Cardiólogo de renombre, padre de tres hijos y «cielino»
Dr. Schilacci, modelo de médico cristiano: mil de los asistentes a su funeral eran pacientes suyos
Podría ser una más entre las personalidades que desaparecen prematuramente, pero la muerte del doctor Giuseppe Schilacci, cardiólogo, profesor de medicina interna y director de departamento en el hospital Santa María de Terni (Umbria, Italia), casado y padre de tres hijos, ha servido para confirmar unas cualidades extraordinarias. Los testimonios de quienes le conocieron se recogen en el reportaje de Rodolfo Casadei en Tempi:
Ante una persona que en los últimos días de su vida se ha dirigido a los amigos más cercanos diciéndoles "os he dado todo… pero aún tengo mucho para daros" no se puede no sentir un temor reverencial, unido al asombro cuando se descubre que no se trata de un fundador de órdenes religiosas ni de un párroco conocido por su abnegación apostólica, sino de un médico profesor universitario y jefe de servicio de hospital, casado y padre de tres hijos.
La lápida de Giuseppe Schillaci, profesor asociado de Medicina Interna en la Universidad de Perugia/Perusa y responsable del Centro para el Diagnóstico y el Tratamiento de la Hipertensión Arterial del Hospital de Terni, que dejó este mundo el 21 de diciembre pasado, podría llevar la inscripción "científico y misionero" y sería la pura verdad. No porque se trasladase a tierras lejanas para predicar el Evangelio (aunque a lo largo de su vida realizó muchos viajes para participar en congresos internacionales relacionados con la hipertensión arterial en Oslo, Tokio, Seúl, Berlín, Londres y distintas ciudades de los Estados Unidos), sino porque se presentaba ante todos con su humanidad que la fe hacía auténtica, intentando entrar en relación con todos de una manera profunda y llena de afecto.
Funeral multitudinario
Prueba de ello fue la presencia de casi dos mil personas de toda índole y procedencia humana y geográfica (desde Lombardia a La Apulia, desde Piamonte a Cerdeña) en las exequias que tuvieron lugar en la parroquia María Reina de la Paz, a poca distancia de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Perugia. Y el hecho de que hayan tenido un recuerdo conmovido con mensajes y declaraciones públicas personas tan distintas como el cardenal arzobispo de Perugia, Gualtiero Bassetti, y la presidenta de la Región Umbria, Catiuscia Marini.
El primero, en un texto que se leyó durante las exequias, había escrito: "Todos conocíamos y amábamos a Giuseppe por su rica humanidad, por su profesionalidad ejercida con pasión y caridad, por su fe genuina. Crecido en el movimiento de Comunión y Liberación, había bebido en esa fuente inagotable de fe y compromiso que había sido el siervo de Dios don Luigi Giussani, dedicando su experiencia cristiana en favor de su familia, los amigos del movimiento, sus pacientes, nuestra Iglesia diocesana. En estos últimos años su compromiso de solidaridad había estado dirigido también hacia nuestros hermanos cristianos, humillados y perseguidos en el mundo".
Y la representante del Partido Democrático [de centroizquierda]: "La desaparición del profesor Schillaci nos causa profundo dolor. Desaparece un verdadero científico, un profesional culto y competente, dotado de gran humanidad en su relación con los pacientes. Siempre he apreciado sus dotes humanas y profesionales, expresión de una gran pasión por el trabajo y atención a los proceso de innovación y cambio en la sanidad pública regional y nacional. En todos nosotros permanecerá el recuerdo y el aprecio por sus competencias, y la amargura de no tenerlo ya entre nosotros".
Una fiebre de vida y de significado
Nació y vivió en Sicilia hasta 1988, cuando se trasladó a vivir a Umbria después de licenciarse en Medicina en Palermo y haber ejercido durante dos años como médico en el hospital militar de Agusta (Siracusa). Schillaci era hijo espiritual de don Francesco Ventorino, conocido entre los amigos como Don Ciccio, el sacerdote que implantó la experiencia de Comunión y Liberación en Sicilia. Siciliana, "ciellina" y licenciada en Medicina es también su mujer, Chiara.
Don Ciccio, una figura clave en Comunión y Liberación en Sicilia, falleció en agosto de 2015.
