Le gustaba decir misa en las alturas
Don Pierino, el sacerdote-montañero que llevó a la Virgen hasta la cima más elevada y escarpada
Don Pierino Balma, sacerdote y montañero, se propuso instalar una imagen de la Virgen María en el lugar más elevado de Italia, y lo consiguió. Fue en 1954 y es la historia de la Madonna del Gran Paraíso, que cuenta Luisella Scrosati en Il Timone y recoge el portal mariano Cari Filii:
La Punta Madonna. Foto: Pirineos3000
Cuando en los colegios se pregunta cuál es la cima más alta de Italia se responde, unánimemente, el Mont Blanc. En realidad, hay quien sostiene que la cima de 4.810 metros se encuentra en territorio francés; en este caso, la cima más alta de Italia debería considerarse la antecima de la cumbre, es decir, el Mont Blanc de Courmayeur, con sus 4.765 metros. En cualquier caso, la montaña totalmente italiana más alta de la península no es el Mont Blanc. Y tampoco lo es Punta Dufour, en el Macizo del Monte Rosa, cuya cima está en Suiza; ni la punta Nordend, también en el Macizo del Monte Rosa, que tiene una buena parte de sus vertientes en territorio helvético, como el monumental Cervino.
Hay un cuatromil maravilloso, que pertenece a un macizo que cae por entero en territorio italiano: el Gran Paraíso. Con sus 4.061 metros de altitud, el Gran Paraíso es la cima más alta del macizo homónimo, que se extiende, en su parte norte, por el Valle de Aosta, el Valle de Cogne y Valsavarenche, y en la parte sur, por los Valles del Orco y de Locana.
Un sacerdote montañés
Fue precisamente un sacerdote piamontés, don Pierino Balma Marchis, nacido el 12 de abril de 1909 en Sparone, un pequeño municipio del Valle del Orco, a mil metros da altura, quien tuvo la idea de que la montaña italiana más alta acogiera a la Reina del Cielo y de la Tierra. Este sacerdote amante de la montaña y, más aún, de la Madre de Dios, que vivía como un eremita pero que, al mismo tiempo, amaba estar entre la gente sencilla de sus valles, que se alimentaba de manera frugal con un poco de polenta y toma [queso de leche de vaca típico del Piamonte] y que intentaba ayudar a los más pobres con lo que sobraba, tenía una idea fija: escalar las montañas para celebrar la misa en las cumbres.
Don Pierino celebra misa en 1959 en el Mont Blanc, a 4810 metros de altitud.
Para él, cada cima era un santuario a cielo abierto, construido directamente por Dios, que estaba esperando a ser consagrado por la presencia sacramental del Señor. Y mientras celebraba la misa con todos los paramentos litúrgicos, sin excluir ninguno, contemplaba las montañas que le rodeaban, que consideraba "un rosario de cimas con su cándido velo, casi recogidas en oración para asistir a la celebración de la misa".
Don Pierino quería ir allí arriba, al Gran Paraíso, para celebrar la misa, pero no quería ir solo: quería celebrarla ante la Reina del Paraíso. Estaba convencido de que la Virgen se encontraría particularmente cómoda en la cumbre porque, según él, desde siempre "ha mostrado especial simpatía y predilección por las montañas, con tantas apariciones suyas en montes y valles solitarios". Por este motivo, aprovechó la ocasión del Año Mariano de 1954 y comenzó a enredar con los scouts para poder llevar a la cima del Gran Paraíso una estatua de la Virgen. A él le tocó ponerse en contacto con la Asociación de los Guías Alpinos y los municipios valdostanos; a los scouts, ocuparse de la estatua. Se inició una subscripción para comprar una estatua de yeso que representara a la Virgen de Lourdes, que serviría de modelo para llevar a la fundición, donde se procedió a una colada de una aleación particular de metal, el anticorodal, especialmente apta para resistir a la corrosión de las cotas altas y los agentes atmosféricos. Después hicieron construir el armazón de hierro, sobre el cual colocar la estatua, y el pararrayos.
