Stefano aborrecía a la Iglesia: cambió por el testimonio de vida de su mujer
«Yo era enemigo acérrimo de Dios... Simonetta, mi esposa, me convirtió y su funeral fue una fiesta»
"Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto" (Jn 12,24). Con esta frase del evangelio de Juan puede resumirse la vida breve, digna e intensísima de Simonetta Pompa Giordani (1971-2018), dibujante e ilustradora romana, vinculada al Camino Neocatecumenal. Esta mujer de la puerta de al lado, sencilla, humilde y luminosa, tenía tanta facilidad para transmitir su fe que mucha gente se convirtió gracias a su testimonio, antes y después de su muerte prematura.
El libro Una persona intorno de Stefano y Simonetta Giordani, recorre la vida de Simonetta de maniera muy original, citando pasajes de su diario personal, que se alternan con los recuerdos y las reflexiones de su marido. Todo ello acompañado con las ilustraciones y las poesías de la coautora.
El libro que cuenta la historia de Simonetta no se comercializa, pero ya ha tenido que reimprimirse.
La historia tiene inicio en 2010, el año en el que se conocieron, pasa por su boda, celebrada en 2012, y llega hasta enero de 2018 cuando, enferma de cáncer, Simonetta muere el día de la Epifanía. En su funeral, celebrado dos días después, participaron cientos de personas, como testimonio de la semilla de la amistad cristiana que esta mujer tan especial esparció a lo largo de su vida.
Simonetta tuvo una historia familiar bastante difícil: cada día tenía que enfrentarse a la realidad de un padre adusto que no compartía su fe cristiana, de una madre de salud muy frágil y una hermana con síndrome de Down. Fue debido también a esta infancia y juventud difícil por lo que a Simonetta le costó mucho encontrar novio.
Tras algunas historias breves y desafortunadas, lo encontró ya cerca de la cuarentena. Conoció a Stefano, veterinario, seis años más joven que ella, ateo y anticlerical. Sin embargo, vivir al lado de Simonetta cambió la vida de Stefano totalmente.
"¡Menudo batacazo! El Señor me ha dado la vuelta como un calcetín", le cuenta a Luca Marcolivio en La Nuova Bussola Quotidiana.
-Stefano, tu matrimonio te ha dejado en herencia muchos dones, entre los cuales la certeza de que la casualidad no existe. ¿Cómo ha pasado?
-Llegué a este certeza poco a poco, año tras año. Lo he comprendido mirando atrás a todo lo que me ha sucedido desde el inicio de mi vida. He unido todos los acontecimientos importantes y, con la ayuda de alguien que me ha hecho razonar, al final me he rendido a la evidencia de que todo lo que había vivido hasta entonces, todo lo que me había llevado a conocer a Simonetta y a tomar determinadas decisiones, tenía un sentido y no podía ser casualidad.
-Cuando hablas de "alguien que me ha hecho razonar", ¿te refieres a Dios o a una persona humana?
-Dios seguramente está en la raíz de todo, es indudable que Dios me ha hablado, no a través de una experiencia mística, sino por medio de personas como mi esposa y también algunos sacerdotes. Antes, yo era un enemigo acérrimo de Dios y, aún más, de la Iglesia. No me limitaba a no creer, sino que cada vez que estaba con un cristiano intentaba catequizarlo de lo contrario, me sentía obligado a decirle que Dios no existía y que todo era resultado de la casualidad.
»Pero conocí a Simonetta, una joven encantadora, inteligente, llena de buenas cualidades, que reaccionaba bien a los desafíos de una vida que le había puesto delante muchas tribulaciones. No me convenció "catequizándome", sino con su ejemplo de vida. Descubrí que sus amigos de la comunidad no eran estúpidos, ni mojigatos o "medievales", como siempre me había imaginado a los cristianos hasta ese momento. Así que empecé a escuchar con menos prejuicios, hice un acto de humildad, cuestioné mis convicciones y saqué mis conclusiones.
-Has experimentado el sufrimiento, la enfermedad y la muerte: primero, como ateo, de tu madre y después, como creyente, de tu esposa. ¿Cuál ha sido la diferencia?