Según dicen todos los que le han conocido, Giuseppe aunaba en su persona las mejores cualidades del sacerdote siciliano y del movimento que había encontrado a través de éste: la total compenetración entre fe y vida; la irreprimible necesidad de juzgar los hechos de la actualidad partiendo de la experiencia de fe vivida comunitariamente; la pasión por la realidad en su totalidad; la tenacidad; la acogida y la consideración de cada persona individualmente; la fiebre de vida; el calor humano; el espíritu misionero; el sentido de pertenencia a un pueblo y a la Iglesia universal; el reconocimiento a la amistad cristiana en la que estaba implicado.
No es casualidad que la imagen con la que sus amigos lo han querido recordar -en la que aparece sentado en un banco de la espléndida Sala de los Notarios, en el centro del casco antiguo de Perugia-, incluyera el siguiente texto extraído de una de sus cartas: "Nosotros, pueblo, necesitamos ser confortados en un juicio de misericordia, es decir, que un padre, un hermano nos recuerde y nos testimonie que nuestra amistad no es un accidente, una consecuencia ética de un comportamiento correcto, sino que es deseada por Otro que nos ha llamado y ha querido que estemos juntos tal como somos, con nuestros límites".
Esos mismos amigos que, durante la misa exequial, lo recordaron desde el púlpito, confiando sus pensamientos a la voz de Elena Fruganti, profesora: "Hoy muchos de nosotros pierden a su 'mejor amigo'; para nosotros era el gigante al que seguías sin ni siquiera planteártelo, era como seguir a Jesús (…). A través de Giuseppe cada uno de nosotros ha reencontrado su propia humanidad de nuevo despierta y floreciente, capaz, más allá de todos nuestros límites, de hacerse mano, palabra e inteligencia en las manos de Otro. E, inesperadamente, nos hemos encontrado siendo parte de un pueblo, de una amistad, que da concreción a este renacer, porque para nosotros es el lugar de la Presencia, verdadero origen de ese renacimiento".
Y renacidos en la humanidad se han encontrado no sólo hermanos en la fe, sino también compañeros y ex estudiantes. Gianfranco Parati, presidente de la Sociedad Italiana de Hipertensión Arterial de la que Schillaci había sido tesorero y era, últimamente, secretario, ha escrito: "Beppe [diminutivo de Giuseppe] estaba enfermo desde hacía años. Y desde hacía años luchaba contra la enfermedad que se lo ha llevado, pero que no le ha vencido. No es casualidad si, hasta pocos días antes de su muerte, no omitiera ni anulara ninguno de los compromisos relacionados con su cargo de secretario de nuestra Sociedad. Hasta el último momento quiso honrar las invitaciones que le habían dirigido como el orador brillante que era, utilizando la tecnología para participar en los congresos a los que ya no podía asistir personalmente. Y siempre con la mayor eficacia oratoria. Ahora Beppe está en nuestra memoria, en la que permanecerá siempre por su innata simpatía, su afabilidad siciliana, sus vastos conocimientos científicos, sus capacidades profesionales. Pero lo principal es que ahora Beppe está en la tierra de los Justos y en las manos de Dios".
"Soy investigador por él"
La relevancia científica de Schillaci es indiscutible: lo demuestran 300 publicaciones científicas (218 de ellas en revistas internacionales) y la concesión, por parte de la European Society of Hypertension, del título de Centro de Excelencia europeo en hipertensión al centro que él creó y dirigió. Este último éxito tuvo lugar en los años de la enfermedad, que coincidieron con su traslado del hospital de Perugia al de Terni. Schillaci volvió a Perugia en 2016; para ello tuvo que presentar, junto a la petición de traslado, una parte significativa de sus publicaciones en papel: se necesitaron tres envíos por separado, por Correos, debido al enorme peso de los paquetes.
También sus antiguos estudiantes, ahora médicos e investigadores de renombre, han querido dar a conocer la deuda que tienen con su persona. En una carta dirigida a los periódicos locales escriben: "En sus clases estábamos todos extasiados. Nos llamaba por nuestro nombre de pila y nos pedía que nos pusiéramos en la piel del médico que quiere disipar la niebla que cubre las distintas hipótesis de diagnóstico, con el fin de acercarnos lo más posible a la solución del problema. Nos enseñó a defender una teoría, aunque inicialmente fuera sostenida sólo por el instinto, para corroborarla, posteriormente, con los datos clínicos que fueran surgiendo, pero permaneciendo siempre muy críticos respecto a la propia idea e intentado desmontarla con objeciones igualmente eficaces. El profesor Schillaci nos enseñó una epistemología heurística que no excluye a priori el impulso, el estro artístico de la intuición y la creatividad lógica".
