Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

«No me dejes, cógeme fuerte a mí y a mis hijos, vamos a luchar»

Rosa Pich cuenta cómo pidió auxilio a la Virgen cuando su marido murió y quedó sola con sus 15 hijos

Rosa Pich cuenta cómo pidió auxilio a la Virgen cuando su marido murió y quedó sola con sus 15 hijos
Rosa Pich-Aguilera, junto al presidente de la Fundación Cari Filii, Luis Cort.

Cari Filii

“Pobre Rosa, viuda con quince hijos… ¡No! ¡Qué suerte Rosa, viuda con quince hijos! ¡Cuánto más duro sería con uno solo!”: así, tomando como ejemplo algunas palabras con las que muchas personas le muestran su afecto, resumía Rosa Pich-Aguilera la importancia de la familia numerosa. En marzo del año pasado falleció su esposo, Chema Postigo, un mazazo especialmente duro porque el proceso desde el diagnóstico del cáncer y de su gravedad hasta su muerte apenas duró unas semanas.

“¿Entiendes? No mucho. ¿Has llorado? Hasta secárseme los lacrimales”, explicaba: “Pero tienes que pensar en que tus hijos tienen derecho a una infancia feliz, y entonces te diriges a la Virgen porque sabes que Nuestra Madre nos da la mano y no nos suelta, y le dices: ‘No me dejes, cógeme fuerte a mí y a mis hijos, vamos a luchar'”.

Este martes, Rosa Pich-Aguilera habló en Madrid sobre cómo Vivir en familia la devoción a María, título bajo el que se convocó la conferencia. Fue presentada por Luis Cort Lagos, presidente de la Fundación Cari Filii: madre de 18 hijos, de los que viven quince, y autora de un bestseller sobre la vida en familia, ¿Cómo ser feliz con 1, 2, 3… hijos?, durante cuya agotadora promoción se revelaron los síntomas más graves de la enfermedad de su marido.

Emocionada en algunos momentos de su evocación de aquella época, recordó sin embargo cómo su familia aprovechó la circunstancia del impacto social de esa pérdida para un fértil apostolado mariano: el Rosario. En el velatorio y los dos funerales, en Barcelona y en Madrid, repartieron 10.000 rosarios: “A todo el que me preguntaba ‘¿Qué podemos hacer por ti?’ le daba un rosario y le pedía que lo rezasen. ¡Diez mil rosarios! ¿Os imagináis lo contento que tiene que estar el demonio?

Rosa habló de las circunstancias en que nacieron sus hijos, de por qué decidieron tener todos los que Dios quisiera y su determinación de no permitir que nadie lo cuestionase, de las dificultades que se les presentaron… pero también de las ventajas de una familia numerosa: “Las alegrías se multiplican y las tristezas se comparten“.


Poco después del entierro de Chema, marido de Rosa, toda la familia fue a Torreciudad para ponerse a los pies de la Virgen

“Nuestros hijos nos tienen que ver rezar”
Buena parte de su intervención se centró es explicar la importancia de la oración en familia, y en particular del Rosario: “Nuestros hijos nos tienen que ver rezar”, repitió varias veces, “porque la piedad la enseñamos papá y mamá”.

“Les obligamos a hacer lo que es conveniente para ellos. Les obligamos a ir al colegio, les obligamos a comer… ¿Por qué no a rezar? Si de 24 horas que tiene el día no tenemos ni siquiera 12 minutos, que es lo que se tarda en rezar el Rosario, para dedicarle a Dios y a la Virgen, ¿qué hijos estamos educando?“, se preguntó.

Y, recordando a los presentes que los niños y jóvenes ven a diario en la calle droga, pornografía, violencia…, hizo una propuesta: “¡Vamos a levantar una pared para que el demonio no entre en casa!“. Pared que no es otra que esa oración rezada en común, en la que hay que persistir con fidelidad a pesar de las dificultades que impone la vida diaria, y en ocasiones de la misma pereza o rechazo de los hijos: “En todas las apariciones de la Virgen nos pide siempre lo mismo: rezad el Rosario… Y hemos de hacerlo, porque los cristianos sabemos que, ante los problemas de la vida, podemos rezar, y sabemos además que los milagros existen“.

“Nuestros hijos nos tienen que ver rezar”, insistía, y hay muchos momentos en los que hay que acostumbrarles a hacerlo: “Nada más levantarse, el ofrecimiento del día; la bendición de la mesa; el Rosario en familia; alguna jaculatoria al pasar delante de una iglesia…” Y siempre acudiendo a María en las dificultades, diciéndole con confianza, como exhortó a hacer: “¡Virgencita, danos la mano y cógenos fuerte!

Nuestra fe es un don, y no nos tiene que dar vergüenza expresarla y vivirla“, afirmó Rosa Pich en los momentos finales. Y la ovación final expresó la convicción común de estar recibiendo desde hace años de la familia Postigo Pich un hermoso ejemplo de ello.

Artículo publicado originariamente en Cari Filii News

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