Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Cuatro anécdotas de Álvaro del Portillo y Juan Pablo II contadas por Joaquín Alonso Pacheco

Jordi Picazo/ReL

Joaquín Alonso Pacheco en la exposición sobre el beato en la calle Goya de Madrid
Joaquín Alonso Pacheco en la exposición sobre el beato en la calle Goya de Madrid
San Josemaría, el fundador del Opus Dei, quería que hubiera dos personas que le ayudaran, para asegurarse su propia fidelidad al espíritu fundacional que había transmitido a sus hijos, y el buen hacer.

Uno de estos sacerdotes llamados "Custodes", se ocuparía del aspecto espiritual y el otro del aspecto material.

Álvaro del Portillo y Javier Echevarría fueron los Custodes primeros de San Josemaría. Luego se incorporó Joaquín Alonso Pacheco (Sevilla, 1929), al tomar las riendas del Opus Dei don Álvaro.

Más tarde, don Joaquín seguiría como Custode de Don Javier Echevarría hasta hace unos años. Fue profesor de español de San Juan Pablo II.

Preguntado por sus sentimientos personales en la Beatificación de Álvaro del Portillo, y qué se siente al ver elevados a los altares uno a uno a los hombres con los que colaboró toda su vida, Joaquín Alonso evita hablar de sí mismo y prefiere contar anécdotas relevantes el nuevo beato. 

Responde a unas preguntas de Religión en Libertad en su visita corta y personal a la exposición Un Santo en Datos en el Centro de Turismo y Cultura de Colón, en la calle Goya 1 de Madrid.

Humildad de Álvaro del Portillo y fidelidad al Fundador
»Don Álvaro, cuando acontecía su santo o el aniversario de su ordenación sacerdotal, siempre, a lo largo del día repetía esto: “gracias, perdón, ayúdame más”. Y de esto estaba muy lleno Don Álvaro. Cuando después le eligieron Presidente General del Opus Dei el 15 de setiembre de1975, acudió a la cripta donde reposaban los restos mortales de San Josemaría, que todavía no había sido beatificado, y se puso a rezar de rodillas.

»Estábamos allí Don Javier Echevarría, actual Prelado, y yo mismo. Y al final dijo en voz alta para todos: “donde hay patrón no manda marinero, y el patrón está aquí y seguirá mandando”.

»Más tarde ese día, ya en la tertulia del mediodía, dijo también: “el Padre -san Josemaría-, decía que nosotros somos la continuidad pero no hay continuidad sin fidelidad, y no hay fidelidad sin humildad”.

»Me parece que este tríptico es lo que hay en don Álvaro. El deseo de ser continuidad de lo que Dios había pedido a San Josemaría; siempre fiel a eso que San Josemaría había hecho en servicio de la Iglesia, siendo humilde, con olvido de sí mismo y pensando en los demás.

»Él no era un hombre que estuviera pensando en sí mismo - me han dicho esto, me han dicho lo otro-, sino que estaba siempre deseando llevar la luz de Cristo, la paz de cristo a los demás. Tenía muy metidas dentro del alma esas palabras de San Josemaría en su homilía sobre el Sagrado Corazón de Jesús cuando decía: “es de Cristo de quien tenemos que hablar y no de nosotros mismos”.

»Don Álvaro fue una persona que no habló de él mismo, estuvo llevando la luz de Cristo por tantísimos países donde hemos estado viajando con él: a África, Asia, Europa, América…



Álvaro del Portillo con Juan Pablo II

El milagro de Don Álvaro y el de Juan Pablo II, juntos
»San Juan Pablo II tuvo un cariño enorme a Don Álvaro; recuerdo unas anécdotas cariñosas de cómo se tratan dos almas santas, y esa relación fue una muestra muy vistosa de la santidad de ambos.

»A mí me dio mucha alegría que cuando el Santo Padre aprobó el milagro de Juan Pablo II para su canonización, ese mismo día se publicó el decreto de aprobación del milagro de Don Álvaro para la beatificación y pensé: “qué casualidad”, están en esto juntos también”.

El cariño entre San Juan Pablo II y Álvaro del Portillo
»Un día yo iba a almorzar con el Papa, en noviembre de 1978. Antes de salir de casa, Don Álvaro me dijo “mira, llévale esto”, porque el Papa quería que yo le hablara un poco español ya que tenía que ir a puebla, México, a una reunión con toda la conferencia episcopal latinoamericana.

»Y Don Álvaro hizo que le llevara una casete con unas canciones mejicanas, “La Morenita”, “Chapala”, y otras. Al Papa le gustó mucho.

»Tres años más tarde, en julio del 81, cuando habían tratado ese miso mayo de matar al Papa, Don Álvaro iba al hospital Gemelli a firmar en el libro de visitas del Papa. Salíamos de Italia el 14 de julio y Don Álvaro, siguiendo una costumbre de San Josemaría, quería despedirse del Papa. Su secretario, Don Estanislao Dziwisz, nos dijo “suban, suba, ha dicho el Papa que suban”.

»Estaba el Papa en la cama con fiebre, y Don Álvaro se arrodilló, le besó el brazo, que estaba ardiendo, y empezó a hablar con él. Al final le pidió la bendición para nuestro viaje y al levantarse Don Álvaro vio que tenía una cosa muy grande sobre el pecho que debía de pesarle mucho y comentó: Santo Padre, ¡cómo le han puesto esto tan grande que pesa tanto!

»Respondió San Juan Pablo II “es la casete que usted me regaló [hace 3 años] con las canciones que me ayudan a hacer la oración; no me molestan, me ayudan a rezar”.

El Humor de San Juan Pablo II
»Un día Don Álvaro me dio un vídeo que había hecho un supernumerario de la Obra, locutor de televisión en Italia; consistía en una entrevista a unos cuantos matrimonios acerca del Opus Dei, y al final recogía la homilía del cardenal Franz König, Arzobispo de Viena, que había pronunciado en Torreciudad en la misa de la ordenación sacerdotal de unos 40 miembros del Opus Dei.

»Y me llama un día don Estanislao para desayunar. Cuando llegué estaba ya el Papa en el comedor con el video e frente y muerto de risa, riéndose mucho y decía “mira, mira”; estaban entrevistando a un matrimonio africano con sus trajes coloridos; el locutor hacía una pregunta y la esposa se echaba para adelante y hablando rápido contestaba todo, mientras el marido callado, movía la cabeza asintiendo; y otra pregunta, y el marido, callado, movía la cabeza; así cuatro o cinco veces.

»Comentó el Papa a éstas: “tú ves, ¡las mujeres hablan y los hombres tenemos que estar callados!”

Y de estos detalles había muchos más, como cuando un chico le dijo al Papa: “Santo Padre, la Plaza de San Pedro está llena de santos y no hay ninguna imagen del Virgen no está acabada”. Y el Papa la acabó, instalando la imagen de la Mater Ecclesiae.
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