La Monumental de México, testigo de la devoción filial de multitud de toreros
La «apoderada» de los toreros: La Virgen «siempre está presente en mis corridas y en mi día a día»
Ver cara a cara la muerte cada vez que salen al ruedo hace del mundo del toreo un lugar donde la religiosidad tiene un lugar especial. Los toreros de ahora y de antes se han ido encomendando siempre a Cristo y a la Virgen antes de cada faena. Muchos han triunfado, pero otros tantos han perdido la vida en la plaza y es muy probable que ese encuentro en la capilla no fue infructuoso.
Esta religiosidad se manifiesta también en las bellas capillas de las plazas que hay en España, pero también por toda América. Y la plaza monumental de Ciudad de México no es una excepción. Es el coso más grande del mundo, caben casi 50.000 espectadores sentados, y tiene en la Virgen de Guadalupe, como no podía ser de otro modo, a su gran protectora.
El semanario Desde la Fe, de la Archidiócesis de México, ahonda en cómo la Virgen de Guadalupe es “protectora de los toreros” y en la devoción hacia Ella de todos aquellos que han pasado por esta importante plaza.
La monumental fue inaugurada un 5 de febrero de 1946 y en el marco de aquellas celebraciones una réplica de la Virgen de Guadalupe dio la vuelta al ruedo ante decenas de miles de espectadores.
Esta misma imagen de María es la que todavía hoy está colgada a la entrada de la capilla del Coso de Insurgentes, donde antes de cada corrida los toreros, banderilleros y picadores se asoman para rezar y encomendarse a su protección.
Ante esa imagen se han santiguado famosos toreros de México y España como Lorenzo Garza, Fermín Espinosa “Armillita”, Luis Castro “El Soldado”, Manolo Martínez, Pedro Gutiérrez “el Niño de la Capea” y Enrique Ponce, entre muchos otros.
Irma Morales, encargada guardar y cuidar la capilla, afirma que “prácticamente todos, picadores, banderilleros, monosabios y apoderados, todos pasan a persignarse frente a la imagen”.
Sin embargo, de entre todos ellos recuerda con especial cariño a David Silveti, ‘El Rey David’. “Él era muy guadalupano, casi lloraba frente a la Virgen”, cuenta esta mujer, conocida como la “Güera de la Capilla”, quien comenzó su labor cuando tenía 5 años de edad, el día de la corrida inaugural, de la mano de su abuela, Jovita Morales.
Silveti, uno de los toreros más queridos de la Plaza México, falleció en 2003. Pero su hijo Diego Silveti decidió seguir sus pasos, heredando de él la pasión por los toros y su profundo amor a la Guadalupana. Así, son ya cuatro generaciones de toreros en la familia.
De hecho, Silveti tomó la alternativa en España con José Tomás como padrino y Alejandro Talavante como testigo. Sobre su fe y la de su familia, este torero de 34 años afirma que “mi papá y mi mamá son dos personas con mucha fe, católicos y especialmente guadalupanos, -comenta el torero-. De manera especial mi papá, en su carrera y en su vida diaria, tuvo a la Virgen de Guadalupe como su principal ‘apoderada’ (representante)”.
“Ahora, yo también la tomé como mi ‘apoderada’. Ella siempre está muy presente en todas mis corridas, pero también en mi día a día”, relata el diestro. Así por ejemplo, Diego cuelga siempre en su corbata una medalla de la Virgen que le regaló su padre, y sus capotes de paseo llevan grabada la imagen de la Morenita del Tepeyac.
Silveti, que ha recibido varias cornadas en su carrera, asegura haber sentido en muchas ocasiones el manto protector de la Virgen. Una que recuerda con especial cariño fue que “el primer rabo que corté fue un triunfo muy importante en la Plaza México, y ocurrió un 12 de diciembre, día de la Virgen de Guadalupe”.