Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Su mujer volvió a misa con los Cursos; él se enfadaba

Iba descreído a Cursos Alpha, cuando «desperté en mitad de la noche con certidumbre de Dios»

El protagonista del testimonio y su esposa, la que le invitó a Alpha y a ir a misa
El protagonista del testimonio y su esposa, la que le invitó a Alpha y a ir a misa

Spain.Alpha.org

Reproducimos a continuación el testimonio de un español alejado de la fe que se acercó a Dios y la Iglesia a través de un Curso Alpha. Dejamos que el protagonista lo explique con sus propias palabras, en un testimonio publicado en mayo de 2014 en Spain.Alpha.org.

***

Cuando oí hablar de ALPHA por primera vez yo era una persona normal. No es que fuera un criminal o un delincuente, ni que viviera una vida desbocada de vicio y desenfreno. Más bien era eso, una persona normal, una buena persona incluso, y bastante feliz.

Sin embargo, la vida a veces nos depara desgracias o dramas y es fácil culpar a Dios por permitir que pasen. Así estaba yo, enfadado con Dios y sin querer saber nada de Él.

Por otra parte, después de vivir una experiencia muy negativa y traumática en una persona muy cercana a mí, que se integró en una comunidad católica hermética y absorbente, que produjo su alejamiento de la familia para luego quedar abandonado por su comunidad a la primera discrepancia, y que acabó de forma muy trágica, la Iglesia para mí era algo muy peligroso de lo que había que mantenerse alejado.

Mi mujer... la amiga de mi mujer... una invitación
En estas circunstancias no me puse muy contento cuando un día, hace dos años, mi mujer me dijo que una amiga suya la había invitado a asistir a un curso de cristianitos (así es como yo llamaba a todas las comunidades, grupos, movimientos...) y que se estaba planteando asistir.

Despotriqué todo lo que pude y supe, e incluso un poco más: lo que viene siendo un cabreo en toda regla. Ya veía yo a mi mujer en plan beata meapilas, captada por una secta destructiva, y a mi hijo y a mí apartados, en el mejor de los casos en un turbio y difuso segundo plano.

Pero ya puede uno mesarse los cabellos y jurar en arameo, que es para nada.

Así que durante 10 semanas seguidas, cada jueves mi mujer nos dejaba para irse a cenar a casa de unos señores que no conocía, con una gente que tampoco conocía y a hablar de Dios. A mí me hervía la sangre y cada jueves la discusión estaba garantizada.

Un sábado de convivencia
Encima, y por si no era suficiente, a mitad del curso organizaron un sábado de convivencia al que invitaron a las familias. Por supuesto que mi señora fue… y por supuesto que yo me negué a ir.

Y ahora encima nos dejaba un sábado... ya no es que me hirviera la sangre, es que se me evaporaba y me salía por las orejas como el humo de una locomotora.

Y así acabó su curso: yo feliz de que por fin terminará aquello y ella... lo cierto es que ella seguía siendo la misma de siempre, con su mismo sentido del humor y sus mismas manías, con su misma rutina y sus mismos gustos, con sus mismos cansancios y sus mismas alegrías.

Y queriéndonos a mi hijo y a mí como siempre, y cuidándonos como siempre, y atendiéndonos con el cariño de siempre.

Era la misma… pero un poco diferente, un poco mejor, aunque no sabría explicar porqué.

Así que cuando empezó a ir a misa los domingos, no es que me entusiasmara la idea, pero si a ella le apetecía… incluso algunos domingos la acompañamos y fuimos los tres juntos.

Y pasó un año y volvió Alpha
Y pasó un año y los de Alpha volvieron a organizar otro curso. Y mi mujer me sugirió que esta vez fuera yo el que asistiera. Y hasta ahí podíamos llegar.

Mi mujer podía hacer con su vida lo que quisiera (siempre que no repercutiera demasiado en la mía), pero en la mía decidía yo, así que no tenía la más remota intención de asistir.

Pero ya os he dicho que cuando a mi mujer se le mete algo en la cabeza… Por otra parte, a ella no me la habían "meapilizado" excesivamente, ni había sido abducida por una secta extraña, así que medio (o algo más) obligado por mi señora y medio atraído por unas cenas que me habían asegurado excepcionales, acudí a la primera reunión.

“Menuda chorrada. Yo no vuelvo”, me dije de vuelta a casa aquella noche. Pero volví.

Me había comprometido y los compromisos hay que cumplirlos (ya os digo que no era ningún degenerado: incluso tenía mis valores).

Así que semana tras semana continué cenando y charlando con un grupo de personas que no conocía de nada, pero a las que poco a poco fui conociendo y cogiendo un cierto cariño.

De hecho descubrí que disfrutaba con las cenas y con los debates y, que lejos de temer la noche del lunes, esperaba con cierta ilusión que llegara.

