Premio Príncipe de Asturias de las Artes y veinte años director de La Scala de Milán
La Navidad no es la fiesta de los regalos sino la base de nuestra civilización, dice Riccardo Muti
«Para mí, nacido y educado en una familia religiosa de profunda fe católica, la Navidad es sobre todo el día en el que hacemos memoria de la Natividad del Señor». Y así lo sigue celebrando hoy. Pero Riccardo Muti está seguro de que «la Navidad puede hablar también a hombres de distintos credos e incluso a quien no cree. Porque el mensaje de la gruta de Belén es un mensaje universal, un mensaje de paz, de hermandad y de misericordia, como nos recuerda siempre el Papa Francisco».
El director de orquesta está en su casa de Rávena. Sus hijos y nietos preparan el belén. «Sigo la tradición que me trasmitieron mi madre y mi padre y paso siempre este periodo con mi familia», cuenta el maestro, que acaba de dirigir un doble concierto navideño en Múnich con la orquesta y coro de la Radio Bávara: «La Misa solemne para la coronación de Carlos X de Luigi Cherubini, un compositor injustamente olvidado».
Muti acepta reflexionar sobre la Navidad, intentando leer nuestro presente con su mirada de hombre y de artista, convencido de que «si el anuncio cristiano fuera seguido por todos y puesto en práctica aunque sólo fuera en sus principios "sociales", el resultado sería un gran bien para este mundo nuestro tan atormentado».
-Maestro, ¿qué significa para usted celebrar hoy la Navidad?
-El nacimiento de Cristo se convierte cada año en un momento de renovación y cada vez que hacemos memoria del misterio de la Encarnación también nosotros nacemos con Él y podemos hacer nuevos propósitos para nuestra vida, con la certeza de que se puede siempre volver a partir, a empezar, a renacer, también en momentos difíciles: este es el mensaje revolucionario y de gran valentía del cristianismo.
-¿Cuáles son los recuerdos de su infancia?
-Después de la Segunda Guerra Mundial, en los años de la posguerra la Navidad no era la explosión de luces y de "Papás Noeles" que vemos ahora. Era una Navidad hogareña, una Navidad con aroma de mandarinas y naranjas. He nacido en Nápoles, pero he crecido en Molfetta y para nosotros los napolitanos que vivíamos en la Apulia el 25 de diciembre estaba unido a la alegría de hacer el belén. En mi casa se mantenía viva la tradición napolitana del siglo XVIII, que incluía en el belén elementos que no pertenecían a la tierra en la que nació Jesús: una miríada de figuras populares, desde el panadero al aguador, pero también de símbolos como las almas del purgatorio que no podían faltar y que cuando era pequeño me inquietaban un poco. Cada año comprábamos una nueva figurita. Además, los niños esperábamos la Epifanía para poner también a los Reyes Magos delante de la cueva. Un mundo del que parece que, al contarlo ahora, nos separan siglos.
Nacido en Nápoles en 1944, Riccardo Muti ha dirigido a prácticamente todas las grandes orquestas del mundo.
-Como padre, ¿cómo ha vivido esta fiesta?
-En casa he seguido con la tradición de mi infancia, con el pesebre, al que se ha añadido el árbol, que mis nietos decoran con mi esposa Cristina y conmigo con gran diversión. No hay ni una sola Navidad que no la haya pasado en casa con mis hijos: no he querido nunca conciertos u óperas en este periodo y lo sigo haciendo ahora, a pesar de que ellos ya están casados y tienen sus propias familias. Nos reunimos todos en nuestra casa e intentamos transmitir a nuestros hijos y nietos el mensaje de que la Navidad no es la fiesta de los regalos, sino que es algo más, es el corazón de nuestro ser personas creyentes, el momento en el que volvemos a ser conscientes de nuestros valores cristianos, base de nuestra vida y de nuestra civilización europea.
-¿Qué música sugeriría para este periodo?