Uno de ellos, Giacomo Pucci, actualmente es investigador universitario de medicina interna y directivo médico del hospital de Terni. Conoció a Schillaci durante la especialización en 2004 y desde entonces es su discípulo: "Brevemente diré que todo lo que sé lo he aprendido de él. Y que debido a mi relación con él decidí dedicarme a la investigación. Su relación con los pacientes era fantástica: creo que la mitad de las personas presentes en su funeral eran pacientes. Les ofrecía su compañía, independientemente de su condición clínica, y esto se convertía en un signo indeleble en la vida de cada uno de ellos, se sentían unidos a su persona. No le he visto nunca airado con sus compañeros o con el personal; estaba seguro de algunas cosas grandes, pero no estaba nunca en la posición de quien tiene algo que defender contra otros. Tenía una mirada que iba más allá de cualquier disentimiento y afirmaba que había algo más grande que le unía a toda persona que encontraba: compañeros, personal, pacientes, estudiantes. Su empatía era verdaderamente particular, algo que todos comprendían sin necesidad de explicitarlo: 'Aunque seas mi adversario en este punto, estamos juntos, pertenecemos a un único destino'. Por este motivo nadie le detestaba".
Los hermanos perseguidos
Como recordó el mensaje del cardenal Bassetti en ocasión del funeral, en los últimos años Schillaci se había implicado mucho en la cuestión de los cristianos perseguidos. Había organizado encuentros sobre este tema, promovido colectas, participado a la fundación del Comité Nazaret que, el 20 de cada mes, organiza rosarios públicos de solidaridad con los cristianos perseguidos en una docena de ciudades italianas.
Hace tres años había conocido a Ayman Haddad, un cristiano italo-sirio nativo de Damasco, ingeniero y docente de lengua y cultura árabe, residente en Italia desde 1991 y con el que tenía una gran amistad. "Más que amigos nos habíamos convertido en hermanos", dice Haddad. "Le visité por última vez el 15 de diciembre, una semana antes de su fallecimiento, y le vi como siempre, a pesar del evidente sufrimiento. Celebramos juntos la liberación de Alepo y comentamos las noticias de prensa que me había enviado por email unos días antes. Giuseppe estaba siempre informadísimo, profundizaba los detalles; cuando hablábamos parecía que hubiéramos crecido juntos en Damasco. La causa de los cristianos sirios se había convertido en su causa personal, quería que todos viéramos en ellos a unos hermanos. De él me asombraban sobre todo el amor por la vida y la tenacidad. No desperdiciaba ni siquiera un instante de la vida, quería entregarse totalmente hasta el final. Amaba hablar como escuchar y sus interlocutores se asombraban de esto. Ha sido un gran sembrador de bien en las personas que le han conocido; algunos amigos y yo lo llamábamos precisamente así, 'el sembrador'. Fue un asombro para mí saber que Sembrador a la puesta de sol de Van Gogh era uno de sus cuadros preferidos; tenía incluso una reproducción en su estudio y sus hijos han utilizado esta imagen para recordarlo".
El sembrador fue pintado por Van Gogh en 1888.
En los últimos dos años de vida ha sido su amigo Egisto Mercati, hoy presidente de la asociación cultural Esserci [Estar]. "Hace dos años le llamé por teléfono y, en pocos minutos, le había hablado de la necesidad de amistad verdadera y de ir hasta el fondo en lo que algunos amigos sentíamos como una urgencia. Se adhirió enseguida: 'Cuenta conmigo. ¿Cuándo nos vemos?'. Entró con energia, atrayendo a todos a su alrededor. Le hemos visto moverse, suscitando la atracción de todos porque cada uno le importaba, dando vida a una gran cantidad de gente. Nunca perdió el tiempo, nunca se sentó a la mesa con prisas. Nunca le oí hablar mal de alguien, o contra alguien, pero cuando descubría un error evidente esto le turbaba y se preguntaba: 'Pero, ¿cómo es posible?'. Vivió lo real con intensidad, captando en cada instante la posibilidad de verdad y de relación con todos. A principios de diciembre, de repente, me dijo: "¡Qué bonito es Esserci!". Y me acordé de cuántas veces, sin lamentarse y sin hacerlo pesar, cambió su agenda posponiendo compromisos académicos porque teníamos que vernos, quitando horas al sueño y trabajando de noche por el cargo de su profesión. En los últimos tiempos hablamos también de la muerte, de este incumbir que nos desplaza, nos pone al desnudo: nunca noté en él una rebelión; más bien insistía, enigmático, en preguntarse cuál sería su tarea, después. Porque sentía que lo que Dios ha iniciado no acaba nunca”.
