Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

El sacerdote misionero Joan Soler lleva 9 años evangelizando en Togo

Gritaban: «¡Muerte al extranjero!», pero un chico de la parroquia le salvó: «Es el 'père' Soler»

Gritaban: «¡Muerte al extranjero!», pero un chico de la parroquia le salvó: «Es el 'père' Soler»
El misionero ha advertido de la gran diferencia espiritual que nota entre España y Togo

Poli Sanchiz / ReL

“Dicen que la pobreza es vivir con un euro al día. Hay gente en Togo que vive con menos de un euro a la semana”. Esto es lo que dice el misionero del IEME (misionieme.blogspot.com) Joan Soler, que lleva 9 años en este país y conoce su situación mejor que nadie.

Aunque reconoce que es desesperada, este sacerdote siempre encuentra un motivo para sonreír (allí lo llaman “el hombre de la sonrisa permanente”) y advierte que, en Togo, a diferencia de aquí en España, la gente tiene un sentido en la vida y “cree en algo”.  

Una primera vocación

Soler cuenta que, siendo joven, sintió una “primera vocación” que siente todo cristiano a dar más al Señor, una llamada a seguir a Cristo. “Dentro de esta vocación luego nace la vocación al sacerdocio, que aumenta en tu vida”, explica. “Dios me decía “tienes que dar algo más de ti”.

“Me di cuenta de que faltaban sacerdotes, y de que Dios me llamaba a algo nuevo”, cuenta el padre Soler. Aunque le costaba mucho, Soler recuerda que llegó un momento en el que tuvo que tomar una decisión. “A mi familia le dije que quería ser sacerdote, pero no es muy religiosa y me dijeron que no”.

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El padre Soler durante la presentación de la Memoria de Actividades de 2017 de la OMP 

“Yo era feliz allí”

Al final Soler terminó la carrera de Biología. “El verano antes, me fui a Guatemala en una experiencia de cooperación. No era nada de la Iglesia, sino del ayuntamiento de mi pueblo”, recuerda Soler. Allí no solo descubrió que quería ser sacerdote, sino que quería ser misionero. “Me di cuenta de que yo era feliz allí, con esa gente pobre, con la que compartía algo íntimo. La vida era más real”.

Soler se decantó por África, y estuvo en Mozambique como seminarista. Después entró en el IEME, y le enviaron a Togo. “Fui contentísimo. Busqué donde estaba en el mapa, y ya está”.

Creencia en magia negra y en gemelos malvados, pero creencia en algo

En Togo, el ahora sacerdote se encontró con brujería y magia negra, pero también con un deseo de trascendencia. “Todo el mundo creía”, cuenta Soler. “Hay una dimensión espiritual que para ellos es muy importante”. En Togo, un cuarto de la población es cristiana (protestantes y católicos), otro cuarto musulmana y la mitad son animistas. “Varía mucho. Si vas a una zona rural, el 100% es animista, y a lo mejor si vas a una ciudad puede ser cristiana o musulmana”, explica Soler.

Según cuenta el misionero, en Togo hay mucha brujería, superstición y magia negra. “El cristianismo allí es una liberación radical”, explica. “Porque te quita el miedo. Cuando se les habla de un Dios Todopoderoso y Misericordioso, pierden el miedo. ¿Quién puede estar en tu contra?”.

Con todo, el sincretismo es una práctica habitual, y los conversos mantienen ciertas tradiciones animistas como el mito del ‘Sampola’. “Son unos gemelos, pequeños, que te vienen a atacar y te llevan al bosque”, explica Soler. “Te traumatizan, te vuelven loco o te matan. Y daban miedo, porque la gente cree mucho en ellos”.

 "Con el blanco, no pueden"

“Quitar ese miedo ancestral es muy difícil”, cuenta el misionero. “Fíjate que incluso aquí en España la gente tiene miedo al viernes 13, o no pasa por debajo de una escalera. Son cosas que quedan”.

Al sur del país el vudú y el mal de ojo son también el pan de cada día. Soler no tiene miedo de estas maldiciones. “Yo siempre les digo que con el blanco no pueden”, ríe el religioso. “Porque yo soy un hombre de fe. Lo que les enseño es que nadie puede controlar tu vida si eres hijo de Dios”.

