Más de 300.000 personas se congregan en la beatificación de monseñor Romero; mártir salvadoreño
Quizá nunca un Papa ausente en la ceremonia de beatificación haya estado tan presente como el día de hoy lo está el Papa Francisco en la fiesta que se lleva a cabo en San Salvador, con la beatificación de monseñor Óscar Arnulfo Romero.
Una alegría enorme llena el corazón de la Iglesia latinoamericana, ésa Iglesia que formó al Papa Francisco y que le hizo exclamar, frente a 5.500 periodistas, dos días después de haber sido elegido Papa: "¡Ah, cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!"
El salvadoreño más conocido y más amado
Aquél que fue masacrado mientras celebraba Misa reúne hoy a una multitud muy pocas veces vista en una beatificación: cinco cardenales, 220 obispos, 1.200 sacerdotes y cerca de 260.000 laicos están presentes en la ceremonia que eleva a los altares "al salvadoreño más conocido y más amado en todo el mundo, por su amor a los pobres", según ha dicho su sucesor monseñor José Luis Escobar Alas.
Se trata de un momento de gracia para este pequeño país, que desde 1980 y hasta 1992 se vio envuelto en una guerra civil que llevó sangre y miseria a cada uno de los poblados, a cada una de las familias, a cada uno de los fieles católicos que vieron cómo el asesinato de monseñor Romero, por fuerzas de la ultraderecha, habría prendido el fuego.
Aquél 24 de marzo de 1980, tras decir, justamente, que había que emprender el camino del perdón, las balas sonaron en el corazón de América Latina, en el corazón del continente de la esperanza, ahí donde se agolpa la reserva del catolicismo, con 40 por ciento de los católicos del mundo.
Con una Iglesia pujante, que ahora ve en Romero lo que mañana verá, Dios mediante, con el Padre Pro (mexicano), con dom Helder Cámara (brasileño). Con muchos que sufrieron en carne propia el dolor del pueblo. Los últimos dos días han sido de romería, de peregrinación, de asueto, de acción de gracias en el pueblo salvadoreño. Hoy es fiesta.
La Iglesia como pueblo de Dios
Una fiesta particular. La fiesta de aquél que dijo: "La Iglesia no quiere masa, quiere pueblo. Masa es el montón de gente; cuando más adormecidos mejor; cuanto más conformistas, mejor. La Iglesia quiere despertar en las personas el sentido de pueblo". La Iglesia de monseñor Romero es la del Papa Francisco: la del pueblo (pobre) de Dios.
En sus tres años de arzobispo de San Salvador (de 1977 a 1980) guió a la masa a convertirse en pueblo, conscientes de sus deberes con Dios, pero también conscientes de sus deberes con los demás.
Cada domingo, durante la Misa del mediodía, "solía terminar su homilía con la lectura de los hechos de la semana. En ese espacio denunciaba con claridad todas las violaciones a los derechos humanos que se habían cometido en los días anteriores, exigía que se investigaran, se dedujeran responsabilidades y se llevara a los culpables ante la justicia", dice un despacho de la radio salvadoreña YSUCA.
Ahí "desenmascaraba las muchas mentiras de las autoridades para esconder sus actos criminales, aclarando como habían sido las cosas en realidad", agrega el despacho. Monseñor Romero pedía constantemente y con gran fuerza que cesará la represión y la violencia que tanto sufrimiento causaran en el pueblo, y que se construyera un orden político, económico, y social justo al servicio de todos los salvadoreños.
Esto fue suficiente para que lo asesinaran. El poder descontextualizado, diabólico, no quiere pastores que hablen, que se los expongan en su brutal debilidad. Y eso fue suficiente para que Francisco hoy, desde Roma, esté satisfecho. Uno de los pastores con fortísimo olor a oveja, sube a los altares.
Una alegría enorme llena el corazón de la Iglesia latinoamericana, ésa Iglesia que formó al Papa Francisco y que le hizo exclamar, frente a 5.500 periodistas, dos días después de haber sido elegido Papa: "¡Ah, cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!"
El salvadoreño más conocido y más amado
Aquél que fue masacrado mientras celebraba Misa reúne hoy a una multitud muy pocas veces vista en una beatificación: cinco cardenales, 220 obispos, 1.200 sacerdotes y cerca de 260.000 laicos están presentes en la ceremonia que eleva a los altares "al salvadoreño más conocido y más amado en todo el mundo, por su amor a los pobres", según ha dicho su sucesor monseñor José Luis Escobar Alas.
Se trata de un momento de gracia para este pequeño país, que desde 1980 y hasta 1992 se vio envuelto en una guerra civil que llevó sangre y miseria a cada uno de los poblados, a cada una de las familias, a cada uno de los fieles católicos que vieron cómo el asesinato de monseñor Romero, por fuerzas de la ultraderecha, habría prendido el fuego.
Aquél 24 de marzo de 1980, tras decir, justamente, que había que emprender el camino del perdón, las balas sonaron en el corazón de América Latina, en el corazón del continente de la esperanza, ahí donde se agolpa la reserva del catolicismo, con 40 por ciento de los católicos del mundo.
Con una Iglesia pujante, que ahora ve en Romero lo que mañana verá, Dios mediante, con el Padre Pro (mexicano), con dom Helder Cámara (brasileño). Con muchos que sufrieron en carne propia el dolor del pueblo. Los últimos dos días han sido de romería, de peregrinación, de asueto, de acción de gracias en el pueblo salvadoreño. Hoy es fiesta.
La Iglesia como pueblo de Dios
Una fiesta particular. La fiesta de aquél que dijo: "La Iglesia no quiere masa, quiere pueblo. Masa es el montón de gente; cuando más adormecidos mejor; cuanto más conformistas, mejor. La Iglesia quiere despertar en las personas el sentido de pueblo". La Iglesia de monseñor Romero es la del Papa Francisco: la del pueblo (pobre) de Dios.
En sus tres años de arzobispo de San Salvador (de 1977 a 1980) guió a la masa a convertirse en pueblo, conscientes de sus deberes con Dios, pero también conscientes de sus deberes con los demás.
Cada domingo, durante la Misa del mediodía, "solía terminar su homilía con la lectura de los hechos de la semana. En ese espacio denunciaba con claridad todas las violaciones a los derechos humanos que se habían cometido en los días anteriores, exigía que se investigaran, se dedujeran responsabilidades y se llevara a los culpables ante la justicia", dice un despacho de la radio salvadoreña YSUCA.
Ahí "desenmascaraba las muchas mentiras de las autoridades para esconder sus actos criminales, aclarando como habían sido las cosas en realidad", agrega el despacho. Monseñor Romero pedía constantemente y con gran fuerza que cesará la represión y la violencia que tanto sufrimiento causaran en el pueblo, y que se construyera un orden político, económico, y social justo al servicio de todos los salvadoreños.
Esto fue suficiente para que lo asesinaran. El poder descontextualizado, diabólico, no quiere pastores que hablen, que se los expongan en su brutal debilidad. Y eso fue suficiente para que Francisco hoy, desde Roma, esté satisfecho. Uno de los pastores con fortísimo olor a oveja, sube a los altares.
Comentarios