-Las grandes páginas sagradas. Siempre he dicho que sin la aportación fundamental de la Iglesia la historia de la música hubiera sido distinta. Sugeriría las Misas de Franz Schubert y de Cherubini, el Gloria y el Magnificat de Antonio Vivaldi, pero también las Misas de don Lorenzo Perosi, autor erróneamente olvidado pero que ha escrito páginas que deberían entrar en el repertorio litúrgico. Lucho desde siempre contra las guitarras y las cancioncillas que acompañan determinadas celebraciones, porque nuestra historia está llena de obras maestras, también sencillas, para que los fieles puedan seguirlas, y que deberían ser redescubiertas.
-Los ángeles en el Gloria cantan la paz que trae Cristo al nacer. El mismo mensaje de San Francisco, el primero en inventar el belén. Recientemente, usted ha dirigido a la orquesta Cherubini en la Basílica superior de Asís.
-Era la primera vez que dirigía música en ese lugar tan realmente sugestivo. El lugar de nuestro santo patrono, al que estoy especialmente unido, hasta el punto de haber puesto a dos de mis hijos los nombres de Francesco y Chiara, mientras que el tercero se llama Domenico. Haber dirigido un concierto rodeado por los frescos de Giotto sabiendo que debajo de nosotros, en la cripta, estaba la tumba de Francisco ha sido profundamente emotivo. Para mí ha sido un contraste muy fuerte saber que en el exterior estábamos blindados; de hecho, me ha producido un cierto efecto ver a la entrada de la basílica y alrededor de la misma a militares armados y a los detectores de metales, exactamente lo opuesto de lo que Francisco predicaba y quería. Pero es el tributo que inevitablemente tenemos que pagar.
-¿Con que espíritu vive usted estos momentos en que nos enfrentamos al terrorismo, pero también a la guerra en Siria y a otros muchos conflictos que ensangrientan el mundo?
-Con gran aprensión, porque el mundo está en peligro. La definición del Papa Francisco, que habla de Tercera Guerra Mundial a trozos es acertadísima. Ciertamente, la aprensión es por el futuro de mis hijos y de mis nietos, pero lo que más me preocupa es la sociedad universal: cuando pedimos la paz no lo hacemos de manera egoísta, para estar bien en nuestro pequeño mundo sin preocupaciones, sino que lo hacemos con la conciencia de que cada uno de nosotros está llamado a ser responsable de lo que sucede a su alrededor. El trabajo que hay que hacer es enorme y la solución no está ciertamente a la vuelta de la esquina. Tal vez deberíamos inspirarnos en las grandes figuras del pasado. Francisco fue a Egipto, dialogó con los musulmanes. Federico II unió los tres grandes credos en un diálogo que pasaba también a través del arte.
-¿Puede ser hoy la cultura un antídoto a la violencia?
-Una sociedad muy culta es una sociedad menos violenta, y la cultura y la música en particular pueden tener un papel muy importante. Recuerdo que en 2004, con Le vie dell’amicizia del Festival de Rávena, hicimos una etapa en Damasco, en Siria. Impartí una lección a los alumnos del conservatorio que conocían perfectamente la música occidental, que se convirtió en nuestro lenguaje común. Y si además pensamos que hoy la mayor parte de las orquestas son multiétnicas, con personas que se sientan ante el mismo atril aunque provengan de las antípodas del mundo, no podemos no ver que la música es una escuela de diálogo.
Riccardo Muti recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2011.
-Usted, después de que le fuera solicitado muchas veces, decidió dedicarse personalmente, a partir de 2004 primero, con la orquesta juvenil Cherubini y, a partir de este año, con la Italian Opera Academy.
-Llegado a este punto de mi vida y de mi carrera la experiencia de la Academia era imprescindible. Mis maestros fueron Vincenzo Vitale en piano, Bruno Bettinelli en composición y Antonino Votto en la dirección de orquesta. Aprendí los secretos de hacer música, entendí qué significa dirigir ópera italiana, un patrimonio que es sólo nuestro. Era una pena no transmitir a otros esta enseñanza, no porque yo considere que poseo la verdad absoluta, sino porque pienso que la lección del pasado es demasiado importante para olvidarla. Sobre todo porque mirando quiénes somos y de dónde venimos es cuando podemos interpretar nuestro presente y trabajar para nuestro futuro. Este año ha habido trescientas peticiones para seguir las lecciones de dirección de orquesta centradas en el Falstaff. Repetimos en 2016, ampliando las lecciones también a los cantantes: en el atril estará de nuevo Verdi con la Traviata. Para enseñar a los jóvenes, a menudo alejados del mundo de la ópera, cómo afrontar un melodrama desde el punto de vista estilístico, a evaluar el papel del director de orquesta y para subrayar que en las obras de nuestro músico más grande hay una dirección musical que debería ser respetada por quien hoy hace todo lo posible para alterar el sentido de los textos, contando una historia paralela a la del libreto.
