La hermana Castillo, con los inmigrantes pobres en la frontera de EEUU
Biden prometió vaciar los albergues fronterizos: «Ocurre lo contrario, están llenos», dice una monja
La hermana Mercedes Castillo es una misionera comboniana originaria de México que atesora más de treinta años de experiencia en trato y ayuda a los migrantes. Entre 1991 y 2020 ha asistido a los más vulnerables en Zambia, a los refugiados del genocidio de Ruanda y después, en España, a los inmigrantes de Europa del Este y de Ecuador.
Desde 2006 asiste a los migrantes pobres en Estados Unidos. En marzo de 2020, con 59 años y en plena pandemia, su entrega a los necesitados pudo más que el miedo a la enfermedad y se trasladó a Texas, donde atiende cada día a cientos de inmigrantes atrapados en la frontera entre México y Estados Unidos.
Los migrantes de Biden: deportados, asustados y en peligro
“Tenía la esperanza de que con Biden, que prometió acoger a los migrantes acogidos al Protocolo de Protección, los albergues se vaciarían” cuenta a Global Sisters Report. “Sucede todo lo contrario, están llenos”.
Como muestran las imágenes del reportaje gráfico realizado por Nuri Vallbona para GSR, son frecuentes las agresiones violentas a los migrantes fuera de los refugios. En el caso de El Buen Samaritano, en Nuevo Laredo, se deben cerrar las puertas para mantener los niños a salvo.
La Hermana Mercedes Castillo reza por una mujer peruana que casi pierde la vida y secuestran a su hijo.
“Desde que llegué a los Estados Unidos, siempre he visto llegar inmigrantes, pero no en las condiciones y números que he visto en los últimos años”, lamenta. “Todos los días deportan personas en Estados Unidos de regreso a México. Creo que como Iglesia tenemos que responder a este grito de humanidad”.
En la zona fronteriza de Nuevo Laredo la violencia es constante. Según cuenta, el día antes de la entrevista, secuestraron a un hombre y a su hijo. “Gracias a Dios los liberaron, pero todos los días es así”.
"Me fortaleció la presencia de Dios"
No hay muchas formas de caminar seguro en esa zona. Una de ellas es “trabajando con el pastor Lorenzo”, que junto a su hermana Micaela administra el refugio de El Buen Samaritano. “Los cárteles ya le conocen. Al principio entraron al refugio y lo amenazaron, pero él explicó que solo estaba allí para ayudar a la gente”.
“Cuando voy con su hermana a los centros de deportación de inmigrantes de regreso a México no tengo miedo, porque me identifican como alguien que trabaja en los albergues”. Antes, tenía que ir sola. “Fue un desafío, pero me fortaleció la presencia de Dios. Ahora, después de las vacunas, es bueno ver que varios voluntarios vienen conmigo”.
Pese a la dificultad y el miedo, la misionera mexicana es feliz en su puesto. “Me ha hecho crecer en mi fe, porque es con el sufrimiento de la gente veo cómo la mano de Dios nos da gracia y el Espíritu Santo acompaña a estas personas”.
“Mi esperanza también crece y no me deja perder la confianza en un Dios que camina cerca de la gente. Vale la pena seguir dando la vida por el reino y seguir diciendo que sí a Dios, porque Él es el Dios de las promesas”.
Las puertas cerradas mantienen a salvo a los niños del refugio El Buen Samaritano, mientras esperan su turno para buscar asilo en Estados Unidos.
Cuando el sueño americano se convierte en pesadilla
Como misionera comboniana, Castillo compagina su carisma de formar nuevos evangelizadores para servir a la Iglesia, en su caso hispanos, con las frecuentes visitas a refugios mexicanos y llevando comida y suministros a la frontera para quienes los necesite. “Necesitan que les escuchemos para que no se sientan solos aquí”, añade.
En la mayoría de los casos, “se imaginan que el sueño americano existe. En mis 15 años de trabajo con migrantes, muchas veces se convierte en una pesadilla para ellos”.
La misionera se muestra esperanzada y confía en los crecientes proyectos de ayuda a los refugiados y necesitados en la frontera. “Creo que tienen que unirnos como religiosas para crear pequeños oasis de seguridad para estas personas. Muchas de ellas no podrán llegar a Estados Unidos y se quedarán en el limbo fronterizo”.
Transmitir a Dios y crear lugares para las familias
Castillo considera que para mejorar la situación de los inmigrantes mexicanos es fundamental “pensar en lo que podemos hacer para crear lugares estables para estas familias, especialmente para las madres y niños”.
Pero no es lo único. “Pensamos que ayudar a las personas es solo darles cosas porque las necesidades son muchas, pero creo que el mayor regalo es darles nuestra presencia, hacerles saber que no están solos, que hay alguien que conoce sus historias y que hay un Dios que escucha”.