La religiosa española ha sido premiada por el secretario de Estado de EE.UU.
EEUU reconoce como «mujer coraje» a Alicia Vacas, monja española que luchó en el epicentro del Covid
A sus 48 años, la hermana Alicia Vacas es la superior de las misioneras combonianas en Oriente Medio y Asia. Durante casi 3 décadas, ha combinado sus conocimientos médicos con su vocación religiosa para ayudar a los más necesitados en Egipto, Betania y otros lugares afectados por las crisis migratorias. Con motivo de su arriesgada labor durante el Covid, el Departamento de Estado de Estados Unidos le ha entregado recientemente el premio “Mujeres de Coraje”.
Donde nadie más está para ayudar
“A menudo, las religiosas sirven en áreas donde los gobiernos han fallado, y donde las organizaciones humanitarias luchan con un enorme riesgo para sus enviados”, señaló el Secretario de Estado Anthony Blinken el pasado 8 de marzo.
Con estas palabras, Blinken destacó la labor realizada por la hermana comboniana de origen español Alicia Vacas, que se sumergió en el epicentro europeo de la pandemia para ayudar a sus hermanas víctimas del Covid.
Voluntaria en el corazón de la pandemia
“Por desgracia, una de nuestras comunidades en Bérgamo (Lombardía) se infectó al principio de la pandemia, donde se infectaron 45 de las 55 hermanas que vivían en la comunidad”, explicó la hermana Alicia. “Empezamos a recibir muy malas noticias, y varias hermanas que también éramos enfermeras nos ofrecimos voluntarias para ir a ayudarlas”.
Este no es el primer premio que recibe. 8 años de misión con las Combonianas de Egipto y 15 en Tierra Santa –donde se encuentra actualmente– le han valido otros reconocimientos, como el premio “Puentes y no muros” de Pax Christi en 2015.
La hermana Alicia, una más de la familia
Su dilatada experiencia como misionera bien merece la entrega de estos reconocimientos, ya que, como contó en Vida Nueva, para ella esta es una labor cotidiana, de todos los días.
“Una familia beduina tiene tres hijos enfermos con una dolencia genética muy grave. Estamos muy cerca de ellos, les acompañamos muchas veces al hospital y en todos los procedimientos burocráticos”, afirmó.
“Un día, al más enfermo de los tres, con solo nueve años, le tenían que amputar una pierna… Allí estábamos sus padres, un rabino y yo. Pasamos unas horas muy malas en la sala de espera. Cuando salió el cirujano, llamó a ‘la familia’ y el padre nos llamó con él, emocionándome comprobar cómo para ellos somos su familia. Tras insistir el cirujano en que solo hablaría con ‘la familia’, el padre, muy serio, le dijo: ‘Quien está conmigo mientras le amputan una pierna a mi hijo, esa es mi familia’”.
La hermana Alicia Vacas, entrevistada en Jerusalén
Escuelas para los niños beduinos
Gran parte de la labor que realizan las hermanas Combonianas es gracias a Manos Unidas, y no se limita a la sanidad. Aunque la hermana Alicia se formó como enfermera, cuando llegó a Tierra Santa entendió que lo que pedían las familias beduinas pobres eran escuelas para sus hijos.
Por lo tanto, empezó a centrarse en el ámbito educativo, en crear escuelitas infantiles y guarderías “en campamentos en pleno desierto. Gracias a Manos Unidas y voluntarios españoles, empezamos con cuatro y ya más de nueve. Varias decenas de mujeres beduinas son sus propias profesoras de infantil, enfermeras o sanitarias”, explica. Comenta que los niños beduinos en Tierra Santa a veces se ríen de su acento árabe egipcio: “hablas como en las telenovelas”, le dicen, porque todos ven telenovelas egipcias.
Ayuda a mujeres víctimas de la trata
Las combonianas en Tierra Santa trabajan también con mujeres muy pobres víctimas de redes de tráfico de personas, inmigrantes eritreas en su gran mayoría. “Es un proyecto muy bonito de integración y solidaridad que da esperanza a más de 300 mujeres cuya situación era desesperada. En él compartimos espacio mujeres africanas, israelíes, internacionales, las hermanas…”
Las hermanas Combonianas, con el apoyo de esta y otras entidades católicas, también mantienen también el llamado Hospital Italiano de Kerak, “al sur de Jordania, en la zona más desfavorecida del país. Este hospital es la única obra social de la Iglesia en una región donde apenas llegan el Estado y otras entidades. Es un lugar de referencia para los beduinos de Jordania y para muchísimos refugiados iraquíes y sirios”.
A ambos lados del muro entre Israel y Palestina
Entrevistada en la revista Ecclesia, Alicia explicaba que “en Jerusalén, nuestra comunidad está en Betania, pegada al muro que separa Israel y Palestina. De hecho, el muro se levanta sobre la verja de nuestro jardín. Cuando lo construyeron perdimos el contacto con Betania, así que alquilamos una casa al otro lado y dos hermanas viven ahora en un piso junto a los cristianos del otro lado. Somos una única comunidad, ¡pero vivimos en dos casas a ambos lados del muro! En realidad, podemos hablar por la ventana, pero para venir de una casa a la otra tenemos que hacer 18 kilómetros y dar la vuelta al check point, el punto de control militar”.
Su vocación nació para mejorar el mundo
Cuenta en Forum Libertas que “mi familia era cristiana practicante, sencilla, obrera de clase media en Valladolid. Estudié en un colegio de las Franciscanas de los Sagrados Corazones, que tenía un grupo juvenil donde íbamos creciendo en la fe. Teníamos inquietud por lo social y el Tercer Mundo", explica.
"Supimos por casualidad de la Pascua Joven Misionera de los combonianos, fuimos en grupo, y me pareció una espiritualidad más encarnada. Como tantos jóvenes me preguntaba por el sentido de la vida, por cómo mejorar el mundo o por la felicidad. Me preguntaba: ¿cómo, con quién y cuánto volcarme? Me di cuenta de que tenía dos certezas: quería darlo todo y para siempre. Vi que eso era un deseo de consagrarme, una vocación".
Entré en las combonianas con 18 años y estudié con ellas en España e Italia. Siempre había tenido inclinación por el mundo sanitario y estudié los tres años de enfermería en Gijón”.
Testigo de cómo la enfermedad acerca a Dios
En 2012, mucho antes de la pandemia, ya por su experiencia como enfermera que ha trabajado con muchos pobres, afirmaba que la enfermedad acerca a Dios.
“La enfermedad nos saca de nuestro sueño de omnipotencia, nos ayuda -si nos dejamos- a encontrarnos en nuestra fragilidad y humanidad y ahí Dios se hace evidente. Tras la etapa de rebeldía ante el dolor, puede llegar un sentido de entrega, acogida, desde la dependencia. Puede ser muy bonito. Aprendes a valorar y ser valorado por quien eres, no por lo que haces“, apuntó.