-Entonces, ¿también los directores de escena deberían ir a su Academia?
-Me contento con los directores de orquesta, porque a menudo la culpa es de ellos porque no saben imponerse haciendo respetar lo que está escrito en la partitura. Muchos de mis colegas están demasiado ocupados en pasar de un podio al otro para ocuparse de esto. Yo intento crear en los jóvenes un sentido de responsabilidad respecto a nuestro repertorio, a menudo denigrado. Echo de menos a Strehler, a Ronconi, con los que trabajé durante mucho tiempo. Hoy los ensayos se hacen a toda prisa. Cuando hice con Strehler en 1981 Las bodas de Fígaro en la Scala ensayamos juntos, uno al lado del otro, durante más de un mes...
-A propósito, no puedo no preguntarle por sus tantas veces anunciada y desmentida vuelta al Teatro alla Scala.
-Por ahora volver no forma parte de mis pensamientos. Estoy muy bien en Chicago [dirige su Orquesta Sinfónica, n.n.] y con los jóvenes de la Orquesta Cherubini. El resto es un estribillo aburrido que, estoy seguro, aburre también al público. No estoy obsesionado por estar siempre presente en el podio, de hecho ya estoy demasiado en él y no tengo tiempo de ocuparme de mis trullos en la Apulia [antigua construcción rural propia de esta región italiana, ndt].
-¿Quiere decir que de vez en cuando piensa en la jubilación?
-Dirijo porque es algo que sé hacer más o menos bien. Pero pienso que en un determinado momento hay que saber decir "basta". Cuando tarde demasiado en ir desde la puerta del escenario al podio significará que ha llegado el momento de jubilarme. Para mí subir al podio es siempre una alegría, pero también un momento de gran responsabilidad y de sufrimiento porque siento de manera muy potente el respeto que le debo a la música, a los grandes que la han compuesto y al público.
(Publicado en Avvenire. Traducción de Helena Faccia Serrano, diócesis de Alcalá de Henares.)
En el vídeo, un conocido villancico en español
El director de orquesta está en su casa de Rávena. Sus hijos y nietos preparan el belén. «Sigo la tradición que me trasmitieron mi madre y mi padre y paso siempre este periodo con mi familia», cuenta el maestro, que acaba de dirigir un doble concierto navideño en Múnich con la orquesta y coro de la Radio Bávara: «La Misa solemne para la coronación de Carlos X de Luigi Cherubini, un compositor injustamente olvidado».
Muti acepta reflexionar sobre la Navidad, intentando leer nuestro presente con su mirada de hombre y de artista, convencido de que «si el anuncio cristiano fuera seguido por todos y puesto en práctica aunque sólo fuera en sus principios "sociales", el resultado sería un gran bien para este mundo nuestro tan atormentado».
-Maestro, ¿qué significa para usted celebrar hoy la Navidad?
-El nacimiento de Cristo se convierte cada año en un momento de renovación y cada vez que hacemos memoria del misterio de la Encarnación también nosotros nacemos con Él y podemos hacer nuevos propósitos para nuestra vida, con la certeza de que se puede siempre volver a partir, a empezar, a renacer, también en momentos difíciles: este es el mensaje revolucionario y de gran valentía del cristianismo.
-¿Cuáles son los recuerdos de su infancia?
-Después de la Segunda Guerra Mundial, en los años de la posguerra la Navidad no era la explosión de luces y de "Papás Noeles" que vemos ahora. Era una Navidad hogareña, una Navidad con aroma de mandarinas y naranjas. He nacido en Nápoles, pero he crecido en Molfetta y para nosotros los napolitanos que vivíamos en la Apulia el 25 de diciembre estaba unido a la alegría de hacer el belén. En mi casa se mantenía viva la tradición napolitana del siglo XVIII, que incluía en el belén elementos que no pertenecían a la tierra en la que nació Jesús: una miríada de figuras populares, desde el panadero al aguador, pero también de símbolos como las almas del purgatorio que no podían faltar y que cuando era pequeño me inquietaban un poco. Cada año comprábamos una nueva figurita. Además, los niños esperábamos la Epifanía para poner también a los Reyes Magos delante de la cueva. Un mundo del que parece que, al contarlo ahora, nos separan siglos.
