Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Evgeny y su esposa Natalya empezaron a ir a misa a los 45 años; Juan Pablo II tiene que ver

Eran rusos en un país comunista de África, sonó una campana, era Navidad... y la fe tocó su corazón

Evgeny y Natalya Toptunov cuentan su historia de conversión que pasa por 4 países
Evgeny y Natalya Toptunov cuentan su historia de conversión que pasa por 4 países

Pablo J. Ginés/ReL

Evgeny Toptunov y Natalya Mirskaya empezaron a ir a misa dominical cuando tenían unos 45 años, hace 3 décadas, en 1991, en la parroquia de San Luis de los Franceses en Moscú. Y allí siguen.

Su primer contacto con la Iglesia Católica fue bastantes años antes, en Navidad. Pero no en las navidades blancas de Rusia, sino en unas navidades africanas, contemplando asombrados la seriedad alegre con la que los niños acudían a misa en Guinea Conakry. Desde el inicio tuvieron clara la universalidad de la fe católica. Han contado su historia a Olga Khrul en Ruskatolik.rf.

Sin religión de jóvenes... pero creían en Dios

Natalya y Evgeny (Zhenya, para los amigos) son moscovitas, se conocieron en la Universidad de Moscú estudiando el primer curso de Filología, y durante los cinco años de universidad solo fueron buenos amigos. Pero poco después de recibir sus diplomas en 1969 algo "empezó a cambiar", se enamoraron y se casaron. Él encontró un trabajo de profesor de lengua en el Instituto de Acero y Aleaciones de Moscú, donde trabajó casi toda su vida.

Aunque no habían recibido ninguna formación religiosa, ambos creían en Dios, a su manera. A veces acudían a una iglesia ortodoxa a poner alguna vela, como un acto especial. Lectores voraces de literatura, cultos, entendían la pregunta sobre Dios.

Como profesores de ruso como lengua extranjera, en su juventud vivieron en dos países de la órbita comunista: dos años en Guinea Conakry, en África (en 1974 y 1975) y cuatro años en Argelia. Y en esos dos países de mayoría musulmana tuvieron sus primeros contactos con la fe católica.

La Navidad en una dictadura africana

En Guinea Conakry gobernaba el dictador comunista Ahmed Sekou Touré. En 1967 había expulsado a los misioneros europeos. En 1969 era ordenado un joven Robert Sarah que llegaría a cardenal en el siglo XXI, pero era entonces uno de los únicos 9 sacerdotes nativos en el país. En 1970 la dictadura encarcelaba al arzobispo de Conakry, Raymond-Marie Tchidimbo, que pasó 9 años en el siniestro campo de prisioneros Boiro.

En 1974, a ese país pobre y con una iglesia aún más pobre y perseguida, llegaron Natalya y Evgeny. Les habían dicho: "prepararos como para una isla desierta, llevad de todo, menos ropa de abrigo". "No había tiendas, era imposible comprar nada que no fuera fruta. Si se rompía el cepillo de dientes, a cepillarse con el dedo; si se rompía el vaso, a beber de una lata. Los técnicos soviéticos recibían un cargamento de comida enlatada que, al parecer, llegaba por barco desde Nueva Zelanda. Apareció el primer semáforo en Conakry, la capital. No había asfalto en ningún sitio", recuerda Natalya.

Cada mañana les despertaba el canto del muecín desde la mezquita. Por eso les asombró un sonido especial: el 24 de diciembre de 1975, Nochebuena, "¡oímos sonar una campana! Seguimos ese hermoso sonido, y vimos una iglesia, y alrededor de ella, una procesión con la Cruz. Los niños pequeños, negros, con túnicas blancas, parecían ángeles", comenta Evgueny.

"Tenían rostros increíbles, inspirados, sublimes. Los niños no saben fingir, pensamos. Si están así, es que se sienten así, es que hay algo aquí... Era una sensación de algo familiar. Aquí estamos lejos del mundo, de la civilización, y el Señor está aquí, y eso da la sensación de que estamos en casa", explica Natalya.

Un mensaje en francés en Argelia

En 1981 llegaron a Argelia. Vivían en Boumerdes, pequeña ciudad llena de técnicos soviéticos a 60 kilómetros de la capital. Visitaron sus ruinas romanas, el desierto... En Argel, en 1984, vieron la catedral católica, Nuestra Señora de África.

Nuestra Señora de África, basílica menor en Argel

Nuestra Señora de África, basílica menor y catedral católica en Argel

Allí, en círculo en el edificio, se podía leer una inscripción en francés. La tradujeron: "Si le das gracias a Dios por lo que te da, no tendrás tiempo para ser infeliz". Natalya quedó impactada por esas palabras: "son palabras que me han ayudado mucho, a mí y a otras personas, en todos estos años".

