Álvarez era campeón de ping pong y se iba a casar... pero entró en una iglesia para no pasar frío
100 años de vida, 74 en Hiroshima, hasta el primer ministro le felicita: «Volvería a ser misionero»
El jesuita español Alberto Álvarez "Aruvaresu" (adaptación al japonés de su nombre) recibió el 21 de marzo un mensaje muy especial. "Me siento verdaderamente honrado de que haya logrado una larga vida de 100 años", fueron las palabras del primer ministro japonés, Fumio Kishida, con ocasión de su cumpleaños número 100.
El periodista Antonio Moreno, en el portal de la diócesis de Málaga, relata la historia de este sacerdote jesuita, que ha pasado casi tres cuartos de siglo en Japón, que fue secretario personal durante cuatro años del padre Arrupe (general de los jesuitas) y que recibió al mismo Papa Francisco en persona en 2019 en su residencia de Tokio (Japón).
Mi corazón dijo: 'Ese voy a ser yo'
"Yo era el menos católico de mis siete hermanos. De niños habíamos sido congregantes de los Luises, pero yo era el menos fervoroso. Nunca se me había ocurrido ser sacerdote, ni jesuita, ni misionero. Ya tenía novia pero, al terminar el Bachillerato, a los 18 años, me convertí estando en la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús de Málaga. De pronto, el Señor me hizo vivir algo especial, místico. De repente, dentro de esa iglesia, recibí la vocación de jesuita y de misionero. Así que, enseguida, ingresé en el noviciado de la Compañía de Jesús de Cádiz. Desde allí, le escribí al padre general de Roma para decirle que yo quería ser misionero del Japón al terminar la filosofía y así lo hizo. Me mandó a esta tierra donde ya llevo 74 años", relata Álvarez sobre su vocación a la vida consagrada.
"El Señor me hizo vivir algo especial, místico. De repente, dentro de esa iglesia, recibí la vocación" (foto: en una de las escuelas de Japón en las que estuvo /Diócesis de Málaga).
El malagueño planeaba hacerse militar, pero una tarde de invierno, con un cierto frío húmedo en la calle, entró en la Iglesia del Sagrado Corazón de la calle Compañía de Málaga para estar un poco más caliente. "No lo hice para orar, qué vergüenza… Me situé en el último banco de detrás, a la derecha. Al entrar en la iglesia, me encontré a cerca de 200 jóvenes en plenos ejercicios espirituales".
El padre Martín Prieto daba un sermón sobre la elección de vida de San Ignacio de Loyola. "Mirad este crucifijo", dijo Prieto. "Era un crucifijo muy grande y nos dijo que algunos de nosotros íbamos a ser abogados, arquitectos o militares. Yo quería ser militar. El sacerdote pidió que mirara el crucifijo. Me dijo que si no habría ni un solo joven entre estos 200, ni uno solo, para enseñar el amor de Jesucristo a los infieles que quisiera ser misionero en Japón. Mi corazón dijo: 'Ese voy a ser yo'", recoge El Confidencial.
Pero, Alberto Álvarez, un joven campeón de ping-pong, tenía un pequeño problema, que tenía novia. Se llamaba Pepita y era la hermana menor de la mujer de su hermano Evaristo. "Nos íbamos a casar dos hermanos y dos hermanas… Cuando se lo conté ella, me dijo que si yo me iba de misionero a Japón, ella se hacía monja". Una semana después, su ya exnovia le animó a que cumpliera con la "llamada del Señor, que es más importante que nuestro noviazgo".
Álvarez entró en aquella iglesia para estar un poco más caliente. "No lo hice para orar, qué vergüenza", dice (foto: Diócesis de Málaga).
Ya en el noviciado, Alberto se dio cuenta de que el sueño de ser misionero en Japón tendría que esperar. En aquel momento, los novicios tenían un privilegio: una vez al año, podían escribir una carta al padre general de Roma expresando sus deseos de destino. Durante siete años, escribió siete cartas, pero siempre le contestaban que no era posible cumplir su sueño japonés. Ocho años era el tope. Y a la octava carta, la última que podía enviar antes de tener que renunciar a su vocación de misionero, recibió la aprobación del general.
"Si tú tienes tanto amor al Japón y estás dispuesto a ofrecer el no serlo por él, yo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, te envío a Japón", leyó en la carta de contestación. Eso fue en 1950. Varias semanas después tomaba un avión de hélices, que hizo la ruta Madrid-Roma-Tel Aviv-Pakistán-Bombay-Manila-Tokio.
Después, siendo todavía un joven jesuita, le tuvo que pedir permiso a su padre, militar de carrera, para cambiar de nacionalidad y hacerse japonés y lograr así que no lo expulsaran en caso de un nuevo conflicto bélico (Japón acababa de perder la guerra con EEUU), su padre no lo dudó: "'Harás muy bien' –me dijo–, porque mi padre era un católico cien por cien".
Con 24 años se embarcó hacia Asia para, previo paso durante algún tiempo por Filipinas, llegar a Japón en 1950. Cursó Teología y fue destinado a la provincia de Hiroshima, en la que estuvo muchos años sirviendo en hospitales y zonas de montaña, y atendiendo además un gran número de escuelas infantiles. Su actividad misionera se ha movido por todo el sur y el centro de Japón.
"Estar junto a los niños, a los preferidos del Señor, ha sido una bendición. Y como eran escuelas íntegramente católicas, después de varios años con nosotros, muchísimos de nuestros alumnos con sus padres, se iban haciendo católicos. Más de la mitad. Fue una gran bendición y un gran consuelo", recuerda al portal de la diócesis de Málaga.
Recibió al mismo Papa Francisco en persona en 2019 en su residencia de Tokio (Japón).
"Pasé parte de mi vida en la ciudad de Hiroshima y toda la historia de la bomba atómica la conozco muy bien. En las iglesias donde he estado, había muchos enfermos a causa de la bomba atómica. Y ahora seguimos en peligro por la amenaza de Corea del Norte", recuerda.
Este japonés nacido en Málaga dedica las fuerzas que todavía le quedan a seguir rezando desde su habitación en la Casa Loyola, la residencia para jesuitas mayores de la Compañía de Jesús en Tokio. "A Dios le pido con confianza que me lleve al cielo. Ya he vivido bastante y lo que deseo es reunirme con mis padres y mis hermanos y los santos de la Compañía de Jesús, para seguir, desde el cielo, pidiendo por la conversión del Japón".
"Si naciese de nuevo me haría otra vez jesuita y me iría otra vez a Japón de misionero", asegura en otra entrevista para La Opinión de Málaga, a cuyo periodista, al despedirse, le dice: "Cuando cumplas 100 años, acuérdate de mí".
En esa misma estancia recibió en 2019 la visita del Papa Francisco, de visita en Japón, que le impartió su bendición y que le hizo una confidencia: "Él de joven también quería ser misionero jesuita en Japón, pero no pudo ser. Al final, pudo venir como Papa", comenta el padre Alberto.
San Francisco Javier (Zabieru, como se le conoce en Japón) fue quien primero cristianizó el país. Los cristianos se han ocultado durante siglos y aún apenas el 1% de los japoneses profesa la religión católica. En los años cincuenta, llegó a haber cerca de 30 novicios japoneses de la Compañía de Jesús. Ahora, en Japón no queda ni uno. Cerró el noviciado de Hiroshima para trasladarlo a Tokio. Y, en realidad, el noviciado de Tokio ahora está en Manila.