«Roma me llamaba a casa y respondí»
De musulmana a atea militante, llegó a la Iglesia Católica al ver un Dios que era amor y no temor
Para llegar al catolicismo hay personas que recorren caminos más largos que otros, aunque todos hayan llegado al final al mismo puerto. Una de ellas fue Derya Little que llegó a la Iglesia no sin dificultad. Fue educada y criada como musulmana en Turquía, se hizo atea militante en un país laico aunque profundamente musulmán. Fue seducida por las enseñanzas de Cristo y se hizo protestante hasta que finalmente ha sido en la Iglesia Católica donde ha podido responder a todos los interrogantes que tenía pendientes.
Este viaje tiene su inicio en Turquía. Era una niña musulmana educada así en casa y en la escuela. Su testimonio lo comienza el día en que renegó de su fe en Alá, en octavo curso. Su maestro le obligaba a recitar una oración en un examen. Lo hizo pero en cuanto llegó a su pupitre gritó: “¡Sabéis, Dios no existe!”. Fue expulsado en ese instante del aula.
De musulmana a atea
Ese ateísmo convencido se fue forjando con la ruptura del matrimonio de sus padres. “La fe musulmana a la que me aferré durante tanto tiempo no me dio ningún consuelo. Como mis oraciones quedaron sin respuesta, una duda se mantuvo en mí: ¿Había alguien escuchando? Empecé a dudar de los que mis padres me enseñaron”, afirma en el National Catholic Register.
Entonces decidió intentar resolver sus dudas y cuenta que “por primera vez en mi vida, el temor servil que se me inculcó desde la infancia cedió y decidí leer sobre Mahoma y el Islam por mi cuenta. Lo que descubrí sobre la vida de Mahoma fue increíble”.
“Era un hombre al que no quería seguir –recuerda Derya- y a partir de entonces, fue un paso corto hacia el ateísmo, porque el único dios que conocí era un Alá irracional, caprichoso y sin amor”.
Buscó refugió en las ciencias y en una vida de libertinaje y embriaguez, donde la moral no existía. Sabía que iba a un abismo pero “no tenía dónde ir”. Así pasaron años con rechazo a cualquier cosa que sonara a religión o tradición.
Sin embargo, Derya explica que “el Señor sabía que yo necesitaba a alguien tan decidido y crítico como yo, así que me envió a un misionero protestante en una ciudad de cinco millones de personas donde las iglesias son extremadamente difíciles de encontrar”.
El encuentro con Cristo
“Yo, que creía haber descubierto los secretos del universo quería liberar a esa chica de las cadenas serviles de un dios falso. Ella, por su parte, vio en mí a una joven quebrantada y pecadora, a quien sus padres le hicieron daño. A pesar de mi conducta rebelde hacia cualquier sistema de creencias, ella sabía que yo estaba desesperadamente necesitada de gracia”, cuenta esta joven.
Tres años estuvieron ambas discutiendo sobre ateísmo y cristianismo. Horas de charlas, de argumentaciones hasta que al final Derya cedió porque “la ciencia no podía proporcionar todas las respuestas y podría haber un dios”.
Ella empezó a asumir que podría existir Dios pero no podía dejar de preguntarse cómo podría seguir a un Ser que permitía tanto mal. “No entendía el pecado ni el libre albedrío hasta que leí un capítulo de Dovstoieski que trataba las tentaciones de Cristo en el desierto. Entonces comprendí que todo el mal en el mundo es cometido por los seres humanos”.
Derya Little ha publicado su testimonio en el libro, editado en inglés por Ignatius, "Del islam a Cristo"
Un Dios que quería ser amado, no temido
Además, Derya descubrió que “para ser verdaderamente libres, no esclavos, tenemos que tener libre albedrío, lo que significa que podemos pecar, y por tanto que habrá víctimas. Por primera vez vislumbré a un Dios que quería que lo amáramos, no simplemente que le temiéramos”.
A los 22 años se convirtió al cristianismo y se bautizó en una iglesia protestante. “Ahora, yo era la hija del Rey eterno que me amaba incondicionalmente. Esta vez, el miedo que sentía era filial, donde un niño teme decepcionar a su padre”.
En la Iglesia Católica encontró todas las respuestas
En su camino ya había recorrido un buen trecho pero todavía tenía preguntas importantes que el protestantismo no le podía responder. Su corazón seguía en búsqueda. ¿Cómo era que la Biblia era la única autoridad si durante siglos no hubo Biblia? ¿Cómo podía ser que no podíamos perder nuestra salvación? ¿Elimina Dios el libre albedrío una vez que se llega a ser cristiano? ¿Cómo podía ser que Jesús que murió en la cruz ascendió al cielo sin dejar a nadie para guiar a sus seguidores? Estas eran algunas preguntas que se realizaba constantemente.
Y las respuestas llegarían después de que un buen amigo suyo se convirtiera al catolicismo. En su intento de hacerle ver todos los errores de la Iglesia, ella empezó a tener contestación a todas las preguntas. “Sí, Cristo había dejado una autoridad para guiarnos. No. No fuimos salvados solo por la fe. Sí, el Espíritu Santo era capaz de proteger las enseñanzas de Cristo. No, el libro del Génesis no era una narración científica. La Iglesia Católica, para mi propia sorpresa, era capaz de conciliar la fe y la ciencia”.
Así, Derya concluye su testimonio contando que “Roma me llamaba a casa y respondí”. “Cristo en su gran misericordia y amor abrió mi corazón y puso siervos suyos en mi camino, guiándome en última instancia a la misma Iglesia que Él fundó”.