Traducción de Helena Faccia Serrano (diócesis de Alcalá de Henares).
Ante una persona que en los últimos días de su vida se ha dirigido a los amigos más cercanos diciéndoles "os he dado todo… pero aún tengo mucho para daros" no se puede no sentir un temor reverencial, unido al asombro cuando se descubre que no se trata de un fundador de órdenes religiosas ni de un párroco conocido por su abnegación apostólica, sino de un médico profesor universitario y jefe de servicio de hospital, casado y padre de tres hijos.
La lápida de Giuseppe Schillaci, profesor asociado de Medicina Interna en la Universidad de Perugia/Perusa y responsable del Centro para el Diagnóstico y el Tratamiento de la Hipertensión Arterial del Hospital de Terni, que dejó este mundo el 21 de diciembre pasado, podría llevar la inscripción "científico y misionero" y sería la pura verdad. No porque se trasladase a tierras lejanas para predicar el Evangelio (aunque a lo largo de su vida realizó muchos viajes para participar en congresos internacionales relacionados con la hipertensión arterial en Oslo, Tokio, Seúl, Berlín, Londres y distintas ciudades de los Estados Unidos), sino porque se presentaba ante todos con su humanidad que la fe hacía auténtica, intentando entrar en relación con todos de una manera profunda y llena de afecto.
Funeral multitudinario
Prueba de ello fue la presencia de casi dos mil personas de toda índole y procedencia humana y geográfica (desde Lombardia a La Apulia, desde Piamonte a Cerdeña) en las exequias que tuvieron lugar en la parroquia María Reina de la Paz, a poca distancia de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Perugia. Y el hecho de que hayan tenido un recuerdo conmovido con mensajes y declaraciones públicas personas tan distintas como el cardenal arzobispo de Perugia, Gualtiero Bassetti, y la presidenta de la Región Umbria, Catiuscia Marini.
El primero, en un texto que se leyó durante las exequias, había escrito: "Todos conocíamos y amábamos a Giuseppe por su rica humanidad, por su profesionalidad ejercida con pasión y caridad, por su fe genuina. Crecido en el movimiento de Comunión y Liberación, había bebido en esa fuente inagotable de fe y compromiso que había sido el siervo de Dios don Luigi Giussani, dedicando su experiencia cristiana en favor de su familia, los amigos del movimiento, sus pacientes, nuestra Iglesia diocesana. En estos últimos años su compromiso de solidaridad había estado dirigido también hacia nuestros hermanos cristianos, humillados y perseguidos en el mundo".
Y la representante del Partido Democrático [de centroizquierda]: "La desaparición del profesor Schillaci nos causa profundo dolor. Desaparece un verdadero científico, un profesional culto y competente, dotado de gran humanidad en su relación con los pacientes. Siempre he apreciado sus dotes humanas y profesionales, expresión de una gran pasión por el trabajo y atención a los proceso de innovación y cambio en la sanidad pública regional y nacional. En todos nosotros permanecerá el recuerdo y el aprecio por sus competencias, y la amargura de no tenerlo ya entre nosotros".
Una fiebre de vida y de significado
Nació y vivió en Sicilia hasta 1988, cuando se trasladó a vivir a Umbria después de licenciarse en Medicina en Palermo y haber ejercido durante dos años como médico en el hospital militar de Agusta (Siracusa). Schillaci era hijo espiritual de don Francesco Ventorino, conocido entre los amigos como Don Ciccio, el sacerdote que implantó la experiencia de Comunión y Liberación en Sicilia. Siciliana, "ciellina" y licenciada en Medicina es también su mujer, Chiara.
Don Ciccio, una figura clave en Comunión y Liberación en Sicilia, falleció en agosto de 2015.
Según dicen todos los que le han conocido, Giuseppe aunaba en su persona las mejores cualidades del sacerdote siciliano y del movimento que había encontrado a través de éste: la total compenetración entre fe y vida; la irreprimible necesidad de juzgar los hechos de la actualidad partiendo de la experiencia de fe vivida comunitariamente; la pasión por la realidad en su totalidad; la tenacidad; la acogida y la consideración de cada persona individualmente; la fiebre de vida; el calor humano; el espíritu misionero; el sentido de pertenencia a un pueblo y a la Iglesia universal; el reconocimiento a la amistad cristiana en la que estaba implicado.