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“¡Muerte al extranjero!”

También hubo momentos en los que Joan Soler temió por su vida en Togo. En una ocasión, fue a visitar a un enfermo en la ciudad. La policía había matado a un niño, y había varias manifestaciones. “Estaban quemando el ayuntamiento”, recuerda Soler. “Me rodearon y me cogieron la moto. Gritaban: ¡Muerte al extranjero! Pensaban que yo era francés (Togo fue colonia francesa hasta 1960)”.

“Allí si que me asusté un poco”, prosigue. “Pero vino un joven de la parroquia y dijo: es el père Soler, es el père Soler, y me dejaron pasar”. El sacerdote aun así confía en la gente, y piensa que allí, y en cualquier parte, siempre habrá más gente buena que mala.

Una camiseta del Barça por seguir viviendo

El padre Soler también ha sufrido momentos de tristeza durante su misión en Togo. Los más duros, cuando algún niño de su parroquia fallecía. “Recuerdo sobre todo a uno… Un chaval muy majo, hacía la catequesis y tenía 14 años”, recuerda Soler. “Se fue apagando en una habitación, en su cabaña de barro, en la ciudad. Una cabaña de barro en los pueblos vale, pero una en la ciudad significa extrema pobreza”.

“Recuerdo que el último día que fui a verlo el chaval me dijo: me voy a morir. Fue muy duro. Yo le dije: si vives, te voy a regalar una camiseta del Barça. Le gustaba mucho el fútbol”, cuenta el misionero. “Al día siguiente, su madre lo tenía en brazos y estaba llorando. Había muerto. En la pared de la cabaña había dibujado la camiseta del Barça que quería”.

Soler lamentó profundamente la muerte del niño. “Pensé que no era justo. Moría porque era pobre. No era su momento y no lo merecía. Nadie lo merece, es cierto, pero si llega a estar en España no hubiera muerto. Es así”, apunta.

La gran alegría de “ser corto”

Aunque lo que más abunda son las alegrías, dice el padre Soler. “Hay tantas que no sabría por donde empezar”, comenta. “Cada vez que un joven me venía y me decía que quería ser sacerdote, para mí era un momento precioso. Porque es tu vida y te das cuenta de que tu vida al otro le gusta. Y aquí, en España, te llaman desgraciado si te haces sacerdote”.

Togo ha ido evolucionando, y la Iglesia crece. El padre Soler tiene en el país africano 1.700 catecúmenos, 6 seminaristas mayores y 14 menores. “Es un lujo de fe”, dice Soler.

Soler cuenta también como una señora española le recriminaba que allí, en Togo o en cualquier país pobre, la gente cree más porque no tienen formación. “Porque son un poco cortos, recuerda Soler que le dijo la señora. “Yo le di las gracias diciendo que yo era sacerdote y que debía ser el más corto de todos”, ríe Soler.

“Hay que cambiar esta mentalidad que tenemos de que los pobres creen más porque son tontos o no tienen educación”, advierte Soler. “Creen más los pobres porque tienen más confianza en Dios, y la gente aquí pone su confianza en los estudios, en el dinero, en lo que sea… Y ha olvidado algo más radical”.

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La gran diferencia en el sentido

El padre Soler nota una gran diferencia entre Togo y España a la hora de reconocer un sentido en la vida. “Yo recuerdo que se murió una niña muy pequeña, muy pequeña”, explica. “Y yo me puse a llorar, porque ya me daba tanta pena… Y la madre, ¡La madre! Que estaba sirviendo la comida a los demás, me dijo: no llore, no llore. Ella ha venido al mundo, no le ha gustado, y se ha vuelto. Ellos tienen la certeza permanente de que hay algo más”.

“Aquí, en cambio, si se muere alguien con 60 o 50 años la familia se rebota, y se enfada con Dios”. El misionero lamenta que en España falta este sentido radical de ser Hijo de Dios. “¿Cómo hacemos que la gente en España vuelva a tener una vida con sentido? ¿Con un sentir de Dios?”.

“Los momentos en los que he sentido más a Dios ha sido en los más peligrosos y duros, cuando me sentía peor. Allí es donde he encontrado más a Dios. Cuando más lo necesitaba, es cuando más le encontré”, concluyó el padre Soler.

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