El catolicismo les atraía muy ligeramente, como algo curioso que encontraban en la literatura o la historia... "El príncipe Gagarin, el decembrista Lunin, el escritor Venedikt Erofeev eran católicos", enumera Evgueny. Natalia había leído la monumental tetralogía del premio Nobel Thomas Mann sobre José y sus hermanos en Egipto, publicada entre 1933 y 1943, muy alabada como obra literaria. "¿Podríamos considerarla como una especie de catequesis?", plantea ella. No lo era... pero a ella sí le sirvió para adentrarse en la fe.

José y sus hermanos, libro de Thomas Mann

"En Argelia, tuvimos una vida creativa muy rica: organizamos veladas de poesía, realizamos reseñas de revistas literarias, incluso creamos nuestro propio estudio literario... Y cuando regresamos a Moscú, sentimos una especie de vacío", recuerda Natalya.

Pronto conocieron al poeta David Samoilov. Natalya fue su secretaria literaria y disfrutaba mucho del trabajo y su ambiente cultural y amistad, hasta que el poeta murió en 1990. Para entonces, el Muro de Berlín había caído y ellos se sentían de nuevo con un gran vacío.

La JMJ de 1991 en Czestochowa: jóvenes de las dos Europas

El Papa Juan Pablo II convocó la Jornada Mundial de la Juventud de 1991 en Polonia, en el santuario de la Virgen en Czestochowa. Era una gran ocasión para los jóvenes de Europa oriental de viajar y de conocer jóvenes de Occidente. El Muro de Berlín y el comunismo habían caído. En Rusia aún no estaba claro, pero muchos jóvenes rusos vieron la posibilidad de ir a este encuentro europeo, como su primer viaje al extranjero. Incluyendo la hija de Natalya y Evgueni. No se pedían visados ni pasaportes.

El matrimonio se apuntó con otras personas de mediana edad. Viajaron en tren y montaron una tienda en el campo por primera vez. Llovió esa noche y su tienda aguantó muy bien, quizá por milagro, mientras otras se inundaban.

A la mañana siguiente, empezaron a llegar peregrinos alegres, sacerdotes con guitarras, religiosas que reían y cantaban... "No sabíamos que eso pudiera ser posible, nuestras ideas sobre la Iglesia eran muy distintas", recuerdan, ellos, que no sabían nada.

Como en Guinea, les asombró ver a los jóvenes escuchar con atención al Papa. "No mirábamos tanto al Papa como a los chicos, casi niños, que escuchaban atentos. Nosotros habíamos crecido en un ambiente de autoridades que mentían, estábamos acostumbrados a discursos vacíos, que nadie escucha, que entran por un oído y salen por el otro, pero esos chicos escuchaban al Papa y sus rostros se iluminaban..."

Juan Pablo II en Czestochowa en 1991 y el himno Abba Padre (Abba Ojcze, en polaco) que cantaron los peregrinos... y los Toptunov

"Por la noche, hubo misa en Jasna Gora, y de nuevo vimos esos rostros hermosos por todas partes. No entendimos nada de la Misa, pero nos quedamos con todos, sonreímos, nos tomamos de la mano, cantamos con ellos "Abba, Padre"... en general, la tierra estaba preparada y el grano caía", recuerda Natalya.

A misa cada domingo: vivir la fe en Moscú

Al volver a Moscú, y después del intento de golpe de Estado de ese mes de agosto de 1991, el matrimonio, a sus 45 años, empezó a ir a misa cada domingo a la parroquia católica de San Luis, tradicionalmente ligada a la embajada francesa.

"El padre Viktor Voronovich nos casó [por la Iglesia] poco antes cumplir nuestra boda de plata [civil]", recuerdan. Los sacerdotes que fueron conociendo les ayudaron a entender la fe y a sobrepasar tragedias familiares, la muerte de un sobrino y otras experiencias. En 1995 se integraron en la Hermandad Familiar de Kahn, una rama rusa de la comunidad carismática francesa Chemin Neuf (Camino Nuevo) y permanecieron en ella muchos años.

También adquirieron el hábito de peregrinar por Europa a encuentros de fe, como los de Taizé en Viena, Munich y París. Los consideran peregrinaciones, no turismo, porque podían ser hasta 4 días incómodos en autobús, rezando, conociendo a los otros peregrinos, a veces con imprevistos y averías, en circunstancias siempre austeras...

A veces, un autobús se estropeaba en algún pueblo perdido en Navidad, se quedaban allí y el cura que les acompañaba celebraba la misa.

Hoy siguen implicados en la parroquia. Dicen que las personas de su edad, cultas y activas, tienen mucho que contar y compartir, pero no ya con sus hijos. La parroquia debe abrir espacios para que puedan expresarse y aportar. Pueden ser "clubes de abuelos". También se ofrecen a cuidar niños pequeños durante la misa. Creen que hay que multiplicar espacios donde jóvenes y mayores puedan hacer cosas juntos.

Cuando les preguntan por qué son católicos en un país de tradición ortodoxa, recuerdan aquella Navidad en África y dicen: "El Señor está en todas partes. Estamos en casa en todas partes".

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