Oración para rezar cuando uno se siente solo y desesperado, y con necesidad de ser sanado por Dios
Cuando no nos hacen caso, cuando pensamos que no somos importantes, cuando no nos tienen en cuenta, nuestra alma queda herida. Con heridas profundas al sentirnos invisibles, indiferentes para otros. Las heridas cuando no nos valoran, cuando somos sólo un número, cuando otros brillan más que nosotros.
Pero cuando alguien nos mira en lo más hondo, ve lo que sentimos por dentro, nos pregunta cómo estamos, se detiene en su camino y nos dice que sin nosotros su vida no sería igual, que nos quiere, que nos necesita, todo se calma. Todo se sana.
Eso es lo que hace Dios con nosotros. Nos mira. Sabe lo que nos sucede. Nuestra inquietud, nuestra herida que sangra. Se deja tocar. Se detiene. Nos abraza. Nos sana con su amor personal que nos dice que nos esperaba, que nos quiere como somos, que nos necesita, que le importamos.
Decía el Papa Francisco: “¡Cuántas veces pienso que le tenemos miedo a la ternura de Dios! No dejamos experimentar la ternura de Dios. Y por eso tantas veces somos duros, severos, somos pastores sin ternura. No creemos en un Dios etéreo. Creemos en un Dios que se hizo carne. Nos va a aliviar”.
Me gustaría tener mucha fe. Me gustaría ser capaz de vencer los miedos tantas veces y tocar a Jesús. Y a aquellos que llevan a Jesús en su alma. Tocar la vida que se me regala. No pasar de largo. No temer. Pedir ayuda.
Todos necesitamos ser sanados. ¿De qué quiero que me cure hoy Jesús? ¿Cuál es mi herida? Una persona rezaba:
«Quiero avanzar en la senda que tienes para mí marcada. Me equivoco tantas veces...
Me pierdo y siempre me encuentras. Me buscas por los caminos cuando no sé dónde verte, ni tocarte, ni quererte.
»Quiero abrazar con silencios la noche en la que me encuentras.
»Solo, desatado, herido. Apagado por la muerte que recorre hoy mis venas.
»Quiero correr y sentarme. Tocar con mis manos rotas. Retenerte en un intento por evitar que te alejes.
»Quiero mirar con voz queda. Quiero ser lo que no he sido, abrazado por tus manos. Y volver a ser eterno.
Quiero acariciar la luna que sueño en mis adentros.
Quiero vestirme de vida. Dejar la muerte a mi lado. Teñirme de un sol intenso.
»Quiero ser. Quiero vivir. Quiero amar. Quiero, sí, lo que Tú quieras».
Pero nos falta fe en el poder sanador de Jesús. Necesitamos tocar los lugares santos para ser sanados. Pero a veces no nos acercamos al que nos da la vida, sino al que nos la quita. No tocamos lo que nos salva, sino lo que nos encadena. No somos audaces para la vida.
Me gustaría hacer siempre vida lo que dice el estribillo de una canción: “Quiero tocar, Señor, tu manto. Quiero oír tu voz gritar: levántate, a ti te hablo, levántate”. Sin miedo, sin tener que pedírselo con palabras. Simplemente acercarme a Él a escondidas y tocar su manto.
¡Cuánta fe! Me gustaría creer en su poder sanador. Todos estamos enfermos, heridos, solos.
Pero cuando alguien nos mira en lo más hondo, ve lo que sentimos por dentro, nos pregunta cómo estamos, se detiene en su camino y nos dice que sin nosotros su vida no sería igual, que nos quiere, que nos necesita, todo se calma. Todo se sana.
Eso es lo que hace Dios con nosotros. Nos mira. Sabe lo que nos sucede. Nuestra inquietud, nuestra herida que sangra. Se deja tocar. Se detiene. Nos abraza. Nos sana con su amor personal que nos dice que nos esperaba, que nos quiere como somos, que nos necesita, que le importamos.
Decía el Papa Francisco: “¡Cuántas veces pienso que le tenemos miedo a la ternura de Dios! No dejamos experimentar la ternura de Dios. Y por eso tantas veces somos duros, severos, somos pastores sin ternura. No creemos en un Dios etéreo. Creemos en un Dios que se hizo carne. Nos va a aliviar”.
Me gustaría tener mucha fe. Me gustaría ser capaz de vencer los miedos tantas veces y tocar a Jesús. Y a aquellos que llevan a Jesús en su alma. Tocar la vida que se me regala. No pasar de largo. No temer. Pedir ayuda.
Todos necesitamos ser sanados. ¿De qué quiero que me cure hoy Jesús? ¿Cuál es mi herida? Una persona rezaba:
«Quiero avanzar en la senda que tienes para mí marcada. Me equivoco tantas veces...
Me pierdo y siempre me encuentras. Me buscas por los caminos cuando no sé dónde verte, ni tocarte, ni quererte.
»Quiero abrazar con silencios la noche en la que me encuentras.
»Solo, desatado, herido. Apagado por la muerte que recorre hoy mis venas.
»Quiero correr y sentarme. Tocar con mis manos rotas. Retenerte en un intento por evitar que te alejes.
»Quiero mirar con voz queda. Quiero ser lo que no he sido, abrazado por tus manos. Y volver a ser eterno.
Quiero acariciar la luna que sueño en mis adentros.
Quiero vestirme de vida. Dejar la muerte a mi lado. Teñirme de un sol intenso.
»Quiero ser. Quiero vivir. Quiero amar. Quiero, sí, lo que Tú quieras».
Pero nos falta fe en el poder sanador de Jesús. Necesitamos tocar los lugares santos para ser sanados. Pero a veces no nos acercamos al que nos da la vida, sino al que nos la quita. No tocamos lo que nos salva, sino lo que nos encadena. No somos audaces para la vida.
Me gustaría hacer siempre vida lo que dice el estribillo de una canción: “Quiero tocar, Señor, tu manto. Quiero oír tu voz gritar: levántate, a ti te hablo, levántate”. Sin miedo, sin tener que pedírselo con palabras. Simplemente acercarme a Él a escondidas y tocar su manto.
¡Cuánta fe! Me gustaría creer en su poder sanador. Todos estamos enfermos, heridos, solos.
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