Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Para Géraldine fue el inicio de un cambio radical en su vida

La ayuda de un profesor en un examen tenía «precio»: acudir a un encuentro de jóvenes cristianos

Géraldine.
Géraldine quedó tan 'enganchada' al amor de Dios que pensó ser monja ermitaña.

C.L.

En el hogar de Géraldine “ni se hablaba de Dios ni se rezaba”. Las únicas misas que recuerda son bodas, funerales y, eso sí, la misa del Gallo a la que acudía en Nochebuena con su abuela, feliz porque iba seguida de un chocolate caliente y los regalos navideños.

Tensiones y desgracias

El ambiente entre sus padres se fue tensando (“no se entendían en absoluto”) hasta que, cuando ella tenía 16 años, se divorciaron “en circunstancias muy difíciles”. Ella concibió un gran resentimiento hacia su padre: “En ese momento, le rechacé”.

Al año siguiente sufrió otra desgracia: su novio de 17 años se despeñó desde 50 metros haciendo alpinismo y se mató en el acto.

“Estos dos acontecimientos, en dos años sucesivos, fueron determinantes para mí”, confiesa al contar su historia de conversión a Découvrir Dieu, “porque me dije: el amor no existe, ¿para qué apegarse a nadie? ¡Vivamos!”

Inició su carrera universitaria viviendo una fiesta continua: “Por encima de todo, no quería atarme a nadie, así que multiplicaba mis conquistas. En cuanto alguien me sugería una relación algo más duradera, en ese mismo momento le ponía fin. Así viví varios años”.

Un profesor benévolo

Un día, cuando tenía 22 años, se miró al espejo y se dijo a sí misma: “Querida, ¿cómo vas a acabar? ¡Terminarás fea y sola!”. Pero no había reacción: “No sabía qué hacer para cambiar de vida, ¡era incapaz!”

Con ese espíritu de derrota y de dejarse llevar llegó el final de sus estudios. Tuvo un examen oral con un profesor de Filosofía, quien le hizo una pregunta que no supo responder: “¡No la sé!”, replicó, “pero me da lo mismo”.

Para su sorpresa, el profesor le facilitó las cosas: “No se preocupe, le planteo otra cuestión”. Que resultó ser sobre la libertad religiosa. “Y no sé qué le dije, probablemente le planteé mis dudas, mis interrogantes, mi desarraigo”, explica Géraldine: “¡El caso es que me puso un 19 sobre 20 en el examen! Y además me invitó a un encuentro de jóvenes cristianos: ‘Es algo genial’, me dijo, ‘ya verás, gente muy alegre y amistosa’. Su nombre figuraba en el folleto que me entregó, porque él daba una conferencia”.

Tras esa ayudita en el examen, Géraldine reconoce que acudió al encuentro porque se sentía moralmente obligada, “pero también un poco por curiosidad”.

¿Por qué ellos sí y yo no?

El encuentro al que se refería el profesor era el tradicional Fórum de Jóvenes que organiza cada verano la Comunidad del Emmanuel en Paray-le-Monial, la localidad en el centro de Francia donde Santa Margarita María Alacoque recibió a mediados del siglo XVII las apariciones del Corazón de Jesús.

Así fue el Fórum de Jóvenes de 2022 en Paray-le-Monial.

 “Cuando llegué”, evoca Géraldine, “había unos cinco mil jóvenes de muchas nacionalidades distintas. Confieso que el ambiente me atrapó. Pero, al mismo tiempo, me sentía un poco de lado, porque todos esos jóvenes estaban contentos, felices, chocaban las manos, mostraban una alegría realmente desbordante. Mientras que yo me encontraba triste como una piedra. ¿Por qué ellos sí y yo no?, me preguntaba”.

Además, el alojamiento era precario y a ella le tocó dormir en la enfermería, con lo cual todas las mañanas tenía que recoger sus cosas y dejar la cama libre para cualquier eventual enfermo. Así que cada mañana se repetía: “Se acabó, me largo. No comprendo nada, están todos locos”. Pero cada mañana también permanecía, porque le apetecía quedarse.

La confesión

Al tercer día de su estancia, estaban programadas confesiones: “Yo no sabía exactamente qué era la confesión, pero me dije que podría hacer la prueba, pues allí decían que uno se acercaba más a Dios cada vez que se confesaba. Yo no conocía a ese Dios que era, visiblemente, la razón para vivir de aquellos jóvenes. Decidí probar”.

“Vengo a confesarme porque he olvidado a Dios en mi vida”, le dijo al sacerdote, quien la ayudó a suplir su falta de práctica: “Le conté todo lo que me había herido desde mi infancia, mi adolescencia, mi juventud, todo aquello contra lo que yo luchaba y no podía poner en orden. Recuerdo que, cuando me dio la absolución, comprendí de golpe que Dios me amaba, que me había dado un corazón que estaba hecho para amar y para recibir amor, y no para desperdiciarlo”.

Géraldine salió de aquella confesión “completamente diferente y dispuesta a vivir otra vida”. Y tomó otra determinación radical: no volvería a casa, porque en su ambiente todo aquel cambio se desvanecería enseguida. Optó por quedarse un año en Paray-le-Monial y convivir con otros jóvenes para formarse y misionar en las parroquias.

La historia de Géraldine, contada por ella misma.

“Aprendí a convivir con otros, que fue lo más duro porque yo me había hecho a mí misma y había construido mi pequeña vida y era bastante egoísta”, comenta, “y sin embargo allí había que compartir, comer juntos, lavar los platos, acostarse a horas razonables para que los demás pudiesen dormir… y, sobre todo, mantener relaciones auténticas y dejarse amar, algo a lo que no estaba acostumbrada en absoluto”.

Ermitaña o esposa

Tan alegre y feliz acabó ese año, que llegó a la conclusión de que el único amor que realmente valía la pena era Dios, y concibió la idea de ser monja y vivir como ermitaña: “Sin embargo, ciertos acontecimientos, ciertos encuentros, ciertas conversaciones, me hicieron darme cuenta de que aquello era una huida. En aquel grupo de amigos en el que estaba había un joven que no era mucho de mi estilo, pero a quien, a partir de un cierto momento, empecé a mirar de otra manera. Le dije a Dios: ‘Si lo que quieres para mí es la vida religiosa, ¡genial! Me lanzo a ello. Pero si es el matrimonio… ¡tienes que ayudarme!’”

Géraldine nos saca de dudas: fue esto segundo lo que pasó. “Nuestros sentimientos se unieron y empezamos un camino juntos. Y no lo lamento, aunque al principio fue difícil para mí dejarme querer. Mi marido tuvo que ser muy paciente y ‘domesticarme’”, dice usando el término con el que el zorro de El Principito de Antoine de Saint-Exupéry definía esos vínculos de los que ella había escapado hasta entonces: “Puedo decir que verdaderamente Dios me reconcilió también con el amor humano”, concluye.

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