Una oración... eran cristianitos...
Y llegó el sábado de convivencia. Y esta vez sí que asistimos toda la familia. Fue un día bastante agradable, charlando con la gente y comiendo todos juntos, algo bastante normal… hasta que llegó la tarde.

Entraba dentro de lo normal que se hiciera un rato de oración (al fin y al cabo eran cristianitos), pero cuando pusieron unas sillas para que el que quisiera pudiera salir y que gente del equipo rezara por ellos imponiéndoles las manos, aquello me pareció un rito iniciático, arcano y esotérico, más de lo que estaba dispuesto a aceptar.

Explicaron que se trataba de un gesto que hacían los primeros cristianos para recibir la efusión del Espíritu Santo y que simplemente se trataba de una oración de unos por otros, pero a mí me daba abiertamente miedo.

Además yo estaba contento con mi vida y no quería cambiar nada… ¿y si no era una chorrada y pasaba algo?

Desde luego que yo no me senté para que rezaran por mí, por mucho que insistieron mi mujer y bastantes de mis nuevos amigos.

Me sentía querido, respetado, no juzgado
Tampoco dejé de asistir al curso (ya os he dicho que me había comprometido a acabarlo), y seguí disfrutando de las conversaciones y de las cenas, pero me parecía todo un poco raro y ajeno a mí. Eso sí, me sentía querido por la gente que había conocido en el curso. Además respetaban mi posición y mi forma de ver las cosas y no me juzgaban ni trataban de imponerme nada.

Cuando terminó el curso seguía siendo el mismo. Había conocido gente bastante maja y había cenado estupendamente durante diez lunes seguidos, pero mi vida básicamente no habíacambiado en nada.

Íbamos a misa los domingos con bastante regularidad (arrastrados por mi mujer, eso sí) y allí coincidía con la gente del curso, a la que me alegraba ver y con la que me gustaba charlar un rato, pero nada más.

Otra oportunidad: un encuentro carismático
Pero como mi mujer es como es, me invitó a un curso que realizaban los carismáticos donde si me presenté a que oraran por mi.

No pasó nada. Simplemente estaba dispuesto a ver qué pasaba y a dejar actuar a Dios, si es que existía y estaba por la labor.

Pasaron los días y seguía sin pasar nada.

Hasta que un día me desperté en mitad de la noche con certidumbre de Dios, de su existencia y su divinidad.

Era una certidumbre rara e inquietante que no procedía de la razón ni de los sentidos, pero tampoco de la emoción ni de los sentimientos.

"Será una sugestión", pensé, pero por si acaso seguí con mi actitud de "vamos a ver qué pasa". Y mi vida siguió sin cambiar demasiado.

Dar el paso de aceptar ayudar
Al cabo de un tiempo un miembro del equipo ALPHA me preguntó si querría colaborar con el equipo en la próxima edición del curso. Tengo el defecto de que a veces me dejo llevar y digo lo que pienso o siento en el momento, sin considerar sus consecuencias ni darme un tiempo para reflexionar. En aquel momento me pareció que estaría bien devolver algo de lo que había recibido, aunque no supiera muy bien lo que era, así que acepté la propuesta.

Pero el curso no empezó inmediatamente. Faltaba medio año, y eso es mucho tiempo. Y la certidumbre que había sentido, a base de no cuidarla empezó a resquebrajarse y empecé a plantearme si no estaría perdiendo el norte, si no me estaría engañando a mí mismo con ilusiones y falsas percepciones y esperanzas. En definitiva, si no sería todo una engañifa y una chorrada, y yo un memo crédulo.

Así que cuando tocó empezar la siguiente edición, yo ya no estaba tan convencido, pero como me había comprometido...

Al menos, aportar tu experiencia
Por lo menos, me dije, podrás aportar tu experiencia del año pasado, aunque sea sólo compartir el miedito que te produjo el "rito esotérico de iniciación" que aparentemente es la efusión... y volver a disfrutar de las cenas. Y así fui a las reuniones de preparación del curso.

La labor del equipo ALPHA en las mesas es muy discreta. No tratan de adoctrinar, sino que el debate lo hacen los invitados y ellos sólo lanzan de vez en cuando alguna pregunta para fomentar ese debate.

Yo francamente no me veía en ese papel y confiaba en poder colaborar sirviendo las mesas (que me parecía una tarea menos arriesgada, aunque ahora creo que es el ejemplo discreto que más enseña en ALPHA). Pero no. Me tocó ir de apoyo a una mesa. Ni siquiera como moderador, sino en un papel silencioso, de apoyo a los moderadores cuando fuera necesario, pero callado y de oración por los invitados.

¿Qué hago yo aquí?
Y cuando empezaron las cenas comenzó la debacle.