-Con mi madre, a la que perdí cuando yo tenía 29 años, confié solo en los médicos, con la esperanza de que acertaran. Mi fe estaba puesta exclusivamente en la ciencia. Cuando murió, odiaba tanto al cristianismo que hice quitar el crucifijo del ataúd. Yo era como una piedra: no lloraba, pero me daba asco el hecho de haberme convertido en una persona tan indiferente a todo. Me preguntaba: ¿por qué me he convertido en una persona tan cínica? Este corazón, ¿late o no?
»Con mi esposa, en cambio, tanto en el sufrimiento como en la muerte, nunca hubo frialdad, sino todo lo contrario. Pero, sobre todo, nunca hubo desesperación. Cansancio sí, algunos días fueron más difíciles que otros. Sin embargo, con la ayuda de Dios conseguí comprender que todo ese sufrimiento tenía un sentido.
»No era solo pensar: "Existe el más allá y un día todos nos volveremos a abrazar en el Cielo". Ese sentido ya lo veía en nuestro sufrimiento en la tierra, cuando la gente, incluso nuestros amigos, se asombraban de la alegría con la que, a pesar de todo, llevábamos adelante nuestras jornadas. Si cuando murió mi madre solo hubo desesperación y llanto, el funeral de Simonetta fue una fiesta de cantos, guitarras y oración. Y ha habido una miríada de gracias...
-¿Milagros?
-Milagros del alma. Mi propia conversión fue un milagro. Mucha gente que no conocía personalmente a Simonetta, después de su funeral se acercó de nuevo a la Iglesia, recibiendo una verdadera inyección del Espíritu Santo. Por lo menos una vez a la semana me llegan emails de personas desconocidas que me explican cómo les ha cambiado la vida después de leer el libro, muchas han recuperado su fe.
»Me rompe el corazón decirlo, pero empiezo a pensar que Simonetta realmente tenía que morir. No niego el deseo de tenerla de nuevo aquí, pero su historia ha cambiado la vida de tanta gente que sería egoísta quererla solo para mí.
»El que más me ha impresionado ha sido mi suegro. En los últimos meses de vida de Simonetta ya empezó a cambiar radicalmente su actitud respecto a su familia. Hace años llamaba a su hija "estúpida inculcada" por el mero hecho de que fuera a misa. Hoy se confiesa, va a catequesis, presta mucha más atención a su esposa inválida y a su otra hija, que tiene síndrome de Down.
»Un día, poco después de la muerte de Simonetta, le oí decir: "Llevo toda la vida enfadado con Dios y Él, a pesar de que yo esté lleno de rabia y sea malo, me ha dado una mujer que siempre ha estado en su sitio y dos hijas santas. He sido un imbécil...".
-¿Hay un episodio de vuestra vida matrimonial que recuerdes más que otros?
-Por como era Simonetta, más que de episodios asombrosos, recuerdo la atención que prestaba a las pequeñas cosas: desde un dibujo bien hecho a la casa, que parecía una tacita de plata. En esto era insuperable. Una de las cosas más hermosas que Simonetta me ha dejado en herencia ha sido enseñarme a mirar a las mujeres, a comprender la feminidad, la verdadera. Me hizo comprender el valor de la castidad; antes, cuando conocía a una mujer, me la llevaba a la cama el mismo día que la conocía. Nuestro matrimonio ha sido de una gran belleza, y nada común.
-Y ahora, a casi tres años del nacimiento en el Cielo de tu esposa, ¿cómo es tu vida?
-Unos meses después de la muerte de Simonetta conocí a una joven que me pareció interesante. Sin embargo, sentí la exigencia de saber realmente qué quería Dios de mí: no quería convertirme en un marido triste, ni en un sacerdote insatisfecho. Tras hacer una experiencia durante un año en un centro vocacional, comprendí definitivamente que mi vocación no es ser sacerdote. Entonces me prometí con esa joven, a la que le dije muy claramente: "Siempre tendré en mi corazón un hueco con la forma de Simonetta". Ella ha sido muy valiente aceptando esta situación. En lo que a mí respecta, siento que el Señor aún me reserva muchas sorpresas y quiero dejarme sorprender. El "buen vino" llega siempre al final...
Traducido por Elena Faccia Serrano.