La Virgen sube en una mochila
Todo estaba a punto. El 2 de junio de 1954, en el Santuario de la Consolata de Turín, monseñor Giuseppe Carneri, obispo de Susa, bendijo la estatua, que fue llevada a hombros por los scouts, en procesión, en la iglesia de Santa Teresa. Después, partieron hacia la parroquia de Campiglia Soana, donde la acogió don Balma, que celebró la misa. A partir de aquí, se inició una verdadera peregrinación entre las distintas parroquias de los valles del Gran Paraíso, primero en la parte piamontesa, luego en la valdostana. La última etapa, antes de la ascensión, fue la parroquia de Valsavarenche, con una gran acogida popular. Y, después, arriba, arriba, por el valle homónimo, hasta el municipio más alejado, Pont, situado a 1.541 metros de altitud. Aquí, la Virgen salió de la cómoda furgoneta para acabar dentro de una mochila: había que tomar el sendero que lleva al refugio Vittorio Emmanuele II, situado a una cota de 2.735 metros, donde más de cien personas esperaban a la Virgen, que llegó el 3 de julio de 1954, a las cuatro de la tarde.
Mientras tanto, un grupo de alpinistas ya había subido al pico de la cima para fijar el armazón sobre el que, al día siguiente, se pondría la estatua. Fue una hazaña. La estructura pesaba veinte kilos, a los que había que añadir la maza y las barras de mina, que sirven para agujerear la roca. Se hicieron cuatro agujeros a mano, a 4.000 metros de altura y tras cuatro horas de un trabajo duro y agotador. El guía, Amabile Blanc, maniobraba la barra de mina, mientras Roberto y Luigi Chabod, Luciano y Primo Berthod, todos de Valsavarenche -este último era un muchacho de 17 años, que trabajaba en el refugio y que, a lo largo de su vida, volvió unas 500 veces a ver a la Virgen-, hacían turnos para golpear la roca con la maza. Cuando la roca cedió, introdujeron el armazón. Después bajaron a toda velocidad al refugio, pasando por el glaciar del Gran Paraíso.
El día después, la dolce Castellana d'Italia ["la dulce Dama de Italia"], como la llamará don Pierino, subió a su trono, en el cuatromil enteramente italiano. Roberto Chabod pudo descansar sólo unas horas porque había que volver a la cima para fijar las abrazaderas con plomo antes de que llegase la estatua. En plena noche, con los ojos aún ardiendo a causa de la reverberación del sol sobre el glaciar durante la ascensión del día anterior, Roberto emprendió su camino, acompañado esta vez por Basilio Carlin di Cogne.
La cordada
La mañana del 4 de julio, después de celebrar la santa misa en el salón del refugio, metieron la estatua de la Virgen, de más de un metro de altura y once kilos de peso, dentro de una mochila, de la que sobresalían dos tercios de la misma. Meta: la cumbre del Gran Paraíso. El clima fue de lo más inclemente y las cordadas de los alpinistas sufrieron el azote, durante toda la subida, de un viento fortísimo, unido a una tempestad y frío.
Sin embargo, consiguieron llegar a la cima y en cuanto la Virgen estuvo ya fija en su "trono" salió el sol y las nubes inundaron los valles, regalando ese increíble espectáculo del que sólo se puede disfrutar en la montaña. En la cumbre, con la Virgen situada en su lugar, don Piero ya podía celebrar la santa misa.
Capellán de Su Santidad
Pero don Balma no se detuvo aquí: también acogieron al sacerdote enamorado de la montaña, la Virgen y la Eucaristía el Mont Blanc, el Cervino, la Torre del Gran San Pietro (situada frente al Gran Paraíso, en la vertiente del Cogne), la Rosa dei Banchi y muchísimas otras cumbres del Piemonte y del Valle de Aosta. Subió muchas otras veces a la cima del Gran Paraíso, para estar con la Virgen, hasta que las piernas y sus pulmones se lo permitieron.
Don Pierino, el humilde sacerdote alpinista, que con ocasión de sus setenta años de sacerdocio recibió el título honorífico de Capellán de Su Santidad y, por ende, el título de monseñor, por parte de Juan Pablo II (otro "sacerdote" amante de la montaña), se reunió con la Virgen el 11 de agosto de 2003, a la edad de 94 años. Ella, la Virgen, sigue allí, Inmaculada entre la nieve inmaculada.
La Virgen volvió al valle en octubre de 2004 para ser restaurada. Fue devuelta a su lugar, de nuevo metida en una mochila, por sus alpinistas el 4 de julio de 2004, exactamente 50 años después de su primera llegada a la cima. La dulce Dama de Italia sigue con las manos juntas y los ojos elevados al Cielo intercediendo por nuestra patria. Y la Suya.
Traducido por Elena Faccia Serrano.
Publicado originalmente en Cari Filii.