No es casualidad que la imagen con la que sus amigos lo han querido recordar -en la que aparece sentado en un banco de la espléndida Sala de los Notarios, en el centro del casco antiguo de Perugia-, incluyera el siguiente texto extraído de una de sus cartas: "Nosotros, pueblo, necesitamos ser confortados en un juicio de misericordia, es decir, que un padre, un hermano nos recuerde y nos testimonie que nuestra amistad no es un accidente, una consecuencia ética de un comportamiento correcto, sino que es deseada por Otro que nos ha llamado y ha querido que estemos juntos tal como somos, con nuestros límites".
Esos mismos amigos que, durante la misa exequial, lo recordaron desde el púlpito, confiando sus pensamientos a la voz de Elena Fruganti, profesora: "Hoy muchos de nosotros pierden a su 'mejor amigo'; para nosotros era el gigante al que seguías sin ni siquiera planteártelo, era como seguir a Jesús (…). A través de Giuseppe cada uno de nosotros ha reencontrado su propia humanidad de nuevo despierta y floreciente, capaz, más allá de todos nuestros límites, de hacerse mano, palabra e inteligencia en las manos de Otro. E, inesperadamente, nos hemos encontrado siendo parte de un pueblo, de una amistad, que da concreción a este renacer, porque para nosotros es el lugar de la Presencia, verdadero origen de ese renacimiento".
Y renacidos en la humanidad se han encontrado no sólo hermanos en la fe, sino también compañeros y ex estudiantes. Gianfranco Parati, presidente de la Sociedad Italiana de Hipertensión Arterial de la que Schillaci había sido tesorero y era, últimamente, secretario, ha escrito: "Beppe [diminutivo de Giuseppe] estaba enfermo desde hacía años. Y desde hacía años luchaba contra la enfermedad que se lo ha llevado, pero que no le ha vencido. No es casualidad si, hasta pocos días antes de su muerte, no omitiera ni anulara ninguno de los compromisos relacionados con su cargo de secretario de nuestra Sociedad. Hasta el último momento quiso honrar las invitaciones que le habían dirigido como el orador brillante que era, utilizando la tecnología para participar en los congresos a los que ya no podía asistir personalmente. Y siempre con la mayor eficacia oratoria. Ahora Beppe está en nuestra memoria, en la que permanecerá siempre por su innata simpatía, su afabilidad siciliana, sus vastos conocimientos científicos, sus capacidades profesionales. Pero lo principal es que ahora Beppe está en la tierra de los Justos y en las manos de Dios".
"Soy investigador por él"
La relevancia científica de Schillaci es indiscutible: lo demuestran 300 publicaciones científicas (218 de ellas en revistas internacionales) y la concesión, por parte de la European Society of Hypertension, del título de Centro de Excelencia europeo en hipertensión al centro que él creó y dirigió. Este último éxito tuvo lugar en los años de la enfermedad, que coincidieron con su traslado del hospital de Perugia al de Terni. Schillaci volvió a Perugia en 2016; para ello tuvo que presentar, junto a la petición de traslado, una parte significativa de sus publicaciones en papel: se necesitaron tres envíos por separado, por Correos, debido al enorme peso de los paquetes.
También sus antiguos estudiantes, ahora médicos e investigadores de renombre, han querido dar a conocer la deuda que tienen con su persona. En una carta dirigida a los periódicos locales escriben: "En sus clases estábamos todos extasiados. Nos llamaba por nuestro nombre de pila y nos pedía que nos pusiéramos en la piel del médico que quiere disipar la niebla que cubre las distintas hipótesis de diagnóstico, con el fin de acercarnos lo más posible a la solución del problema. Nos enseñó a defender una teoría, aunque inicialmente fuera sostenida sólo por el instinto, para corroborarla, posteriormente, con los datos clínicos que fueran surgiendo, pero permaneciendo siempre muy críticos respecto a la propia idea e intentado desmontarla con objeciones igualmente eficaces. El profesor Schillaci nos enseñó una epistemología heurística que no excluye a priori el impulso, el estro artístico de la intuición y la creatividad lógica".
