Michelle López es ahora una enamorada de la Teología del Cuerpo de San Juan Pablo II
Moda, fiestas y fútbol: su imagen era su vida hasta que enfermó, entonces Dios llegó con potencia
Michelle López es una joven natural de Florida que durante su adolescencia y juventud puso su vida en su pasión por el fútbol, su trabajo como modelo, en las fiestas y en los chicos. Sin embargo, todos sus planes y proyectos se le vinieron abajo tras sufrir una enfermedad autoinmune que la dejó gran parte de su tiempo en cama y llena de dolores. Fue en medio del sufrimiento donde conoció a una cristiana que tenía su misma enfermedad, pero que a diferencia suya era feliz. Este fue el interrogante que la acabaría llevando a vivir una vida plena en el catolicismo.
Esta estadounidense asegura que nació en una familia católica, y que incluso fue a colegios religiosos. Pero asegura que ni le atraía la misa ni todo lo que le dijeran sobre Dios. “Él estaba muy lejos en mi vida, no era algo que me interesara”, cuenta Michelle en una entrevista en el programa Cambio de Agujas de Euk Mamie.
Sólo la imagen contaba
Era una gran deportista lo que la llevó a ser una gran jugadora de fútbol, afición que empezó a compaginar con la de modelo. Desde los 14 años su vida estaba puesta únicamente en estas cosas. “Para mí era muy importante la imagen, pensaba que podía hacer mi propio camino, y que la mujer que quería ser era la que tuviera éxito en estos dos mundos”, recuerda de aquellos años.
A la vez empezó a salir de fiesta, y siempre con chicos mayores que ella. Michelle relata que “me metí en cosas que no eran buenas para mí” pensando que “era más mayor de lo que realmente era, y era esclava de pecados que me hicieron daño”.
La enfermedad que cambió su vida
Así iba evolucionando su vida, cuando en el instituto quería impulsar todavía más su afición por el fútbol y su trabajo como modelo. Fue entonces cuando cayó muy enferma, años más tarde supo que era una enfermedad autoinmune. “Durante un tiempo no tuve diagnóstico y durante dos años estaba en cama frecuentemente. Las cosas que más quería ya no eran posibles, y a la vez tuve muchos problemas con mis amigos y familia”.
Su castillo de naipes en los que sustentaba su existencia se iba viniendo abajo. Michelle se refugió en las fiestas pensando que podría compensar las otras cosas. Pero mientras experimentaba esta enorme lucha interior ocurrió un suceso que la marcaría profundamente. Uno de sus mejores amigos moría en un accidente de tráfico, y el conductor estaba borracho.
Michelle recuerda haber rezado el día del accidente pidiendo a Dios que no le dejara morir, pero apenas 24 horas después su amigo fallecía. Esto la llevó a enfurecerse con aquel Dios al que pidió una única cosa y no se la concedió.
La posibilidad del suicidio
Viendo que estaba enferma y que su vida no la llenaba empezó a tener un comportamiento autodestructivo: “mi vida se me hizo muy oscura, empecé a experimentar mucha desesperación e incluso pensé en el suicidio porque todos mis planes ya no eran posibles”.
Echando la vista atrás, Michelle López ve como en aquellos “años de oscuridad tenía un enorme deseo de ser querida y acompañada, pero sentía que nadie podía hacer nada por mí. Recuerdo tener hambre de amor y que nadie podía saciarlo, mi amigos, ni familia, ni el mundo que me ofrecía alcohol y drogas. Sólo me daban más hambre”.
El encuentro con un cristiano
Pero entonces ocurrió un hecho que dio un vuelco a su vida. Conoció a una mujer que tenía la misma enfermedad que ella, pero lejos de estar todo el día amargada, y quejándose por su situación ella sonreía. Era una mujer cristiana con una fe firme.
“Ella me trataba con cariño. Yo le preguntaba siempre: ‘¿por qué estás siempre feliz?’. Ella era alegre pese a la enfermedad y el sufrimiento. Pero para mí su vida no valía nada. No podía hacer lo que quisiera, tenía limitaciones, pero estaba sonriendo. Me decía que era pos su fe en Jesús”, cuenta en la entrevista.
Esta respuesta la trastocaba y la indignaba. Esta joven no lograba entenderlo. Y seguía preguntándola, pero su respuesta era siempre la misma. “Esperaba oír otra respuesta, pero siempre me decía que era Jesús. Me acabó ganando con su cariño y su constancia. Hasta que al final me invitó a una iglesia”.
Era una iglesia cristiana no confesional, pero asegura que lo que escuchó aquel día a aquel pastor parecía dirigido exclusivamente a ella.
Un cambio importante en su vida
Vislumbró por primera vez el amor de Dios, que no miraba su pecado sino lo bueno que había en ella. Había abierto por fin una rendija al Señor. Por ello, Michelle considera que “mi vida empezó a cambiar aquella noche, hasta entonces me faltaba la esperanza y me creí que nadie me quería”.
Durante dos años estuvo asistiendo a aquella iglesia pese a que ella era católica. Empezó a cambiar hábitos de su vida que no eran buenos para su nueva vida, hasta que llegó a la universidad.
Lejos de su casa empezó a vivir la fe a su manera, y a caer en los errores del pasado, volviendo en ella la tristeza. Pero el segundo punto de su conversión, el que acabaría llevándola plenamente al catolicismo en el que fue bautizada, llegó durante unas vacaciones de Navidad en las que volvió a casa de sus padres.
Su regreso al catolicismo
Un amigo le hizo 21 preguntas sobre la Iglesia Católica debido a que su madre se bautizaría en la Vigilia Pascual. Sin embargo, pese a ser católica ella no tenía respuestas. Entonces comenzó a leer libros sobre el catolicismo y a buscar en internet. Así fue como se fue enganchando a la fe de su infancia.
“En la fe católica empezaba a descubrir la belleza de los sacramentos; la vida de los santos me impresionaban mucho, también los Padres de la Iglesia. No podía creer lo que estaba leyendo”, cuenta. Al final de las vacaciones de Navidad tuvo la certeza de que si quería ser cristiana tenía que ser católica.
La Teología del Cuerpo
En la universidad se integró en el apostolado del campus, y poco a poco se dejó hacer por el Señor. Por fin pudo confesarse, asistir a misa y comulgar. Era otra joven. Y así fue descubriendo toda la riqueza del catolicismo, como la Teología del Cuerpo de San Juan Pablo II, donde “descubrí quien soy como mujer, descubrí mi feminidad, que soy hija de Dios, saber que soy amada, que soy bella, que Dios tiene un plan para mí en el que puedo confiar".
“Me di cuenta de que la verdad no está para condenarme, sino para mostrarme lo que Dios puede hacer así como su grandeza”, cuenta la que ahora es una mujer adulta y casada.