y le quiso en esta importante diócesis. 

Antelmo, se dice, se negó firmemente e incluso huyó a una ermita en el monte, donde fue hallado y llevado de nuevo a la cartuja. No contento con esto, se fue a Avignon (era el comienzo del cisma de Occidente), a pedir misercordia al papa para poder negarse a su deseo. Pero Alejandro III le confirmó su elección y no le permitió negarse. Antelmo fue consagrado obispo en la catedral de Bourges en diciembre de 1163.

Junto a San Bernardo (20 de agosto), San Antelmo destacó en el Concilio de Tolosa defendiendo al verdadero papa e intentando poner fin al Cisma de Occidente. Intentando, porque ya sabemos que duraría hasta el siglo XV.

Antelmo ejerció una ejemplar labor pastoral, sobre todo entre los pobres. Fue muy caritativo, construyó hospitales, visitaba a los enfermos, asistía a los peregrinos y siempre estaba disponible para recibir a quien le buscaba. A la par, hallaba tiempo para retirarse algunos días a su cartuja amada, para gozar del silencio y la oración. Sin embargo, la misión del obispado no era nada fácil. Para empezar tenía como enemigo al emperador Federico Barbarroja, partidario del antipapa Víctor. Por esta razón el monarca le impidió la salida de Belley cuando el santo se dirigía a Inglaterra como Legado Pontificio para hacer la paz entre Enrique II y Santo Tomás Becket (29 de diciembre).

Visto Barbarroja que no podía reducir a Antelmo por las malas, intentó ganarle para su causa, dándole soberanía secular sobre Belley y creándole príncipe del Sacro Imperio Romano en 1175. Esto podría haber agradado a algún prelado ambicioso y corrupto, pero no al santo, quien enseguida hubo de enfrentarse a Humberto III de Maurienne, quien pretendía el dominio exclusivo sobre Belley. Este noble asesinó a un presbítero y Antelmo lo exmulgó, pero Humberto logró (compró, señalan algunos), la anulación de la excomunión por parte del papa Alejandro III. Antelmo, que no soportaba la injusticia, entonces abandonó la sede y se retiró a la Gran Cartuja. Y allí se habría quedado si el clero y el pueblo no hubieran protestado por él al papa, y este le ordenara volver a su sede, mandando a Humberto de Maurienne que hiciera penitencia por su crimen. Pero este solo fingió arrepentimiento e incluso llegó a planear el asesinato de Antelmo, pero no se llegó a realizar, pues el santo se enteró y el mismo llamó a su perseguidor, poniéndose en sus manos. Humberto, ante este gesto, se arrepintió sinceramente de su mala conducta y aceptó la multa que Antelmo le impuso.

Así, cargado de méritos, Antelmo llegó a los 70 años y entró en la gloria el 27 de junio de 1180. Su muerte fue tan sentida, por lo amado que era, que durante tiempo la ciudad de Belley se llamaría Antelmopoli. Su culto comenzó pronto, y sus reliquias eran veneradas constantemente. En 1607 su memoria litúrgica pasó de la iglesia local de Belley a todos los monasterios cartujos. En 1630 se trasladó su cuerpo a una capilla dedicada a su memoria en la catedral. En 1791 el sepulcro fue profanado por la Revolución Francesa, pero antes se habían escondido las reliquias, las cuales volvieron al culto en 1829.

Fuente:

-"Santos y Beatos de la Cartuja". JUAN MAYO ESCUDERO. Puerto de Santa María, 2000.


A 26 de junio además se celebra a:
San José María Robles, presbítero mártir.
San Virgilio de Trento, obispo y mártir.
San Salvio de Amiens, obispo y mártir.

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