Uno de ellos, Giacomo Pucci, actualmente es investigador universitario de medicina interna y directivo médico del hospital de Terni. Conoció a Schillaci durante la especialización en 2004 y desde entonces es su discípulo: "Brevemente diré que todo lo que sé lo he aprendido de él. Y que debido a mi relación con él decidí dedicarme a la investigación. Su relación con los pacientes era fantástica: creo que la mitad de las personas presentes en su funeral eran pacientes. Les ofrecía su compañía, independientemente de su condición clínica, y esto se convertía en un signo indeleble en la vida de cada uno de ellos, se sentían unidos a su persona. No le he visto nunca airado con sus compañeros o con el personal; estaba seguro de algunas cosas grandes, pero no estaba nunca en la posición de quien tiene algo que defender contra otros. Tenía una mirada que iba más allá de cualquier disentimiento y afirmaba que había algo más grande que le unía a toda persona que encontraba: compañeros, personal, pacientes, estudiantes. Su empatía era verdaderamente particular, algo que todos comprendían sin necesidad de explicitarlo: 'Aunque seas mi adversario en este punto, estamos juntos, pertenecemos a un único destino'. Por este motivo nadie le detestaba".
Los hermanos perseguidos
Como recordó el mensaje del cardenal Bassetti en ocasión del funeral, en los últimos años Schillaci se había implicado mucho en la cuestión de los cristianos perseguidos. Había organizado encuentros sobre este tema, promovido colectas, participado a la fundación del Comité Nazaret que, el 20 de cada mes, organiza rosarios públicos de solidaridad con los cristianos perseguidos en una docena de ciudades italianas.
Hace tres años había conocido a Ayman Haddad, un cristiano italo-sirio nativo de Damasco, ingeniero y docente de lengua y cultura árabe, residente en Italia desde 1991 y con el que tenía una gran amistad. "Más que amigos nos habíamos convertido en hermanos", dice Haddad. "Le visité por última vez el 15 de diciembre, una semana antes de su fallecimiento, y le vi como siempre, a pesar del evidente sufrimiento. Celebramos juntos la liberación de Alepo y comentamos las noticias de prensa que me había enviado por email unos días antes. Giuseppe estaba siempre informadísimo, profundizaba los detalles; cuando hablábamos parecía que hubiéramos crecido juntos en Damasco. La causa de los cristianos sirios se había convertido en su causa personal, quería que todos viéramos en ellos a unos hermanos. De él me asombraban sobre todo el amor por la vida y la tenacidad. No desperdiciaba ni siquiera un instante de la vida, quería entregarse totalmente hasta el final. Amaba hablar como escuchar y sus interlocutores se asombraban de esto. Ha sido un gran sembrador de bien en las personas que le han conocido; algunos amigos y yo lo llamábamos precisamente así, 'el sembrador'. Fue un asombro para mí saber que Sembrador a la puesta de sol de Van Gogh era uno de sus cuadros preferidos; tenía incluso una reproducción en su estudio y sus hijos han utilizado esta imagen para recordarlo".
El sembrador fue pintado por Van Gogh en 1888.
En los últimos dos años de vida ha sido su amigo Egisto Mercati, hoy presidente de la asociación cultural Esserci [Estar]. "Hace dos años le llamé por teléfono y, en pocos minutos, le había hablado de la necesidad de amistad verdadera y de ir hasta el fondo en lo que algunos amigos sentíamos como una urgencia. Se adhirió enseguida: 'Cuenta conmigo. ¿Cuándo nos vemos?'. Entró con energia, atrayendo a todos a su alrededor. Le hemos visto moverse, suscitando la atracción de todos porque cada uno le importaba, dando vida a una gran cantidad de gente. Nunca perdió el tiempo, nunca se sentó a la mesa con prisas. Nunca le oí hablar mal de alguien, o contra alguien, pero cuando descubría un error evidente esto le turbaba y se preguntaba: 'Pero, ¿cómo es posible?'. Vivió lo real con intensidad, captando en cada instante la posibilidad de verdad y de relación con todos. A principios de diciembre, de repente, me dijo: "¡Qué bonito es Esserci!". Y me acordé de cuántas veces, sin lamentarse y sin hacerlo pesar, cambió su agenda posponiendo compromisos académicos porque teníamos que vernos, quitando horas al sueño y trabajando de noche por el cargo de su profesión. En los últimos tiempos hablamos también de la muerte, de este incumbir que nos desplaza, nos pone al desnudo: nunca noté en él una rebelión; más bien insistía, enigmático, en preguntarse cuál sería su tarea, después. Porque sentía que lo que Dios ha iniciado no acaba nunca”.
Traducción de Helena Faccia Serrano (diócesis de Alcalá de Henares).
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