Nacido en Nápoles en 1944, Riccardo Muti ha dirigido a prácticamente todas las grandes orquestas del mundo.
-Como padre, ¿cómo ha vivido esta fiesta?
-En casa he seguido con la tradición de mi infancia, con el pesebre, al que se ha añadido el árbol, que mis nietos decoran con mi esposa Cristina y conmigo con gran diversión. No hay ni una sola Navidad que no la haya pasado en casa con mis hijos: no he querido nunca conciertos u óperas en este periodo y lo sigo haciendo ahora, a pesar de que ellos ya están casados y tienen sus propias familias. Nos reunimos todos en nuestra casa e intentamos transmitir a nuestros hijos y nietos el mensaje de que la Navidad no es la fiesta de los regalos, sino que es algo más, es el corazón de nuestro ser personas creyentes, el momento en el que volvemos a ser conscientes de nuestros valores cristianos, base de nuestra vida y de nuestra civilización europea.
-¿Qué música sugeriría para este periodo?
-Las grandes páginas sagradas. Siempre he dicho que sin la aportación fundamental de la Iglesia la historia de la música hubiera sido distinta. Sugeriría las Misas de Franz Schubert y de Cherubini, el Gloria y el Magnificat de Antonio Vivaldi, pero también las Misas de don Lorenzo Perosi, autor erróneamente olvidado pero que ha escrito páginas que deberían entrar en el repertorio litúrgico. Lucho desde siempre contra las guitarras y las cancioncillas que acompañan determinadas celebraciones, porque nuestra historia está llena de obras maestras, también sencillas, para que los fieles puedan seguirlas, y que deberían ser redescubiertas.
-Los ángeles en el Gloria cantan la paz que trae Cristo al nacer. El mismo mensaje de San Francisco, el primero en inventar el belén. Recientemente, usted ha dirigido a la orquesta Cherubini en la Basílica superior de Asís.
-Era la primera vez que dirigía música en ese lugar tan realmente sugestivo. El lugar de nuestro santo patrono, al que estoy especialmente unido, hasta el punto de haber puesto a dos de mis hijos los nombres de Francesco y Chiara, mientras que el tercero se llama Domenico. Haber dirigido un concierto rodeado por los frescos de Giotto sabiendo que debajo de nosotros, en la cripta, estaba la tumba de Francisco ha sido profundamente emotivo. Para mí ha sido un contraste muy fuerte saber que en el exterior estábamos blindados; de hecho, me ha producido un cierto efecto ver a la entrada de la basílica y alrededor de la misma a militares armados y a los detectores de metales, exactamente lo opuesto de lo que Francisco predicaba y quería. Pero es el tributo que inevitablemente tenemos que pagar.
-¿Con que espíritu vive usted estos momentos en que nos enfrentamos al terrorismo, pero también a la guerra en Siria y a otros muchos conflictos que ensangrientan el mundo?
-Con gran aprensión, porque el mundo está en peligro. La definición del Papa Francisco, que habla de Tercera Guerra Mundial a trozos es acertadísima. Ciertamente, la aprensión es por el futuro de mis hijos y de mis nietos, pero lo que más me preocupa es la sociedad universal: cuando pedimos la paz no lo hacemos de manera egoísta, para estar bien en nuestro pequeño mundo sin preocupaciones, sino que lo hacemos con la conciencia de que cada uno de nosotros está llamado a ser responsable de lo que sucede a su alrededor. El trabajo que hay que hacer es enorme y la solución no está ciertamente a la vuelta de la esquina. Tal vez deberíamos inspirarnos en las grandes figuras del pasado. Francisco fue a Egipto, dialogó con los musulmanes. Federico II unió los tres grandes credos en un diálogo que pasaba también a través del arte.
