Emiliano García Fernández estuvo 9 años muy lejos de la Iglesia
Con 10 años perdió la fe y decía a sus amigos que el cristianismo era «un cuento»: pronto será cura
En marzo de 2023 fue ordenado diácono, en camino hacia el presbiterado, Emiliano García Fernández, de 35 años, en la diócesis de San José de Mayo, Uruguay.
Mirando en su pasado, se asombraba de cómo Dios le fue conduciendo, porque desde los 10 años fue activamente ateo y hostil a la religión. Primero a través de la música, y luego impresionado por el ejemplo de alegría de unos jóvenes católicos llegados de Paraguay, volvió a Cristo y a su Iglesia. Emiliano ha contado su testimonio al P. Fabián Rovere en el programa Hoy quiero hablarte, de Radio Oriental.
Una familia "más bien agnóstica"
Emiliano ha vivido siempre, hasta que entró en el seminario con 27 años, en la casa de sus padres en la ciudad de Libertad, a 50 kilómetros de Montevideo.
"Exceptuando mi abuela, que es católica, no es una familia de fe. Vengo de un ambiente más bien agnóstico, ateo, no creyente. Pero providencialmente, cuando era niño, me mandaron al colegio San José, que es de las Hermanas Hijas de la Cruz. En esa época estaban las monjitas todavía".
Por la influencia del colegio, puesto que los otros niños hacían la Comunión, sus padres aceptaron que el niño fuera bautizado, hiciera catequesis y recibiera la Primera Comunión. Así, dice, "cuando era niño me consideraba una persona que tenía fe".
Emiliano García, con el incienso, el día de su ordenación diaconal.
Ciencia y fe y evolución: catequistas sin respuesta
A los 10 años Emiliano vio un documental de National Geographic sobre el descubrimiento del fósil del australopiteco 'Lucy'. "Me preguntaba cómo conciliar lo que yo veía por televisión, o sea los datos de la ciencia, con lo que me explicaba la Biblia en esa época. Esto mismo preguntaba a las catequistas del colegio y no encontraba una respuesta satisfactoria. Lo mismo pasaba con una serie de preguntas que no me podía responder sobre la vida, el universo..."
Así, la mala preparación de las catequistas del colegio para responder a preguntas de ciencia y fe llevaron a ese niño inteligente e incisivo a dejar la religión.
"Junto con el Ratón Pérez y Papá Noel, descarté a Jesús", detalla.
"Me volví agnóstico, y ateo en la práctica. Con diez años perdí la fe y ayudé a que mi hermano más chico también la perdiera. Es más, a todos los compañeros que me encontraba trataba de convencerlos de que esto del cristianismo era un cuento".
Choque con la parroquia
Podría haber sido un agnóstico simplemente alejado de la fe, pero él era además directamente hostil a la Iglesia porque había un conflicto vecinal con su parroquia: el salón parroquial, que se usaba en fiestas, estaba pared con pared con su casa, y los ruidos les molestaban.
Él mismo presentó una denuncia contra la parroquia por exceso de ruido. "Cuento esto para que tengan una idea de que en ese momento era algo impensable, increíble, que terminara siendo diácono. Dios puede hacer lo quiere si le dejamos un espacio".
Una profesora le invita a un coro
"Todo esto empieza a cambiar cuando tenía unos diecisiete años. A mí me gusta el canto polifónico. Una profesora del liceo logró juntar una serie de adolescentes desprolijos como yo, que nos gustaba el rock, para formar parte del coro de la casa de la cultura, que funcionaba enfrente de la iglesia", recuerda. Lo peculiar del coro es que más de la mitad de sus miembros eran católicos practicantes, cosa infrecuente en la ciudad.
Por su compromiso con el coro, tuvo que ir a la parroquia a cantar villancicos en los días antes de Navidad. Y ese fue su primer acercamiento consciente a la liturgia.
