Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Con 19 años en la Guerra Mundial, no veía bien el bombardeo de civiles

Caníbales, malaria, ataques japoneses... pero Jaime Baca ha llegado a los 97 años y es diácono

El diácono Jaime Bacas y uno de los aviones con la calavera de los Jolly Rogers en los que fue artillero en el Pacífico
El diácono Jaime Bacas y uno de los aviones con la calavera de los Jolly Rogers en los que fue artillero en el Pacífico

P.J.G. / ReL

Jaime Baca tiene 97 años y aún sirve a la Iglesia como diácono permanente en la parroquia de Santo Tomás de Aquino en Río Rancho, Nuevo México.

Ha contado sus experiencias en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, que van ligadas a sus reflexiones espirituales, en un documental para el fotógrafo e historiador Tom Baker, y también al Albuquerque Journal. 

Inclinado al sacerdocio desde chico
Nació en 1923 en Albuquerque y estudió en una escuela católica. "Yo tenía inclinación religiosa y pensaba en el sacerdocio", explica de su juventud.

Pero la Segunda Guerra Mundial irrumpió en su vida. Primero entró a trabajar en 1941 en una fábrica de motores para los bombarderos B-25. Después, fue reclutado en la Fuerza Aérea, lo entrenaron durante algo más de un año y lo enviaron a la guerra en el Pacífico en 1942 como artillero aéreo de un B-24 cuatrimotor.

Sobre la ética de la guerra, él, con 19 años, tenía algunas cosas claras y otras no tanto. Que había que luchar, no lo dudaba: "A esas alturas estaba claro que Alemania y Japón querían conquistar el mundo, y al principio de la guerra lo estaban consiguiendo, hasta que EEUU entró y se pusieron a la defensiva. No teníamos dudas de por qué luchábamos". 

Sin embargo, él sabía que en Europa la aviación aliada realizaba bombardeos masivos contra ciudades enteras y población civil, algo que no podía aprobar.

Mucha gente que había sufrido bajo los alemanes lo justificaba o hacía la vista gorda, pero el Magisterio católico era claro al respecto.

Por ejemplo, así escribía el jesuita John Ford en su artículo "The morality of obliteration bombing" en el número de junio de 1944 de "Theological Studies", la revista católica con más autoridad teológica en la época en EEUU: "No creo que ningún católico, a la luz de los pronunciamientos papales y conciliares y del consenso universal de los moralistas por mucho tiempo, pueda ser tan duro como para afirmar que se puede matar a no combatientes inocentes sin violar la ley natural. Creo que hay unanimidad en la enseñanza católica en este punto, y que incluso en las circunstancias de la guerra moderna cualquier teológo católico condenará como intrínsecamente inmoral el matar directamente no-combatientes inocentes". 

Eso se publicó 9 meses antes de los bombardeos aliados contra Dresde, que causaron unos 22.000 muertos civiles, sin lógica militar, y un año antes de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. 

El joven Jaime no sabía mucha teología, pero sí pensaba en el tema ya en 1943. "Me alivió ir al Pacífico porque en Europa estaban bombardeando ciudades enteras sin ninguna compunción y matando civiles", explica. "En el Pacífico sabía que bombardearíamos objetivos estrictamente militares. Quizá fuera por mis convicciones religiosas, pero el bombardeo de ciudades completas me preocupaba. Sospecho que otros chicos pensaban lo mismo, pero nunca hablamos de ello. Nos guardábamos esas cosas en el interior."


 Jaime Baca y los otros "Jolly Rogers", nombre que tomaban de un famoso pirata; él está de rodillas, a la derecha de la foto, con 19 o 20 años

Tibias y calaveras y malaria
Jaime Baca formó parte de los "Jolly Rogers", un escuadrón de bombarderos famosos por pintar tibias y calaveras en sus aviones, como si fuesen piratas. 

La guerra en el Pacífico era dura. "Tuve malaria todo el tiempo que estuve allí, y eso que me tomaba la medicación cada día", comenta. Participó en 48 misiones en algo menos de dos años. 

"Hacía calor, siempre estaba húmedo, llovía sin parar", recuerda. Tenían sus bases en la costa norte de Papúa-Nueva Guinea y en islitas cercanas, a menudo con pistas de despegue diminutas. A veces los enormes bombarderos cargados de materiales (o bombas), con exceso de peso, no conseguían elevarse antes de que se acabase la pista de despegue y se estrellaban formando una gran bola ígnea. 


  Nativos de Nueva Guinea durante la Segunda Guerra Mundial

Bombardeos y caníbales
Además, "los japoneses bombardeaban nuestras bases sin parar. En una isla bombardearon 30 noches seguidas", señala Jaime Baca. 

Y luego estaban los caníbales. Baca considera demostrado que durante la guerra al menos tres aviadores americanos que cayeron en las selvas de Papúa y sobrevivieron al accidente fueron capturados, asesinados y devorados por indígenas. 

No faltaban el tifus, el cólera, la disentería, las úlceras tropicales... Y la comida era muy mala: siempre enlatada o deshidratada. "No había nada fresco". "Vivíamos en tiendas, trabajábamos en el barro, y la ropa y los zapatos de pudrían", explica. 

Su misión más peligrosa fue probablemente un vuelo de 3.000 millas de Nueva Guinea a Filipinas en un B-24 recién estrenado. Uno de los cuatro motores se estropeó, una tormenta les golpeó, después les atacaron aviones japoneses y la artillería antiaérea en el objetivo. Aterrizaron de vuelta en otra base americana muy distinta a la planeada. Cuando por fin volvieron, descubrieron que de los 18 aviones y 180 hombres que participaron en la misión, solo lograron retornar 5 aviones y 60 hombres. 

Enseñar historia... y diácono tras jubilarse
En abril de 1945 Jaime Baca volvió a Estados Unidos. Se sacó un título de historia y después un master en consejería. Fue profesor de instituto en Bernalillo 30 años. 


  Jaime Baca, con 97 años, diácono permanente

A los 36 años intentó hacerse sacerdote y entrar en el seminario pero a esa edad "ajustarse era muy difícil". Pero muchos años después, al jubilarse como maestro, en 1981, fue ordenado diácono permanente. En ese ministerio ha servido a la Iglesia ya 35 años...¡nada mal para un jubilado! 

Cuando le preguntan por la guerra, reflexiona y responde: "Aprecias mucho más la vida cuando te rodea la muerte. Hay algo de sentimiento de culpa por sobrevivir. ¿Por qué sobreviví yo más de un año allí, cuando a otros chicos los mataban a tiros en una semana? 

Esa es una pregunta, dice, para formular a un Poder Superior. 
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