-¿Puede ser hoy la cultura un antídoto a la violencia?
-Una sociedad muy culta es una sociedad menos violenta, y la cultura y la música en particular pueden tener un papel muy importante. Recuerdo que en 2004, con Le vie dell’amicizia del Festival de Rávena, hicimos una etapa en Damasco, en Siria. Impartí una lección a los alumnos del conservatorio que conocían perfectamente la música occidental, que se convirtió en nuestro lenguaje común. Y si además pensamos que hoy la mayor parte de las orquestas son multiétnicas, con personas que se sientan ante el mismo atril aunque provengan de las antípodas del mundo, no podemos no ver que la música es una escuela de diálogo.
Riccardo Muti recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2011.
-Usted, después de que le fuera solicitado muchas veces, decidió dedicarse personalmente, a partir de 2004 primero, con la orquesta juvenil Cherubini y, a partir de este año, con la Italian Opera Academy.
-Llegado a este punto de mi vida y de mi carrera la experiencia de la Academia era imprescindible. Mis maestros fueron Vincenzo Vitale en piano, Bruno Bettinelli en composición y Antonino Votto en la dirección de orquesta. Aprendí los secretos de hacer música, entendí qué significa dirigir ópera italiana, un patrimonio que es sólo nuestro. Era una pena no transmitir a otros esta enseñanza, no porque yo considere que poseo la verdad absoluta, sino porque pienso que la lección del pasado es demasiado importante para olvidarla. Sobre todo porque mirando quiénes somos y de dónde venimos es cuando podemos interpretar nuestro presente y trabajar para nuestro futuro. Este año ha habido trescientas peticiones para seguir las lecciones de dirección de orquesta centradas en el Falstaff. Repetimos en 2016, ampliando las lecciones también a los cantantes: en el atril estará de nuevo Verdi con la Traviata. Para enseñar a los jóvenes, a menudo alejados del mundo de la ópera, cómo afrontar un melodrama desde el punto de vista estilístico, a evaluar el papel del director de orquesta y para subrayar que en las obras de nuestro músico más grande hay una dirección musical que debería ser respetada por quien hoy hace todo lo posible para alterar el sentido de los textos, contando una historia paralela a la del libreto.
-Entonces, ¿también los directores de escena deberían ir a su Academia?
-Me contento con los directores de orquesta, porque a menudo la culpa es de ellos porque no saben imponerse haciendo respetar lo que está escrito en la partitura. Muchos de mis colegas están demasiado ocupados en pasar de un podio al otro para ocuparse de esto. Yo intento crear en los jóvenes un sentido de responsabilidad respecto a nuestro repertorio, a menudo denigrado. Echo de menos a Strehler, a Ronconi, con los que trabajé durante mucho tiempo. Hoy los ensayos se hacen a toda prisa. Cuando hice con Strehler en 1981 Las bodas de Fígaro en la Scala ensayamos juntos, uno al lado del otro, durante más de un mes...
-A propósito, no puedo no preguntarle por sus tantas veces anunciada y desmentida vuelta al Teatro alla Scala.
-Por ahora volver no forma parte de mis pensamientos. Estoy muy bien en Chicago [dirige su Orquesta Sinfónica, n.n.] y con los jóvenes de la Orquesta Cherubini. El resto es un estribillo aburrido que, estoy seguro, aburre también al público. No estoy obsesionado por estar siempre presente en el podio, de hecho ya estoy demasiado en él y no tengo tiempo de ocuparme de mis trullos en la Apulia [antigua construcción rural propia de esta región italiana, ndt].
-¿Quiere decir que de vez en cuando piensa en la jubilación?
-Dirijo porque es algo que sé hacer más o menos bien. Pero pienso que en un determinado momento hay que saber decir "basta". Cuando tarde demasiado en ir desde la puerta del escenario al podio significará que ha llegado el momento de jubilarme. Para mí subir al podio es siempre una alegría, pero también un momento de gran responsabilidad y de sufrimiento porque siento de manera muy potente el respeto que le debo a la música, a los grandes que la han compuesto y al público.
(Publicado en Avvenire. Traducción de Helena Faccia Serrano, diócesis de Alcalá de Henares.)
En el vídeo, un conocido villancico en español
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