"Ya en el año 2009, un compañero del coro —ya veterano— entra en un año muy duro para él, tanto en lo familiar como en lo laboral. Y este compañero me insiste, durante todo un año, para ir a cantar en la misa. Y resulta que un 24 de diciembre, antes de la Misa de Nochebuena, habíamos quedado con unos amigos para reunirnos a tomar algo antes de la medianoche. Cuando llegué, a eso de las siete de la tarde, ya todos estaban pasados de copas. Entonces, en ese momento me pregunté si quería estar ahí, que no le importaba a nadie mi presencia, o si yendo a cantar a la misa le significaba algo a alguien, o lo ponía contento. Me levanté, fui a la misa y me pasó algo que nunca antes me había ocurrido: desearle a algunas personas feliz Navidad".
Acoger jóvenes misioneros de Paraguay
En esa misma misa, el sacerdote anunció que llegaban a la parroquia un grupo de jóvenes católicos, muchos paraguayos, que llegaban a la ciudad para organizar unas misiones católicas. El párroco pedía que los parroquianos ofrecieran alojamiento para ellos. Y Emiliano decidió ofrecer dos dormitorios de su casa. También era una forma de retomar el buen trato con la parroquia después de los conflictos que habían tenido. De hecho, él pensaba que no aceptarían su oferta y simplemente ganaría buena imagen.
"La sorpresa es que no solamente aceptó el ofrecimiento, sino que allí se alojó el matrimonio que coordinó la misión, porque querían quedarse en el lugar más cercano a la parroquia. Todo esto yo lo había hecho sin consultar a mi padre, así que te podrás imaginar su calentura", recuerda.
Más aún, presionado por los jóvenes y compañeros del coro, acabó participando en la misión, ayudando con los desayunos. "Yo estaba muy enojado conmigo mismo, me entendía débil psicológicamente por haber dicho que sí", recuerda.
Pero, por otro lado, le gustaron aquellos jóvenes católicos y su alegría. "Lo cierto es que a mí me llamó la atención lo macanudo del grupo de jóvenes misioneros paraguayos, a pesar de mi cerrazón".
Y en la última oración de aquellas misiones, sentado en el último banco de la parroquia, escuchó con atención el testimonio de uno de aquellos jóvenes. Escuchándole, sintió "algo, más allá de lo racional". Algo en su interior resonaba: “Quiero vivir lo mismo que él”, supo. "Hoy lo entiendo como una moción del Espíritu Santo".
Perdonó algunos agravios que sentía, "y ese es el momento en que volví a tener fe. A través del perdón".
Desde ese día participó activamente en la parroquia y sus actividades.
El llamado de Dios
"Este grupo de misioneros nos invitó a un adulto de la parroquia y a mí, a formar un grupo misionero. Entonces, a los pocos días, ya teníamos formado ese grupo. Durante todo ese año me fui instruyendo y formando en la fe. Al año siguiente nos fuimos a Bolivia de misión con algunos jóvenes de la parroquia y es allí que me empiezan a preguntar por mi vocación, algo que yo nunca me había cuestionado. Hubo una adoración eucarística, en Trinidad, que también fue muy fuerte en mis cuestionamientos vocacionales", explicó.
"Y el año 2013, el Año de la Fe, estuve fuertemente centrado en este camino de discernimiento. En 2014 realicé en mi diócesis los ejercicios ignacianos para jóvenes. Ese tiempo me ayudó también a discernir mi vocación sacerdotal hacia el clero diocesano, teniendo en cuenta que venía de una parroquia administrada por los Misioneros Oblatos de María Inmaculada".
Finalmente, en 2015 entró en el seminario. Y en marzo de 2023 era ordenado diácono por el obispo de San José de Mayo, monseñor Fabián Antúnez. Su madre y su hermano acercaron al altar los ornamentos. "Quiero agradecerle a Dios porque en cada ordenación celebramos la misericordia de Dios que llama a los hombres para usarlos como instrumentos frágiles en favor de los demás", dijo Emiliano en su mensaje, ya como diácono.