¿Qué narices estoy aportando yo aquí, más callado que un muerto, y se supone que rezando, yo que hacía años que no rezaba por nadie ni por nada y con más dudas que los propios invitados?

Y en esta confusión mis dudas encontraron terreno abonado para crecer como una plaga.

Hasta que llegó un día que ya no podía más. Con el tiempo pillado y metido en un atasco, agobiado porque llegaba tarde y sin saber qué hacía yo en Alpha planteándome incluso la existencia de Dios o la divinidad de Jesús, decidí buscar una excusa y no volver más.

Y pasó una cosa muy curiosa. En ese mismo instante apareció el típico listillo que hay en todos los atascos y que intenta colarse para ganar unos metros, y aunque no es lo que suelo hacer, tuve un momento de debilidad (como ya había decidido no ir, supongo que no tenía tanta prisa) y le dejé pasar.

En el asiento de atrás iban unos niños trasteando con sus libros de texto. Con el respeto que todos hemos tenido por nuestros libros del cole, los chicos habían lanzado uno de tal forma que había quedado de pie en la bandeja trasera apoyado en el reposacabezas, enseñando la portada. Era un libro de religión que se titulaba “Jesús es el Señor”.

Yo nunca he creído que Dios nos mandase mensajes o señales, así que lógicamente pensé que la explicación más plausible era el puro azar.

Pero estaréis conmigo en que, siendo un hecho sin duda fortuito, había ocurrido aleatoriamente en un momento muy probabilísticamente significativo. Por supuesto que no se trataba de un mensaje de Dios para mí, pero... por si acaso seguí yendo al curso.

Y es más, me invitó a reflexionar y a plantearme que tal vez yo no estuviera en ese curso ALPHA para aportar nada, sino para "repetir curso", porque obviamente no había aprovechado mucho el curso al que asistí como invitado.

Él está vivo
Y así cambió mi actitud. Abrí un poco la mente y el corazón y empecé a entender muchas cosas, a recuperar la certidumbre de Dios y, lo que es más importante y sorprendente, a sentir que Él estaba vivo y que me quería, precisamente a mí ¡¡¡con el esfuerzo que había estado haciendo durante años para alejarme voluntariamente de Él!!! Y sentí dentro de mí que ese amor tenía que ser correspondido... y en esas estoy.



Los protagonistas del testimonio con el equipo de Alpha de su parroquia, de visita en Londres, donde está la central internacional de estos cursos de evangelización

¿Soy alguien diferente ahora? Pues la verdad es que soy el de siempre. Sigo queriendo a las personas a las que antes quería y dedicándoles el mismo tiempo que les dedicaba antes. Sigo trabajando en lo mismo y desesperándome en los atascos.

Me sigue gustando el cine con palomitas, el fútbol con cervecita, el jazz y pasear en bici con mi hijo. Y cada mañana me sigue pareciendo un milagro cuando suena el despertador y veo a mi mujer durmiendo a mi lado.

Todo sigue igual… 
...pero mejor.

Siento que quiero más a los que antes ya quería y disfruto más de mi tiempo con ellos. El trabajo y los atascos tienen sus días, pero los llevo con más alegría. Disfruto como nunca una buena peli, un buen partido o un solo de Miles Davis.

Los juegos y las bromas de mi hijo me parecen más divertidos que nunca... y mi mujer sigue siendo un milagro, pero cada día más brillante, más sorprendente: más milagro.

El amor de Dios es así de perfecto: no rivaliza con otros amores sinceros, sino que los refuerza al mostrarse también a través de ellos. Al fin y al cabo Dios sólo quiere lo que es mejor para ti.

Y si lo aceptas, la alegría y el amor (el de verdad, el auténtico amor) inunda tu vida, que sigue siendo la misma... pero mejor.

El esfuerzo en Alpha
El esfuerzo de hacer un Curso Alpha es grande, sobre todo para la gente que ofrece su casa y para el equipo de cocinas, pero como no es un adoctrinamiento al uso, sino que el trabajo lo hace el Señor, los frutos están garantizados y son precisamente los que Él busca y quiere.

Y si lees esto porque te estás planteando asistir, yo te recomendaría que fueras, que abrieras un poquito tu mente y tu corazón y que fueras constante. Ten en cuenta que eres libre de acercarte a Dios, que Él no te va a imponer nada (y mucho menos la gente del equipo), así que no tengas miedo. Y si descubres que quieres conocerlo mejor, no tengas prisa, ten paciencia y persevera.

El Señor conoce tus tiempos y actuará como mejor te convenga: lo mismo de una manera explosiva y escandalosa o lo mismo de una forma sutil y pausada, pero siempre como a ti te venga mejor. Simplemente no te cierres en banda. Al fin y al cabo tienes poco que perder... lo peor que puede pasar es que cenes como un rey unos cuantos días y gratis.
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